Moscas, moscas, moscas…

Juan Carlos Jara. 2014, el año de las moscas. O casi. Desde comienzos de septiembre tenemos moscas por todas partes. Moscas molestosas y pegajosas, de las que te ponen nervioso y te acompañan, de las que siempre te encuentran aunque no digas adónde vas. Moscas en la casa, aunque tengas mosquiteras; moscas en el restaurante, aunque sea de postín; moscas sobre el pan, aunque lo tapes con la servilleta; moscas en el parque infantil, justo sobre el columpio que eligió mi hija; moscas, moscas, moscas…

Septiembre y octubre, y quizás noviembre –ya me echo a temblar-, nos han traído más moscas que nunca. No importa tu higiene ni que elijas un lugar bien aseado, que reserves en el mejor de los hoteles o que pagues cien euros por una cena de campanillas. Las moscas, a las que no invitaste, también van. Y así, tenemos momentos sublimes pero llenos de moscas, para quitarle el encanto y romper los nervios de cualquiera cuando lo único que te apetece es disfrutar.

No sé si existe alguna asociación en defensa de las moscas ni si habrá quien por esto recoja firmas en mi contra a través de ‘Change.org’. Sí, lo reconozco: odio a las moscas. Destrozan los mejores momentos de ese ‘veranillo del membrillo’ que tanto me gusta y que, si las moscas lo permiten, tanto me conforta. Moscas sí, pero lejos de mí. No quiero moscas. Que se las lleven. Que les regalen un viaje del Imserso o les organicen una fiesta privada en la que sean felices. Dicen en Wikipedia que las moscas han seguido al hombre desde la prehistoria. ¿Y hasta cuándo? A mí continúan siguiéndome y, por ahora, aún no les he dado esquinazo. Moscas, moscas, moscas…


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