Violeta Vaca Delgado, poeta: “Nos piden que defendamos las humanidades, pero nadie cuestiona la utilidad de una bolsa de patatas sabor hígado y melón”

Violeta Vaca Delgado (Huelva, 1991) es una escritora onubense con una larga trayectoria y que ha recibido ya todo tipo de reconocimientos

Violeta Vaca Delgado

Alejandro Bellido. Violeta Vaca Delgado (Huelva, 1991) es una escritora onubense que, por desgracia, ha pasado desapercibida en nuestra provincia. Sin embargo, su trayectoria es ya larga y ha recibido todo tipo de reconocimientos. Fue becaria de investigación de la Residencia de Estudiantes durante los cursos 2018-2019 y 2019-2020 con motivo de una tesis doctoral sobre poesía contemporánea; también recibió una beca de la Fundación Antonio Gala en el curso 2021-2022, donde redactó su segundo poemario, Cristal y llama (Libero, 2014). Actualmente, se encuentra estudiando en la Universidad de Iowa como alumna del Máster en Escritura Creativa en Español. En cuanto a galardones literarios, podemos mencionar que, con el poemario Suave como el peligro (Valparaíso, 2019), se alzó con el IV Premio Valparaíso de Poesía; o, más recientemente, consiguió ganar el primer premio en el V Concurso de Relatos de Ciencia Ficción “Somnium”.

Poeta, narradora –y escritora total, en suma–, Violeta es graduada en Matemáticas, una inclinación primera que, como nos relatará en esta conversación, decidió abandonar para dedicarse plenamente a su vocación literaria. Posteriormente, estudió el Máster en Literaturas Comparadas y comenzó a encadenar becas y proyectos de todo tipo. Sobre becas, matemáticas, tecnología y literatura y muchos otros temas ha versado esta conversación que hemos mantenido vía WhatsApp. Pasen y lean.


Festival de Cine de Huelva

– ¿Cómo está siendo la experiencia en el máster de escritura creativa en la Universidad de Iowa? Cuéntanos un poco en qué consiste este máster y qué proyecto estás desarrollando.
– Quienes cursamos el Máster de Escritura Creativa (en Español) de la Universidad de Iowa cumplimos una triple función. Lo primero es escribir, poesía y ficción. Luego somos estudiantes; es decir, tenemos que cursar asignaturas académicas, varias del Departamento de Español y otras de cualquier carrera universitaria, incluido el Writers’ Workshop, el programa de escritura más prestigioso de Estados Unidos. Y por último, tenemos que enseñar clases de español a alumnos de grado para pagarnos la vida aquí. Aquí soy escritora, alumna y profesora, y me encanta. El máster dura dos años y al final hay que terminar una tesis de maestría que puede ser un poemario, un libro de cuentos, una novela… Con ese proyecto hay que comprometerse a partir del segundo año. O sea, yo tendré que decidirlo el próximo mes, más o menos. La verdad es que durante el primer año una tiene casi total libertad, siempre que cumpla con las dos entregas por semestre de poesía y de ficción. Para mí, esa versatilidad es lo que define la experiencia en Iowa. Se puede pasar de largo haciendo lo básico, pero también es posible extraer muchísimo, personal y profesionalmente. Se permite explorar, experimentar. Cada persona está en un momento distinto y tiene necesidades diferentes. Yo en este primer año, terminé Cristal y llama, el poemario que acabo de publicar y que escribí gracias a una beca de la Fundación Antonio Gala, corregí un libro de cuentos de terror que había escrito el año anterior en Granada y he comenzado un ensayo sobre mi relación con la pornografía como consumidora. También escribí nuevos poemas. Probablemente, este segundo año tendrá un carácter más de cierre para asentar estos proyectos incipientes.

– Después de compartir con escritoras y escritores durante un año allí en Iowa, ¿cómo ves el mundo de la escritura en Estados Unidos en comparación con España? Allí, la profesionalización de la escritura no parece una entelequia, sino algo viable.
– La literatura aquí mueve mucho dinero: la venta de libros, adelantos y contratos que no son posibles en España… Me pregunto cuándo habrá ganado Sally Rooney, que me gusta mucho, con Gente normal. Además existe un sistema de profesionalización de la escritura asociado a la formación universitaria. No es una cosa periférica como en España, donde sobre todo tenemos residencias literarias y pequeños espacios donde uno se puede recoger para escribir. Aquí los alumnos de grado tienen asignaturas de escritura creativa. Es un negocio más, igual que la universidad, que mueve unas cantidades de dinero impensables ?por fortuna? para nuestro sistema de educación pública. ¿Es más fácil ser novelista en el ámbito estadounidense que en el ámbito hispano? No creo, porque la competitividad debe ser también brutal. En cualquier caso, estando aquí te das cuenta de que, aunque obviamente es interesante leer a autores de otras lenguas, al final uno dialoga con los autores que están escribiendo en su mismo idioma, y eso es importante. Además, es relevante la conexión con la literatura en español en un país donde cada vez hay más hispanohablantes.


Puerto de Huelva

– La poesía es una cosa que precisa del chispazo, mucho más que la narrativa. Entonces, ¿cómo afrontaste el desarrollo de un proyecto poético en la Fundación Antonio Gala? ¿Te imponías algún tipo de rutina de escritura para ello?
– Mis rutinas de escritura poética definitivamente son muy caprichosas. Terriblemente caprichosas. Cuando estoy escribiendo prosa, no. Cuando escribo prosa y estoy metida en el proyecto, necesito una rutina fija. En la Fundación Antonio Gala, esa inspiración caprichosa de la poesía se unió a otro problema: cuando solicité entrar en la Fundación, yo presenté un proyecto teórico en el que junté todos mis intereses, que iban desde el teatro in-yer-face británico hasta la ciencia ficción, pasando por Dante y el posestructuralismo francés. Una cosa completamente heterogénea. Yo presenté ese trabajo, pero no tenía ningún poema escrito, y no sabía cómo se iba a plasmar. Esto fue un reto. Fue muy complicado pasar del proyecto teórico al práctico. Lo que hice fue desarrollar una técnica que no recomiendo: hacer muchos borradores. Yo apostaba por un estilo, una propuesta estética, escribía quince o veinte poemas, luego los releía, desechaba la mitad, seleccionaba algunas ideas y volvía a escribirlos de otra manera… Y ya poco a poco fueron saliendo esos poemas cortos que componen el libro, o los otros más largos. Así que me dediqué a depurarlos y a refinarlos. Un método que prometo abandonar y que no recomiendo.

Entonces, ¿cómo ha cambiado Cristal y llama desde su redacción primera en la Fundación Antonio Gala hasta esa última redacción que me comentabas durante tu primer año en Iowa?, ¿qué cambios ha habido a nivel temático y cómo la vida y las circunstancias en todo ese tiempo han ido dándole una forma distinta al poemario?
– Las becas son fundamentales. Por supuesto, hay escritores que no las necesitan, pero quien escribe necesita un tiempo y un espacio, la mítica habitación propia, especialmente importante para las escritoras. En mi caso, está siendo fundamental no solo por esa parte material, también por el apoyo emocional y psicológico que supone que existan estos espacios, por el apoyo de que alguien diga: “Creo en ti, apoyo tu trayectoria y la valido”. Cuando uno decide ser matemático, hay una estructura que te apoya, ¿por qué no va a haberla cuando hablamos de escritura, que es una dedicación completamente admirable? Escritor no es solo el poeta o el novelista, también lo es quien escribe un guion de una serie de televisión que consume todo el mundo religiosamente los lunes. Contar historias es muy importante y en la pandemia lo vimos más claro que nunca. Que haya residencias, festivales, programas de escrituras, cursos y charlas en bibliotecas públicas… Ese tipo de espacios son importantísimos. Yo siento que muchas veces aceptamos la posición defensiva sin cuestionarla; o sea, asumimos que hay que defender la literatura, cuando hay cosas inútiles cuya validez no nos planteamos. David Foster Wallace tiene un relato en Extinción que va de un conjunto de ingenieros que está probando un producto, un pastelito industrial, y detrás de eso hay mucho dinero, recursos y esfuerzo humano invertidos para algo, que en realidad, si lo pensamos, no sirve para absolutamente nada. Sin embargo, cuando uno va por el supermercado no va cuestionando la validez de las profesiones que hay detrás de esos productos o el fin para el que van a servir. Parece que hay que estar constantemente defendiendo la creación y el arte, cuando es evidente que hacen que nuestra vida sea mejor, tanto cuando los consumimos como cuando los creamos. Nos piden que defendamos las humanidades, pero nadie cuestiona la utilidad de una bolsa de patatas sabor hígado y melón.

– Entonces, ¿cómo ha cambiado Cristal y llama desde su redacción primera en la Fundación Antonio Gala hasta esa última redacción que me comentabas durante tu primer año en Iowa?, ¿qué cambios ha habido a nivel temático y cómo la vida y las circunstancias en todo ese tiempo han ido dándole una forma distinta al poemario?
– Por esto que te comentaba de que el proyecto para la Fundación Antonio Gala era solo teórico. Eso hizo que hubiese un desajuste cuando me puse a escribir esos poemas. Tenía la idea de que iban a ser poemas en prosa que tematizaran la materialidad de la tecnología. Me refiero a esa falsa idea de que internet es inmaterial, cuando luego hay superordenadores pesadísimos gastando una energía muy real para soportar el almacenamiento en la nube, los servicios de streaming, etc. Después, sin embargo, la escritura más lírica se impuso. Ocurrió esto que decía Mallarmé de que “los poemas no se hacen con ideas, se hacen con palabras”. Las palabras se impusieron, dieron forma a los poemas, los recortaron y también los limitaron. También hubo experiencias; como un momento en que yo imaginé el primer verso del libro y a partir de ahí salieron esos poemas tan depurados, tan pequeños y que tenían que ver con cosas que había escrito antes mucho más largas pero con otro tono completamente distinto. Después hubo que ver cómo hacer que bailaran con los otros más largos, que son los de la segunda parte, que tienen una estética más parecida a la idea original, con un lenguaje mucho más fragmentado, llenos de referencias, más incomprensibles, más puzle. Luego hubo un trabajo racional de ver cómo unir esas dos partes: si dejaba unos poemas en el medio, si iba alternando los poemas de un tipo con los de otro… Pero, de nuevo, lo que comentaba antes: la importancia de que sean experiencias abiertas y que uno tenga la posibilidad de cambiar, de desajustarse y ajustarse de nuevo. Escribir poesía no es para mí un trabajo metódico, es un proceso que todavía estoy descubriendo y en el que me estoy descubriendo como autora.

 – ¿Qué impresión tienes sobre el conocimiento que hay en Estados Unidos de la poesía española? Me da la sensación de que a partir de Antonio Machado y Lorca no tienen mucha más idea de lo que se ha estado haciendo aquí, cosa que no les sucede con la literatura hispanoamericana.
– El mundo latino es el que se mira más desde Estados Unidos, por cercanía geográfica y social. Todo lo que tiene que ver con los procesos migratorios es fundamental, urgente. Hay un poemario que descubrí aquí, El libro centroamericano de los muertos, de Balam Rodrigo, que es una especie de compendio de todas esas travesías infernales que sufren los inmigrantes de Centroamérica subiendo a Estados Unidos. Esto no significa que sean los únicos temas ni que Latinoamérica sea solo violencia, pero ese poemario es muy bueno. También esa cercanía con el idioma español hace que haya escritores que estén escribiendo en spanglish y que la literatura chicana, por ejemplo, esté ocupando un lugar importante. Además, está el tema poscolonial. El libro ganador del Pulitzer de poesía en 2019 se llamaba precisamente Poema de amor poscolonial, de Natalie Díaz, que nació en una reserva mojave en California. Todos estos movimientos se están viendo en la poesía y al final reflejan estos cambios sociales que también está sufriendo el país, que afortunadamente se está viendo como una nación cada vez más mestiza y alejada de la fantasía blanca que defiende Trump. Esas son mis impresiones… Y volviendo a la pregunta original: sí, Machado y Lorca son conocidos, sobre todo Lorca –es la superestrella española–; pero es difícil que conozcan a otro poeta posterior. Aunque si sales del ámbito de la poesía, tampoco los conoce nadie. Tengo la impresión de que hay una severa dificultad para mirar más allá de Estados Unidos, es una cuestión de hegemonía económica y cultural.

 – En Cristal y llama me parece muy interesante que tengas a dos clásicos como referencias básicas: San Juan de la Cruz para la primera parte, donde haces una suerte de reescritura del Cántico Espiritual; y por otro lado, Eliot, donde yo diría que reescribir o glosas la Tierra Baldía de Eliot. Empiezas por una primera parte más tradicional y finalmente con otra más moderna, adecuando el estilo empleado a dichos referentes. ¿Cómo surge trabajar el poemario a través de esos dos textos, el Cántico espiritual y La Tierra Baldía? Y, por otra parte, ¿Qué importancia tiene para ti los clásicos en general?
– Para mí la importancia de los clásicos ha sido formativa. Mi acercamiento a la poesía empieza con Gloria Fuertes y luego con la generación del 27 y sus predecesores o aledaños: Machado, Lorca, Miguel Hernández, Alberti… Los leo en libros de poesía hechos para niños, en libros ilustrados, y los conozco a través de las canciones de Serrat. Durante mucho tiempo esa es la poesía que conozco. Cuando voy a la universidad, empiezo a leer otras cosas. Descubro a Gil de Biedma, a los novísimos, entre ellos a Leopoldo María Panero que es un impacto no solo por su poesía sino por su vida, tan fascinante. En el doctorado, leo a San Juan de la Cruz, a T.S. Eliot, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez… Luego me encuentro con otras cosas que, en principio, no son poesía, pero que tienen un contenido poético increíble y que a mí me llegan mucho. Esto es algo que creo que nos pasa a todos con algunas canciones, que en realidad es el material que uno repite, coge unos versos y los repite como un mantra. Durante el doctorado descubro cierto teatro que me gusta mucho: me ocurre con Sarah Kane, Angélica Liddell y, en otro registro, con Rodrigo García, que es pura dinamita. También los leo en contraste con esa poesía más clásica, y me aportan un sentido de ruptura. Me enseñan que se pueden hacer cosas muy radicales y contemporáneas. O me recuerda que ya se hicieron antes, estoy pensando en Aristófanes y su obra antibelicista y feminista Lisístrata. Luego, por otro lado, leo a San Juan de la Cruz o a Juan Ramón Jiménez y también me fascinan. Así que yo diría que el papel de lo clásico ha sido el de empezar una conversación y sentar las bases para seguir conversando, contrastando, relacionando. A los clásicos los trato con respeto, pero sin reverencia. Para mí los clásicos son como el agua o el oxígeno, están ahí, nos influyen a todos. No se puede renegar de ellos, tampoco se pueden considerar los únicos elementos. Ahora que mencioné a Aristófanes, también me da pena que se asocie lo clásico a lo conservador: pensemos en Catulo, en el Tristram Shandy, qué sé yo.

Pero sí, hay dos clásicos fundamentales en el libro, que son el Cántico de San Juan de la Cruz y La Tierra Baldía de T.S. Eliot, pero yo no diría que Cristal y llama es una reescritura de esos dos poemarios. Surge trabajar el texto a partir de estos dos libros porque me dan claves para empezar a escribir, actúan como catalizador, como decía Eliot. Al principio me daba cierto pudor jugar con versos de La Tierra Baldía, con la atmósfera del Cántico de San Juan de la Cruz, pero ya no. De nuevo, la cultura es de todos, se puede mezclar a Pizarnik con Kubrick, a Lovecraft con Eminem como hace el trapero argentino Dillom, y todos tan contentos.

– ¿Qué importancia tiene para ti la comunicación con el lector en tu poesía? En este libro hay una serie de temas evidentes: el amor contado a través de una relación de pareja a distancia que va resquebrajándose, la tecnología, el trabajo… Pero hay mucho margen para que el lector habite el poema.
– Sí, todos esos temas están: el amor, el trabajo, la tecnología, la distancia… El amor entendido como una entrega generosa, sin límites, que no digo que sea el ideal en la realidad, pero como tema literario está. Y totalmente, a mí no me interesa que el lector encuentre un mundo cerrado, sino que la poesía sea una cosa que sugiera y que cada uno pueda interpretar a su manera. Yo creo que la literatura, primero, es algo muy independiente del autor: cuando el autor lanza la obra al mundo la obra se independiza y el lector la completa. Eso me parece apasionante. Encontrarte con una obra que tú puedes completar y llevar a tu vida, que te puede acompañar, y que permite que el lector pueda apreciarla de forma diferente en distintos momentos. Me interesa que cada persona se aleje de la idea de cerrar un poema. Lo más interesante son los poemas que quedan abiertos y tienen esa potencialidad casi misteriosa.

– Tu primer libro de poemas fue Suave como el peligro, publicado en 2019 con el nombre de Violeta Font, y ahora este último, Cristal y llama, bajo tu nombre de pila esta vez. ¿Cómo has cambiado como escritora en todo este tiempo?
– Cuando yo empecé a escribir, había dos motivos para tener un nombre falso. El primero que yo empecé a publicar cosas los dos mil, en Fotolog y aquella era una cultura del nickname. Esa era la magia de Internet al principio, te permitía no ser tú mismo, te permitía escapar de la situación de ser una niña en una ciudad pequeña en la que no llegaban cosas diferentes, en la que era muy diferente encontrar música punk, por ejemplo. Había… una tienda de música… o dos. No llegaba el manga, no llegaba el anime. O si llegaba, era un milagro. Entonces Internet te abría la puerta para descargar mucho cine, mucha música… Mundos nuevos. Y en ese contexto estaba el crearte un nombre diferente, no para potenciar el yo como ocurre ahora mismo. Ese es el origen de la idea del nombre falso. Tampoco quería que la gente me encontrara por Internet (risas) y también estaba el pudor a la hora de escribir. El primer poemario se publica en 2019, y yo estoy ya en Madrid haciendo la tesis doctoral, entonces para mí aunque yo ya había dejado Matemáticas y estudiaba Literaturas Comparadas, sí que sabía que la literatura era algo completamente secundario: que primero iba la tesis y luego la escritura. ¿Y qué ha pasado desde 2019 hasta ahora? Que dejé el doctorado y me concentré en la escritura gracias a los amigos, las becas, los familiares… Gracias a todo eso y al deseo que yo tenía, mi camino ahora está centrado en la escritura. Llegó un momento en que dejó de tener sentido tener dos nombres. Respecto a influencias, creo que el primer poemario está mucho más apegado a una concepción más seria de la poesía, con una reflexión más teórica acerca del lenguaje. Yo entonces estaba leyendo a Bataille, a Foucault, José Ángel Valente, Artaud… Ahora creo que tengo más libertad, creo que estoy entendiendo que para escribir poesía no hace falta hacer una investigación académica. Por supuesto, hay que estar en contacto con la cultura, en sentido amplio, rodearse de estímulos, saber con quién uno está dialogando, pero es un enfoque mucho más de disfrute que rígido y sistemático. Creo que es un buen enfoque acercarse a la poesía de manera casi juguetona.

– ¿Cuándo vamos a ver un libro tuyo de narrativa?
– Espero que pronto (risas). La verdad es que lo que tengo para publicar son cuentos, un libro de cuentos de terror. Creo que no están mal, pero funcionaron un poco a modo de ejercicio, tanto de estructura como para conocer mejor el terror y sus diferentes subgéneros: el terror psicológico, corporal, el gore, la idea del fantasma o del zombi… Eran las primeras piezas de narrativa que escribía.

– ¿Qué importancia le concedes a la narrativa en tu obra?, ¿pondrías por encima la poesía o la narrativa?
– Para mí, como escritora, la narrativa y la poesía sí están muy separadas porque tienen tiempos, dinámicas y resultados muy diferentes. Me gustaría que en un futuro la poesía influyera más en la narrativa, pero ahora me resulta difícil porque mi cabeza es sistemática: cuando escribo narrativa estoy más centrada en tratar de dominar los mecanismos de la narración, entendidos como que funcione la trama. Yo pienso mucho más en el lector cuando escribo narrativa: sistemáticamente pienso en cómo el lector va a recibir eso, en qué momento va a encontrar una sorpresa o en que quizá los finales pueden ser más poéticos e intentar que no decepcionen. Sobre todo en los cuentos: los cuentos son la forma narrativa que más se parece a la poesía porque necesitan esa tensión que si requiere el poema.  Uno tiene menos margen de maniobra en un cuento; si uno falla en el inicio, en el medio o en el final, es fácil decepcionar al lector. Ahí se parece a la poesía, pero yo tengo una mente más metódica, más matemática, más fría, más calculadora a la hora de escribir cuentos. Me gustaría escribir una novela en algún momento, pero ahora estoy con el ensayo de la pornografía, que, aunque no es ficción, utiliza mecanismos de la ficción: estoy escribiendo, por ejemplo, pequeños capítulos que van a formar el libro entero, y necesito que cada uno funcione como una especie de cuento. Algo que te atrape, que te enganche. Como decía Cortázar en sus clases de literatura en Berkley: que sea como una fotografía con un halo, que apunte hacia fuera, que no esté totalmente cerrado. Este es un punto en común entre el cuento y la poesía.

– Respecto a ese ensayo que tienes entre manos, ¿Cuál está siendo tu rutina para escribirlo? Imagino que necesitarás de una rutina más o menos marcial similar a la que necesitas para escribir narrativa.
– Sobre el ensayo acerca de la pornografía, ahora mismo la rutina está afectada por el ritmo plácido y lento del verano, pero me tengo que poner más seriamente. Para mí es muy importante hacer ejercicio, porque si no, me duele la espalda muchísimo. Creo que es bueno hablar de esto: uno escribe con la mente y con el cuerpo; en realidad, la mente está en el cuerpo. Y lo primero que tengo que hacer para que la escritura sea exitosa es cuidarme la espalda. Mi rutina va a ser: estar escribiendo por la mañana dos o tres horas, hacer ejercicio después y ya luego me pondré a leer algún libro o a ver una película relacionados con el tema para imbuirme en el asunto. Ahora estoy releyendo Testo yonqui de Paul Preciado, por ejemplo. También son muy útiles las conversaciones, la gente está ansiosa por hablar de emociones, afectos, sexualidad. Cada vez que saco el tema, encuentro experiencias preciosas, súper variadas e interesantes.

– ¿Qué diferencias notas entre la poesía que se está haciendo allí en Estados Unidos, sobre todo la latinoamericana, y la que se hace aquí en España?, ¿crees que estamos jugando aquí a otra cosa y por eso allí se desatiende lo que se está haciendo en nuestro país?
– Es un tema complejo, pero en mi opinión la poesía americana es más audaz y progresista que la española, y también que la europea, que carga con el peso de una tradición que se entiende de forma más antigua y conservadora. Que se me perdone la imprecisión, pero Whitman canta a los obreros mientras Rilke invoca a los ángeles. La idea de la tradición es muy distinta; cuando en América se recuperan las lenguas nativas, el movimiento es progresista. Quizá también haya una cuestión temática. En España hay un gran interés por lo social, pero la realidad en los diferentes países de América alcanza otras dimensiones y otra urgencia. O quizá es que nosotros aún no nos hemos hecho cargo de ciertos temas. Quizá la poesía americana actual esté mucho más influida por los grandes contemporáneos de Estados Unidos, desde los modernistas anglo a la Escuela de Nueva York en adelante, es mucho más libre, más abierta a la experimentación y tienen menos complejos a la hora de escribir. Pensemos en los antipoemas de Nicanor Parra, en la frescura y la potencia de Pizarnik. Aquí, al menos en español, y en el contexto del máster, no encuentro tanto esta idea de: “Ay, es que yo no sé escribir poesía”. La relación con la poesía es mucho más natural. Y definitivamente, sí, es curioso lo poco que interesa Europa a Estados Unidos. Tienen mucho más desconocimiento sobre Europa de lo que nosotros tenemos sobre ellos. Estoy generalizando, por supuesto, pero sí me impacta el contraste entre ser una potencia mundial y esa ceguera cultural. Les cuesta mirar a las periferias, aunque se aproximen cada vez más al centro.

– Me llama la atención que la parte en la que hablas más de la tecnología sea la primera, la más influida por San Juan de la Cruz y su Cántico Espiritual, la parte más clásica, más tradicional. ¿Qué referentes hay detrás de esa decisión?, ¿buscabas expresamente ese contraste entre tradición y modernidad?
– Pensaba que la tecnología iba a ser un enfoque, pero se quedó como un complemento, una capa de vocabulario que se superpone al texto y que de alguna manera se concentró más en la primera parte, la relacionada con San Juan de la Cruz. No lo buscaba pero me gusta el contraste entre el mundo de la fantasía, totalmente alejado del ambiente de la vida cotidiana relacionado con la naturaleza, más onírica, y el léxico relacionado con la tecnología, que es una falla que rompe esa realidad más asociada al plano de los sueños y lo devuelve a nuestra vida cotidiana, contemporánea.

Hubo dos poemarios que leí y que me hicieron ver que existía la poesía y la ciencia ficción: fueron Vida en Marte, de Tracy K. Smith, y Deprisa, de Jorie Graham, que también es Premio Pulitzer. Son dos poemarios que hablan directamente de temas más tecnológicos y otros temas contemporáneos como la preocupación por el calentamiento global, utilizan unos versículos muy largos, una poesía más libre, con caracteres de tipo casi lógico. Fueron un punto de partida aunque no una influencia directa.

– ¿Y de literatura española? Poetas como Ángela Segovia, Berta García Faet o Juan Andrés García Roman reescriben a los clásicos medievales o del Siglo de Oro desde una óptica moderna, actualizada…
– A Berta García Faet la estuve leyendo cuando estaba en la Fundación Antonio Gala escribiendo el poemario. Lo que sí se trasvasó fue la idea de poder jugar mucho con el lenguaje, de forma lúdica y divertida, llevándola al límite. Quebrar las palabras y mantener esa ternura. Me sirvió encontrar a alguien que apostara por la ternura. Sin embargo, lo medieval fue algo natural. Yo tuve un flechazo con esta idea del amor cortés, ese trazado de lo medieval a lo renacentista que configura tanto nuestra sensibilidad moderna. Leer los poemas de los trovadores, Dante y la Vida nueva o la Divina Comedia me pareció muy importante, vi una sensibilidad muy cercana a la nuestra. Que uno pueda vincular la imagen virginal de Beatriz con la imagen de la virgen y que Camarón utilice eso para hablar de la droga: los atributos de lo blanco, de lo puro… Me parece fascinante. Esa idea de un amor codificado, que el modo de amar estuviese codificado a través de la literatura, me parece increíble; porque creo que sigue pasando ahora mismo con las canciones pop, el reggaetón, los boleros antes… Cómo la cultura modifica el modo en que vivimos. Y para mí eso es muy importante, porque mis sentimientos están completamente atravesados por la cultura también.

Estudiaste el Grado en Matemáticas y luego hiciste Literaturas Comparadas. ¿Cómo fue empezar con una carrera de ciencias y luego pasarte a otra pero de Humanidades puras? Por otro lado, ¿Qué te parece esa división tan fuerte que hay entre las Letras y las Ciencias, siendo igualmente maneras de acercarse a la realidad?
– Yo estudié matemáticas porque se me daban bien las ciencias y las letras en el colegio.

Ya sabemos que eso significa que a los niños se les aconseja estudiar ciencias, pero a mí siempre me ha gustado el cine, leer, y eran cosas que no podía hacer porque Matemáticas era una carrera muy exigente. Cuando me fui de Erasmus a Berlín en el cuarto año, tenía una sensación muy fuerte de desajuste. Ahí vi que, aunque había cambiado de ciudad y me encantaba Berlín y mi vida allí, la facultad era dura. Allí estaba con gente que tenía mucha pasión por las Matemáticas y un nivel avanzado, hablaban de matemáticas en las comidas y yo no quería hablar de eso; quería hablar de música, cine, libros…, Un día salí llorando de clase y decidí dejar la carrera y cambiarme a Literaturas Comparadas. Como me quedaba poco de Matemáticas, al final la acabé; pero para mí fue la mejor decisión que había tomado en mi vida. Pero eso no significa que no me gusten las matemáticas. De hecho, me atrae mucho ese carácter que tienen de lenguaje secreto y de sistema en que todo funciona, incluso aunque admita que hay fallos, que es una construcción. Tú empiezas partiendo de unos axiomas y lo vas construyendo y demostrando todo poco a poco. Eso me parece precioso, muy atractivo.

Y por supuesto que esa división tan radical no existía en la Antigüedad ni en la Edad Media. Todo estaba mucho más mezclado, como debe ser: la aritmética, la lógica, la filosofía… Y lo que tenemos ahora es una división artificial fruto de la especialización que desgarra un conocimiento más orgánico. La Divina Comedia es un ejemplo de cómo la matemática estructura una obra: toda está estructurado alrededor del número 3, que es un número con una importancia teológica impresionante. Es algo que está ahí y que de forma artificial se ha ido separando y que a mí me gustaría que, poco a poco, aprendamos a ir reconciliándolo, incluso a mí me gustaría profundizar en esa relación entre las matemáticas y la cultura.

– ¿Qué posición tienes con respecto a la métrica?
– Un poema no se hace solo con ritmo, con métrica. De hecho, no es lo mismo. Anne Carson dice que ella no tiene buen ritmo. Igual es algo de falsa modestia en su caso, pero un poema se hace con muchas cosas. Yo he escuchado a mucha gente decir que no escribe un poema porque no sabe de métrica y en un poema no solo hay métrica, también hay imágenes, símbolos, paralelismos, sorpresas. Cualquiera puede escribir un poema, sea bueno o malo. Hay que derribar ese tabú con la escritura que impide que mucha gente se lance a escribir en su tiempo libre o cuando se aburra en el trabajo.

– ¿Cuál es tu idea de la narrativa con respecto a la poesía? En la narrativa hay una mayor tendencia a la claridad, en líneas generales, con respecto a la poesía al menos.
– Yo disfruto con muchos tipos de narrativa. Me gusta tanto la narrativa más enigmática, –como Kafka, que realmente uno no sabe qué está pasando ahí– como me apasionan las novelas de Elena Ferrante que, aunque tienen un trasfondo social increíble, realmente la historia es tremendamente transparente y el estilo es relativamente sencillo. No tengo limitaciones al respecto. De todas formas, no creo que la ficción sea siempre clara, aunque sí que predomina la claridad con relación a la poesía, eso sí es cierto.

– Sé que antes de irte a Iowa estuviste, en tu estancia en Granada, yendo a menudo a cineclubs. Hay, además, una referencia en un poema de Cristal y llama a HAL 9000, el superordenador de la película 2001: Una Odisea en el Espacio. ¿Qué influencia tiene el cine en tu obra y, en general, otras artes?
– El cine es todo. Desde pequeña he visto cine con mis padres sin parar. Cuando nací, en el hospital echaron Horizontes de grandeza y desde ahí no paré de ver muchísimo western, cine clásico de Hollywood, de Japón… En mi casa había unos suplementos del Diario 16 y yo leí sobre muchas películas antes de verlas. Recuerdo especialmente una reseña de Taxi Driver, un perfil de Marilyn Monroe y unas fotos de Brigitte Bardot… Luego empecé a ver cosas más modernas, muchas películas entretenidas de los noventa, ciencia ficción… Y después mis directores favoritos, David Lynch, Víctor Erice, Yorgos Lanthimos… Me gusta mucho Alice Rohrwacher, que sacó hace poco La Quimera, una película fantástica en varios sentidos…Yo creo que he tenido una educación estética muy vinculada a la imagen en movimiento, entre lo estiloso de nouvelle vague y la cámara espídica de Gaspar Noé. No sé cómo ha afectado eso a mi poesía directamente, pero ha filtrado toda mi vida: las conversaciones que me gusta tener, los códigos que manejo, los temas que me acercan a la gente…  Y el papel del cineclub en Granada fue fundamental. Sigue funcionando, lo lleva Juan de Dios Salas, que es un sabio y un excelente introductor de películas. He visto muchas pelis de Studio Ghibli, la filmografía entera de Paul Thomas Anderson, que me encanta y es un gran cronista de los Estados Unidos, y algunas películas bastante desconocidas como La Kermesse Heroica. Para mí el cine es lo más, más incluso que la literatura.

 – Y por último, Violeta, ¿Cuándo te veremos presentando Cristal y Llama o próximos proyectos por Huelva?
– Se intentará, aprovechando unas vacaciones. Me encantaría. Además, estoy entusiasmada con las librerías de Huelva. Dorian me encanta y Saltés es sin duda un lugar de referencia.

2 comentarios en «Violeta Vaca Delgado, poeta: “Nos piden que defendamos las humanidades, pero nadie cuestiona la utilidad de una bolsa de patatas sabor hígado y melón”»

  1. Magnífica entrevista por parte del entrevistador y la entrevistada. Una antología dela la literatura universal y de la psicología y cultura de Europa y América. Violeta un pozo de sabiduría y sensatez. Sabe adonde va y no le tiembla ni el alma ni el cuerpo. Ideas claras y progresistas. Qué bien iría el mundo.

  2. Maravillosa entrevista. Siempre es un placer leer (y escuchar a Violeta). Cuánto aprendo de ella, y qué buena persona es!

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