Paula Crespo. Melillense de nacimiento, pero afincado en Andalucía Antonio Rivero Taravillo es un filólogo y escritor polifacético. Autor y traductor de poesía y prosa, estudioso y biógrafo de Cernuda, ha armado ahora una novela que nace de una lectura cronológica de la obra de Octavio Paz y está basada en una nota encontrada en un poema del autor mexicano: A un compañero muerto en el frente de Aragón.
En esa nota cuenta la rocambolesca historia de Paz y su amigo Juan Bosch, a quien conoció en México y a quien dedica el poema porque lo cree muerto en la Guerra Civil. Para sorpresa de Octavio Paz en una lectura de sus poemas en 1937 se encuentra con su amigo y acuerdan un nuevo encuentro que no llega a producirse porque Bosch huye víctima de la represión estalinista de la época.
Los huesos olvidados es una historia basada en hechos reales, en la que la supuesta hija de Bosh trata de indagar sobre el paradero de su padre, con la que Rivero Taravillo quiere transmitir al lector «un cuestionamiento de las versiones oficiales, un canto a la búsqueda de la propia identidad y un espejo de lo que es la vida y el abandono de los ideales de juventud».
– Siendo una investigación biográfica, ¿cómo acaba Los Huesos Olvidados convirtiéndose en una novela?
– La novela es el paso siguiente a la biografía, un género en el que ya había trabajado con la figura de Cernuda. Siempre me ha gustado armar la vida de personajes interesantes, lo que ocurre es que tiene la limitación del pacto que se hace con el lector por el que uno no puede ni debe inventarse nada. La novela, sin embargo, admite formas oblicuas que permiten a través de los diálogos o los escenarios ahondar en el personaje desde una visión más novelada. En cualquier caso esta es una novela basada en hechos reales.
– ¿De dónde parte esta novela?
– El año pasado empecé a leer de forma cronológica la poesía de Octavio Paz, ya la conocía, pero nunca la había leído de forma ordenada. Entonces me topé con una nota en un poema de 1937 que contaba una historia tan rocambolesca que me llevó a querer reconstruirla.
– ¿Qué tiene la figura de Octavio Paz que le ha llevado a esa lectura y posterior novela?
– Bueno son intereses que vienen de atrás en el tiempo. Además Paz fue muy amigo de Cernuda. Se conocieron casualmente en 1937 en Valencia, donde el mexicano también entró en contacto con otros autores de la época como Machado y Giralbert. En cualquier caso no ha sido un plan deliberado, la novela surge a partir del trampolín que supone encontrarme con la anécdota de Paz y su amigo Juan Bosch que tiene correspondencia en hechos de la época de represión comunista y estalinista. De hecho el amigo de Paz huye de una facción del partido marxista partidaria de Stalin.
– ¿Qué no son hechos reales dentro de ‘Los huesos Olvidados’?
– Todo, salvo el personaje de la supuesta hija de Bosch, que quiere poner en pie la historia de su padre y va recomponiendo rompecabezas. Ella es ficticia, pero la mayor parte de lo que cuenta es verdad.
– Bosch es un personaje bastante desconocido…
– Muy poco conocido sí porque es un poema que estuvo fuera de las recopilaciones de la poesía de compromiso político de Octavio Paz. Lo recuperó ya muy avanzada su vida, cuando redactó la nota de la que parte la novela. No son muchos los lectores que han tenido acceso a esa nota, o que habiendo lo tenido reparan en ella. Es cierto que en el transcurso de un viaje a Barcelona Paz le contó esta anécdota a Castellet, y este la cuenta antes de que lo haga por escrito Octavio Paz en Los escenarios de la memoria y a partir de ella y de la descripción que hace Elena Duró, su primera esposa, he podido reconstruir la vida de Bosch, pero desde la perspectiva del personaje de su hija.
– ¿Qué debe esperar el lector de Los huesos olvidados?
– Un cuestionamiento de las versiones oficiales, un canto a a búsqueda de la propia identidad pese a las dificultades que asaltan en el camino y un espejo de lo que es la vida, de cómo los ideales de juventud se traicionan y se abandonan.
– Usted también ha desarrollado una importante labor en el campo de la traducción, ¿prefiere la creación propia o el traslado a español de otros autores de habla no hispana?
– En general la escritura propia, aunque creo que la traducción es una parte más. Para un escritor la traducción es un elemento de enriquecimiento más con el que poder continuar la conversación con autores muy admirados. Además siempre he escogido los autores que he querido, autores de primera fila tanto en poesía como en prosa. Poder reconstruir sus textos, es una oportunidad de aprender y medirme con ellos es una gran oportunidad. La traducción literaria y más concretamente la de poesía es un camino muy bonito y que me hace muy feliz. Una cosa ha alimentado a la otra. Traducir me ha proporcionado destrezas como poeta.
– La traducción de poesía, dentro del género literario entraña una gran dificultad…
– Sin duda. Hay una frase de Antonio Machado que dice: «Canto y cuento es la poesía». Y eso es, la poesía no es un texto declarativo. Se apoya en un importante manejo del lenguaje, en las figuras y sobre todo en el ritmo y este ritmo es difícil de mantener al traducir. Al traducir intento buscar el más similar al de la lengua de partida. El lector de poesía no busca enterarse, sino tener la misma sensación que el lector de la lengua original.
– E implica además un necesario y profundo conocimiento de ambas lenguas…
– Sí, el conocimiento profundo de la lengua de partida es totalmente necesario, pero también un a soltura y un desenvolvimiento en la escritura de poesía en la lengua propia, en la de destino. La poesía no está basada únicamente en palabras con cierto prestigio poético,
– Ha traducido a algunos de los autores más grandes de la literatura universal, entre ellos Shakespeare ¿con quién se queda?
– Pues en poesía precisamente me quedaría con Skakespeare. Sus poemas fue lo primero que traduje torpemente, tengo tres versiones de los 154 sonetos, porque rara vez hay una traducción intocable. Estos sonetos han sido como un gimnasio con el que uno se curte y se muscula en esa lucha con el original. Los versos son decasílabos blancos, los he traducido sin rima, pero intentando mantener el ritmo. En la prosa me quedo con el irlandés Flann O’brien, un autor irlandés muy divertido del que he traducido novelas y columnas y humildemente he contribuido a que se conozca más su obra en España.
– Presenta su libro en la Feria de Huelva, una ciudad con un marcado carácter iberoamericano…
– Estoy encantado de que me hayan invitado a presentar el libro aquí y de que exista esa especial vinculación iberoamericana. Muchas veces no levantamos la vista, pero la poesía de Hispanoamérica y en concreto de México es un tesoro que uno no puede soslayar. Siempre he estado muy atento a la poesía mexicana que tiene autores tan grandes como José Luis de Pacheco o el propio Octavio Paz.
– ¿Mantiene usted algún vínculo con Huelva o con el poeta Juan Ramón Jiménez? ¿Ha trabajado alguna vez en su obra?
– Con Huelva desafortunadamente no, pero mis comienzos en poesía tienen mucho que ver con él. De hecho en mis inicios, cuando tenía 17 años encontré un poema suyo muy sencillo que la osadía propia de la edad me llevó a pensar que podría reproducir. Empezaba «cantan, cantan los pájaros que cantan». Así que puedo decir que mis primeros versos los escribí estimulado por Juan Ramón.
– Es usted filólogo, traductor, investigador, escritor y hasta director de la Casa del Libro de Sevilla, ¿qué tiene el libro que tanto le apasiona?
– Mi vida siempre ha girado alrededor del libro, creo que he ejercido todas las profesiones literarias posibles. He sido librero, he trabajado en revistas, traductor, autor…Es un mundo que no da para vivir, pero que me ha dado muchos motivos para vivir.
– Solo me queda agradecerle que nos haya concedido esta entrevista.
– Gracias a vosotros, ha sido un placer.