Luis Durán Guerra. En tierra extraña es el sexto libro de Jesús Ramírez Copeiro (Madrid, 1944). Como reza su subtítulo, En tierra extraña narra la historia de los republicanos onubenses que tuvieron que exiliarse como consecuencia de la guerra civil española (1936-1939). Este libro constituye, sin duda, un notable trabajo de “memoria histórica” en el más noble sentido de esta expresión. Haciéndose eco de una frase pronunciada por una de las Nueve Rosas antes de ser fusilada: que mi nombre no se borre de la historia, Copeiro nos revela en las páginas introductorias de su trabajo el pathos ético que alienta su investigación historiográfica: “[…] ese ha sido nuestro afán: recuperar los nombres de los que tuvieron que marchar a otras tierras, a tierra extraña. Tengo el convencimiento de que estas personas ya no serán olvidadas”. Y es que, como nos recuerda el mismo autor, “El tema del exilio republicano en Huelva es en general un asunto ignorado”. No se trata, por tanto, de evocar sentimentalmente a unas personas de las que nadie se acuerda, sino de sacar a la luz un capítulo importantísimo de la historia reciente de España que, en el caso particular de nuestra provincia, estaba por roturar historiográficamente. El deber del historiador es un deber de preservar la memoria, pero especialmente la memoria del dolor de los vencidos, de las víctimas de la represión y los genocidios. Es lo que ha hecho, con ese compromiso cívico que debe caracterizar al intelectual, el autor de En tierra extraña.
El libro de Copeiro, bellamente editado con profusas ilustraciones, se divide en dos partes claramente diferenciadas. La primera está compuesta por trece capítulos que tratan del exilio onubense desde una perspectiva general. La segunda, el capítulo catorce, el último y más extenso de todos, recoge las biografías de los casi 400 exiliados de la provincia de Huelva de los que Copeiro ha podido reunir alguna información y entre los que se encuentran nombres tan ilustres como el del poeta Juan Ramón Jiménez. Copeiro ha realizado aquí, como no podía ser de otra manera tratándose de un tema de esta naturaleza, un trabajo incansable a pie de archivo, que es la principal fuente, junto al testimonio del testigo, de la memoria de la que se nutre la historia.
El primer capítulo documenta la huida a Casablanca, ante la inminente entrada de las tropas facciosas en la capital onubense, de los principales dirigentes republicanos de Huelva en el remolcador Vázquez López, así como la de los dirigentes sindicales en el pesquero Virgen de la Cinta. De los huidos en el primer barco, once al menos acabarían en el exilio. Varios de los huidos en el Virgen de la Cinta pasarían a Alicante donde cuatro vecinos de Huelva capital llegarían a formar parte del piquete que fusiló a José Antonio Primo de Rivera el 20 de noviembre de 1936. Copeiro da cuenta, por lo demás, en este primer capítulo, del secuestro fallido en el puerto de Huelva de un pesquero que pretendía ir a Marruecos, de la fuga del pesquero Trementina en Isla Cristina y de la fuga del buque Guadiana en Ayamonte.
El segundo capítulo se ocupa de la huida al país luso de los republicanos onubenses. Según Copeiro, “Portugal no fue tierra de exilio, pero sirvió de paso a otros países. Gracias al apoyo y protección que muchos portugueses brindaron a los huidos, éstos pudieron conservar sus vidas”. Un ejemplo de esta ayuda es la del pueblo de Barrancos cuyos vecinos alimentaron a los refugiados que habían acudido a los campos habilitados en la finca Coitadinha y en la finca Russianas. Después estos refugiados fueron trasladados a Lisboa donde el 10 de octubre de 1936, ante la protesta del gobierno español a la Sociedad de las Naciones, serían embarcados en el buque Nyassa con destino Tarragona, en zona republicana. Entres los 1.435 pasajeros del Nyassa se hallaban ciudadanos de Puebla de Guzmán, Aracena, Cala, Encinasola, Galaroza y Sanlúcar de Guadiana.
El tercer capítulo está centrado en el destino del medio millón de refugiados españoles que formaron parte de “la Retirada”. Los militares y civiles varones fueron llevados a campos de selección y clasificación (Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Barcarès, etc.). En cambio, la mayor parte de los civiles fue dirigida a otros centros de acogida en el interior del país: “campos, antiguos conventos, iglesias, viejas fábricas, cuadras, molinos, prisiones en desuso o escuelas abandonadas”. Ante el cruel trato que los franceses dispensaron a los españoles en los campos, Copeiro no puede por menos que lamentar: “Eran refugiados políticos, no prisioneros de guerra de un país en lucha contra Francia. Se estima en 15.000 las muertes de refugiados españoles durante las primeras semanas de encierro. Los refugiados que no quisieron repatriarse o ingresar en la Legión Extranjera pudieron trabajar como mano de obra en las llamadas Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE). Es el caso del ingeniero agrónomo Eduardo Martínez Silva (Aracena), asignado a la 182 CTE para atender los servicios del campo de Gurs, o el de Julio Garzón Fernández (Valdezufre, Aracena) quien, según su propio testimonio, estuvimos en los Alpes construyendo una pista de montaña, cerca de la frontera italiana.
El cuarto capítulo rememora la suerte de los 2.638 pasajeros oficiales que embarcaron en el Stanbrook el 28 de marzo de 1939 en el puerto de Alicante antes de que los italianos tomaran la ciudad. De los pasajeros del viejo carguero británico que llegaron a Orán en la tarde del 29 de marzo doce eran onubenses. El grueso de los refugiados republicanos fueron llevados al Camp Morand, el campo más importante del norte de África, siendo posteriormente, una vez que Francia entró en guerra, “movilizados para prestaciones militares y encuadrados en el recién creado 8º Regimiento de Trabajadores Extranjeros. Y como tales enviados a la explotación de las minas de carbón de Kénadza, al arreglo de pistas y sobre todo a la construcción del transahariano, un ferrocarril estratégico de dos mil kilómetros de longitud que las autoridades francesas pretendían llevar hasta el Níger”. En la construcción de este ferrocarril participaron al menos dieciséis onubenses, algunos de los cuales acabarían exiliados en Marruecos. Tras el desembarco aliado en el norte de África en noviembre de 1942 se suspendieron las obras del ferrocarril y los refugiados españoles puestos en libertad.
Basándose en la documentación aportada por Natalia González Tejera, Copeiro aborda en el quinto capítulo de su libro el exilio republicano en República Dominicana. Entre los países donde llegaron exiliados onubenses hay que citar, aparte de la antigua Española, México, Chile, Venezuela, Puerto Rico (Juan Ramón Jiménez, desde Estados Unidos en 1951), Uruguay, Argentina y Estados Unidos. Del exilio en México, organizado por el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), se ocupa Copeiro en el capítulo sexto. A este país llegaron seis onubenses en el Sinaia, el primer barco que salió de Francia con refugiados españoles procedentes de los campos de concentración (25 de mayo de 1939). Entre 1939 y 1942, México acogería a unos 25.000 españoles (“uno de los mayores grupos de exiliados políticos de la historia”), de los cuales, un centenar eran onubenses. En lo que respecta al exilio en Chile, que dividió a la opinión pública del país, éste se nos narra en el capítulo séptimo. Como es conocido, fue el gran poeta chileno Pablo Neruda el encargado de cumplir, en su calidad de cónsul, y según sus propias palabras, la más noble misión que he ejercido en mi vida: la de sacar españoles de sus prisiones y enviarlos a mi patria. Esas prisiones eran las cárceles de arena de las playas del sur de Francia donde se hacinaban, en condiciones deplorables, miles de refugiados españoles. “Y así el Winnipeg, cargado con 2.365 republicanos que cantaban y lloraban, inició su travesía que duraría un mes, pasando por el Canal de Panamá”. De todos los españoles exiliados en Chile, unos 3.500 según el autor, seis fueron onubenses, llegando a Valparaíso en el Winnipeg Rafael Gómez Casado (Ayamonte), luego a Perú, Sebastián González Martín (Sanlúcar de Guadiana), Domingo González Martín (Sanlúcar de Guadiana) y José Rodríguez González (Aljaraque).
El octavo capítulo reseña brevemente “El exilio en la Unión Soviética”. Según datos del Archivo Histórico del Partido Comunista de España, de los 4.221 españoles que fueron a la Unión Soviética, 2.982 eran niños, 122 maestros y personal auxiliar acompañante, 157 eran alumnos de las escuelas de aviación, 69 marineros y 891 exiliados políticos. Muchos de ellos lucharían en el Ejército Rojo contra los alemanes en varios frentes: Kalinin, Leningrado y Smolensk. Copeiro ha contabilizado cinco onubenses exiliados en la Unión Soviética entre los que se encontraba el alumno-piloto y guerrillero Juan Beltrán González (Puebla de Guzmán), fusilado en Rusia por los alemanes.
El capítulo noveno da cuenta de los exiliados españoles que se alistaron para combatir al invasor alemán tanto en la Legión Extranjera como en los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros (RMVE). Entre ellos se cuentan seis onubenses, como Antonio Sánchez Pérez (Cala) y José Malavé Fernández (Valverde), en la Legión Extranjera, quienes “intervinieron en los combates para expulsar de Túnez a los alemanes de Rommel, consiguiendo ambos la Medalla Colonial”, o Juan Fornalino Gómez (Huelva), el cual participaría en el desembarco de Normandía en junio de 1944. El décimo capítulo enumera a los onubenses reclutados por los alemanes para trabajar en la construcción de la llamada Muralla del Atlántico. Como reza su título, el capítulo undécimo nos informa acerca de las peripecias de una treintena de onubenses que participaron en la Resistencia francesa contra el invasor alemán. Ventura Márquez Sicilia (Riotinto), por ejemplo, fue jefe del maquis del Cantal, liberando varias ciudades del departamento, incluida su capital Aurillac.
Los capítulos doce y trece relatan in extenso las biografías de Antonio Llordén Fernández (Nerva) y de Francisco Méndez Moreno (Valverde) respectivamente. El primero fue un héroe de guerra al mando de La Nueve, la compañía de la División Leclerc que liberó París el 24 de agosto de 1944. Exiliado en México, Antonio Llordén se casó y tuvo dos hijos, falleciendo el 23 de noviembre de 1973.
En cuanto al segundo, tras ser internado en Francia en el campo de Le Vernet, trabajó en la Línea Maginot, sector Mosela, luego capturado por el ejército alemán el 22 de junio de 1940, para ser finalmente deportado al campo nazi de Mauthausen de donde, tras cinco años infernales de cautiverio, logró salir con vida gracias a su condición de zapatero. Casado con una francesa, Francisco Méndez murió en Pamiers el 30 de diciembre de 1995, a los ochenta y dos años de edad. El capítulo trece termina con una tabla de gran interés donde se consignan los datos concernientes a una treintena de onubenses deportados a campos de concentración nazis.
El último capítulo recoge las “Biografías de los exiliados onubenses”, sin duda, la parte más valiosa, por humana, de la obra (sólo ella ocupa dos tercios largos del total de páginas). Se trata de un trabajo portentoso de documentación, una aportación verdaderamente capital para llamar por su nombre y apellidos a los verdaderos protagonistas de esta historia. Y porque detrás de un nombre siempre hay un rostro humano y la memoria también se alimenta de imágenes, Copeiro ha podido personificar su entrañable “familia republicana” gracias a las fotografías de los biografiados pertenecientes en su mayoría a las colecciones de los descendientes. El libro termina con un índice onomástico de los exiliados onubenses y un apéndice donde se relacionan los nombres de una veintena de exiliados con destino a México conocidos por Copeiro cuando ya tenía su trabajo en la imprenta.
Una primera versión de este artículo ha sido publicada como reseña en Erebea. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, 3 (2013), pp. 467-471.
Luis Durán Guerra es licenciado en Filosofía y D.E.A. por la Universidad de Sevilla.
2 comentarios en «‘En tierra extraña’, una visión histórica de la provincia de Huelva»
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