Francisco J. Martínez-López. Hace unos años, en el 2010, el Nobel de economía se otorgó a tres profesores por su contribución para explicar el desempleo debido a las fricciones en los mercados laborales, o dificultades para que oferta y demanda laboral se encuentren. Su teoría permite entender, por ejemplo, por qué hay mercados con altos niveles de desempleo, pero también con elevado número de ofertas laborales no cubiertas. Existen ineficiencias en los mercados laborales, que impiden el encuentro entre los oferentes y los demandantes de empleo. Por ello, volver a tasas de empleo anteriores a una crisis es lenta, una vez que la crisis ha pasado, cosa que, por mucho que algún líder político destacara en el último debate sobre el estado de la Nación, parece que todavía no es nuestro caso; sólo basta con preguntar a los beneficiarios del estado del bienestar de nuestro país para ver la merma que muchos de ellos aún sufren. Según los datos de la última EPA, en España el desempleo supera el 25%; una tasa dramática, de crisis.
Sin embargo, hace unos días presencié una posible excepción a la teoría económica laureada que tuvo hasta un punto cómico; y la cuento como fue, sin adulterarla con ninguna ficción. Me encontraba respondiendo varios correos electrónicos, y al lado tenía a un colega que, a su vez, estaba atendiendo una llamada que acababa de recibir de la agencia de trabajo temporal en que está inscrito, a propósito de una entrevista de trabajo para entrar en plantilla fija de un hotel de lujo. El hombre, en la actualidad, tiene dos trabajos a tiempo parcial, durante varios meses del año, que le permiten llevar la vida flexible y sin el encorsetamiento de los horarios de los trabajos convencionales; ese es su deseo. Además, unos días antes de esta llamada, había acordado con un chiringuito de la zona un puesto durante medio año, empezando en primavera y acabando tras el verano. Cuando colgó, estaba preocupado, no fuera a ser que fuese a la entrevista y lo contrataran… Esto, para un desempleado, más si tiene una familia a su cargo y lleva tiempo buscando trabajo, puede resultar frustrante, o molesto; a mí me pareció tremendamente paradójico, considerando el contexto actual. El hombre, poco después, se desplazó al hotel e hizo la entrevista. Lo volví a ver esa tarde. Al preguntarle cómo le fue, sus impresiones fueron aún más sorprendentes. Me comentó que había optado por un enfoque pasivo en la entrevista, sin mostrar demasiada predisposición, para así propiciar que el empleador no le contratara y evitarse, de esa manera, tener que decidir si dejaba el tipo de vida que había llevado hasta entonces, precisamente, por coger un trabajo a jornada completa, fijo y bien pagado. Aun así, estaba algo temeroso, porque intuía que su entrevistador se había quedado con una buena impresión, y no tenía todavía todas con él en que no le llamarían, finalmente.
En definitiva, un caso, no representativo, de una persona con dos trabajos temporales, un tercero que empieza en breve, y un cuarto posible por el que suspirarían muchos de nuestros desempleados, que tienen todas mis simpatías. En este caso, parece que los agentes del mercado laboral han conectado: trabajador, empleador y agencia de colocación. ¡Que se siga prodigando!