RFB. Quedamos citados con Fernando Núñez Parra en una cafetería del polígono de Mazagón, a solo unos 16 kms. de la Isla Chica de Huelva en línea recta. Allí frecuenta desde hace unos años a unos amigos para tomar café. El café y la tostada es, naturalmente, lo de menos. José Manuel y Pedro, operarios de Mantenimiento del Ayuntamiento de Moguer en la localidad playera, se divierten cada mañana que comparten esos momentos con Fernando.
Pedro, villarrasero enamorado de Moguer, y José Manuel, orgulloso natural del mismo Mazagón, han encontrado en Fernando a un buen amigo con el que hablar de lo divino y lo humano en ese rato cotidiano y fundamental de descanso. Se percibe que lo sienten como uno de esos momentos de felicidad, aún sencillo, que hay que aprovechar en la vida. Y el peluquero de la Isla Chica hace lo propio, dando rienda suelta a sus ocurrencias, en ese marco de confianza que sin dificultad genera. «Como es peluquero, sabe de todo«, advierte con guasa José Manuel.
El cuponero, Antonio, que entra en el bar, se mete en la charla y de camino nos vende cuatro números, a jugar entre todos. Echamos un ameno ratito en el que se pone de manifiesto el cariño que ambos tienen por el peluquero, alma mater de Hermanos Núñez, el emblemático establecimiento de Federico Molina, la carretera de Sevilla de siempre.
Fernando Núñez es de la Isla Chica de Huelva como el palmito lo es de las fiestas de San Sebastián. ‘Pata negra’ del barrio, nacido y criado allí, y con un desarrollo profesional casi íntegramente en ese enclave huelvano tan entrañable. Ahora vive en Mazagón, tras la merecida jubilación, aunque tiene un pie allí y otro en su Isla Chica, de la que no puede separarse, ni física ni emocionalmente.
Doctorado en la Universidad de la Vida, el trato con la gente, con tanta gente en 51 años de ejercicio, le hace poseer una intuición especial, una visión psicológica que, dado que además es buena gente, le sirve para contribuir a hacer mejores los momentos a los demás. Una palabra oportuna, una sonrisa casi permanente y un gesto, como mínimo, amable ayudan a florecer las buenas vibraciones a su alrededor.
Hablamos con él porque es nominado a los premios Buena Gente de Huelva, en su sexta edición. Unos premios singulares que organizan cada año el diario Huelva Buenas Noticias y la Fundación Cajasol, y se culminan con un gran homenaje en el Gran Teatro de Huelva. En esta ocasión previsto para el próximo siete de octubre.
Siendo de palabra fácil, alegre y extrovertido, Fernando sin embargo nos ha parecido discreto, prudente. Entendemos que es el resultado de su condición personal y de tanta experiencia en ese ‘confesionario’ -como él dice- que era el sillón de la barbería. “Es un trabajo muy personal, de tú a tú -señala-. Ahí se cuentan muchas historias, unas contables y otras incontables”.
Desde fuera sorprende entender que un negocio de este tipo con tres hermanos trabajando haya durado tanto tiempo e, incluso, haya pasado a ser gestionado con éxito con una segunda generación, con respectivos hijos de los anteriores socios, más un primo, Dani, que nos cuenta ha entrado a trabajar como oficial. Para llegar a ese entente cordiale permanente hay que ser muy buena gente y entender el respeto como un eje fundamental, más allá del natural amor fraternal.
Fernando en la charla hay dos momentos en los que se emociona. Se le saltan las lágrimas y tiene que parar de hablar. Uno de ellos es la primera vez que nombra en la conversación a su hermano Miguel, fallecido demasiado joven hace treinta años. El segundo sencillamente cuando rememora la vida en la peluquería y su relación con los clientes. La nostalgia no puede ocultarla. A nosotros nos parece que esa última emoción es resultado también de un agradecimiento a la Providencia.
Recordar esa experiencia vital de la peluquería está claro que le hace sentir la gran satisfacción que tiene por lo logrado a base de trabajo, y la infinidad de relaciones personales que le han hecho llenarse de lazos de amistad. Insistimos, por nuestra parte, que es para sentirse más que orgulloso viendo, además, que el negocio sigue adelante con su hijo y sobrinos. «Ellos lo llevan bien -asegura satisfecho, como decimos-, y lo digo no porque sean mi gente, si no porque son unos grandes profesionales«.
Entró como aprendiz a los diez años en la peluquería que estaba al lado de su casa, en la hoy calle José Fariñas y entonces sencillamente callejón de Viaplana. Vivía en el nº545 y la peluquería estaba en el 543. Enfrente estaba el colegio municipal, que le llamaban «El Curso», con dos aulas.
Fue forjándose en la profesión. Al principio barría y le pasaba el cepillo a los clientes por la espalda «ganándome una perra chica, o una gorda -recuerda-«. Más tarde la peluquería tuvo que cerrar. «Entonces -nos cuenta- un señor que trabajaba en la fábrica de azufre iba por las tardes a ayudar. Y cuando pasó lo de la peluquería me dijo Fernandito, no te preocupes, yo voy a hablar en el Matadero con Antonio Molina que es amigo mío. Y, efectivamente, estuve allí. Allí seguí aprendiendo. Era también matarife, trabajaba en el Matadero«.
Pasado el tiempo, Fernando se fue a la calle Tendaleras, con el maestro ‘Asaura’. Apunta que el hijo del maestro, Manolito Castillo, cantaba muy bien los fandangos. «Y de ahí me fui a donde tuve yo luego -al volver de la mili- la peluquería arrendada, que estaba enfrente de la actual«.
La mili la califica como dos de los mejores años de su vida. Al llegar al cuartel de instrucción, en San Fernando, a los catorce días ya tenía una peluquería propia. Pero es que vivió una experiencia única, dos viajes de instrucción de los guardiamarinas en el Juan Sebastián Elcano, uno por América del Sur y otro por América del Norte.
En el buque también era el peluquero, pero cuando había maniobra general, caso de vendavales y mal tiempo, el oficio se quedaba atrás y le tocaba también subirse al palo. En concreto nos cuenta que él tenía que subir descalzo a todo lo alto -entendemos que al sobrejuanete- del mástil más próximo a la proa del buque, el trinquete. Era una situación difícil, porque tenían que recoger y amarrar las velas en escenarios muy complicados.
«Una de las veces me impresionó -cuenta-, porque allí arriba tenía que mirar para atrás para poder respirar, de la fuerza del viento en la cara. Miré para abajo y el barco iba así (hace un gesto como indicando pantocazos). Como sería la cosa que al bajar el comandante nos dio coñac, para reanimarnos«.
Para nuestro asombro responde que no tuvo miedo, y “además no sé nadar. Los compañeros me decían ¿si esto se va a pique que vas a hacer? Yo rezar por el camino, no me queda otra«. Qué lejos, pensamos, estaba entonces la Isla Chica de Huelva. Pero volvería.
Tras la mili, en 1963, arrendaría la peluquería en la que había estado un tiempo de aprendiz, enfrente de la actual. Se llevó a su hermano Antonio. En el 73 abrieron una en José Fariñas, ya incorporado su hermano Miguel, «y en el 77 abrimos la actual, y luego ocurrió lo de Miguel..«. En su momento empezó también con la tijera Ángel, su otro hermano, pero no le gustaba y al final enfocó su profesión al mundo del taxi.
«Gracias a Dios no nos ha faltado el trabajo«. Como curiosidad, porque nosotros pensábamos que era de siempre, nos dice Fernando Núñez que «el pelado a navaja lo introducimos a mediados de los sesenta. Manolito Ramos, que trabajaba con nosotros, había estado en Barcelona, y traía esa nueva técnica«.
Le preguntamos que sucedía cuando algún cliente le pedía que le hiciese algo y él era consciente de que no iba a quedar bien. Nos cuenta, y nos reímos, que «había muchos que te venían con una foto, y decían lo quiero así. Y respondía, si vale, tu lo quieres así, pero mírate al espejo ¿tú tienes esa nariz? ¿tú tienes esas orejas? Yo te voy a poner los pelos así, pero después no te va a gustar«.
En cualquier caso, aclara que «no recuerdo en todos los años haberme enfadado con ningún cliente. Y clientes que no hayan sido buenos los cuento con los dedos de la mano y me sobran«.
Admite que antes la actividad era más familiar. «Había clientes que se cortaban el pelo y luego seguían allí sentados, para seguir hablando contigo”.
Con los niños la paciencia era marca de la casa. Para él la clave era no obligarlos, si no ganarse su confianza. «Había un conductor de autobuses de Huelva, que era de Trigueros, y me dijo ‘te voy a traer a mi hijo, Pedro, para que lo peles’ Tráelo, y te lo pelo. Y cuando llega le digo cógelo tú en brazos y siéntate ahí. Le pongo el paño al padre y fui haciendo como si lo pelase y al final, poco a poco, terminé pelando al niño. El padre no se lo creía. Después hicimos más amistad con él, porque compramos un campito allí en Trigueros«.
Hace ocho años le quitaron el riñón izquierdo. ¿Qué edad tienes?, preguntamos “¿Achú, te lo digo? Échala tú”. 84, nosotros le dábamos alrededor de 75, menos de ochenta en todo caso. El guarismo da un poco igual, realmente, porque Fernando es simplemente un joven, pero mayor.
Le preguntamos por escenarios de aquella Isla Chica que conoció en su niñez y juventud. Nos habla de la propia Venta, que estaba enfrente de la Iglesia del Rocío. «Allí tenía término la línea de autobuses, que daba la vuelta dentro del cercado de la Venta«.
Iconos como el Bar y el Cine Apolo, la Tienda Chica de Leopoldo o el surtidor de gasolina de Manuel, con su mascota, que tenía que bombear manualmente el combustible. Un barrio con menos infraestructura pero entrañable, y que vive en la memoria del corazón de aquellos que, como Fernando, lo hicieron un lugar habitable, comunitario, con mucha luz, con alma.
“A nosotros en la Isla Chica nos decían, ¿onde vas?, voy pa Huelva”. A Huelva, o al Punto. No decíamos vamos al centro. Por la hoy avenida Muñoz de Vargas -antes de construirse el Estadio, claro- bajaba una gavia, camino de las marismas«.
Siempre en José Fariñas, callejón de Viaplana, como le gusta identificarlo a él. Cuando se casó estuvo 14 años viviendo con su madre. Luego se fue al Polígono de San Sebastián. Y su mujer tenía muchas ganas de volver a la Isla Chica, y volvieron. Y luego cuando se jubiló terminaron yéndose a Mazagón. Probaron primero un invierno y les encantó. Ya allí vendieron el piso de Huelva pero hace poco han comprado otro en la avenida Muñoz de Vargas, buscando la Isla Chica, para qué resistirse.
«A la Isla Chica le estoy muy agradecido. Me da alegría enorme que la gente en el barrio me salude por la calle. Los mayores y también los ‘chavales’ de cuarenta o cincuenta años, que me recuerdan«.
Fernando ha sido feliz y es feliz. Felicidad compartida. Su mujer, Lucía, y la descendencia le colman. Nunca tuvo aficiones especiales y el tiempo de ocio lo disfrutó viviéndolo con su familia. «Tengo cuatro hijos maravillosos, y tengo la tranquilidad de que los cuatro están trabajando, y que tienen la vida encauzada. Fernando en la peluquería, Carlos, que es funcionario del Puerto, Esther también tiene una peluquería, en las Tres Ventanas, y Lucía, profesora universitaria».
Esa savia de buena condición del peluquero de la Isla Chica se extiende a siete nietos, que «son divinos» -califica Fernando con una amplia sonrisa-. Mª Ángeles, Fernando, Laura, Mario, Javier, y los dos más chicos, Pablo y Julia.
Enhorabuena.
Fotografías: Edith-HBN.
Nuñez, Isla Chica, Huelva.
3 comentarios en «Esa Isla Chica de Huelva nunca hubiera sido igual sin Fernando Núñez»
Conozco a Fernado y es único. A pesar de su edad , es amable, siempre con una sonrisa en la boca, de buen corazón y muy buena persona. Para mí, el candidato perfecto para el premio.
Buenas persona,para mí el candidato perfecto para el premio.
MERECIDA NOMINACION. !QUE BUENA GENTE!, COMO SUS HERMANOS. RECUERDO A MIGUEL. ME ENCNBTRE CON ELLOS COMO CLIENTE EN EL 77 Y POCO TIEMPO DESPUES TUVE LA SUERTE DE PODER CONGTAR CON ELLOS, PUES FUERON DECISIVOS EN LA FUNDACION DE LA ASOCIACION DE PELUQUEROS DE HUELVA. UN ABRAZO PARA TI Y TODA LA FAMILIA