Antonio José Martínez Navarro. Instrumento para hacer o hacerse aire. El más común, tiene pie de varillas y tela, papel o piel, y al abrirse adquiere una figura semicircular.
El abanico plegable de papel, es originario del Extremo Oriente. Apareció en Japón, sobre el siglo XII.
Abanico en forma oval, seda pintada o de palma, con mango llamado Paipái (o Paypay).
El abanico plegable oriental, tuvo una gran difusión en Europa en los siglos XVII y XVIII, confiriendo un gran prestigio artístico. En París, los abaniqueros se organizaron en cooperativas y en estos abanicos se copiaban cuadros famosos de célebres pintores en escenas pastoriles o sentimentales. En el siglo XIX era costumbre pintar con sátiras políticas o con grabados pintorescos.
Pero ciñámonos a la historia onubense del abanico. Así, a caballo entre el siglo XIX y XX, Gervasio Pumar, ejercía el oficio de afilador y vaciador de navajas de afeitar, instrumentos de cirugía, guillotinas y máquinas de afeitar. Asimismo, en un anuncio que mandó insertar en el diario Heraldo de Huelva, en 1916, se podía leer:
<<Se componen abanicos y paraguas. Se garantiza el trabajo. Calle Duque de la Victoria, 8. Huelva>>.
El abanico, independientemente de su finalidad que es producir aire y exhibirse los confeccionados con mayor lujo y arte en vitrinas, fue también un objeto de coquetería para las damas en aquellos bailes de sociedad o Carnaval. Así, una dama con una posición o gesto del abanico podía darle esperanza a un pretendiente…
Durante el último tramo del siglo XIX y primeras décadas de la siguiente centuria, los abanicos de las mujeres más jóvenes eran de colores carlós y estaban decorados con dibujos ingenuos o motivos florales. Los de las damas de cierta edad, eran de color oscuro o marrón.
En los años veinte y treinta del siglo pasado, una entidad que recibía todos los modelos de abanicos habidos y por haber era la Casa Muñoz Flaguero. Detengámonos en un anuncio que mandó insertar en julio de 1928 en el “Diario de Huelva”:
<<Casa Muñoz Flaguero. Calle Rábida, 10, principal derecha, acaba de recibir un escogido surtido para la presente temporada y los da a precios baratísimos, a pesar de ser los más nuevos y de más gusto. Visite esta Casa y se convencerá>>.
El abanico participaba mucho en las antiguas carnestolendas de Huelva. Así, en el concurso de disfraces celebrado en el Teatro “Colón”, en 1902, este objeto se ofreció como tercer premio según podemos leer en la obra de Antonio José Martínez Navarro, titulada “Aquellos incomparables Carnavales de Huelva:
<<… El tercer premio, un lujoso abanico y un objeto de arte, lo obtuvieron dos hermosas sevillanas, de chula una; con magno y vistoso traje de corte del siglo XV, la otra. Venían acompañadas de un caballero vestido de Heraldo que llamó poderosamente la atención por la riqueza y auténtica dalmática del tiempo de los Reyes Católicos con que llegaba disfrazado, así como el estandarte, igualmente auténtico, que empuñaba su diestra mano…>>..
En los días finales de julio de 1924, se organizó una kermés en pro del Sanatorio Antituberculoso. Así, para recaudar fondos se preparó una Tómbola en la que la principal actividad era una rifa de abanicos, recibiéndose los mismos de todas las damas de la alta sociedad de Huelva: Blanca Duclós, Blanca Martínez Duclós, señorita María del Carmen Vianes… Fue un notable éxito, que aportó unos ingresos importantes para el logro deseado.
“La Provincia” decía el día de la rifa:
<<Ahí es nada lo que significa la rifa de abanicos que al público se ofrece. Todos los abanicos son valiosos pero he aquí que en el caso que nos ocupa tiene dos valores; uno el de la riqueza de un país y maridaje verdadero, prenda de lujo, y el otro, el de llevar la firma de la señorita donante.
Fijaos bien lo que para un hombre significa poseer el recuerdo que tanto honor le hace. ¿Cómo no probar tamaña suerte? Es más, hay que tener en cuenta que esta quedará siempre, así que no cabe el temor de salir defraudado. Usted juega, que usted se lleva un abanico y un abanico como los que van a entrar en sorteo no se adquiere así porque sí…>>.
En la Cabalgata de aquel Carnaval, celebrada en 1935, en el citado libro carnavalino se hablaba de un coche adornado a la usanza del antiguo Egipto: “… “El cortejo de Ramsés desfiló con gestos rígidos, hieráticos, muy en su papel, portando las arpas egipcias, los tambourah, los sistros, como en los frisos de los templos y las necrópolis de Tebas. Las jóvenes iban ejecutando una leve danza de ritmo enigmático, con la línea severa y angular que recuerda la postura de las aves sagradas; el mismo Ramsés (el propio Cuenca Muñoz), saliendo con su indumentaria áurea, inmóvil como una esfinge hermética, parecía el faraón revivido. A su lado, la reina Nefertari, rígida entre los pliegues de sus vestiduras, como en un atavío funeral, ceñida por gasas y bandas miraba ensimismada a su esposo… Detrás, daban escolta y espantaban las moscas onubenses con sendos abanicos dos negrazos esclavos del aparatoso monarca faraónico… y de su deber. Un alarde de arte y buen gusto…”.
En el citado libro, también se puede leer “…Entre las comparsas de 1898 fueron muy aplaudidas las comparsas “Los Abanicos” y “Las Panaderas”. La primera tenía que repetir algunas coplas de oportunidad comercial. También cantaban un popurrí de números populares de veintiocho zarzuelas. Al igual que otras comparsas, estas dos también fueron a cantar a los Cafés “América” y “Nuevo Mundo” y a la Cervecería “Viena”.
Pero detengámonos a escribir unas líneas sobre las excelencias de la comparsa “Los Abanicos”, como la llamaban unos, o “La Anunciadora”, como le decían otros.
Esta comparsa llamó poderosamente la atención no sólo por su originalidad sino por el buen gusto y lujo de su indumentaria. Dejemos a la prensa local de la época que nos describa a grupo tan singular:
“No iban haraposos ni vestían de percalina, sino que llevaban un traje de muselina, seda, etc., según requerían las diferentes partes del mismo. Cada individuo llevaba un gran abanico sobre la espalda dispuesto de tal modo que podía levantarse, abrirse o cerrarse a voluntad, en cada abanico se leía el nombre de un establecimiento; cuando la comparsa llegaba a un sitio, todos los abanicos se cerraban y sólo el que lo anunciaba permanecía abierto. Entonces cantaban coplas alusivas a dicho establecimiento…”.
En muchos disfraces, el abanico era prenda que completaba la indumentaria elegida. Así, dos dioses de la bufonada, Ceferino y Polo, solían utilizarlo: “… Eran dos amigos inseparables, algunos de los colaboradores que en los años ochenta me transmitieron datos para el libro “Aquellos incomparables Carnavales de Huelva” me decían que eran compadres, que trabajaban de albañiles en el Ayuntamiento de Huelva.
Acostumbraban a salir los dos domingos de Carnaval: Domingo de “Quasimodo” y Domingo de “Piñata”.
En ocasiones iban vestidos de mujeres con unos collares de cáscaras de huevo, batas negras, pañuelos en la cabeza y abanicos que, por cierto, movían con mucha soltura y gracia…”.
En los bailes de sociedad o dedicados al dios de la carátula que se celebraban en la antigua Onuba, era un objeto de coquetería para las damas ya que de ellos se servían para disimular su arrobamiento, para ocultar su bajo rostro, ante la mirada de un observador galante o airearse por un posible desmayo. Era este objeto, en la mano de una mujer, como una imprescindible arma, de defensa de su rostro, para calmar su nerviosismo (cerrándolo o abriéndolo) y sentirse más segura de sí misma con el abaniqueo, manipulándolo a su antojo…
Entre las damas de la alta sociedad existía un lenguaje de signos en el que se utilizaba el abanico. Así, abierto o puesto en determinada posición indicaba al galán que era aceptado por la dama, le ofrecía una cita, etc.
En la década de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, el abanico perdió su hegemonía en los salones de la mediana y alta sociedad huelvana, detalle del que se hacía eco “El Duende de la Placeta” en su “Perfil del Día” del diario “Odiel” del viernes 29 de junio de 1945:
<<El abanico. Es triste contemplar, como el abanico, en otro tiempo rey de los salones, arma y emblema de la coquetería femenina, ha perdido en los últimos años el cetro de la hermosura que le auguraron las bellas atenienses.
Hoy día no es más que un objeto cualquiera para producir frescura evaporizando por presión del aire el sudor de los poros cutáneos.
Y ni aun así tiene gran aceptación. Las mujeres casadas lo llevan todavía convirtiéndose, casi, en prenda de respeto; uno de los atributos más graciosos de Venus Afrodita.
No es cosa de contar la historia del abanico, pero conviene saber que desde aquellos de plumas de avestruz que se llevaban en tiempos de los faraones hasta el famoso de marfil y oro de la reina Luisa de Larena, al abanico fue siempre signo de elegancia y confidente de juveniles amores. Julio Junín, que le llamaba “poderosa máquina de Estado”, decía que “suele también ser utilizado para acallar los sobresaltos involuntarios del corazón”.
Aquella dulce leyenda de la bella chinita Kun Si…. Abanicos de María Antonieta y la marquesa de Pompadour…. “La Orden del Abanico” de las rubias beldades de Suecia que fundara su reina Luisa Mirck…
Ya todo es polvo dorado en los viejos caminos de la Historia. Las muchachas de hoy no quieren el abanico, ni conocen siquiera su lenguaje de amor.
Realmente algunas de sus aplicaciones han caído en desuso, forzosamente aquella, por ejemplo, de esconder tras la tela pintada el rubor de las mejillas. Pero de cualquier manera nos place siempre romper una lanza en defensa del abanico, que aunque nada alcancemos en la demanda, tampoco en otras cosas conseguimos nada y no obstante embrazamos la adarga cada día con la misma ilusión que Don Quijote>>.
En 1939 o 1940 abrió sus puertas, en la Avenida de Guatemala, la célebre taberna denominada “El Abanico”. Era famoso este establecimiento por sus célebres callos.
Hace unos años, en una fiesta en la que se entregaban los premios “Onubenses del Año” cedidos por el diario “Huelva Información”, el autor de estas Historias Menudas y su esposa coincidieron con el recordado Pepe Isidro (hijo de Paco Isidro) y señora y la simpática “Moni de Huelva” y era de admirar como sobresalía, entre decenas de danzantes, el gigantesco abanico que enarbolaba con mucho garbo la “Moni”.
En la actualidad, ya metidos en pleno siglo XXI, el abanico, a pesar de su simplicidad, sigue ofreciendo su utilidad en tardes bochornosas, en las que, con un leve movimiento de vaivén, disipa el calor reinante.