Ramón Llanes. Alguien propuso algo interesante en una de las redes sociales de extensa divulgación. Gustó la propuesta, se trataba de dos cantes por fandangos tocados con cierto aire antiguo y letras alusivas a nosotros, a cosas de aquí y unas fotos de otro amigo enriqueciendo la obra. Compartí el vídeo y me atreví a distinguirlo con la idea de hacer a mis contactos partícipes del buen hallazgo. Enseguida comenzaron los “me gusta” y los comentarios sobre tan expresivo detalle que recogía, como ya indiqué, dos fandangos al estilo de Alosno perfectamente ejecutados y con un acompañamiento de guitarra de toque parado como he oído tantas veces a los buenos guitarristas del terruño.
Sobre mediodía observo un comentario de un amigo que por sabidas circunstancias de bienestar vive en Perú y refería su emoción al desayunarse a las siete de la mañana con tan bella melodía, apuntillando su orgullo de haber nacido en esta tierra. Pensé en él largo rato, casi aún lo tengo en la memoria, porque se desvive por todo lo que de sus raíces oiga o lea, porque a pesar de la enorme distancia se viene fijo una o dos veces al año para llenarse de los suyos. Pensé en él por estas razones y por sentirle amistad y admiración.
Ahora he vuelto a madurar sus emociones, sus vellos de punta y su orgullo y además de considerarle le traigo al papel por la cercanía que nos ha dado la curiosa tecnología. Pensar en el acortamiento de las distancias y en la espontaneidad de las transmisiones me produce un cierto encanto con sabor a agradecimiento. Mi amigo Juan escuchó los fandangos y se emocionó con ellos al mismo tiempo que yo le participaba el enlace; son los milagros que la ciencia nos trajo para sentirnos cada vez más cerca de quienes queremos, son los buenos resultados del desarrollo y la investigación. Mi aplauso.