Mari Paz Díaz. Luis Romero Cortés es un onubense que nació en 1988 en Trigueros, el pueblo natal de sus padres, donde estuvo viviendo hasta los dos años, cuando se trasladó a Bellavista, en Aljaraque. Desde muy pequeño se sintió fascinado por la ciencia en general, y la física, la mecánica cuántica y la cosmología en particular. Especialmente ha sido un enamorado de todo lo relacionado con la aviación y la astronáutica, además de interesarse en diversas áreas de las matemáticas, como el cálculo y la teoría de números. Un hecho en el que le influyó su madre, que hizo la carrera de Ciencias Exactas. Su padre, por su parte, estudió Ingeniería Técnica de Minas en Huelva. Ambos son profesores de Secundaria.
Por ello, a nadie le extrañó que eligiera una carrera de Ciencias. Como así fue. Luis se matriculó en Ingeniería de Telecomunicación en la Universidad de Sevilla, donde tuvo la oportunidad de disfrutar de la vida universitaria. Además, durante el verano de su tercer año de carrera obtuvo una beca del CSIC para realizar un proyecto de investigación en el tema de la óptica no lineal y se marchó dos meses a Madrid con uno de los mejores profesores con los que ha tenido el privilegio de trabajar, el Dr. Juan Diego Ania. Esta experiencia le acercó al mundo de la investigación científica, un mundo que continúa cultivando en la actualidad, puesto que desde entonces le cautivó ante las posibilidades que le ofrecía para desarrollar su creatividad a la par que estudiar temas de interés.
A la vuelta de ese verano se puso en contacto con otro de esos buenos profesores, el Dr. Alejandro Carballar, de la Universidad de Sevilla, y con el que ha trabajado durante sus dos últimos años de carrera y el máster. Además, durante su primer año de máster consiguió un trabajo a media jornada en una empresa sevillana del sector aeroespacial, que le permitía asistir a clase en la universidad y ganar algo de dinero para pagar el piso y sus gastos.
A través de Alejandro Carballar conoció la existencia de un grupo de investigación en Montreal (Canadá) con intereses en el campo de la óptica y la fotónica. Así que en cuanto acabó el máster se puso en contacto con el director de dicho grupo, un español, el Dr. José Azaña, que le ofreció una plaza de estudiante de doctorado, plaza que está ocupando desde hace algo más de dos años, desde septiembre de 2012. Desde que llegó a Montreal ha trabajado, ha viajado, ha sacado todo el beneficio que he podido de la vida en el extranjero y ha aprendido mucho, no sólo del trabajo, sino también sobre la forma de ser y de vivir de gente de todo el mundo. Una etapa que considera muy positiva y que continuará dos años más. Así nos cuenta cómo está siendo su estancia en Canadá.
-¿Qué motivos te impulsaron a marcharte a Canadá?
-La razón por la que decidí salir de España es, en esencia, la misma por la que se ha ido tanta gente en los últimos años: la falta de trabajo. Aunque he de reconocer que yo no lo he pasado ni de lejos tan mal como muchísimos otros, perseguir un puesto en el mundo de la investigación científica en España ha sido una de las experiencias más frustrantes de mi vida. Cuando terminé mis estudios universitarios, España estaba sumida de lleno en la crisis económica que viene causando tantos estragos durante los últimos años. El siguiente paso natural para mí era encontrar la financiación necesaria para poder realizar mis estudios de doctorado. Bien es cierto que tenía otra opción, como era encontrar un puesto de trabajo en una empresa -y en cierto modo, ya lo hice mientras terminaba el máster, aunque en un puesto de becario no muy atractivo-, pero había dos cosas que me echaban para atrás: primero, yo quería investigar, yo era más fantasioso por aquel entonces, y la ciencia tenía (y sigue teniendo) muchísimo atractivo para mí; y segundo, ninguno de mis compañeros que entraron a trabajar a empresas en puestos de ingenieros superiores me dieron muchas esperanzas. Esencialmente todos hacían lo mismo (programar, algo que para un científico vocacional es el ejemplo más literal de “un trabajo sin chicha”) y en unas condiciones que no suponían en ningún sentido una recompensa por el esfuerzo desarrollado durante cinco años de carrera, el sueldo era muy bajo, las horas extras eran muchas y mal pagadas (si acaso eran pagadas), y la tensión era insalubre.
Todo el mundo se quejaba de la manera en que nos explotaban al terminar la carrera y de cómo preferían echarnos a la calle y buscar a uno nuevo antes de verse forzados a subirnos el sueldo o mejorar nuestras condiciones. El problema es que en la universidad la cosa estaba aún peor. Siempre se ha dicho que si quieres ganar dinero no te quedes en la universidad, y a quién quiera que lo dijera no le faltó razón. En mi momento de buscar financiación económica las universidades estaban literalmente a dos velas y todas las ayudas del Estado no sólo habían sido sustancialmente reducidas, también se habían extendido gradualmente los plazos de aplicación, de forma que el número anual de convocatorias también se había reducido.
Al final acabé inevitablemente unido a la odiosa “fuga de cerebros”, aunque no sin oponer resistencia; antes de decidirme por venir a Montreal intenté entrar en otros grupos de investigación en España, pero la falta de financiación era siempre el denominador común. El grupo del profesor Azaña en Montreal era simplemente la opción más atractiva, con muchísima diferencia. Otro punto importante a considerar para mí es que yo soy hemofílico y requiero de un medicamento que he de administrarme cada cierto tiempo. Y el profesor Azaña me prestó mucha ayuda con respecto a mi situación médica aquí (a este respecto también debo mucho al Dr. Ramiro Núñez del hospital Virgen del Rocío de Sevilla). Así que decidí irme y sacar todo el provecho posible de la experiencia, conocer un poco de mundo y aprender cómo piensa la gente y cómo se hacen las cosas fuera de España.
-¿Es tu primera estancia en el extranjero?
-Sí. Aunque no es la primera vez que viajo fuera de España, pero sí la primera que no lo hago por placer. Tampoco es la primera vez que vivo fuera de casa. Durante toda mi época universitaria viví en Sevilla, pero hay una gran diferencia entre vivir a una hora en coche de tu casa y vivir a ocho horas de avión, en el mejor de los casos.
-¿Dominabas el inglés o el francés al llegar?
-Mi inglés era bastante bueno. Ya había viajado al extranjero y hablado en inglés con anterioridad, aunque nunca lo había hecho de forma rutinaria como cuando me mudé a Montreal, pero tenía un buen nivel. Mi francés era terrible, por no decir nulo. A día de hoy he mejorado un poco, aunque todavía me cuesta hablarlo en condiciones, y el problema es que al final acabas volviendo al inglés para todo. En el trabajo utilizamos el inglés. De hecho, gran parte de mis colegas no hablan francés, o al menos no con la suficiente soltura como para poder usarlo como idioma de trabajo. Debido a la fuerte influencia québécois, hay muchas oportunidades para aprender francés, aparte de la obvia ventaja de poder utilizarlo en la calle. Adquirir un nivel de francés decente es uno de mis objetivos. También está el bonus que presenta la gran diversidad cultural de Montreal. Por ejemplo, yo nunca he hablado italiano, pero muchas veces lo acabo haciendo con mis amigos simplemente de escucharlos hablar.
-¿Cuál es tu lugar de residencia?
-Actualmente vivo en Montreal, provincia de Quebec en Canadá. Es un lugar muy pintoresco. Montreal es algo curioso, es la ciudad más grande e importante de la provincia -aunque no su capital, cosa que aquí pasa mucho-. Y, sin embargo, no da la sensación de vivir en una gran ciudad como Toronto o Nueva York. La ciudad está construida alrededor de una montaña, Mt. Royal, que le da nombre, con lo cual hay mucho desnivel. Pero lo que más llama la atención es que uno puede ir al monte, que a efectos prácticos es el centro de la ciudad, y sentir que está en mitad del campo. Yo tuve una sensación similar en un viaje a Londres, cuando pisé Hyde Park, que te da cierta sensación de aislamiento, pero aquí en Montreal es mucho más intenso. La ciudad está llena de parques. Por lo general, es muy verde en verano y absolutamente blanca en invierno.
La gente me pregunta mucho por el invierno canadiense, pero siempre se sorprenden mucho cuando les hablo del verano, y creo que nunca llegan a creerme del todo. El verano en Montreal es tan caluroso como frío es el invierno, hace muchísimo calor y hay mucha humedad; esto se debe a que la ciudad es en realidad una enorme isla fluvial. El invierno es frío, muy muy frío. Y muchas veces es incómodo. Cuando llega la nieve a Montreal, viene para quedarse; las aceras se hielan (yo ya he probado todas las formas posibles de resbalarse en la calle), los árboles pierden las hojas, el viento no es que haga las cosas más agradables precisamente, y lo peor de todo, empieza a anochecer a las cuatro de la tarde, hay muchísimas horas de oscuridad. Pero la ciudad está preparada para el invierno, los edificios retienen el calor y gran parte de la zona del centro está comunicada por una red de calles cubiertas que llaman la ‘ciudad subterránea’ (lo cual a efectos prácticos no es sino un enorme centro comercial subterráneo).
Además no todo es frío, viento y oscuridad, los habitantes de Montreal son en gran proporción estudiantes universitarios extranjeros. Montreal tiene varias universidades y recibe estudiantes de todo el mundo, la inmensa mayoría, gente joven que no va a permitir que un par de copos de nieve les impida divertirse. Aquí siempre hay algo que hacer, y el invierno trae consigo muchas cosas interesantes y divertidas: el patinaje sobre hielo, los deportes de invierno, el chocolate caliente y un buen puñado de eventos, entre ellos el ‘Igloo Fest’, un festival de música nocturno al aire libre; Sí, hace un frío horroroso, pero únicamente lo notas cuando llegas y cuando te vas. Aunque para ser justos, la época de los festivales en Montreal es el verano. Prácticamente todos los fines de semana del verano hay algo en alguna parte de la ciudad. Quizás los más notorios sean el célebre ‘Festival Internacional de Jazz de Montreal’, el mayor evento de jazz del mundo, que trae muchísimos conciertos a la ciudad, y el ‘Gran Premio de Formula 1 de Montreal’; durante los cuales se cortan las calles del centro de la ciudad para la organización de eventos. Aquí la gente siempre tiene algo que hacer. En cuanto a la cultura, la verdad es que en esta ciudad en concreto estamos un poco inmersos en una mezcla cultural bastante colorida. Como decía antes, aquí hay gente de todas partes del mundo, de hecho, resulta más fácil conocer gente del extranjero que canadienses en Montreal.
La mayor parte de mis amigos aquí son españoles, italianos, iraníes, chinos…, pero canadienses, muy pocos. En el resto de la provincia es diferente. Quebec es el único lugar de Norteamérica donde el inglés no es el idioma dominante, aquí se habla francés; bueno, québécois, porque lo que hablan aquí sólo es francés porque lo dicen ellos. En Quebec son muy orgullosos con el idioma, y gran parte de la población es independentista. Es curioso que cada vez que conozco a un quebeco lo primero que preguntan cuando se enteran que eres español es si piensas que Cataluña se independizará de España. Lo segundo por lo que preguntan es por el futbol. En Montreal, generalmente, todo el mundo habla inglés o al menos se defiende lo suficientemente bien; En cuanto te alejas de la ciudad, la cosa cambia. Puedes encontrarte mucha gente que no sólo no hablará inglés contigo por elección, sino que se lo tomará como un insulto. No es que sea lo normal ni mucho menos, pero pasa. En muchos casos hay leyes estrictas con respecto al francés; muchas empresas tienen la obligación de tener un nombre en francés, y en muchas instituciones públicas los trabajadores están obligados a hablar en francés, incluso si conocen el inglés y se dirigen a personas que no conocen el francés. También es común en la provincia que la gente simplemente no hable inglés porque no sabe hablar el idioma, y eso en mi opinión es un desperdicio. Al margen del orgullo del pueblo de Quebec y sus costumbres, aprender inglés es simplemente práctico, y teniendo en cuenta que la provincia está rodeada de tierras anglófonas, yo diría que es necesario. Aquí tienen una oportunidad única de ser bilingües, y no la aprovechan como deberían.
-¿Cómo es vivir en Montreal?
-La ciudad tiene sus ritmos. La gente empieza la jornada desde muy temprano, sobre todo en invierno, para maximizar el número de horas de luz, y terminan el día a media tarde. Pero el ritmo no baja porque sea invierno, la gente sigue trabajando y sigue saliendo a la calle y haciendo su vida, porque la ciudad les ofrece mil y una posibilidades de hacerlo.
-¿Dónde vives?
-Vivo en un apartamento cerca del centro, en un área comúnmente conocida como “McGuill ghetto”, que corresponde a toda la zona que rodea el campus de la universidad de McGuill (considerada como una de las 15 mejores universidades del mundo); y casi en frente de “Place des Arts”, el lugar donde se organiza gran parte de los eventos de la ciudad (incluyendo el festival de jazz). Esta zona está lo bastante cerca del centro como para tener todo a un paseo de 10 minutos y lo bastante resguardada como para poder dormir o estudiar sin que el ruido moleste. La verdad es que en este aspecto no puedo quejarme.
-Y sus habitantes, ¿cómo son?
-Los habitantes de Montreal son, por norma general, gente estupenda. Lo más valioso experiencia a nivel personal es, sin duda, lo mucho que se te abre la mente al vivir en un lugar tan cosmopolita como esta ciudad. Aquí hay una mezcla de culturas muy variada y, sin embargo, la gente convive sin ningún problema y siempre te hacen un hueco. En mi opinión, como la gran mayoría venimos de fuera, estamos en situaciones similares; hay mucho ambiente de apoyo mutuo y en seguida se hacen amigos. El choque cultural puede ser grande, pero la gente se respeta y aprende de cómo piensan y hacen las cosas los demás. En ese sentido, es una ciudad muy interesante. Lo mismo un día estás celebrando el año nuevo chino, al día siguiente es una fiesta tradicional árabe o estás bailando sevillanas en casa de unos italianos.
-¿Cuál es la imagen que tienen de España?
-Futbol, flamenco y ¿qué va a pasar con Cataluña? Es una descripción bastante completa de su imagen de España. Bueno, eso de los que no han ido a visitarla. Los que sí han pisado España, por norma general, lo primero que recuerdan es el buen clima que tenemos -sobre todo si han estado en Andalucía- y la buena gastronomía. Esos son los mejores. Todavía no he encontrado a ninguno que no le guste el jamón.
-¿Cuál es tu balance de la experiencia?
-Para responder de forma constructiva a esta pregunta voy a intentar recopilar el beneficio que estoy sacando de la experiencia, y eso implica pasar por alto el echar de menos a la familia, los amigos y tu país (cosa que, evidentemente, ocurre). En lo que toca a lo laboral, la experiencia es sin duda positiva. El trabajo que hago en este grupo de investigación no sólo me ha dado acceso a medios a los que de haberme quedado en España jamás habría podido acceder, también me ha puesto en contacto con personas de todo el mundo que trabajan desarrollando conocimiento en temas cercanos a mis líneas de investigación. Y esto es fundamental para el futuro de cualquier científico, sea cual sea (continuar en el mundo académico o el mundo empresarial). El contar con financiación para proyectos te da una tranquilidad que en España no tendría. Además te permite viajar a conferencias internacionales, donde no solamente conoces otros lugares, también conectas con otras personas, y esto significa, de nuevo, más contactos. El aspecto personal de la experiencia también pienso que ha sido muy fructífero para mí. Mi estancia en Montreal ha sido la primera vez en la que me he visto “solo en el mundo”, la primera vez que verdaderamente me he tenido que valer por mí mismo. Esto al principio asusta un poco, pero hay que tomárselo como una especie de “bautismo de fuego”, si eres capaz de apañártelas solo un par de semanas en seguida te vuelves muy independiente.
-¿Qué estás haciendo en estos momentos?
-Soy estudiante de doctorado en el Institut National de la Recherche Scientifique – Énergie, Matériaux et Télécommunications. Me encuentro más o menos a mitad de mi programa de estudios. Me dedico a la investigación en el campo de la óptica (la rama de la física que estudia los fenómenos relacionados con la luz y sus propiedades) y la fotónica (la rama de la técnica que se encarga de las aplicaciones de los fenómenos ópticos). La mayor parte de mis líneas de investigación están dedicadas al estudio de un fenómeno físico denominado efecto Talbot o “Self-Imaging”, que presenta unas propiedades físicas y matemáticas muy interesantes.
-¿Te has marcado algún nuevo reto?
-El objetivo desde el principio siempre fue terminar el doctorado y ya de paso hacerlo lo mejor posible, aprender todo lo que se pueda y publicar todo lo que se pueda. Algo que me gustaría llevarme de aquí es un buen nivel de francés, ya que tengo la ocasión de practicarlo.
-¿Qué piensa tu familia de tu aventura?
-Irse tan lejos de casa nunca es sencillo. Mi familia me echa de menos y, probablemente, de haber tenido una mejor opción más cerca de casa, la hubiera tomado. En cualquier caso, pasado un tiempo te vas acostumbrando y la situación se normaliza un poco. Yo pienso que mi familia está de acuerdo en que no tomé una mala decisión al irme fuera de España.
-¿Y tus amigos?
-La mayoría me apoyó en la decisión de marcharme y prácticamente todos ellos coincidieron conmigo en que estaba haciendo lo mejor para mi futuro profesional. Muchos de ellos también se han visto en la situación de tener que irse fuera del país por motivos laborales.
-¿Cuáles son tus planes futuros?
-Esta pregunta es difícil. En un mundo ideal, a mí me gustaría continuar investigando, aunque también es más que probable que termine buscando trabajo en el sector empresarial. El problema no sólo está en que el mundo no es ideal, el mundo de la investigación en sí está lejos de ser un mundo ideal. La vida del investigador científico es una moneda con dos caras. Por un lado, si te gusta lo que haces (y si te dedicas a esto es únicamente porque te gusta), la investigación es un trabajo muy interesante. Te permite (y de hecho te obliga a) desarrollar tu creatividad muchísimo y te plantea retos a diario. En última instancia estás generando conocimiento, estás contándole al mundo algo que hasta ahora nadie más conocía, y en el proceso encuentras sorpresas que pueden llegar a ser verdaderamente fascinantes. El lado malo es el mundo académico. Es un mundo hostil, en el que muchos de sus habitantes no dudarían en darte la puñalada trapera proverbial si con ello consiguen algo de reconocimiento en la comunidad científica. Además, uno no se hace rico investigando. Es un trabajo bastante ingrato en ese sentido, porque trabajas para ti, no tienes horario, porque todo el trabajo extra que hagas es bueno (y muchas veces necesario) para ti y no para un tercero, como es el caso de trabajar para una empresa. Yo tengo la suerte de tener un buen sueldo para ser estudiante, pero está lejos del tipo de sueldo que requiere, digamos, una típica familia de clase media acomodada. Es también una profesión muy inestable e incierta. Es difícil saber dónde va a terminar uno trabajando. Mi mejor baza, tal como yo lo veo, es hacer todos los contactos que pueda, y así el día de mañana tener abiertas todas las puertas posibles para acomodar mi situación en el futuro, sea la que sea.
-Por el momento, no vas a volver a España…
-Si la pregunta es si pienso volver definitivamente, aún me queda algún tiempo en Montreal, pero sí que me gustaría volver para vivir allí, si no en Huelva, al menos en España. Por desgracia la situación a día de hoy sigue sin ser especialmente favorable. Yo espero que con el tiempo mejore y al final pueda volver. En cuanto a visitas se refiere, cada seis meses aproximadamente vuelvo a España durante un par de semanas.
-¿Qué es lo que más echas de menos de Huelva?
-Esa es fácil: el clima y la gastronomía. También la familia y los amigos, pero eso es aparte, también los echaría de menos si viviera en un país con mejor clima y mejor comida que España (no sé si eso existe, pero bueno, es un experimento teórico). El clima de Montreal es muy extremo: mucho calor húmedo en verano y mucho frío también húmedo en invierno. La primavera y el otoño no se estilan en Canadá. En su lugar hay de tres a cuatro semanas en las que la temperatura oscila salvajemente; yo he ido a trabajar en camiseta por la mañana y he vuelto a casa a medio día lloviendo a cántaros y con temperaturas cercanas a los cero grados. En cuanto a la comida…, en fin. Los canadienses creen que tienen gastronomía, pero están equivocados. En su lugar tienen arces, muchas hectáreas repletas de arces, así que en consecuencia tienen mucho, mucho sirope de arce. Les encanta, se lo ponen a todo lo que se les ocurre. Tienen eso y un plato típico: la “poutine”, que consiste en patatas fritas con queso y salsa gravy (¡que es británica!), y ya está, se acabó el recetario canadiense. Está muy bien para el frío y todo lo que tú quieras, pero a mí, para eso, dame una tortilla de patatas. El concepto de “restaurante típico canadiense” no existe. Eso no significa que no tengan buenos productos (que por supuesto tampoco están al nivel de los productos mediterráneos); la carne por ejemplo, no es mala por lo general, el pescado también suele ser bueno. Lo que les falla es la técnica.
-¿Recomiendas a la gente que viva un tiempo fuera de España?
-Puede que no todo el mundo saque el mismo beneficio de una experiencia como esta. A mí, desde luego, me ha beneficiado ampliamente. Si eres una persona inquieta, por supuesto que lo recomiendo. Este tipo de experiencia te hace ver las cosas desde una perspectiva más amplia, y sobre todo te hace ver a la gente desde una perspectiva más amplia. Aprendes que hay muchas formas de pensar y de interpretar las cosas, y te ayuda a ponerte en la piel de otra persona en situaciones en las que lo que es “normal” cambia según el punto de vista. También te hace más tolerante. Y si además aprendes idiomas, eso que te llevas, por no hablar de la gran cantidad de gente que se conoce y de amistades que se forman. En concreto, Montreal (y aquí también hablo desde lo que yo conozco, quizás otro tipo de ciudad conlleve otro tipo de experiencia), me parece un destino estupendo para vivir fuera de España durante un tiempo. No es un lugar donde me gustaría vivir el resto de mis días, pero sin duda es un buen destino para este tipo de estancias.
-Para terminar: un mensaje a los onubenses.
-Vivís en uno de los mejores lugares del mundo (no sólo Huelva, en general toda Andalucía y España). Tenéis motivos de estar agradecidos por ello. Irme a vivir lejos me ha ayudado a darme cuenta de esto. Entre otras cosas, es por esta razón por la que os animo a que, si podéis, salgáis de esa zona de confort durante un pequeño período de tiempo, conozcáis de primera mano lo que hay fuera de ella, y regreséis más sabios. Sobre todo para la gente joven. Creo que es una experiencia muy enriquecedora.