Juan Carlos Jara. Los paseos por La Rábida son muy diferentes ahora tras la gran reforma que ha sufrido todo el entorno del emblemático monasterio franciscano que propició un buen puñado de páginas de nuestra historia. Tras demasiados años de descuido y abandono, el lugar presenta una nueva imagen que, guste más o menos, es mucho más adecuada para las visitas de los turistas.
La restauración de la columna conmemorativa del cuarto centenario del Descubrimiento de América se constituye en la principal obra de estos últimos tiempos, pero se ve también acompañada, para satisfacción de los onubenses, por una serie de cambios y mejoras que otorgan al lugar los ingredientes necesarios para acoger a los visitantes llegados desde los más variados puntos de procedencia.
El resultado final puede no ser del gusto de todos y quizás eche en falta un poco más de sombra en el que debe ser el principal punto de referencia para el turista recién llegado: la explanada frente al monolito que sirve de inicio a la hermosa avenida de los Descubridores. Lástima que aquel pino, ahora talado, que tanto nos cobijó durante muchos años no pueda formar parte de este proyecto.
La nueva imagen de La Rábida sirve para recuperar buena parte del valor perdido en las últimas décadas por un lugar tan importante, pero necesita aún, tal y como ya demandé en este mismo medio hace cerca de un año, un fuerte impulso por parte de nuestras instituciones públicas y privadas. La nueva época de este lugar debe propiciar un espacio atractivo para el ocio de los onubenses mediante la puesta en marcha de un programa serio de actividades de dinamización que destaque el enorme valor cultural de tan hermoso paraje. La Rábida no puede continuar siendo un espacio sin vida en el que solo aparezca, junto al nómada caminar de los turistas, el gratificante recuerdo de aquellos domingos de paseo disfrutados junto a nuestros padres en los añorados años ochenta.