Cómo han pasado los años… El ramen japonés aterriza en Huelva

Nuestro colaborador Alejandro Bellido nos trae una columna de opinión sobre la comida japonesa en Huelva

ramen en huelva

Alejandro Bellido. Recientemente se ha inaugurado en Huelva un Buga Ramen. Podría acabar aquí la columna. Es toda una noticia esta y deberíamos atestar las calles celebrándolo: ¡por fin, en Huelva, vamos a poder comer ramen! Teníamos lugares de sushi estupendos –mención especial para el Sakura, el más longevo, y el mejor de toda la ciudad, y me atrevería a decir que de toda la provincia–, pero hasta ahora, si un onubense quería comer un ramen, tenía que ir a algún súper o bazar y comprarse uno instantáneo. Y claro, por lo que sea, no es lo mismo.

El Buga Ramen es, además de una cadena de cocina japonesa, especializada en este plato típico, el ramen, un negocio que tiene algo especial. Algo que lo diferencia del resto de cadenas como el Kagura o de restaurantes de comida nipona: la decoración. Todos, absolutamente todos los locales, de arriba a abajo, están recubiertos con todo tipo de elementos decorativos relacionados con el mundo del manga y el anime ( o sea, los dibujitos chinos, profano lector). Carteles de “WANTED” de One Piece, paneles gigantescos que revisten sus paredes con ilustraciones de Dragon Ball, Bleach o Jujutsu Kaizen, vitrinas y estanterías con decenas de figuritas de personajes icónicos de algunas de las series mencionadas, entre muchas otras, y caracteres en hiragana y katakana (los dos silabarios que se utilizan en el idioma nipón, o sea, sus dos “alfabetos”, digamos) por doquier. El sueño, en definitiva, de cualquier otaku. ¿Que qué es un otaku? Lo diré en cristiano: el friki de toda la vida, pero solo del manga y del anime.


Festival de Cine de Huelva

Y yo, este que os habla desde esta tribuna local, siempre lo fui. Y orgulloso, claro que sí. Sí: desde los 12-13 años cuando vi Rurouni Kenshin en mi primer ordenador con Internet, me uní a esa selecta cofradía de amantes de la cultura japonesa. Hoy, las cosas han cambiado y lo japonés se ha convertido en mainstream, pero hubo una época en que no era así. Por eso, me impresiona tanto que en una ciudad de provincias como Huelva tengamos nada menos que un local especializado en ramen.  Allá por el año, 2006, en Huelva, eran muy escasos los oasis donde el otaku podía abrevar su sed de manga, su sed de Japón –ese paraíso que solo existía en nuestras mentes, claro. Huelva era, hablando en plata, un páramo. Pero ya digo, había oasis. Magníficos oasis que nos salvaban. Recuerdo cuando descubrí uno de ellos: Visi Cómics. No podía creer que existiese algo así. Recuerdo que mi madre me llevaba allí en coche de vez en cuando. Allí compré mis primeros tomos de Chobits, y allí vi, antes de que se hiciese tan tremendamente popular, los tomos de Berserk editados por Mangaline, una editorial pequeña de Granada que por aquel entonces ya había quebrado. Cuando Berserk era una serie de culto –para otakus gafapastas, vamos–, y no un manga que vendía copias a espuertas en una de las editoriales más potentes del mercado –Norma Editorial– como ahora, del que se hacen memes en Internet y que tiene su adaptación animada disponible en Netflix.

Más tarde descubrí otro de los oasis. Uno en el que sigo abrevando gustosamente hoy día. Estoy hablando, cómo no, del mejor de todos –que me perdone Visi–: Librería Guillermo. Cuando descubrí aquel reino, no me quedó otra que empadronarme allí. En Librería Guillermo, había varias estanterías repletas de manga. En Visi, recuerdo, solo había una. Imaginaos lo que supuso para mí esta novedad. Cómics y cómics y cómics por doquier. Allí compré mis primeros tomos de Naruto, Dragon Ball, Bleach, Death Note… y todo lo demás. El 90% de los mangas que tengo tiene el sello invisible de Librería Guillermo. Cada vez que reunía algo de dinero por mi cumpleaños o Reyes, iba con mi madre para allá y me lo fundía todo. Y no era ningún exceso: estaba inviertiendo en felicidad.


Puerto de Huelva

Estos eran los dos lugares que teníamos en Huelva para el manga. Los dos países que acogían a estos pobres refugiados del planeta nipón. No había ni rastro de manga en ningún otro lugar , y ser otaku era una cosa rara. Hablando en plata: había que echarle un par si uno quería impregnarse de esa cultura. Uno se abocaba a la perpetua virginidad. Pero claro, había cenáculos como Zafra; allí uno podía desfogarse un poco, y además,  encontrar a amigos con intereses comunes.  Yo, que nunca me he sentido de ningún lado particular,  siempre un poco isla, sin encajar en ningún grupo concreto, me quedé fuera de todo eso. Los veía en el parque Zafra, su hábitat natural, con un punto de envidia y –no lo negaré– de deseo hacia esas muchachas pelirrojas con camisetas de grupos de rock. Allí los –las– veía normalmente; pero varios días al año migraban a dos lugares, a otros dos oasis. Estoy hablando del Salón del Manga de Moguer, el primero que conocí, y, un poco después, el Salón del Cómic de Huelva. Tendría 13 años cuando Moguer se convirtió para mí en otra cosa distinta al pueblo del Nóbel que veíamos en clases de literatura. Todo el mundo iba con sus cosplays (disfraces de personajes de manga) y había stands donde vendían cómics, figuritas que ni remotamente podíamos ver aquí, y todo tipo de merchandising: pulseras, camisetas, pósters, etc. Y aquello era magnífico, en esos tres días –viernes, sábado y domingo–, Moguer era una fiesta. Una fiesta que dejó de celebrarse, no sé por qué motivos, en 2023.

Poco después de mi primera visita al Salón de Moguer, apareció el Salón del Cómic de Huelva. Hoy día es un espectáculo, un salón, diría, de referencia en el ámbito andaluz, pero el primero fue una cosa muy pequeñita, muy humilde. Prácticamente un mercadillo frente a la puerta que da acceso al teatro de la Casa Colón. Pero qué maravilla poder tener delante de uno mesas y mesas repletas de tomos. Allí compré el primero de Death Note, que, recuerdo, leí tembloroso en casa de mi abuela una noche. El resto los compré –por supuesto– en Librería Guillermo.

Estos eran los espacios que teníamos en toda la provincia de Huelva para disfrutar de nuestra afición. O mejor dicho: de nuestro modo de vida. De no ser por estos oasis y por internet, posiblemente nos hubiésemos muerto de sed. Y es que ninguna librería “seria” traía manga. Ni un tomo. Nada. Hoy en día, en cambio, cualquier librería necesita del manga, como si de libros de texto se tratara, para poder sobrevivir. Cómo han pasado los años… Hoy vas al Carrefour o al Corte Inglés y encuentras una estantería más grande que la de literatura española atestada de mangas de todo tipo. Todos los géneros y hasta todas las editoriales: desde el grupo Planeta hasta editoriales independientes que llevan dos o tres personas. Pero es que el manga está por todas partes hoy día: además de que podemos encontrarlos en librerías como Saltés o Dorian, ¡tenemos varias librerías especializadas en cómics más que antes! Y esta tónica es general en todo el país. Y, en lo que respecta al anime, ídem de ídem: en las plataformas más grandes del mercado (Netflix, Amazon, Disney plus…) pueden verse todas las series habidas y por haber. Y es que encima, ¡hay ropa de animes en el Bershka!, ¡y en Primark! Lo que antes —y de peor calidad— encontrábamos aquí solo unos días al año en Moguer.

Todo, absolutamente todo, grita a los cuatro vientos: ¡eres normal!, ¡molas! Pero entonces éramos los raros. Y no teníamos, por supuesto, ningún restaurante donde probar las comidas deliciosas que veíamos en nuestras series favoritas. Todos nos moríamos de ganas de probar los takoyaki, esas bolitas de pulpo con una pinta exquisita que comía Luffy. Todos salivábamos cada vez que Doraemon aparecía con uno de esos flamantes dorayakis. ¿Qué tendrá ese dorayaki, dios mío? Seguro que está relleno de chocolate, qué cosa más rica, por favor. Nos decíamos. Y nos mataba la curiosidad por saber a qué sabían esos rollitos de arroz envueltos en un alga de color verde llamado sushi. Queríamos probar esos manjares que alimentaban a nuestros personajes favoritos. Ansiábamos darles un muerdo. Aunque no estuviesen ni buenos. Daba igual. Se trataba de morder un símbolo. El símbolo de todo aquello que nos hacía felices. Ahí, en nuestras papilas gustativas. Pudimos probar el sushi por vez primera en el restaurante Sakura, un sitio al que no he dejado de ir desde mis quince años. El primer japonés de Huelva, el primer sitio donde poder comer sushi.

Hoy hay trescientos buffets en nuestra ciudad, pero entonces este era el único lugar donde podías comerlo. Y, pese a la posterior competencia, insisto: es el mejor japonés de Huelva. Y allí probamos todo tipo de platos. Y estaban de muerte. Pero no el ramen. No había ramen en Huelva, se resistía la pieza más preciada. El plato favorito del personaje Naruto, posiblemente la serie de anime que más ha marcado a mi generación. Estábamos sedientos de ramen. No había manera de que lo trajeran a Huelva. Y finalmente llegó. Llegó hace poco, en 2024, unos 15 o 16 años después de que pudiese probar el sushi por primera vez. Y llegó, además, en un buque tapiado con las imágenes de mis sueños. De todas las series que disfruté. Por eso, quiero celebrar este acontecimiento que quizá ha pasado desapercibido en nuestra ciudad. Y que quizá aquellos que tienen mi edad, aquellos que iban a Zafra y también mis amigos (os saludo desde aquí Mariano, Nacho, Pablo, Lauren y también a ti, Irene, también a ti Jose, y a todos aquellos a los que no conocí en esa época), han pasado por alto. ¿Qué hubiesemos sentido nosotros con 14 o 15 años al tener en Huelva un sitio así? Un sitio que nos dijese: no sois raros, venid a aliviar vuestra sed.

Quiero ir a este Buga Ramen, lo haré en unos días. Lo necesito. El adolescente que fui se muere de ganas de ir a beber.

3 comentarios en «Cómo han pasado los años… El ramen japonés aterriza en Huelva»

  1. Yo soy ede Jose. Este era el texto que necesitábamos. Gracias, Alejandro, por esta carta de amor a la cultura japonesa. A loa demás, que disfruten sin peajes lo que nosotros tuvimos que disfrutar en semiclandestinidad hace no tanto tiempo.

  2. Muy bueno. Pero he de decirte que te has estado perdiendo durante estos últimos años el ramen de Parábola. Ese sí ha sido el primero.

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