Miguel Ángel Velasco. Si algo caracterizaba la figura personal de Adolfo Suárez era el propio Adolfo Suárez. Se decía de él que vestía como los dependientes del Corte Inglés, que sus hábitos eran como los del funcionario próximo y su dependencia del cigarrillo “Ducados”- ¡destino de la vida!- como la de cualquier amigo de la barra de un bar. Puede que tuvieran razón. Pero, aparte de todos estos comentarios de calle, si había algo que caracterizaba al ex- presidente del Gobierno era su magnetismo, la increíble e irresistible atracción personal que poseía en las distancias cortas, en el tú a tú. No era orador, ni mucho menos, y el lo sabía. Carecía del don de la palabra y de la improvisación en sedes parlamentarias. No era un vendedor de camisas, era un hombre de Estado. No tenía que vender chascarrillos, tenía que trabajar en serio, sin ademanes hacia la galería, para una nación, España. Sin embargo, como buen estadista, en la historia política internacional hay prueba de ello en grandes prohombres, en las distancias cortas tenía la capacidad de enamorar y embrujar al interlocutor. Su mirada magnética, de fuego, enmarcada, en unos ojos penetrantes y familiares sobre pronunciadas ojeras. Su famosa manera de dar la mano, segura y sincera, mientras con la otra te tomaba poderosamente el antebrazo, zarandeándotelevemente, atrayéndote en casi un abrazo, inclinando su rostro con una amplia, pero abierta, sonrisa de complicidad.
Conocí a Adolfo Suárez González cuando él contaba 47 años. Yo apenas alcanzaba los 23. Durante 10 años le he seguido política y personalmente hasta la década de los noventa. He sido uno de los artífices de su partido político en Huelva, tras su marcha de la U.C.D.; Secretario General del C.D.S. por Huelva y miembro del Comité Político, regional y nacional, del mismo, hasta mi dimisión; le representé en las elecciones al parlamento nacional en octubre del 82; también en la elecciones locales de mayo del 83 y encabecé la lista del C.D.S. en las Autonómicas del 86. He tenido la oportunidad de conocerlo como político y como persona comiendo, cenando y desayunando con él. Hablar del bien y del mal, del tiempo, del cansancio, del País. He tenido el inmenso placer de disfrutar, entre otras cosas, de una comida inolvidable, particular, en su casona abulense junto a su cuñado, el ex ministro de Defensa Agustín Rodríguez Sahagún, y José Ramón Caso, a la sazón secretario Nacional. Y también he podido saborear de su amistad en el accidente que en mayo del 86 casi acaba con mi vida, poniendo a mi disposición todo su caudal de medios humano y profesional.
Pero nada de esto viene al caso en esta reseña. Es el momento ahora de que florezcan cientos de “amigos” o ”conocidos” que se jacten de ello y suelten una defensa a ultranza de su nombre. No es mi intención. Lo dejo para esos otros. Mi deseo es hacer una breve andanza por los pasos de la familia Suárez González por la provincia de Huelva. Que los hubo, aunque Adolfo únicamente visitó estas tierras en dos ocasiones.
Aurelio Delgado, el famoso entonces Lito, cuñadísimo del presidente, era un hombre que, además de ser secretario personal de éste, gozaba de un buen y ganado prestigio de ávido cazador de negocios como comerciante castellano que era. Una especie, para que se enteren, del cuñado de otro ex presidente de la Nación, sevillano y socialista. Los problemas de las licencias pesqueras con África le trajo a la costa de Isla Cristina para intentar arreglar la situación de algunas empresas de la localidad, de crear empresas mixtas , sobre todo en Nigeria, con algunos conocidos personajes del Madrid más farandulero, como es el aso del afamado automovilista televisivo Paco Costa y otros más sobrios y anónimos en su estilo. Sería largo de hablar y contar, pero tampoco es el momento. Isleños de pro como Juan Manuel Martín Rivero, su hermano Pablo, ya fallecido, como tantos otros que nombraré, Manuel Domínguez o Antonio Bellido junto a personas tan significativas como Emiliano Cabot del Castillo, le convencieron para que su madre y hermanos pasaran los meses estivales de agosto en sus playas. De la figura de D. Eladio Camblor Caleto, asturiano afincado en la localidad , como gran conseguidor de intereses, tampoco voy a hablar.
Durante los meses de agosto de los años 79 y 80, Dª Herminia González gran matriarca de la familia, y sus hijos disfrutaron de los aires isleños. Era Dº Hermínia una señora dulce, de aspecto bondadoso, muy religiosa y extremadamente tímida. Sin embargo, a pesar de estos rasgos, la historia familiar nos la revela como una persona fuerte y perseverante que supo conducir a su prole pese a las reiteradas ausencias de D. Hipólito Suárez, su marido. Junto a su hermano Francisco, el inefable Tio Paco, vivieron días de sumo placer en la villa. De la capital sólo se trajo a Maruja, su empleada de toda la vida y para suerte de los habitantes contrató los servicios, por horas , de dos mujeres de la Punta del Caimán. Dª Herminia salía poco del chalet, sólo para acudir diariamente a misa matinal. Las tardes eran un trajín constante de visitas protocolarias que molestaban, debido a su sencillez, a la señora. El tio Paco, por el contrario, se integró enseguida en las costumbres del lugar y no resultaba raro verle jugar a diario en el bar Los Pescadores a las cartas o al dominó con exportadores, miembros de la cofradía, pescadores o… el comandante de puesto de la Guardia Civil. Era el tio Paco una persona tremendamente humana y servicial, dicharachero y bondadoso castellano. Ejerció de padre de sus sobrinos y ayudo económicamente a Hipólito, hermano mayor de Adolfo, en sus estudios de Medicina y a éste, por ejemplo, cuando le dejó 50.000 pesetas de las de entonces, para colegiarse como Procurador en el Colegio de Madrid.
Carmen, esposa del ya citado Lito, acompañó en todo momento a su madre, con sus hijos, durante las vacaciones, En una ocasión, durante una semana, también estuvieron sus sobrinos Adolfo y Javier, hijos del Presidente. Mientras tanto, Aurelio Delgado iba y venía desde Madrid o Marbella.
Otros de los asiduos familiares que se hicieron notar por la Gran Via de Isla fueron Ricardo y José María Suárez. Ricardo, el cuarto de los hijos, era técnico en Televisión Española y un calco físico y humano de su hermano. Dos gotas de agua. He tenido múltiples ocasiones de comprobar, tanto en Isla Cristina, Huelva, Lepe, Villablanca o en Madrid, como era repetidamente confundido con su famoso hermano. José María, el sempiterno “Chema Suárez”, era otro mundo. La figura redivida de su padre. Dicharachero, bromista, adulador, relaciones públicas, buena persona, conocedor de los ambientes nocturnos de cualquier población, llegó a ser Director del extinto NODO. Cosa, por otra parte, muy criticada en su momento, pues Chema, al que personalmente adoro, distaba muy mucho en su talante de ser un burócrata. Merecería su vida un capítulo aparte, pues son muchas las vivencias pasadas junto a él y por la velocidad y contenido que le imprimía a la vida sería interminable. Sólo decir que era una persona que ejerciendo de hermanísimo, era el pequeño y mimado de la familia, lo mismo actuaba de relaciones públicas de la discoteca JB en la céntrica plaza Vázquez Mella, de Madrid como de director de imagen de un conocido parlamentario y ex secretario general de CCOO, en los 80, muy dado a las dotes de Baco, de apellido Iglesias y nombre Gerardo. No existía mujer en Madrid, artista, cantante, actriz o miss que no fuera en sus comienzos a pedir sus favores. Un personaje, a todas luces, digno de un libro propio, de esta España de Lope y Quevedo. También su paso por Huelva, junto a Feliz Sancho Gracia y al que esto escribe, dejó su huella simpática y cercana.
Pero Adolfo Suárez sólo estuvo en dos ocasiones en Huelva. La primera fue en octubre de 1.982 con motivo de la elecciones generales de esa fecha y representando a su partido, el Centro Democrático y Social. Huelva, en el estudio logístico anterior a la creación de la formación, era una provincia con posibilidades electorales. A pesar del dominio socialista de las huestes de Navarrete y de los sindicalistas de Castañeda o Seisdedos, del abandono e indiferencia total y absoluto de antiguos compañeros de viajes de la UCD que lo calificaron como traidor, aunque luego muchos de ellos, en épocas de positivismo electoral, se sumaron al carro, se apostó muy fuerte por Huelva. Con un equipo de gente joven, muchos de ellos no habían tenido ninguna relación anterior con el mundo de la política, con nombres como Francisco José Rodríguez-Batllori, entonces Delegado Nacional de la Vivienda, el arquitecto Paco Gallego, el biólogo Abelardo Royo, Juan Carlos Lagares y una pequeña legión de “simpatizantes del Presidente”, se consiguió que Madrid nos prestara al cunero Alberto Aza Arias. Todo un lujo. Diplomático, hombre político fuete de Adolfo Suárez, al que conoció en el vuelo de un viaje diplomático a Nicaragua, como técnico del ministerio, y que hicieron amistad en una competida partida de cartas interoceánica, y también como profesional de ese despacho de abogados de alto “standing” que se ubicaba en la madrileña calle de Antonio Maura.
Apareció Suárez por la tarde en el Hotel Tartessos, su lugar de pernocta en las dos ocasiones que ha estado en nuestras tierras. También residía allí Aza. La agenda de trabajo apretada, después de haberla aminorado con infinidad de problemas con el equipo de Madrid. Famosas y exclusivas son las fotografías que complementan este artículo del recibiendo por parte de la gente de Huelva para el gobernante. En una de ellas, se puede ver a un Adolfo Suárez bajando de su habitación del hotel, tras cambiarse de traje después del caluroso viaje de ese octubre, sin ninguna pose artificial, con su siempre compañero “ducados” sobre los labios, mientras Alberto le habla. En la segunda, en el triunfal paseo que se vió obligado a realizar hasta la sede del Partido en el 19 de la calle Marina donde la gente no daban crédito a los que sus ojos veían. Poder ver en la ciudad, por sus calles, como un paseante más, a un señor cuya imagen habían visto una y otra vez por la televisión durante años. Encima una persona que había logrado atraerse el cariño de los ciudadanos más por su gesta en la triste comedia de Tejero, que por sus políticas sociales entonces denostadas. Recuerdo que Pedro Rodríguez, actual alcalde de la ciudad, me pidió el favor de que se parase un momento por la puerta de su estudio pues su ya anciana madre deseaba fervientemente saludarla. De esa manera se lo pedí y a regañadientes aceptó desconociendo totalmente de la existencia de la señora y odiando en lo más profundo de su corazón estas tropelía populistas.
Un auténtico baño de masas que tuvo que ser contenido por el cuerpo de la Policía Nacional, en paisano y de uniforme, aparte del propio servicio de seguridad que le acompañaba, hasta llegar a la sede de la calle Marina donde presentó el programa electoral en un local atestado de gente. Se negó en rotundo volver a pie al término del mismo mientras mascullaba palabras no confesables hacia nuestras personas. La segunda parada fue en el polideportivo Andrés Estrada y donde tuvo que hacer una vez más alarde de su clase humana. En un nuevo error, habíamos confeccionado una cena – mitin ante más de 700 personas que habían pagado religiosamente las mil pesetas de esta. Como el Presidente era un enamorado de la tortilla de patatas pues mucha tortilla y poco más. Pero cuando llegó al recinto deportivo se encontró con la pista de deporte abarrotada de comensales y “ los graderíos completamente llenos de personas que deseaban verle y oirle sin derecho a comida”. Aún recuerdo como me temblaban las piernas cuando me sacó de mi sitio en la mesa presidencial y me dijo en el tono abrupto que ponía cuando su enfado era mayúsculo, que solucionara aquello inmediatamente. Echar al público de los graderíos hubiera supuesto un grave altercado. Levantar a los comensales de sus mesas para que siguieran sus palabras de pie, una utopía. No tenía solución y así se lo hice saber. Tengo gravada su mirada como si fuera ayer. Dió un salto de su asiento, reclamó un micrófono y negando la comida habló para los que estaban si poder comer. Ese era Adolfo Suárez. No un populista, si una persona del pueblo.
Fue misión difícil sacarlo de allí. La gente lo aprisionaba en una aténtica marea humana, queriendo hablarle, tocarle. El último acto de la noche estaba previsto en Isla Cristina. ¡A 60 kms de distancia! De seguro que no se olvidaría de aquél viaje. En Lepe la comitiva se desvió por La Antilla pues íbamos con mucho retraso . Al llegar a Isla Cristina preguntó de buen humor cómo el Estado podía tener carreteras como esas. Si en Huelva la presión humana fue grande en Isla Cristina el gentío rebozaba el aforo del teatro y las calles adyacentes. La entrada de los candidatos fue más parecida a la de un grupo musical pop de élite que a la de un acto político. Como el tiempo se nos había echado encima se decidió disminuir las alocuciones y dejar solo la presentación de Alberto Aza y de Adolfo. Todo un éxito.
A la mañana siguiente, a las seis, le esperamos para la despedida. Un par de cafés negro y la cajetilla de tabaco, una mirada seria de cansancio y una mueca ligera de agradecimiento. “Gracias a todos. Ya hablaremos en Madrid. Suerte”, fueron sus palabras.
En la segunda oportunidad que visitó Huelva todo fue muy diferente. Ni siquiera salió a la calle excepto para ir desde el Hotel a la sede de la Diputación Provincial, donde se iba a celebrar el acto del I Congreso Provincial que se presumía cargado de historias y enfrentamientos y de donde iba a salir la figura conciliadora del abogado Juan José Domínguez, como Presidente Provincial. Organicé personalmente todos los detalles de su estancia. Tras la debacle del 82, la travesía del desierto que sufrimos nos impedía realizar ni siquiera un “tapeo”, tal era la economía. Nadie nos fiaba y hasta para conseguir la pernocta tuvimos que hacer valer nuestros medios personales, ya escasos. Cuatro habitaciones continuas en el Hotel Tartessos, al final del pasillo de la primera planta. La primera y la última, para los escoltas. Una entrevista a los periodistas acreditados que llenaban una de las salas preparada al efecto por la corporación socialista que gobernaba el ente provincial y cuyos miembros no quisieron dejar escapar la oportunidad de poder saludar al histórico Presidente. Era el mes de junio del 85 y Huelva estaba escondida por sus playas. El calor plomizo y el ambiente de batalla que ni la figura de Suárez parecía calmar. Se pedían cabezas por un grupo mayoritario del Partido. Las de Rodríguez-Batllori y la mía propia. La habilidad de Adolfo y el compromiso de integración por parte del nuevo Presidente Provincial hicieron que tras arduas y airadas discusiones todo continuara igual. El cambio pero sin cambiar nada. Suárez me miraba de soslayo. Parecía cansado , harto de todo. Y eso que un año después, en las nacionales y autonómicas del 86, llagaría su gran éxito.
Para terminar, recuerdo que después del acto nos fuimos al Hotel. José Luis Ruiz, su propietario y que posteriormente sería concejal por Huelva bajo las siglas del CDS, junto a los recién incorporados José Antonio Mancheño y Cristóbal Batanero y el histórico Abelardo Royo, nos invitó a su casa en el ático del hotel. El ambiente íntimo y relajado del momento hacía analizar las dos caras de la política y de los políticos, Los momentos de gloria y de olvido. Y este era uno de ellos. No la de un ex ninguneado, pero si ignorado. Con el cielo plomizo de la noche y las calles desiertas de la ciudad como testigos, le pregunté al Presidente si todo aquello le merecía la pena. Miró en silencio hacia la Plaza Niña, por un momento, con los codos apoyados sobre la barandilla de la terraza, y girando la cabeza desplegó su magnética sonrisa de siempre a la par que golpeaba con su puño mi antebrazo. Un año después se convirtió en la tercera fuerza política nacional. Tres años después presenté mi dimisión como Secretario General por desacuerdos con la política de admisiones en el Partido. Descansa en paz, Presidente.
2 comentarios en «Las estancias de Adolfo Suárez y su familia en tierras onubenses»
para mi fue un gran hombre, en todos los sentidos.llevó a este pais a la democracia y a las libertades.soy una mujer de su década y fui desde muy joven una gran luchadora.desde este mensaje, tengo una palabra para él. gracias mil veces gracias
Mercedes, pienso igual, fue un hombre de paz y no muy bien aconsejado por los de su confianza.