Isaac Del Pino / @Idelpinodiaz Todos los días me levanto a la hora que me pide el cuerpo, siempre y cuando las obligaciones no me despierten primero. Por desgracia, sin pretensión de sumarme a un deseado hedonismo, suelen ser estas últimas las que hacen de despertador.
El café de la mañana es obligado, junto a un desayuno más obligado aún -resonando los ecos de mi santísima madre-, para comenzar el día, sin evadir el primer preparado en pipa tras el desayuno, esto último más reprobable por mi progenitora. Por suerte, para esto último no hay reproche, dado que vivo a kilómetros de ella. Pero lo que sin duda es obligado, y más en pleno siglo XXI, precisamente porque no queda otra, es chequear el Twitter en busca de las noticias de la mañana -sin denostar a los periódicos en papel o digitales-.
El Twitter es un complemento informativo más. Pero que hace, a la par que informar, tener que tragarse ingentes cantidades de juicios de opinión, que no de hechos. En la vasta red social podemos encontrar de todo: desde censura al comportamiento de un destrozacanciones de origen canadiense hasta el cuarto o quinto fallecimiento de Fidel Castro -y es que nunca hubo un asesino más voraz de personalidades que esta y otra red social-. Y a tenor de la verdad resulta que el café de la mañana y posterior tabaco a fuego lento puede sentar realmente mal cuando lees demasiados comentarios de tuiteros que hablan de cuestiones políticas como si estuviesen en la barra de un bar.
No digo que la naturalidad en el discurso sea algo a excluir. De hecho soy el primero que prefiere emplear en el face-à-face -en francés- un lenguaje fluido, así como en las líneas que ya llevo un tiempo suscribiendo en éste el que considero un magnífico medio. Pero de la naturalidad a la irracionalidad del ebrio que se sostiene únicamente gracias a la barra, pues de ahí en adelante, hay un paso. Uno turbulento y danzarín, rojo como una nariz alcoholizada y que huele francamente a una mezcla poco agraciada entre bourbon y vino de mala calidad.
Tal como dicen las ancianas, a más de uno se le ve el plumero. Especialmente en cuestiones que le tocan bien de cerca al tener el carné del respectivo club político. Sin ir más lejos, en la mañana del miércoles doce me topaba con un comentario en referencia a una personalidad política. En dicho comentario el mensaje era un obvio «si apoyas a tal, es que eres homófobo». Otras veces me he encontrado con algunos similares «Si apoyas a cual, no eres más que un racista», «si apoyas a nosequien, no eres más que un asesino», así un largo cúmulo de ejemplos.
Ahora resulta, según los ilustrados del Twitter, que apoyar una acción concreta llevada a cabo por un político determinado te clasifica en sus cualidades personales. Esto nos sitúa peligrosamente en una despersonalización y una comparativa que, ciertamente, me parece desacertada.
Cada uno es como es. Y cada uno sabe lo que es o deja de ser. No por apoyar, que sé yo, la decisión de pedir número siempre vía on-line en sanidad ha de conllevar apoyar las acciones de recorte que lleva la ministra o ministro de turno de sanidad. Una cosa no tiene que ver con la otra.
Pero te paras a observar. Miras quién y sobre qué y quién se dan esas sentencias de verdad universal. Resultan ser desconocidos alineados a uno y otro partido, de estos que no quieren que Gobierno cuando es Gobierno u oposición cuando es oposición lo hagan bien. El clásico varapalo de la política donde las ansias de ver caer al rival son orgasmo mental -a veces-.
Y es que resulta que todavía hay quien no se ha enterado de que somos personas. Y en nuestra condición de tal, hemos desarrollado una racionalidad alejada del cainismo -que no excluyente-. Que hay que saber dividir la personalidad de dicho interlocutor de tal decisión, y que las decisiones son independientes, y deben serlo, para con la personalidad del que las decide, y si no fuese así estaríamos ante el deterioro total o absoluto y fulminante de la democracia ya enfermiza -por desgracia-. Y lo digo sabiendo que siempre andamos criticando a los políticos, últimamente en especial relación a la reforma del aborto por su alto contenido ideológico.
Pese a ello, estimo que más probablemente deberíamos criticarnos a nosotros por permitir construir un sistema político donde damos a entender que las decisiones de un partido u otro pueden ser ideológicas o se imbuyen de determinada personalidad. Pienso que deberíamos entender, de una puñetera vez, que las decisiones han de ser pragmáticas y no correlativas, salvo cuando una influye en otra. Entonces, y sólo entonces, los políticos podrán y tendrán que obviar su personalidad particular y personalísima, firmando por ejemplo un apoyo a todos aquellos homosexuales que pueden perecer en Uganda o retractándose de la detestada reforma del aborto.
Que los grupis de los partidos me llamen loco, pero no por pertenecer a un partido adverso del otro voy a pensar que todos sus militantes son unos hideputas. Pensaré que sólo son personas, y que cada vez son más las que no entienden la política como un Madrid-Barça, y quieren lo mejor para su país, y más importante aún, para sus conciudadanos y resto de personas.
Y pensaré así, y mantendré la esperanza de que la gente no se deje tomar por idiota y alienar vehementemente.
Al fin y al cabo todavía quedan hogares donde papá vota al PePe y mamá al Pesoe ¿Y el niño? Rebelde como él solo sale al abuelo y se va de manifa con la izquierdapluralísima, muchas veces sin estar completamente acorde con todas las decisiones que toma. Y llegada la hora de la cena, ninguno se tira la omelette a la cabeza.
Y, sí, ando muy francés, precisamente para recordar que en el clásico lema de dicha nación se incluyó un término que, parece que en esto de la política en ciento cuarenta vehementes caracteres, quieren hacernos olvidar: “Fraternité”.