(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
En La Palma del Condado el atractivo más inmediato es pasear. Pasear por calles con fachadas que son un alarde de belleza arquitectónica, testigos de un pasado que quiere permanecer para goce de los que entremos en ellas.
En La Palma es obligado ir sin prisa, con buen tiempo y del brazo de un amigo que te cuente lo que hay más allá de lo que se ve. Sus historias enganchan, hasta que uno admite que lo que quieres es volver.
Volver a una Plaza viva, como las de antes, que luce su bienestar protegida por un palacio que ahora es Consistorio, el hermoso Teatro, una Iglesia que vigila y un bar de azulejos presumidos que rinde homenaje a los zócalos del Sur. Como debe ser.
Y más. Un noble edificio, de fachada altiva, que tiene puertas abiertas siempre. No sé si es para que el paseante entre y admire suelo y zócalo o para que los del interior oteen el luminoso entorno.
Es el Casino. El Centro Cultural Hermanos de la Cueva, que los casinos suelen ser agradecidos a los ilustres hijos que enarbolaron cultura y divulgaron el nombre de La Palma con sus plumas de hijos bien.
Un Casino que daba prestigio y asumía el patrocinio de eventos y sucesos. Un Casino que sirve aún a los socios que fueron y que mantienen vivo el uso de unas butacas tertulianas tras el ventanal.
Es bonito entrar, percibir el aroma de un sosiego que fue bullicio y regodearse en el placer de la observación de una estética de pavimento, que fue referente para que todo los casinos del Sur la buscaran. Y no iba a ser menos el de La Palma, que posee uno de los más bellos suelos de la zona, bien conservado y mejor disfrutado por quienes lo pisan a diario. Aunque solamente sea por ello, merece la pena ser socio de estos casinos que han sabido conservar tales patrimonios.
Desde Ayamonte hasta Murcia, el Sur ha tenido a gala colocar bajo los pies de los socios la belleza de baldosas hijas del gusto de los pudientes romanos. Y zócalos que reclaman la herencia de los ocho siglos en los que los árabes vistieron las paredes de sensibilidad.
En La Palma hay un Casino que permanece silencioso en una plaza que es escenario de idas y venidas, de paseos y estancias, de niños y feligreses que salen o entran en la gran portada barroca de San Juan Bautista.
Plaza señorial. Y Seductora. Atractiva y viva. Es bonito sentarse en ella e imaginar los años en los que Teatro y Casino bullían como faros de la actividad cultural y social de La Palma. Como en aquellos días en los que Summers rodaba en el Casino escenas de «La niña de luto», que sirvió para que luciera sus mejores galas, los socios jóvenes participaran como extras y aprovecharan la ocasión para grabar en su memoria personal anécdotas entrañables que sirven para volver en el tiempo.
El gran salón del Casino tiene al fondo una escalera graciosa que invita a subirla, camino de algo que debe ser importante. Efectivamente, arriba, oculta a las miradas de todos, hay una hermosa estancia que guarda silencio ante el olvido de sus moradores. Allí se escribieron bellas hazañas de socios juveniles y reuniones festivas, que fueron nombradas en el entorno. Y más allá, porque el Casino de La Palma era lugar muy principal en una localidad de por sí señorial, culta y rica.
Era la época en la que ser socio del Casino imprimía carácter y daba prestigio social a quien tuviera esa condición.
Hoy, el Casino es una señorita que ha perdido su tersura, pero que conserva en los techos, en el suelo, en las paredes y las sillas, la chispa del orgullo de haber sido reina de las fiestas, de los actos y de los pasos perdidos en esas calles hermosas.
La Palma debería ser estación obligada de todo viajero que busque belleza, historia y calidad. Y sentarse a mirar en la Plaza, junto a un amigo que cuente cosas, porque las «cosas» contadas de La Palma son un atractivo en sí mismo.
La Palma es un pueblo para mirar y para escuchar. Y para sentarse en el hermoso salón y admirar por el ventanal esa palmera perfecta, que parece agarrada a la vecindad de Casino y Teatro. Como testigo mudo de la vida social y cultural de La Palma de siempre.
Antes de salir de la Plaza es bueno sentarse de nuevo en un banco de cerámica y regodearse en la belleza arquitectónica de un palacio que hoy es Consistorio, una Iglesia que luce su belleza de gran barroco, un Teatro de gracioso diseño y esa imponente planta que es el Casino.
Y dejar allí a mi amigo Dabrio, con una cierta envidia por mi parte. Pero al dejar la Plaza, conviene detenerse ante unos azulejos que reproducen unas palabras de José María Dabrio, que es reconocimiento a su labor cultural en La Palma:
«La torre es minarete blanco de cal y azul de mar, requiebro, flecha de paz, …»
Equipo Azoteas
www.azoteas.es
3 comentarios en «La Palma del Condado. La Historia en busca de futuro»
A pesar de la proximidad geográfica y la comodidad de la ruta ente La Palma y Huelva, solo me he aproximado cuando la carencia del «Luis Felipe» me lo han requerido, y ahí he estado visitando las Bodegas Rubio y ¡poco mas!, pero prometo que a partir de ahora lo incluiré en mi agenda cultural ante esa belleza y riqueza histórica que nos promulga nuestro amigo Miguel Nojarro, quien va camino de ser propuesto «hijo adoptivo de los casinos de Huelva». Un abrazo y gracias por dedicarnos tu tiempo.
Los amigos son un peligro. Porque con su afecto obligan. Pero Benito es de los que además motivan a seguir en la linea.
Cuando vayas a La Palma, pregunta por Dabrio, que es amigo y pluma magnífica, que hace que esa localidad se engrandezca cuando se está con él.
Pero todos los casinos tiene su peculiar encanto y sus valreos indiscutibles. Y cada lcalidad de nuestra provincia. No dejes de disfrutarlos, tú que sabes hacerlo.
Es un plaer dedicar mi tiempo a gente como tú, porque es gratificante y compensa de otros olvidos. Gracias a ti, amigo Benito.
Los nombres de José María Dabrio y Paco Ruiz, vecinos de la misma calle, y amigos desde la niñez hasta nuestros días, también pasábamos nuestras tardes de adolescentes en ese entrañable Casino, dentro en los días de invierno, y fuera en los de verano, en sus sillones de mimbre, donde haciamos nuestras tertulias.
Hermosos recuerdos que conserva un palmerino de adopción.