Alejandro Bellido. En 1755 sucedió uno de los hitos de la historia de Huelva. Estoy hablando, cómo no, del Terremoto de Lisboa. De ese mismo año data el que se conoce como el primer romance de la literatura onubense: el Romance del Terremoto de Lisboa, de autor anónimo. Uno de los textos literarios más antiguos que tenemos en Huelva es del siglo XVIII. Quiero decir: que Estados Unidos, un país que tiene dos días comparado con las naciones europeas, tiene sus primeros testimonios literarios en fechas similares. En una ciudad del llamado Viejo Continente. Son muchas las causas de que esto haya sido así. Una de ellas, clave, fue indudablemente la acción del terremoto, que provocó que se perdiese mucho del patrimonio de Huelva, incluido el literario. Ese terremoto arrasó nuestras calles, edificios, casas y también nuestra literatura. Pero no solo perdimos eso; junto a ello también la identidad de Huelva quedó por completo arrasada, defenestrada. Esto es una pena, y lo peor es que es una desgracia condenada a repetirse como bien nos avisan las múltiples señales verdes que pueblan el centro. La cercanía al mar en este punto concreto del planeta nos obliga a, cada 200 o 300 años, tener que salpicarnos un poco —tantas horas de sol y de terraza tenían que tener un precio—. Cada 300 años Huelva se resetea, y sigue adelante, como una anciana desmemoriada que cree haber vuelto a la adolescencia. O a la niñez. No me gusta, claro, pero es lo que hay. Sin embargo, lo que estoy viendo últimamente en Huelva, me niego a aceptarlo. No agacharé la cabeza ante ese otro terremoto que tiene su epicentro en las oficinas y los despachos de nuestras queridas instituciones públicas. Ese terremoto es, además, especialmente doloroso. Duele mucho más que el repentino. No solo porque está orquestado, y normalmente con buenas intenciones, sino porque lo va esquilmando todo poco a poco y vemos sus efectos día a día mientras vamos a hacer nuestros quehaceres cotidianos. Son muchos los efectos que pueden verse si te das un paseo por las calles de Huelva: los adoquines de las calles del centro levantados, como si le hubiesen la piel. Pasas por el antiguo cuartel de la Policía y ves que esa fachada antigua está parcialmente derribada y en su lugar encuentras una torre metálica que parece parte del atrezo de Metrópolis de Fritz Lang. O caminas hacia la Merced, y ves que no queda nada. Que en su lugar hay ahora una plaza aséptica con una explanada inmensa en el centro, como si hubiese caído una bomba. Ese terremoto, además, parece que se dirige en estos momentos a la Plaza San Pedro, uno de los monumentos más señeros de Huelva. Uno de los pocos que rezuma Historia en una ciudad que, vista desde fuera, parece que la construyeron ayer.
Y es que este terremoto es, como habrás podido ver, lector, especialmente malvado. Porque no solo destruye, también pretende tapar lo que había antes. Y lo hace, por ejemplo, con losas blancas en sustitución de los adoquines de las calles del centro. No es casualidad que sean blancas. Blancas como el olvido al que están sometiendo a nuestra ciudad, a su identidad, a todo. Y todo, parece, por una buena causa: se pretende “modernizar” la ciudad y encauzarla al turismo. Y ¿cómo se hace esto? Despojándola de toda su historia visible, habitable —adoquines, plazas, calles…—, y convirtiéndola en un frío museo lleno de vitrinitas. ¿Os imagináis que esto pasase en Sevilla, con todas sus calles céntricas abonadas de esas losas blancas casi nórdicas, aburridas, sin nombre, completamente ajenas al lugar en que se insertan, y destruyendo toda construcción que pase del medio siglo, y haciéndolo, además, continuamente? Claro que no.
Huelva, la ciudad con el equipo de fútbol más antiguo de España, el lugar donde se asentó la civilización más antigua de Europa. Todo eso, sí, y también la ciudad que menos cuida su pasado. O la que –por eso de ser tan vieja quizá– peor memoria tiene.
1 comentario en «Huelva o el olvido que somos»
Respecto al artículo del señor Bellido, quiero exponer mi opinión; que no es otra que estoy de acuerdo en casi todo lo expuesto por el articulista. Pero no lo estoy en todo. Por ejemplo, en el tema de los adoquines de las calles del centro. Es verdad, que si esos adoquines se trabajaran bien, y se colocaran como es debido, sería ideal. Pero da la casualidad, de que no están bien colocados, ni pulimentados, de forma que, cuando se pasa por esos lugares, como es la Plaza Quintero Báez, a uno se le encoje el corazón de los saltos que da el coche. Yo creo que ese sistema trabajos en la vía pública, ya está en desuso, pues el asfaltado sustituye a los adoquines de una forma más duradera para los vehículos.
También habla de la actual Plaza de la Merced, y tampoco estoy de acuerdo en su comentario. En la forma que han renovado la plaza, tal como ha quedado, a mí no me gusta. Además, tiene algunas carencias, como la de colocar un par de fuentes de agua para saciar la sed de los transeúntes, sobre todo en los días como estos, que estamos teniendo unas temperaturas bastante altas. Como el parque infantil de al lado de casa, la plaza, está expuesta al sol todo el día, no hay un lugar que tenga un poco de sombra. Hay que llevarse un paraguas o una sombrilla, para protegerse del calor. Tampoco la han dotado de un escenario para poder llevar eventos musicales o de otra índole.
Cuando hicieron el proyecto de la nueva plaza, pensé que construirían un garaje subterráneo, como harían en cualquier ciudad de las características de la nuestra. Pues no, al parecer no es viable, y yo no sé por qué. A ver si alguien me lo explica, pero razonando la no construcción de dicho garaje subterráneo. En fin, que hay muchas cosas que bajo mi punto de vista, no tiene razón de ser. Ah, se me olvidaba el tema de los cargadores para las bicicletas y patinetes eléctricos. ¿Como es posible que a esos propietarios se les regale la electricidad para poder circular por la ciudad, cuando a todo hijo de vecino, les cuesta un buen dinero el combustible para sus vehículos? ¿O es que quieren que todos dejemos los coches, y nos compremos un patinete eléctrico? Bueno, así nos encontraremos que las calles peatonales del centro, en unos años, se convertirán en calles como en la India, donde cada uno circula como le da la gana, sin respetar a los peatones, que son los que deben utilizarlas. y que cada vez se ven más patinetes haciendo uso de ellas, sin importarles si infringen las normas de circulación. Bueno, ya me he extendido más de lo que pensaba, así que dejo al criterio del lector, (si alguien lo lee), si lo expuesto es o no, correcto en mis apreciaciones.