Miguel Mojarro.
Ocio. Del latín «otium», inacción, reposo.
Pero en su nueva vida en nuestro español actual, el significado ha asumido matices que lo enriquecen y convierten en útil y usual. La Real Academia de la Lengua dice lo siguiente:
- Cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad.
- Tiempo libre de una persona.
- Diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque éstas se toman regularmente por descanso de otras tareas.
En esto estamos. Desde el inicio, el ocio es la gran vocación humana. La marca genética del Paraíso. Desde el rigor del concepto, nuestro análisis aborda en clave sociológica la presencia del ocio en la vida casinera, como protagonista indiscutible de los salones, el tapete verde, el aroma del anís y el chasquido erótico de las bolas de marfil. Bueno, antes eran de marfil.
Los tiempos:
Tengamos en cuenta que la Historia nos ha dejado muy diferentes formas de organizar el ocio. Así, épocas clásicas vieron cómo las distintas clases sociales poseían diferentes espacios para el ocio, alguna de ellas ni siquiera tenían derecho a ello. En la edad media los días festivos, definidos por la Iglesia europea, eran un tercio del año. En esa época, la Iglesia determinaba las fiestas y el sol las horas de trabajo. Pero, una vez superado el «Antiguo Régimen», el siglo XIX nos trajo una organización social que permitía que el ocio pudiera ser adquirido por todos (Por unos más que por otros). El ocio ha pasado de ser un privilegio variado a ser un bien social, aunque no bien distribuido.
Las tres patas del equilibrio:
Como todos los equilibrios, el del ocio necesita tres patas para ser estable. Eso dirían los físicos y nunca mejor apuesta por la serena presencia del ocio en los casinos. Tiene otros apoyos el ocio, pero son tres los principales por su potencia, protagonismo y atractivo:
- Relaciones.
- Juego.
- Espacio propio.
Tres patas, tres sustentos a su actividad, tres poderes que hacen de los casinos lugares con equilibrio social y atractivo propio. Equilibrio es la clave. Equilibrio en el asueto compartido por un grupo social fundamentalmente heterogéneo, sin dependencias institucionales y coherente con la estructura humana de la localidad.
Las relaciones:
Pero quedémonos en «la pata» que toca hoy: Las relaciones. En forma de diálogo con el amigo, participando en tertulias de varios, de mero «escuchador» de otras opiniones no pedidas o en la forma más plena de la comunicación social: Observando el entorno, mirando lo que sucede, de espectador de la vida que nos rodea. Porque ésta es la forma más completa de la comunicación, donde ojos, oídos y vista (Los tres grandes de los sentidos), reciben y procesan los ricos comunicados que nos regala el entorno.
Y las tertulias como principales del lugar. Para compartir el ocio, sin fines comerciales ni profesionales. Los fines comerciales existían en los inicios de los casinos, para transacciones y acuerdos entre propietarios. Los fines profesionales o temas compartidos, son propios de entidades con un criterio selectivo de los asociados: Peñas, asociaciones corporativas, …
Las tertulias se desarrollan como parte del ocio en todos los tiempos. Las tertulias son un hecho casinero, aglutinante y clasificador. Aglutinante, en tanto que reúne a los que comparten el placer de la charla con los afines. Clasificador, porque diferencia grupos con intereses diferentes en temas u opiniones.
Lo colectivo:
El hombre es un ser eminentemente social, porque desde el Paraíso ha percibido los beneficios de lo colectivo, por razones de economía, por la seguridad que aporta la compañía y porque necesita satisfacer su vanidad y eso solamente se logra cuando tenemos semejantes alrededor. En grupos reducidos, como la familia o el vecindario, mediante agrupaciones medias, como las tribus, los poblados o las ciudades o en macroestructuras como las naciones.
Lo colectivo es más seguro, más eficaz y más barato que lo individual. Puede parecer un axioma desde una perspectiva social, pero va más allá de eso: Es una reflexión economicista, que al fin y al cabo es quien regula los hábitos humanos.
Uno de los factores que condicionan y favorecen la vida compartida, tal vez el más importante, es la condición humana y su «querencia» hacia la comunicación y a compartir sensaciones. Las actuaciones del hombre (Me refiero a las que no tienen un fin laboral) existen, en gran medida, porque otros están presentes. Por eso los cantantes cantan, los aburridos buscan contertulios y los eremitas dejaron las cuevas del aislamiento místico para fundar los monasterios.
Lugares para las relaciones colectivas:
Esta forma social de la condición humana, hace que en la Plaza de San Pedro de Carmona, en la calle Larios de Málaga, en «el paseo» de Higueras de la Sierra, en las plazuelas de la antigua Roma o en el mentidero de San Francisco en el Madrid del XVII, en estos lugares y en otros existentes en todas las localidades del mundo, los hombres han buscado el pretexto de la coincidencia en un lugar, para establecer contacto directo.
Mentideros, el espacio natural y exterior que las urbes de todos los tiempos aportaron para el pecado más común y menos perseguido: Las relaciones sociales como fuente de información, de lucimiento y de comunicación. Nuestro Sigo de Oro es el mejor ejemplo, favorecido por este clima mediterráneo que lo posibilita. Lugares de encuentro, para conversar, para encontrarse, para que la gente pasee y en los que se ve a la gente. Que de eso se trata.
Y las tabernas, lugares eternos de encuentros por excelencia. Las tabernas, ese anticipo que la Historia puso al servicio de la inspiración de quienes inventaron los casinos. Las tabernas, los precasinos durante siglos.
En toda la existencia humana ha habido lugares semejantes a «los paseos», los mentideros y las plazuelas, que han posibilitado esta conexión social del grupo. Pero es en el siglo XIX y comienzos de XX cuando se desarrollan los casinos, lugares en los que las relaciones sociales son uno de los tres apoyos en los que se sostienen estas entidades. Relaciones que van a marcar de manera contundente las características de las sociedades casineras.
Hasta entonces, «mentideros» y lugres públicos, «casas de conversación» (Habituales en otros tiempos), las termas romanas y las tabernas inglesas, barbacanas y bulevares, salones en los palacios y ventas de Andalucía, ateneos y sociedades culturales (Amigos del País, … ), eran lugares que posibilitaban las relaciones sociales no laborales.
Casinos:
Pero con la llegada de los tiempos modernos (Con ese magnífico siglo XIX) y sus recursos, surgen los casinos, en los que los hombres vuelcan sus esperanzas de tener satisfechas sus tres aspiraciones para el ocio: Relaciones, juego y espacio propio.
En otros lugares se podrían encontrar alguna de estas tres satisfacciones, pero no juntas. Al menos de forma legal, bien vistas socialmente o económicamente asequibles.
En ninguno de estos lugares se dan dos circunstancias: Discreción y libertad. La discreción que posibilita la casa propia y la libertad que permite estar a cubierto de quienes no están dentro.
Sólo en los casinos las relaciones se producen en un ambiente heterogéneo, donde los asistentes son ideológicamente y confesionalmente diferentes y variados.
El ocio encuentra en los casinos el ámbito adecuado para el primero de sus tres componentes: La relación social.
Hablar, escuchar y mirar. Y el más importante aspecto de las relaciones: Estar.
2 comentarios en «Ocio y Casinos (I). Las relaciones»
Que acertado ha estado de nuevo D. Miguel en su exposición sobre lo que debe ser la relación social: Hablar, escuchar y mirar. Y el más importante aspecto de las relaciones, estar.
Y así ha debido ser durante tiempo, hasta que entramos en la época de la comunicación a distancia, en la que la televisión, los teléfonos y el Smartphone nos han sumido en una vorágine individualista que ya quisieran haber tenido para sí los anacoretas y ermitaños Antonio Abad, San Onofre o Pacomio, del siglo I d.C.,
Los jóvenes y no tan jóvenes saben lo que es el aislamiento individual para entrar en su especial relación social a través de las ondas hertzianas, aunque estén a dos metros de distancia de su interlocutor. Es evidente que a estas generaciones no podremos hablarlas de casinos, sino de redes sociales a través de las cuales podrán establecer sus propios cauces de relación, semejantes a “los paseos”, los mentideros y las plazuelas, que han posibilitado esta conexión social del grupo en el pasado, como bien nos ha descrito D. Miguel. Cosas de los nuevos tiempos a los que deberemos adaptarnos inevitablemente.
Fíjense si Don Benito de la Morena es profundo en sus apreciaciones, que ha mencionado dos de los temas que proximamente tocaremos en esta sección de HBN. Eso significa que cuando lee algo de otros, se implica en la idea, se sube al carro de la reflexión propuesta y su inteligencia lo lleva por el camino lógico del futuro innmediato.
Ya quisiéramos tener muchos lectores con esta capacidad de compartir caminos. Pero, como decimos siempre, todo se andará.
El mundo eremita de los místicos que menciona, pronto verá la luz aquí en un trabajo breve sobre la relación entre el medioevo y los casinos. Pero en su momento …
Que razón lleva D. Benito en lo que dice sobre los nuevos tiempos de las relaciones …¡Pero cabe la posibilidad de que, esa «ley del péndulo» sociológica, aunque aparentemente física, nos lleve de nuevo a momentos del placer de unas relaciones «peripatéticas», aquellas de los paseos, los mentideros y las plazuelas.
Nuestro agradecimiento a D. Benito por sus aportaciones y por su fidelidad a los valores.
Creo que le gustará la trilogía completa que sobre el ocio tenemos prevista para las siguientes semanas.
Y lo que, algo después, saldrá relacionando dos mundos tan distantes en el tiempo como el medioevo y los casinos. Parece mentira …