Ramón Llanes. Otra vez nos han elegido para elegir. El sistema, encorsetado y mandón, sin modificar un ápice las formas, decide que es momento de quitar a unos para volverlos a poner dos días después en el mismo sitio avalados por algo que llaman voto y que se inventa para hacernos creer que así llegaremos a otro algo que llaman democracia. Nos informaron a través de panfletos que ocupaban asquerosamente las calles y la rutina consiguió esa repulsa de una inmensa mayoría que no fue tenida en cuenta; importaba su voto, su voto era la decisión primigenia del cambio del mundo; la abstención suponía regalar escaños al enemigo. Y así convencieron a la medio tribu tonta que había decidido olvidar lo absurdo de votar, que luego para los votantes serían las culpas de los desafueros, de las corrupciones y de los enjuagues; que los elegidos reirían a mesa y mantel de oro y se subirían a sus olimpos desde no se ve ni se oye ni se toca la cruda realidad de la plebe y reina una tranquilidad de riqueza solo comparable con la mismísima caja fuerte del más poderoso banco suizo.
Y quieren que les pongamos fecha de santoral, que les dotemos de inmunidad parlamentaria -qué cursilada-, que quememos yerbas aromáticas en su honor, que les dejemos en paz algo así como cuatro años y que silenciemos sus intereses. Ya han llegado y son el producto más preciado de la red más apreciada de esta brutalidad de tiempo espeso.
Iremos a las urnas esclavizados por la impotencia y dejaremos el voto para firmar una nueva condena que ellos mismos han impuesto y seguiremos siendo pobres de espíritu y de despensa y ellos se montarán en la soberbia y no querrán renunciar a los privilegios y habremos de medrarles nuestros derechos y no consentirán hacer ese algo necesario para impulsarnos porque creerán que están en juego sus lujurias y sus avaricias. Se negarán a mover los dedos si dejan de llevarse a la boca alguna prebenda nueva para su legión de sátrapas y el vulgo creyente en sueños primitivos y utopías engendradas recibirá la mofa sucia como premio a obedecer metiendo en la urna de la incertidumbre su próximo castigo. No te aconsejo que lo hagas, forastero, no deberías estar aquí.