(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
Moguer es famoso por motivos muy diversos, pero últimamente por su vinculación con Zenobia y su marido Juan Ramón. Pero hay otros motivos para que su nombre figure en el recuerdo y el afecto de quienes somos impenitentes militantes del patrimonio cultural.
Pero vayamos por partes, en orden y sin prioridades.
Tengo una amiga. Mari Paz (pero su nombre no equivale a su carácter), que me confesó un día que era de Moguer. En ese momento abrió la puerta del afecto personal.
Mari Paz (Pertinaz luchadora en el frente de lo profesional), calla cuando ve escrito el nombre de su pueblo, pero yo percibo en su sien el latido del orgullo.
Y no es para menos. Moguer enamora al llegar a sus casas blancas por el norte y seduce cuando, ya dentro, en sus calles, te envuelve con ese aire sereno y poético de casas y plazas llenas de luz.
Como esa luz que alberga un edificio que fue casa bien y casino de postín.
Fachada armoniosa y una puerta que sugiere un interior sureño con enjundia, en el que mi amigo Rafael cuida y mima un ambiente de los de quedarse.
Zaguán coqueto y adornado con suelo y paredes de inigualable origen andaluz y un interior abierto, valga la paradoja, que recibe al visitante con ese guiño de familiaridad que usamos los del Sur con quienes nos gustan
Rafael, amigo sencillo y profesional grande, enamorado de “su casino”, cuida y mejora un entorno en el que se proyecta la sombra de Juan Ramón, el marido de Zenobia, como en todo rincón que se precie de Moguer.
Un día, no estaba Rafael y la puerta del Casino estaba cerrada. Indagué y la respuesta fue sencilla: La restauración del edificio obligaba a una temporal clausura del local y el correspondiente traslado de la sede casinera a un provisional aposento.
Elemental, pero preocupante.
Juan Ramón, el marido de Zenobia, cuando escribió esas páginas que ahora celebran centenario (¿Por qué no serán permanentes los centenarios de estas cosas?), no imaginaba que su presencia sería así de contundente en Moguer, en sus casas, en sus calles, en su historia. Y en el Casino, que incorpora los dos aspectos más peculiares del marido de Zenobia: El sosiego y la poesía luminosa de sus estancias.
Allí, uno siente el deseo de sentarse, leer, meditar, escribir… ,y gozar de un intimismo que no existe en ningún otro casino.
Confío en que el buen sentido de sus socios tenga siempre a flor de memoria el valor de esa atmósfera moguereña que se respira en el interior de su Casino.
Mari Paz, mi amiga la luchadora por su profesión (bendita ella entre todas las luchadoras), me decía un día: “No sabes bien lo difícil que resulta que Zenobia encuentre facilidades en su valoración como poeta”.
Esto, que es una metáfora de lo que me dijo realmente, puede servir para argumentar lo que hoy pretendo en estas líneas.
Zenobia, como soporte personal e intelectual de su marido. Juan Ramón, como creador de un Platero universal. Platero, símbolo humilde (y grande) de un pueblo increíble. Y Moguer, estuche mal valorado de la luz, la belleza y la armonía que rezuman sus calles coquetas.
Y dentro, en plaza recoleta, una puerta con zaguán que sisea al que transita para que mire. Como las mozas descaradas de antes.
Dentro, el placer de “estar” en un Casino que no comparte cualidades comunes, sino aporta las suyas propias, como la más humilde de las poesías. Una poesía al placer.
Casino de Moguer. Moguer y su Casino. Un binomio que hoy traigo con el afán no oculto de defender lo que no debiera ser objeto de defensa, por su propio valor.
Juan Ramón, el esposo de Zenobia. Moguer, el paraíso que alberga en su seno el más original Casino onubense.
No dejemos que el nombre de Zenobia esté escrito en el segundo renglón. No permitamos que el Casino de Moguer sea una brillante página de una historia que fue.
Equipo Azoteas
www.azoteas.com
1 comentario en «Moguer. Centenario de la obra de Zenobia y Juan Ramón»
Son varios los amigos que me han hablado del casino de Moguer, algunos habituales de él, a pesar de su juventud, pues este Centro Socio Cultural merece la pena, y no solo por su historia juanramoniana, también por la de su discípulo Francisco Garfia, Curro, moguereño y Premio Nacional de Literatura en 1971.
Pero si irnos tan “alto”, decenas son los amigos de Moguer que disfrutan de su Centro y quizás sea el momento de que un alcalde joven y dinámico como Gustavo Cuellar le ponga el “cascabel al gato” y acceda a recuperar el Casino, “su” Casino como sede de relevancia social para los actos más transcendentes que la actividad socio cultural requiera. Seguro que solo hay que proponérselo.