Juan García Ruiz. Nadie puede negar a día de hoy el interés que despierta la psicología en las personas: muchos quedan embelesados leyendo curiosidades; otros prefieren el morbo de los casos de psicopatía; hay quien se divierte observando a los demás, tratando de adivinar intenciones o de justificar comportamientos; algunos se interesan por las teorías de la Gestalt o por las ideas de autores tradicionales como Freud o Wundt; a otros tantos se les da bien escuchar a los demás y ejercen de psicólogos de forma innata. Pero lo que frecuentemente comparten estas personas es la desinformación.
El lenguaje pone al descubierto el pensamiento. Por lo general, cuando alguien habla de psicología, habla de patología o de locura. Y lo que subyace tras esto es un pensamiento erróneo (o más exactamente, incompleto). En lugar de hacer hincapié en el origen del sesgo, parece más oportuno corregirlo.
Si echamos un ojo a la etimología, nos encontramos con el término griego psyche, que vendría a traducirse como alma. ¿No os parece limitado (y lamentable) asociar el alma únicamente con la locura y la enfermedad? ¿No creéis que hay más que eso? El problema es que acotamos la realidad con el fin de ordenarla, pero no siempre lo hacemos correctamente. Por ejemplo, cuando se entiende la depresión como lo contrario a la normalidad, se está creando una dicotomía que deja fuera de juego muchos estados intermedios, y ni siquiera se está dando cabida al bienestar, la otra cara de la moneda. En efecto, al igual que se puede ir a peor, también se puede ir a mejor, y eso es algo que hay que tener en cuenta.
A finales de los 90 comenzó a desarrollarse una nueva disciplina: la psicología positiva. Con Martin Seligman como principal representante, la psicología positiva es una toma de conciencia de las limitaciones del antiguo modelo, el de la enfermedad (considerar la figura de psicólogo como un detector de problemas; desdeñar la posibilidad de trabajar en que las personas sean más felices). Tal y como Seligman explica en sus ponencias, la psicología positiva da la misma importancia a las fortalezas que a las debilidades, y se encarga además de potenciar el talento de las personas.
Asimismo, nos habla de forma sintética de tres tipos de felicidad: en primer lugar la emoción positiva, cuya máxima es exprimir al máximo cada momento que pueda aportarnos algo de placer; en segundo lugar la buena vida, consistente en el entendimiento de las fortalezas personales y en dejarse llevar por ellas; y por último, la significación, consistente en el conocimiento de las fortalezas personales para posteriormente encauzarlas hacia más allá de uno mismo. La búsqueda de significación parece ser la más duradera, seguida de la buena vida, y del placer. El valor de este último solo se hace significativo si se ve acompañado, en alguna medida, de las dos primeras formas de felicidad.
Debemos tomar conciencia de que la psicología es más que depresión, ansiedad y enfermos mentales. También se encarga de la potenciación del bienestar y del talento.