Redacción. El próximo sábado, 5 de abril, el seminario diocesano acogerá el encuentro anual de profesionales cristianos, en esta ocasión, relacionado con el mundo de la economía y de la empresa, un ámbito para la reflexión ética y moral en torno al mundo de la empresa y la economía a la luz de la fe y de la doctrina social de la Iglesia. Para dicho encuentro, se contará con la presencia del profesor Enrique Lluch Frechina, profesor de economía de la Universidad Cardenal Herrera CEU de Valencia, que hablará sobre “Economía y espiritualidad cristiana”. El ponente intentará dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Tiene algo que decir la fe cristiana al mundo de la economía y la empresa; o son realidades divergentes?
Enrique Lluch Frechina es Dr. en Ciencias Económicas y Licenciado en Económicas por la Universitat de Valencia, Licenciado en Derecho por la UNED, Bachiller en Teología por el Instituto Teológico de Murcia, Máster en Comunidades Europeas por el ICADE y Máster en Dirección y Administración de Empresas por la Cámara de Comercio de Valencia. Actualmente es profesor de Economía de la Universidad Cardenal Herrera CEU de Valencia.
El encuentro organizará, además, diversas mesas de trabajo sobre cuestiones como la economía familiar, el mundo de la empresa local, el sector público y cuestiones generales sobre economía, cada una de ellas moderadas por profesores de la Universidad de Huelva relacionados con la economía y el derecho laboral, y destacadas personalidades del mundo de la empresa en Huelva. La conclusión del encuentro correrá a cargo de nuestro obispo, José Vilaplana Blasco.
La vida económica de los cristianos. A continuación, reproducimos un artículo del profesor Enrique Lluch, publicado en la revista ICONO (año 115, nº 1, Enero 2014, pág: 12-13), para ir entrando en ambiente.
Y lo poseían todo en común…
Quiero recordar, ahora que han pasado las fiestas navideñas, ese pasaje de los hechos de los apóstoles en el que se describía cómo era la vida en sus primeras comunidades: “Nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común… Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba” (Hch, 4, 32-35) Muchos se pueden pensar que esto era una idealización, que realmente no sucedía así. Evidentemente, esta descripción no ahonda en las dificultades que presentaba este plan de vida, pero tal y como descubrí a través de la lectura de la Historia de Roma del periodista italiano Andro Montanelli, no solo no era irreal, sino que algún autor romano como Luciano afirmaba que los cristianos eran “imbéciles que juntan todo lo que poseen” y Tertuliano decía “que ponen junto lo que los demás tienen separado y tienen separado la única cosa que los demás ponen junto, la mujer”. Es decir, que la característica que más llamaba la atención a los no cristianos de estos era, precisamente, de componente económico.
¿Nos sucede lo mismo a nosotros hoy en día? El primer interrogante que nos plantea este hecho es pensar si a los cristianos también se nos reconoce hoy, precisamente, por este aspecto. Es decir, si cuando los no cristianos nos describen, lo hacen también a través de nuestro comportamiento económico. Creo que la respuesta es claramente negativa. Seguimos observando a no cristianos que se refieren a nosotros de manera despectiva o irónica (como hacían los dos escritores romanos) pero no lo hacen por el tema económico sino por otras cuestiones… Esto nos lleva un poco más allá ya que, si los primeros cristianos veían la cuestión económica como algo clave de su vida de fe y esto no sucede en nuestras comunidades en la actualidad ¿Quiere decir que hemos despojado nuestra fe de algo intrínseco a ella?
Podría contestar de una manera directa a esta cuestión, pero creo que es mejor dejar esto para Francisco, el obispo de Roma, que en su primera Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium nos habla de “la dimensión social de la evangelización precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora”. “El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad.”
El compromiso comunitario con otra economía y con los más desfavorecidos. Es Francisco quien, en esta exhortación que habla sobre el anuncio de nuestra buena noticia, insiste en varios temas económicos que debemos tener en cuenta a la hora de explicitar nuestra fe. El obispo de Roma nos plantea los desafíos económicos que presenta el mundo actual y que intentan tambalear los cimientos de nuestra fe: la economía de la exclusión, la idolatría del dinero, el dinero que gobierna en lugar de servir, la inequidad que genera violencia. Se trata de elementos que priman en nuestro tiempo y que muchas veces impregnan el comportamiento económico de los cristianos ya que, sin querer (o de una manera consciente) respaldamos estas maneras de entender el quehacer económico ante las que Francisco dice, simplemente, “no”.
Pero además indica, tal y como he señalado en las citas que he transcrito más arriba, que el anuncio de esta buena noticia conlleva necesariamente un compromiso social. Por ello dedica el capítulo cuarto de la exhortación a “La dimensión social de la evangelización”. En él nos muestra cómo no se puede soslayar el elemento social en nuestra fe y como este supone la prioridad de los más pobres, una opción preferencial por ellos. Como los cristianos debemos comprometernos en la resolución de los problemas de los pobres ya que califica a “la inequidad como la raíz de los males sociales”. Por ello “¡Ruega al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos”.
Para que surjan estos políticos, necesitamos comunidades cristianas en las que el compromiso económico con los más desfavorecidos y el “ponerlo todo en común” sean el comportamiento normal. Necesitamos cristianos que sean reconocidos como tales, no por sus ideas doctrinales, sino por su comportamiento diario, por su compromiso social por los más desfavorecidos, por sus anhelos de construir esa sociedad en la que lo normal sea el comportamiento ético, la solidaridad mundial, la distribución de los bienes, la dignidad de los débiles, el compromiso por la justicia y la preservación de las fuentes de trabajo.