Ramón Llanes.
Nos sobran cales pulcras que palpar,
la sombra detrás de la luz inquieta que se rebuja en la tarde,
el peine del encuentro.
Nos sobran,
somos herederos de algo más apremiante que los buenos ratos,
somos la herencia de un tiempo de pasiones
que se nos llenó con la boca en alegorías y halagos.
Y estamos hechos desde la amistad a la amistad,
sin vanas osadías que nos cuelguen,
sin premoniciones de desidia,
todo un golpe de fiebre alta por estar
junto al viejo afecto cuando es hombre o cuando es encina.
Allá el sonsonete constante y fiel de la sonanta
que cava surco y deja huella, en los sentimientos,
en la lumbre del cuerpo al acostarse de felicidad.
Después de escuchar latido a latido
la música abierta de la estancia,
parece que has estado todo el tiempo aquí, ahí,
en ese hueco eficaz que es la calleja,
en esa orza ardiendo que te atrapa,
en ese abrazo que te aferra al sitio.
Parece que jamás has faltado de aquí,
de esta tierra compacta
donde suena siempre el tiempo de los sueños
y donde huele siempre a amasijo de cante
haciendo brebajes para seguir viviendo.
Nos sobran tantas cosas
como repasar la lista de los allegados y son todos;
nos sobran saludos, son todos;
nos sobran momentos de buen mejunje, son todos;
solo falta espacio,
para la tremenda caridad de pertenecernos,
para robarnos las miradas y sentir que nadie se fue,
que el sitio nuestro está inmune, cálido, a mi espera.
Te llamaré amistad,
contigo que has quebrado lunas y preludios conmigo,
contigo que has pellizcado mi alma conmigo,
contigo que pones voces de premio al silencio nocturno conmigo.
Por todas las veces que hemos sido agua,
llanto o emoción,
por todas las veces que un TÚ con valentía
me trajiste a casa para tenerme.
Te llamaré amistad desde la amistad
que a ti pueblo, tierra, amigo, profeso,
al haberme entrado cocinas y alcobas de tu vida de diario
hasta tu vida de ansiedades.
Nos sobran partes de ausencias,
desde acá, cuando se lanza el fandango,
se hace la misma armonía
y nos acostumbramos a querernos.