Miguel Velasco Márquez. Habría que remontarse al 2005 para encontrarnos una ceremonia tan convulsa como la de éste año. En aquella ocasión un film menor e irrelevante como Crash arrebató el premio a aquella obra maestra fordiana que Ang Lee nos regaló con Brokeback mountain. Este año se ha repetido la misma sensación de incertidumbre, de gala completamente abierta a las sorpresas, como así finalmente ha ocurrido.
Las dos principales favoritas Lincoln y La vida de Pi se han tenido que conformar con dos estatuillas, para el magnífico biopic sobre el presidente americano, y cuatro para el bello poema visual que el taiwanés nos ha regalado este año. Eso sí, de las cuatro estatuillas, tres han correspondido a premios técnicos, sólo Ang Lee como mejor director ha conseguido dar un espaldarazo importante a Pi.
Michelle Obama fue la encargada de premiar a Argo como mejor película, convirtiéndose así en la triunfadora de la noche. No molesta su elección. Es un film notable, dirigida con pulso vigoroso y un tramo final excepcional sólo empañada por un epílogo de puro pastiche americano.
El año pasado la Academia de Hollywood premió a la europea The artist, despojando así cualquier posibilidad de victoria para Michael Haneke y su Amour en esta edición. Hablar hoy de que Haneke no sólo merecía llevarse el premio a la película del año sino todas las nominaciones que ésta había conseguido es baladí. Finalmente, el austriaco tuvo que contentarse con el premio a la mejor película extranjera del año, pero Amour es tan insultantemente superior al resto de candidatas que cualquier comparación se hace hiriente.
El reparto ha sido absoluto entre los actores galardonados. Christopher Waltz se ha llevado el gato al agua por su primorosa interpretación en Django, sorprendiendo a todos y arruinando más de una quiniela. Aún así, ver subir al atril a este excepcional intérprete siempre es una gozada. Por cierto, es su segundo Oscar tras el conseguido en el 2008 por Malditos bastardos, también de la mano de Tarantino.
Anne Hathaway arrasó como se preveía. Su papel de Fantine en la soberbia Los Miserables ha despertado elogios unánimes y el premio lo tenía en su bolsillo desde hace meses. Sólo el plano de cuatro minutos al que Tom Hooper la somete mientras se desgarra con el I dreamed a dream es digno valedor de un hueco en la Historia del cine.
Daniel Day-Lewis hizo historia al convertirse en el primer actor en conseguir tres estatuillas como actor principal. También estaba cantado, y con toda justicia, aunque un servidor guardaba esperanzas de presenciar la victoria de un descomunal Joaquin Phoenix en The master, obra maestra injustamente infravalorada en la ceremonia.
El gran borrón de la noche vino de la mano de Jennifer Lawrence y su premio a mejor actriz por su histriónica interpretación en la tramposa El lado bueno de las cosas. No voy a hacer sangre pero es un insulto al buen gusto y al cine que esta joven promesa con una interpretación ramplona a más no poder deje sin estatuilla a la veterana Emmanuelle Rivá, cuya interpretación en Amour es un hito. Sólo una mirada o un desgarrador “duele” de la francesa en ese proceso agónico e indigno de su enfermedad al que Haneke nos enfrenta en Amour deja en paño menores al resto de candidatos. Un auténtico robo.
La gala en sí fue todo lo amena que se puede llegar a ser durante cuatro horas. Con un Seth MacFarlene algo irregular como maestro de ceremonias, aunque con momentos de enorme lucidez (la ácida puya a Rihanna).
Mención especial para los brillantes números musicales ofrecidos como homenaje a los musicales de la Historia del cine. Geniales.
Hollywood, sin duda, sigue sacándonos varias cabezas en esto de las ceremonias y, la noche del domingo, volvimos a dar fe de ello.