Ramón Llanes. Vuelve a ser un recuerdo el tririntintrán de las elecciones, como lo fuera tantas veces desde que nos conocemos, y se nos ha vuelto a poner cara normal, aquella de la insatisfacción y el inconformismo, idéntica a la de siempre, sin atisbos evidentes de sorpresas agradables, sin suerte con el horizonte, sin fuerzas para la osadía y sin coincidencia con los versos que escriben los diestros de la fila; ellos y nosotros no rimamos, han inutilizado el alfabeto y las reglas, nos han discutido el papel y se han olvidado de las metáforas; así es imposible rimar, ni en consonante ni en asonante; ni en remedios ni en soluciones ni en proyectos, no rimamos.
Han escrito -dicen- muchos poemas, que no lo son, que son prosa barata escasa de contenido y torpe en formas, pero ni una de ellas ha puesto gracia o beneficio, han sido prosas de estupor. Ni siquiera un endecasílabo, un pan caliente, un beso; ni siquiera un acento de ritmo, una lágrima de felicidad o una mirada; el mundo de los diestros de la fila y el mundo nuestro -ellos desde su prominencia de insensibilidades y nosotros desde el socavón sin salida- hemos dejado de rimar en la armonía deseada y lógica, hasta ser líneas paralelas que nunca se encontrarán.
El escenario de la calle vive a una par de dolencias en la debilidad de quienes se van desnutriendo de cálculos y solo desde la imaginación consiguen amparar media vida que la otra desfila hacia el medrenazgo inventado por los primeros de la fila de los diestros. Es imposible aquí ser merecedor de derechos, acaso aspirar solo a la limosna envenenada o abrazo electoral en tiempo de discursos y baños de gloria, época de reproducción de vanalidades y soberbias y también de arrepentimientos, propicia para la generosidad de ellos mismos. Los “dioses” de la fila de los diestros no se mezclan con los de la otra fila, ni siquiera en la prosaica verdad de un verso.
No hemos sido conscientes de haber llegado hasta aquí en plenitud de facultades, algo nos han puesto en el agua.