(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
En El Repilado hay una calle ancha, sólo una, que sirve de límite entre las casas y los árboles, entre lo blanco y lo verde. En esa calle se «pone» la feria, las atracciones y los puestos de cosas de comer. Y la música de «tachín tachín», que siempre ha sido la mejor atracción para las noches del Sur.
Con ese entorno uno va a las fiestas de El Repilado a enamorarse de lo que sea. Pero ya sabe uno cómo es la atracción con la que va a enfrentarse: Luces de colores en la noche sureña, calor de música de siempre para bailar con quien se deje, tapas bajo la lona de un techo efímero y encuentros con los amigos de hace años.
Marcelo, embaucado por el ambiente, ni se percata de que me ha dejado atrás y se deja ver por un grupo de amigos, que parecen sorprenderse y alegrarse por su presencia. Casi siento un poco de envidia por cómo lo reciben y lo acaparan. Yo, al margen, mirando desde fuera del recinto los acontecimientos. Pero hay que echarle paciencia y esperar a que me llegue el turno.
Me dedico a observar a la gente y el brillo de los ojos de los que están vestidos de domingo y las que lucen sus encantos, nunca sé si ante los hombres o para las mujeres. Pero ahí están, los unos y las otras, como relleno principal de la fiesta, aprovechando el colorido de las luces para emborracharse de entusiasmo.
Así conocí El Repilado. Así lo encontré la primera vez que caminé por esa calle, ancha y abierta al bosque. Calle que se engalana en las fiestas para la fiesta y que se viste de belleza cuando no hay fiesta.
Por eso El Repilado va siempre unido a este recuerdo, mitad luz y mitad sosiego, según se recuerde la noche o la tarde. Luz de vida por la noche, de vida social y de gente feliz. Sosiego de vida (Otra vida) por la tarde, cuando el verde de sus vecinas laderas se une al silencio de una terraza en la que uno se sienta para hablar con quien quiera hablar con uno.
Aquí, en esta terraza abierta al bosque, puede uno estar horas sólo o acompañado. Sólo, gozando de ese regusto sabroso que solamente se puede encontrar en la Sierra de Huelva, cuando aparece el asueto. A su hora. Acompañado, si uno encuentra amigos que quieran serlo de uno. Y no es difícil, porque siempre hay alguien dispuesto a charlar o a jugar, en esta atalaya serrana que es la terraza del Casino.
Precioso lugar, que es oferta al ocio mejor dotado. Aquí he pasado horas de estar con el placer elegido del silencio, del sosiego y del color de enfrente. Y, de vez en cuando, un tren que saluda, como queriendo rememorar tiempos en los que su paso era frecuente y la estación lugar de salida hacia la Extremadura o hacia el mar.
Ahora la estación es más bien lugar de encuentro, porque en su terraza, vecina y amiga de la del Casino, se disfruta de esa segunda estación, de un café previo a la manguara de enfrente. Porque en el Casino, la manguara es cosa seria para acompañar la partida en la «salita oculta» o en la terraza en el atardecer del verano.
Uno quiere ser repilense cuando pasea por esta calle abierta, una vez terminada la fiesta, cuando luce la intimidad de lo diario. Y en esos pensamientos estoy, cuando Marcelo se acerca acompañado de tres amigos, para hacerme partícipe de sus recuerdos compartidos y de una pugna de anécdotas para presumir.
Y aparecen Gálvez, el campeón de billar, Machín, el campeón del bolero, Valderrama, el campeón de la copla, … y orquestas varias que llenaban de sonidos las tardes y las noches de los bailes en el Casino.
Y el cine, con su proyector de 35 milímetros y su ruidito de fondo, cuando Marcelo y sus amigos (Según cuentan) se sentaban a ver la película qua tocara ese sábado, con las pipas y el cigarro, que por entonces ambas cosas eran habituales en los actos del asueto. Hablen con algún socio de este Casino y pídanle que les enseñe ese magnífico proyector, que asombra por su conservación y entusiasma por lo que tiene de reliquia.
Marcelo me empuja del brazo y nos adentramos en el Casino, para recordar el magnífico salón siempre listo para recibirnos con el atractivo que lo caracteriza. Allí continuamos las evocaciones y retos a la memoria, que no es mal sitio un casino para darle permiso a la tal memoria y que presuma de placeres pasados.
Por cierto, nunca un lugar dio cobijo a la narrativa personal, como los sillones de un casino, fuera o dentro, con el amigo o con los rivales, que para eso están.
Dentro, uno de los salones más hermosos, invitando a la tertulia o a la prensa del día, pero con una sugerente invitación a llegar hasta el fondo, donde unas cortinas, propias de un camarín, sirven de incitación a ver qué hay detrás. Como las puertas cerradas de Ernst Lubitsch, en esas películas que vimos en el salón de arriba de este Casino, allá por los años cincuenta.
Marcelo, intuyendo mis pensamientos, me reta al tiempo con la mirada y una pregunta malintencionada:
– ¿A que no te atreves? Ya no es como antes, pero puedo ganarte.
Y se dirige al fondo del salón, abre las cortinas y enciende las luces de ese espacio maravilloso que es la salita de billar de El Repilado. Nunca una mesa de billar estuvo en lugar más coqueto y acogedor que ésta. Centrada en su espacio, adornada con espejos que multiplican su belleza, aislada del salón pero vigilándolo y con pantallas propias de este juego.
Me parece increíble que el billar deje huella tan permanente en el ánimo de los que fuimos adictos. Marcelo y yo conocimos el afecto mutuo a través de una mesa de billar y los años que han pasado parecen desaparecer cuando agarramos los tacos y nos regodeamos con el untar socarrón de la tiza. Mientras los amigos de Marcelo se sientan a compartir el placer, desde ese papel tan importante de «mirones» que el billar convierte en protagonistas. No hay partida de billar que se precie, sin la presencia de «mirones», que es como cariñosamente se les denomina en el argot casinero.
En El Repilado el billar adquiere categoría de privilegio, por el espacio en el que se juega, por la mesa admirable y por esa luz íntima que sale de sus lámparas. Y por los espejos que multiplican el espacio para hacer inolvidable una partida aquí. Por eso no importa que Marcelo me gane, porque lo importante es jugar aquí con él. Y salir al mostrador del coqueto bar, con sus carteles de siempre, para tomar una manguara que paga el perdedor, claro.
Marcelo es aquel que me enseñó a jugar al billar cuando yo era socio recién llegado a la vida casinera y él ya dominaba al personal en el tapete verde.
Con él aprendí a disfrutar de mis carambolas como logro y de las suyas como espectador asombrado. A Marcelo le debo la capacidad de un placer único y propio de los mejores casinos: El chasquido erótico de las bolas al chocar, en ese logro geométrico de las carambolas.
Y el que quiera comprobarlo, que se vaya al Casino de El Repilado, busque rival, tomen un café motivador, luego se adentren en el camarín del billar y cierren la puerta de las sensaciones externas. Dejen solamente abiertas las ventanas del placer de la competición y que al final pague la manguara el que pierda.
Y miren bien las escaleras de subida a la terraza de este Casino, porque siempre serán un atractivo para volver.
El Casino de El Repilado es una meta permanente para quien busque un lugar que seduzca. Y para caer en la tentación.
Equipo Azoteas
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4 comentarios en «El Repilado: Sociedad Club Serrano. Un sitio para volver»
Tengo una cuñada que es del Repìlado y si todos son como ella, debe ser un placer vivir allí. Es espontánea y sana, muy sana de pensamiento, quizás lo dé la tierra. Serrana la digo yo cuando la veo y me mira como diciendo, ¡que dice este!, soy normal, como todos.
Estuve en el Repilado hace años con ella y mi cuñado, y visitaron a una familia también muy sana que tenían cerdos y los criaban. Vivian de ello, como casi todos por allí, pues poco mas hay para elegir, pero buen trabajo, ¡vive Dios!, que no hay en la tierra alguien que no se alegre del buen hacer de esta gente, y ya, hasta los japoneses les veneran.
No visitamos el casino, ni siquiera me imaginaba que existía, pero ahora que pretendo jubilarme y darle al cuerpo el ocio que se merece, prometo ir por allí, aunque no tenga la compañía de Marcelo para echar esa partidita de billar, algo a lo que me aficionó mi padre y todavía recuerdo.
Gracias Miguel por presentarnos tan llanamente esa bonita aldea , ejemplo de la serranía onubense.
Mira tú … No sabía yo esa afición de Benito por el billar. todo se andará, querido amigo. Pero a este paso nos vamos a recorrer la provincia visitando amigos tuyos y familiares, que parece que los eliges inteligentes por eso de vivir en el paraiso.
Lo de El Repilado es una especie de capricho mio, como queda patente en el capítulo correspondiente del libro Casinos de Huelva. Es como ese bomboncito que se queda para el final, porque sí.
Pero hay algo en lo que no estamos de acuerdo: La jubilación no es fecha para ir a los casinos. Éstos no se crearon para esperar a jubilados, sino para que desde antes seamos «gozadores» de sus ofertas. Hazme caso, amigo Benito, tienes dos casinos cerca de donde duermes que pueden ser un placer añadido para tus ocios, que ya sé que los tienes bien satisfechos. La jubiación, para ir más veces al casino.
No predico dibujando en el aire propuestas vanas: Soy socio de varios casinos, más de los que debo, por lo que tengo autoridad moral para invitarte a dar el paso. Ser socio de un casino es tener un carnet de júbilo antes de la jubilación.
Y, como siempre, gracias por tu amable y valiosa aportación. Es un honor tener amigos así.
Me llena de orgullo ver como se escribe sobre mi pueblo .El Repilado,es verdad esa calle ancha que describe huelvanoticias,se convierte durantes las fiestas de San Juan bautista en un mundo colorido de ilusión y fantasia donde sus gentes sencillas y con buen corazon disfrutan de su unico sueño al año.
Y nuestro casino muy peculiar donde disfrutamos de ese sosiego y su terraza inolvidable para todos nosotros
Gracias Salvador. Espero poder estar en la terraza un día contigo y con mis amigos de allí, que son varios.
Aunque ya no podamos tomar una manguara servida por Bernabé, pero eso no quita para que charlemos de tu precioso Casino, al que voy siempre que paso por las cercanías.
Gracias y un abrazo.