(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
La Cuenca Minera del norte de Huelva, es la gran desconocida, a pesar de los muchos libros, escritos, conferencias y comunicados que hay sobre el tema. Porque dentro de esa grandeza social e histórica, hay pequeñas parcelas de valor, que no han sido adecuadamente evidenciadas, en las páginas de los eruditos.
Está bien que existan éstos, pero también es necesario que se manifiesten aspectos que no son del festín histórico, sino del goce humano de lo social.
La Cuenca Minera es una zona que ha sido dedicada a los dioses del sacrificio, del valor, de lo magnifico y de la nostalgia. La Cuenca Minera es ejemplo de muchos valores del mundo obrero y de sacrificios familiares, de riqueza y de odios, de pobreza y de sentimientos profundos.
La Cuenca Minera es todo eso y más, pero también es recipiente de estampas admirables de una historia que no está escrita en los libros, pero sí en la memoria de los que vivieron aquellos días. Se escribe y se comenta lo sobresaliente y lo reivindicativo, pero se pasa sin percibirlo por encima de esencias de días que han quedado olvidados.
Mina Concepción es un lugar adecuado para descubrir, bajo la corteza de lo grandioso, la belleza de lo insignificante, la importancia de lo cotidiano, el marco que no reluce entre sufrimientos.
Mina Concepción es un lugar que está donde estuvo, tal cual, con el color y sabor de días de más bullicio. En el libro “Casinos de Huelva” se dice: “Mina Concepción está camino de ningún sitio, pero cerca de la Historia, del silencio y de la vida”.
Y esa es la realidad de este sitio desconocido, que espera que quien tenga sensibilidad para placeres importantes, se pasee por sus calles (¿?), hable con sus pájaros y admire la estética de un silencio rodeado de naturaleza y de colores.
Mina Concepción es un lugar que recuerda el entorno de los dólmenes de El Pozuelo, por el color de su tierra y por la sombra de sus árboles. Han sido dos mundos separados por tres mil años, pero vidas humanas que compartieron sentimientos de ubicación. En Pozuelo pienso en Mina Concepción y en ésta imagino estar entre la maleza de los dólmenes. Vecinos, casi juntos, son parajes que se acercan en la historia, aunque los años los separen.
Para ir a Mina Concepción, conviene impregnarse antes del deseo de gozar de lo distinto, de lo peculiar, de la sencillez admirable. Y ser consciente de que uno se adentra en una zona en la que la pirita fue la reina y el sudor inevitable. Porque pirita y sufrimiento han sido siempre hermanos de un camino duro, pero admirado en la distancia, porque es inevitable la admiración por lo que sufrimos.
Su lustre metálico, la regular fractura y su sistema cúbico, la describen en los libros de cristalografía. Pero no se dice nada de su amistad con hombres que la buscaron y de mujeres que esperaban fuera. Ambos, sudando en silencio.
Los depósitos de Riotinto, Tharsis, Aznalcollar, Herrerías, La Zarza, Riego Rubio, Mondoñedo, Muros y Castropol, Reocín, Ambasaguas, Valdeperillos y Valdenegrillo, Ágreda, Caravaca, Almadén, Linares y La Carolina, … , son conocidos y mencionados en los anales de la historia minera de la pirita. Pero hay sitios que deberían sacarse del paquete general y darle un puesto de privilegio y de protagonismo en el capítulo de la belleza minera. Es el caso de Mina Concepción, un lugar desconocido, por la parte esa del Paraíso.
Cerca de Zalamea, en las cercanías de los dólmenes de El Pozuelo, hay una carretera de tierra que se adentra entre lomas de monte bajo, hacia un lugar que no parece existir. No se llega a ninguna parte por ese camino discreto. Pero por él se dirige uno hacia el placer de lo desconocido, de lo no imaginado y de la belleza del silencio de la historia.
Conviene ir con los ojos abiertos, los zapatos bien elegidos y el alma sin miedo a pecar. Porque allá abajo, tras una serie de curvas que inquietan, hay unas cuantas casas, habitadas y otras tantas sin habitar, mil árboles que las cobijan y pájaros que adornan el silencio.
Mina Concepción es lugar para saludar a los pocos habitantes que encontremos. Con la sonrisa puesta, como ellos, pegando la hebra si se puede con aquel que os lo permita. Siempre lo permitirán. Y siempre nos mirarán con ese afecto que se percibe en su gesto.
Pero no conviene detenerse mucho en los preludios, porque eso es mejor dejarlo para el final cuando hayamos hecho amigos en el Casino.
Antes, hay que descubrir la corta y charlar un rato con nosotros mismos, sin testigos que nos vean descubrir las miserias de nuestra civilización. No es necesario llevar un libro, que eso lo podemos hacer en cualquier sitio. No es necesaria la música, que eso lo hay en otros lugares. Sólo hay que llevar los ojos y los oídos, para mirar sin descanso y escuchar un silencio que enamora.
Y después, cuando ya estemos adatados a la felicidad del lugar, bajar y buscar el Casino, que no es difícil, porque es el único edificio que no es como los demás. Bajo y alargado, como todos los casinos mineros. Blanco, como casi todo lo del Sur. Modesto y con explanada delante, como debe ser, en un sitio que servía de lugar de reunión a los mineros al final del día. Y los domingos y fiestas, que entonces no había sábados ni viernes por la noche.
Una palabra en la fachada define su funcionalidad: “Cine”. Porque allí dentro se hermanaban todas las actividades lúdicas que llenaban el asueto de los mineros. Ni calles, ni tiendas, ni bares, ni lugares públicos. Sólo el Casino, con sus puertas siempre abiertas a todo el mundo, porque era de los mineros.
Y dentro, un salón amplio que acogía partidas, copas, teatro, calor y cercanía. Y sigue así, amplio y acogedor, porque sigue siendo “El Casino”. De poca gente, pero fieles. Porque vuelven aquí cada semana o cuando su vida se lo permite. A Mina Concepción, que es donde trabajaron sus padres y ellos nacieron.
Y en la pared, una lista de socios, que sirve de completa burocracia administrativa del Casino. Lista en la que están anotadas las cuotas que se pagan cada mes, en una sencilla relación de obligaciones cumplidas. No hace falta más.
Pero sí hace falta que el mundo exterior se percate de que existe Mina Concepción, lugar por el que no se pasa camino de ninguna parte, pero en el que hay un Casino y una corta, unos árboles y un silencio, personas y recuerdos, que son historia de la pirita en la Cuenca Minera.
Todos los casinos de Hueva son admirables y cada uno de ellos reúne valores que justifican su presencia en su localidad. En un periplo como el nuestro por todos ellos, no es legítimo tener preferencias. Y no las tenemos. Pero si los dioses nos dan permiso, es posible el pecado de un capricho confeso: Siempre recordaremos el Casino de Mina Concepción, como el más entrañable de los casinos de Huelva.
Por eso, cada vez que pasamos cerca, nos adentramos por esa carretera de tierra, que nos lleva a esa parte del paraíso que se conserva entre nosotros.
Equipo Azoteas
www.azoteas.com
2 comentarios en «Asociación Cultural Minera Concepción. Por la parte del Paraíso»
Se dice en HuelvaPedia, sobre la Mina Concepción, que es Aldea de Almonaster, con su Iglesia, escuela, zona deportiva, el antiguo hotel, la casa dirección y el típico casino o centro minero, como edificios más significativos.
Como bien nos glosa nuestro querido amigo Miguel Mojarro “Mina Concepción está camino de ningún sitio, pero cerca de la Historia, del silencio y de la vida”. Minas trabajadas por tartesos y romanos, y explotadas por ingleses hace poco más de un siglo, dando color a su río y, a su zona, el seudónimo de Herrumbe
Recuerdo haber pisado una vez sus calles, en aquella época “gloriosa” que por “obligaciones” del cargo quise conocer todos los pueblos y aldeas de Huelva para tener una idea real de la situación medioambiental de nuestra provincia. Eso fue hace ya tiempo, allá por el 1985, y todavía siento la sensación de quietud, el silencio y la belleza del entorno natural que contrastaba con las escombreras de los pueblos mineros que tuve la suerte de visitar.
No recuerdo si conocí el Casino, pero seguramente fue el lugar donde me permitieron calmar la sed y el apetito tras más de tres horas de ruta desde la Capital. Tampoco recuerdo las caras de sus gentes, pero no olvidaré nunca esas manos tendidas para agradecer una visita de una “autoridad”, que también agradecía el cariño y amistad que me deparaban, tan solo por acudir a esa aldea “perdida” a la que se accedía por caminos de tierra. Bellos momentos que me unieron para siempre con la serranía y los serranos.
Tengo que volver, pues paso por sus cercanías en diversos momentos del año buscando la quietud de la comarca, y seguramente les propondré que coloquen el cartel anunciador con la palabra CASINO, para que muestren el orgullo de ser un Centro de reunión, para ver cine, teatro, jugar al mus o ser, simplemente, foro de los debates que interesen a sus habitantes.
Como siempre, gratitud a Benito de la Morena, nuestro querido amigo y compañero de muchas de nuestras inquietudes antropológicas.
Gratitud por sus comentarios y envidia por sus recuerdos. Sí nos hubiera gustado estar en aquella época en la que visitó Mina Concepción.
Pero nos apoyamos en sus recuerdos, para dar gracias a quien corresponda, por la existencia de un lugar así.