‘El corazón de la tierra’, un libro que todo onubense debería tener en su estantería

Nuestro colaborador Alejandro Bellido nos trae un artículo de opinión sobre la importancia de esta obra de Juan Cobos Wilkins y su ausencia en la I Feria del Legado Británico

I Feria del Legado Británico

Alejandro Bellido. Corría el año 2020. Yo estaba a punto de hacer unas prácticas en el colegio María Inmaculada. Era la puntilla que me faltaba para poner fin a un máster de profesorado que me había hecho perder cinco preciados meses de mi vida. Recuerdo que me compré una chaqueta de cuero para ir al colegio durante esos dos meses de Prácticas, porque la otra que tenía estaba prácticamente raída, hecha un asco después de años y años de batalla en los bares de la Merced. Pero un día en que asistía a la última clase teórica, alguien miró un teléfono y anunció la noticia: se iba a decretar el estado de alarma ante el riesgo de que el covid se extendiese por nuestro país. Recuerdo la inquietud que sentí en ese momento: no iba a poder hacer mis prácticas y comprobar si la docencia en las aulas de secundaria era lo mío. Estaba muy perdido en ese tiempo y necesitaba saber si el paso siguiente al máster eran en realidad unas oposiciones que me habilitaran como docente de algún IES. Todo apuntaba a que no iba a poder ser, así que, al terminar la clase, recuerdo que fui a la biblioteca, ese refugio, como el que buscase abastecerse de alimentos para un apocalipsis zombie. Saqué varios libros, pero solo me acuerdo de uno: El corazón de la tierra, de Juan Cobos Wilkins. Conocía la poesía de Juan, pero nunca me había acercado a su narrativa, por lo que decidí llevármelo y de paso, conocer un poco más de la historia de mi provincia. Muy poco después, se confirmó el confinamiento y también mis peores temores: adiós a las prácticas.

Recuerdo que los primeros días de encierro compaginaba su lectura con otra que también recuerdo con especial cariño y que leía en un ereader, Canta Irlanda, de Javier Reverte. Sin embargo, en esta última iba poco a poco; la novela de Juan, en cambio, la fui leyendo más rápidamente. La narración me tenía completamente atrapado. Juan me estaba brindando un relato asombroso y tremendamente real sobre la historia de un pueblo, Riotinto; hablaba de cómo los ingleses se habían acercado a la provincia, de la riqueza cultural que habían dejado, y también de sus horribles desmanes —las infernales teleras, especialmente—, que explican ese hecho central de la novela: el Año de los Tiros.


Festival de Cine de Huelva

Leí El corazón de la tierra y sentí que acababa de atravesar un portal que me había sido vedado de alguna manera: el de la historia de Huelva, que se me presentaba interesantísima, de una relevancia más allá de lo local y lo provincial. Terminé la novela encantado, y como el encierro continuaba y mi interés, voraz, también, comencé a profundizar en el legado británico. Leí artículos, me acerqué a ensayos, a otras novelas como El metal de los muertos, y me enteré de tantas cosas que desconocía… Supe de ese proyecto faraónico frustrado —y que ay, cómo me gustaría ver hoy sin desconchones— que fue la Casa Colón: el antiguo Hotel Colón, que los ingleses pretendían convertir en una referencia en toda Europa. Un hotel de lujo que fuera la envidia de las grandes capitales del viejo continente. Imagino lo que debió de ser aquello: hombres y mujeres trajeados con sus mejores galas pisando moquetas en una suerte de oasis de elegancia y elitismo en una pequeñita ciudad de provincias… Cenas entre gerifaltes —como un tal Cánovas del Castillo, por ejemplo— donde se dirimía el destino de la provincia y del país. Todo eso se me viene a la cabeza ahora cada vez que paso por la Plaza del Punto y me quedo obnubilado, apreciando incluso más la belleza del complejo arquitectónico.

Supe más del Barrio Obrero de Huelva, así como del Barrio de Bellavista, una suerte de isla británica en medio de un pueblo de la Cuenca Minera; con sus pistas de tenis, su Father Christmas, sus despachos oliendo a madera, su té de las cinco de la tarde… Y también, ese muro terrible que establecía la frontera entre los ingleses y los nativos. Y podría seguir y seguir, porque no he dejado de leer al respecto. Actualmente, sin ir más lejos, leo Entre mujeres de Coradino Vega, autor nacido en Riotinto, que nos habla de los últimos coletazos de la Riotinto Company Limited y de ese viejo mundo de los ingleses en la Cuenca Minera. Pero el principio de todo fue El corazón de la tierra. Por eso me ha extrañado tanto no ver a su autor en la programación de la Feria del Legado Británico de Huelva que tuvo lugar la semana pasada. Es cierto, sí, se le mencionó en algún momento, en algún acto, y se le invitó a participar en la proyección de la película. Pero me parece poco. Juan nos puso en contacto con nuestra provincia gracias a su libro, que luego llevó a los cines Antonio Cuadri. Me faltan dedos de la mano para contar las veces que he ido a algún lugar, a veces con no mucha biblioteca, y me he topado con un ejemplar de El corazón de la tierra. Sin ir más lejos, en mi lugar de trabajo hay uno, de su primera edición, la misma que yo leí. Y he visto más ejemplares en casas de todo tipo, como un clásico que todo onubense tiene que tener en las estanterías de su hogar. Me pregunto cuántas personas supimos, gracias a esa novela, de la historia que escondía ese pequeño pueblo, con toda su complejidad, con toda su tragedia,  permitiéndonos, además, conectar con la herencia de nuestra provincia como solo el arte puede conseguirlo: a través de la emoción, a través de la belleza.


Puerto de Huelva

Yo solo espero que no seamos desagradecidos, que el próximo año demos a Juan el lugar que se merece para seguir aprendiendo de él, para seguir asombrándonos y tomando consciencia del patrimonio tan magnífico, tan único, que tenemos.

 

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