Tour literario: Rogelio Buendía y la calle Alcalde Mora Claros (I)

Alejandro Bellido nos trae una pequeña ruta turística cultural por el centro de Huelva

Mora Claros

Alejandro Bellido. Ahora que Huelva parece que poco a poco está virando hacia el turismo me encantaría proponer una pequeña ruta turística en una serie de artículos. No seré muy detallado pero me encantaría compartir con vosotros lo que yo veo cuando paseo por el centro de la ciudad. Porque, desde luego, Huelva tiene cosas que mejorar, y una de ellas es generar en los onubenses la conciencia de que nuestra literatura no termina ni empieza en Juan Ramón Jiménez. Hay mucho más, aunque aquella sea nuestra cúspide (y vaya cúspide).  Así que voy a hablar de escritores, pero también de pintores, pues todos ellos, además de ser compañeros de viaje y amigos, engrandecieron la cultura de nuestra provincia y de nuestra ciudad en los años 20 y 30.

Comenzaremos este particular camino, este tour de palabras, en la actual calle Alcalde Mora Claros —conocida antes como calle Tetuán y popularmente como calle Botica–, más concretamente en el número 8. Aquí, desde abril del año 1996, en la fachada del Edificio Don Miguel, solía haber una placa con la siguiente leyenda: “En este lugar nació en 1891 el poeta Rogelio Buendía, fundador de Papel de Aleluyas. El pueblo de Huelva en homenaje perpetuo a su memoria le dedica esta placa”. Si a raíz de este artículo quieren acercarse a leer la placa, por lo pronto solo encontrarán la silueta del hueco que ha dejado, ya que, supongo, estarán restaurándola.

Efectivamente, Rogelio Buendía Manzano, médico de profesión y poeta perteneciente a la generación del 27, nace en esta calle Alcalde Mora Claros el 14 de febrero de 1891. Buendía representa junto a su esposa, la poeta María Luisa Muñoz de Vargas, y junto a otros poetas y artistas que irán desfilando por estas páginas digitales, un momento dorado de la literatura onubense, lo cual resulta bastante llamativo teniendo en cuenta lo que era Huelva entonces. Debemos tener en cuenta que estos talentos florecieron en una Huelva que, en los años 20 y 30, no llegaba a los 50.000 habitantes. Poco más que un pueblo pesquero, y sin embargo, cuna de un puñado de artistas que dejaron huella en la cultura española.

Hijo de María Dolores Manzano y Rogelio Buendía Abreu —autor de novelas costumbristas emplazadas en las distintas comarcas de la provincia de Huelva—, cursó los estudios primarios en la calle Puerto, en el Colegio de San Cayetano, y los secundarios en el Instituto de Segunda Enseñanza de Huelva. Publicó también libros en prosa, pero destacó sobre todo como poeta y agitador cultural de la vanguardia española, colaborando en las revistas literarias más importantes del momento como Los Quijotes, Grecia, Cervantes, Vltra, Alfar, entre otras. Algunas de ellas las dirigió incluso, como la sevillana Grecia o las onubenses Centauro, Renacimiento o Papel de Aleluyas. Esta última publicación, fundada también por Adriano del Valle y Fernando Villalón, fue una de las revistas más importantes de la vanguardia hispánica. Es de justicia decir que hace algunos años se organizó un tour por el centro de Huelva que recalaba en aquellos puntos de la ciudad relacionados con esta mítica revista literaria.



La poesía de Buendía comienza dentro del llamado modernismo rubeniano, o sea, el estilo modernista de Rubén Darío, para ir inclinándose poco a poco hacia la vanguardia. En la línea modernista encontramos poemarios como El poema de mis sueños, Del bien y del mal y Nácares. Después de estos libros da a las prensas La rueda de color (1923), uno de los poemarios fundamentales del movimiento de vanguardia hispánico conocido como ultraísmo, en el que militaron poetas tan conspicuos como Guillermo de Torre, Gerardo Diego o Jorge Luis Borges. El ultraísmo fue una vanguardia hispánica que mezclaba desde vanguardias europeas como el cubismo, el dadaísmo o el futurismo hasta la poesía japonesa, especialmente la estética del haiku (o “jaikú”). Poemarios fundamentales para entender esta vanguardia fueron La sombrilla japonesa de Isaac del Vando Villar, Imagen de Gerardo Diego y, por supuesto, La rueda de color de nuestro poeta. Un poemario que leyó y elogió Fernando Pessoa, quien mantuvo correspondencia con Buendía. Esta relación epistolar culminaría en la primera traducción al español de la poesía del portugués. Fue en el año 1923, y en el diario La Provincia, del que fue propietario José Muñoz Pérez, padre de María Luisa Muñoz de Vargas. Fue allí, en ese pequeño periódico de una ciudad de provincias, donde vería la luz por vez primera en nuestro idioma la poesía del que sería reconocido como uno de los escritores más importantes de todo el siglo XX. Hay que decir que esta traducción, aunque firmada por Rogelio Buendía, fue realizada entre él y su esposa. Como en el caso de Juan Ramón y Zenobia en la traducción de Tagore, Rogelio Buendía desconocía el inglés, idioma que Muñoz de Vargas dominaba perfectamente, puesto que había estudiado en una escuela privada del condado de Kent. Así pues, del conocimiento del idioma de Muñoz de Vargas y del hacer poético de Buendía surge este hito en un pequeño periódico local de la ciudad de Huelva.

El contacto con Pessoa empieza, por cierto, gracias a Adriano del Valle, otra de las figuras insignes de la época. Sevillano, pero afincado en Huelva al contraer matrimonio con una onubense, del Valle fue a Lisboa en su luna de miel y allí conoció personalmente al poeta. Quedó con él casi a diario durante aquellos días y de allí surgió una relación epistolar que culminaría con la traducción del matrimonio Buendía-Muñoz de Vargas.

Volviendo a Buendía Manzano, sus relaciones poéticas no terminan en Fernando Pessoa; mantuvo relación epistolar con Marinetti, fundador de la vanguardia conocida como futurismo, Valéry Larbaud, Herwarth Walden, y un larguísimo etcétera. De entre todos ellos, destaca un nombre de sobra conocido por todos. Estoy hablando de Salvador Dalí, que con tres dibujos ilustrará el sexto (antes publicó Guía de jardines) y último libro de poemas del onubense. Llevará por título Naufragio en tres cuerdas de guitarra, y será la confirmación de Rogelio Buendía dentro de la estética de vanguardia, más específicamente dentro del surrealismo.

Hace algunos años un profesor de la Universidad de Huelva me contó algo relacionado con la escritura de este libro. La información venía ni más ni menos que de José Rogelio Buendía Muñoz, hijo del matrimonio Buendía-Muñoz y prestigioso catedrático de Historia del Arte. Este le confesó a mi antiguo profesor que una tarde llegó su padre a casa y comenzó a escribir, como poseído, una de las dos partes que componen el libro. Se trata de un largo poema de 232 versos que, según el hijo del poeta, escribió de una tacada. Pese a este procedimiento, a esa inspiración tan desbordante, este poema es una reescritura en clave surrealista de Soledades de Góngora. Un ejemplo perfecto de lo que fue el 27: tradición y vanguardia.

Como digo, este será el último poemario que publique Rogelio Buendía. No dejará de escribir ni de publicar poesía; sin embargo, su producción poética será escasa y verá la luz solo en revistas como Garcilaso, Poesía Española o Espadaña, entre otras. La guerra sería clave para comprender este silencio en que se hundió el poeta. Al acabar el conflicto armado, Buendía sería desposeído de su puesto como Vocal de la Sección Técnica de la Lucha Antituberculosa y cesado como Inspector Municipal de Sanidad, cargos que ostentaba desde 1925 y 1927, respectivamente. Haber sido presidente del Ateneo de Huelva, amén de su fama como teósofo, le pasaron factura dentro del nuevo régimen.

A partir de aquí ejercerá como doctor en distintos lugares de España —en Huelva, de hecho, tuvo consulta durante la guerra encima de la antigua Papelería Inglesa, fundada también por José Muñoz Pérez—, y desde 1946 en Elche, siendo ya un poeta olvidado, una flor de la vanguardia, de ese periodo de efervescencia literaria que se vio aniquilado por la guerra. 13 años más tarde, ya jubilado y retirado en su casa de Madrid, fallecerá. Fue un 27 de mayo del año 1969.

La guerra civil acabó con la obra de Rogelio Buendía y al mismo tiempo con esa Huelva de Adriano del Valle, María Luisa Muñoz de Vargas, Rafael Manzano, José Caballero, Jesús Arcensio… Uno de los patrimonios más ricos que tenemos. Tengamos muy presentes estos nombres. No dejemos que se pierdan. La guerra acabó con todo; no dejemos que el olvido –esa segunda muerte– termine de matar nuestra memoria.

 


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