José Luis Rua. Ayamonte recuerda estos días el aniversario de la muerte del pintor ayamontino Antonio Gómez Feu, un artista sordo-mudo que cautivó a todos por su especial sensibilidad y su manera tan especial de plasmar en el lienzo con la idéntica soltura, un paisaje, un interior o un retrato. Si hubiera que decir algo de él, seguramente podríamos escucharlo de labios de alguien, o de muchos, quizás de todos aquellos que tuvieron la oportunidad de vivir en su época, de visitar sus exposiciones, de comunicarse con él -dado que era un gran conversador a pesar de ser sordomudo-, de sorprenderse de sus inquietudes literarias, de su enorme sensibilidad, de su afán viajero, de su humanidad y de su sencillez, de ser especialmente amigo de sus amigos.
Hoy, pasados algunos años de su ausencia, siento su amistad como si terminara de despedirlo en cualquier calle o plaza de nuestro Ayamonte, con el recuerdo vivo de una conversación recién finalizada y que sabía a sabiduría y experiencia. Y si tuviera que definir el concepto más amplio de su estilo podrían hacerlo a través de sus fantásticas acuarelas (de la escuela de Segrelles) opuestas a los ligeros retratos, a la rica composición de los bodegones, al arabesco detalle de los interiores de iglesia ( de la escuela sevillana), a las apretadas perspectivas del paisaje, a la fiel reproducción de lo filatélico…Y esa amplia diversidad que tan magistralmente manejaba, se debió únicamente al dominio de la técnica en sus más diversas acepciones.
Hablaríamos de su paso por Valencia en la época de estudiante; de Sevilla, esa etapa de madurez y asomo a las galerías; y de cuando en 1952 se instala en Barcelona, donde desarrollara su trayectoria pictórica hasta que en el verano del 1983 recala en Ayamonte hasta los últimos días de su vida. Una vida que transcurre entre el silencio de sus labios y en las mejores conversaciones de sus lienzos.
Su título de profesor obtenido en la Escuela de Bellas Artes San Fernando de Madrid, era su tarjeta de presentación, mientras que las mejores críticas especializadas fueron su tarjeta de visita. Alejado de los círculos y los grupos, fue un luchador independiente, honesto, creativo, capaz de lucirse con el óleo, la acuarela o el lápiz, y seguro de lograr el mejor trabajo en el retrato (inmortalizó a grandes personalidades de la vida militar, social y cultural del momento, destacando el acuarelista Segrelles, militares de la época o su último retrato al pintor ayamontino D´Esury); la imaginería ilustrativa (Becquer y sus leyendas, Bethoven y su Marcha Heroica, Camoes y Las Luisiadas, El Quijote o las estampas filatélicas); en los interiores de templos (Los Jerónimos de Lisboa, el Claustro de la Rábida, Las Angustias o San Antonio de Ayamonte); las naturalezas muertas llenas de vida; los paisajes urbanos de la Barcelona antigua o la belleza del Alcázar de Sevilla o la Casa de Pilatos.
Y en sus ojos las lágrimas de agradecimiento a su ciudad, que supo homenajearlo cuando aún podía dar las gracias. Un homenaje sencillo en el patio del ayuntamiento en la tarde noche del 22 de agosto de 1980. Ochenta obras en una exposición antológica en la sala capitular. Rotulación de una calle con su nombre. Cena de honor en la caseta municipal y un alcalde que supo estar a la altura de las circunstancias, el siempre recordado Juan Antonio González. Y muchas cosas que se podrían decir de este insigne pintor ayamontino, de esta gran persona y de este buen amigo, que vivió en Barcelona parte de su existencia, pero que siempre llevó a Ayamonte con él y lo dejó presente en cada una de sus obras.
Hoy solo es cuestión de recordarle, posiblemente, como uno de los mejores pintores que engendró Ayamonte.
Desde esta ciudad que es más bella porque fue tuya, un abrazo.