M. D. Castelló. Voy a ser claro y directo: Anora es, sin duda, una maravilla.
Sean Baker regresa en grande, llevándose la Palma de Oro en el reciente Festival de Cannes, un galardón que un largometraje estadounidense no había ganado desde 2011, cuando se premió la cautivadora y peculiar El Árbol de la Vida de Terrence Malick. Aunque algunos comparan Anora (2024) con Pretty Woman (1990) por su premisa similar, estas películas no podrían ser más diferentes. Garry Marshall carece de la creatividad, sensibilidad y solvencia que Baker, el director de The Florida Project (2017), demuestra en cada uno de sus trabajos.
En el mundo del séptimo arte no siempre es cierto que «la práctica hace al maestro», pero Baker, con cada proyecto, se va consolidando como una de las figuras clave del cine moderno.
Para adentrarnos en su obra, vale la pena reconocer ciertos patrones recurrentes en su narrativa: sus protagonistas suelen ser mujeres de clase baja, luchadoras y oprimidas por una sociedad que les niega el sueño americano. Este esquema se mantiene en Red Rocket (2021), aunque allí el protagonista es masculino. Con estos elementos sobre la mesa, Baker crea una incisiva crítica del sistema estadounidense. Anora no es la excepción.
Más que reinventar el cine, Baker ha logrado algo incluso más significativo: un estilo propio y comprometido. Este es el mismo director que comenzó grabando con teléfonos móviles en Tangerine (2015), y que, manteniéndose fiel a su visión, ha alcanzado un gran reconocimiento.
Anora, el largometraje que probablemente le valga una nominación al Óscar, presenta una historia aparentemente sencilla —el viaje del punto A al punto B—, pero su esencia no radica en la trama, sino en la profundidad de sus personajes.
Lo que hace que esta película destaque entre otras es la complejidad y riqueza de sus personajes, con conflictos magistralmente creados y resueltos, realzados por la impecable actuación de Mickey Madison.
El montaje es dinámico y electrizante, la fotografía impresionantemente armónica con los elementos humanos y los paisajes que exploramos.
Baker dirige con un equilibrio exacto entre el drama y una comedia intensamente divertida, manejando la tensión con la maestría de un experto. Su lenguaje narrativo es exquisito, alcanzando niveles solo logrados por las leyendas de este arte, y sus mensajes son tan crudos como necesarios.
Desde este pequeño rincón, agradezco a Sean Baker por recordarnos que está bien ser quienes somos, que debemos defendernos ante las injusticias, que nadie tiene derecho a usarnos, sin importar quiénes sean, y que el amor también se expresa en la intimidad de un llanto.
Anora es una de esas películas que reavivan mi amor por el cine. No sentía algo así desde que vi la impactante Parásitos (2020), y cómo el final de ambas ha dejado a los espectadores en un silencio absoluto. Esto es, sin duda, cine con mayúsculas.