Elisa Fernández Guzmán, accésit del Premio Adonáis 2023: “Para escribir un buen poema hay que mirar el mundo con cariño”  

Alejandro Bellido se estrena en nuestro medio entrevistando a esta escritora, que merece la pena ser conocida

Elisa Fernández Guzmán

Alejandro Bellido. Elisa Fernández Guzmán (Bonares, 2000) ha conseguido un logro del que pocos medios onubenses –por no decir ninguno– se han hecho eco. Ha conseguido alzarse ni más ni menos que con uno de los accésits del premio Adonáis. Estamos hablando del certamen de poesía joven más prestigioso de la poesía española desde que se fundase allá por el año 1943. Antes de Elisa, se habían alzado con este galardón tan solo dos onubenses: Adrián González da Costa, en 2003, con su libro Rua dos douradores, y anteriormente, en 1966, Francisco Carrasco Heredia con Las raíces. Por tanto, estamos de celebración en Huelva; esto es, sin duda, un hito en nuestra provincia que merece toda nuestra atención. Por nombrar tan solo algunos accésits históricos de este premio, hablaremos de poetas de la talla de Antonio Gala, Julia Uceda, Fernando Quiñones, José Agustín Goytisolo, Ángel González, Aurora Luque o Raquel Lanseros. Ahí es nada.

Graduada en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada, Elisa ha logrado este accésit con el que es su primer poemario, Después del pop, un libro que, según el jurado, destaca por “su frescura y su coloquialismo extremo, que entre viñetas de puro presente, contagia una mirada sin dobleces sobre el amor y sobre la vida”

Presentado en la librería Saltés el pasado 26 de abril, Después del pop es un poemario de despedida. De despedida de la adolescencia, más concretamente. En él la autora revive una experiencia amorosa de la adolescencia y le insufla vida para poder cerrarla definitivamente. Amor y adolescencia son dos claves en una corriente de la poesía actual llamada “poesía cursi”, a la que ha sido adscrita la propia Elisa Fernández Guzmán. Recientemente, esta corriente estética ha encontrado su apoyatura crítica en una antología publicada por Berta García Faet y Juanpe Sánchez López en la editorial Letraversal, titulada Estrellas vivas. Antología de poesía cursi. De lo cursi, de próximos proyectos y futuras presentaciones del poemario hablamos en esta conversación que Elisa tuvo a bien concedernos para este medio.

¿Qué ha supuesto para ti ser accésit de un premio tan prestigioso como el Adonáis?


Puerto de Huelva

—Es un premio que desde hace unos cuantos años sigo de cerca. Me gusta mucho y me fijo siempre en lo que publica cada año. Ya eso es un honor grandísimo; porque algo que sigue una tan de cerca, que te reconozcan y que al jurado de ese premio le guste tu obra, pues es superimportante. Sobre todo porque yo siempre he escrito desde la inseguridad, todo el rato diciéndome que seguro que lo que estoy haciendo no vale para nada, como que no tiene cabida en el mundo de la poesía: que no es bueno, hablando claro y pronto. Entonces que un jurado que yo respeto tanto, como Amalia Bautista o Carmelo Guillén, te diga que les ha gustado, pues ya me ha dado la tranquilidad de escribir sin pensar tanto. Ha sido como decir: voy a confiar más en mi instinto. Eso, principalmente, y después, sobre todo, lo más importante para mí es que la gente lo lea y que se lo lleve a su terreno. Como gente que me dice que ha visto su adolescencia reflejada; eso a mí me parece lo más fuerte y lo más grande, porque sí que es verdad que es para lo que yo escribo. Cuando leo, me gusta encontrar mi vida en los poemas de otra gente; entonces que otra gente encuentre su vida en tus poemas, es increíble.

De hecho, Elisa, esto lo has conseguido totalmente: a mí me has hecho recordar un verano de mi adolescencia, el de 2011…

—Qué ilusión. Me encanta que te lleves los poemas a tu verano personal. Todos tenemos un verano personal que nos dejó completamente marcados. El mío por ejemplo es el de 2016.

Totalmente. Bueno, Elisa, ¿y cómo surge Después del Pop?, ¿cómo fue el proceso de escritura?

—Yo lo empecé a escribir como a principios de 2022 y lo terminé en octubre de 2023, un par de días antes de mandarlo al Adonáis. Había poemas que se venían gestando desde que yo tenía 17; pero desde que me senté a escribir y a organizar los poemas, pasó un año y medio. Mi proceso de escritura es un poco caótico, yo no digo: me siento y algo va a salir; sino que va como por venazos, y a raíz de ahí entro en una espiral de escribir y escribir y escribir. Y cuando estás dentro, te salen muchas cosas, pero fuera de ese bucle es imposible que surja ningún poema. Yo lo escribí básicamente porque estaba muy triste, y yo creo mucho en eso de que escribir es vivir las cosas dos veces: cuando lo vives y cuando lo estás escribiendo. Y yo necesitaba quedarme más rato en esta adolescencia, en estos momentos, en esta relación… Entonces, por mi necesidad de quedarme más tiempo, escribía y escribía, y así sentía que se alargaba. Por eso lo escribí un poco: por necesidad y porque estaba muy triste, y al menos así sacaba algo bonito de todos estos sentimientos tan feos que tenía.

Recuerdo, Elisa, que comentabas en la presentación que hiciste en Saltés que tú no corregías mucho los poemas, que te gusta la naturalidad y la fuerza de la primera escritura. ¿Ha habido, en cambio, una criba? Es decir: ¿había en un principio muchos poemas y has dejado buena parte fuera del libro?

—Sí, no me gusta corregir mucho los poemas porque siento que pierden frescura. Es como que cuando les doy muchas vueltas y cambio las palabras, los siento manoseados. No es que tengan que salir a la primera, pero cuando les doy muchas vueltas, no me gustan. Y sí, lo de la criba es así 100%. Y al pasarme eso, hay poemas que me gustan al momento y luego pasan unos días y ya me dejan de gustar. Para el poemario tenía como 80 poemas y se quedaron en 25. También porque repetía mucho las mismas imágenes; soy muy obsesiva con ciertas imágenes, y entonces había prácticamente lo mismo en un poema que en otro. También es porque me daba miedo meter algo de lo que me arrepintiera y que me dejara de gustar al tiempo. Los que dejé son poemas que habían sobrevivido a muchas cribas aleatorias, así que decidí que esos eran los que se iban a quedar.

Es curioso esto que dices de evitar la corrección excesiva de los poemas. Esto es algo que me dijo una vez la poeta Alba Flores Robla en una entrevista. Y diría que tu libro tiene mucho de su poesía; en concreto, me parece que tiene algo de Digan adiós a la muchacha (Adonáis, 2018), que tiene ese punto de despedida de la adolescencia, y de AZCA (Venera, 2021), por ese amor obsesivo hacia un amor de la adolescencia.

—Sí, a mí el tema del fin de la adolescencia es algo que me venía obsesionado desde siempre, igual que el fin de la infancia, el fin de las relaciones y el fin de todo. Me da un poco de vértigo… Es un tema que siempre me ha interesado en los libros que he leído o en las películas coming-of-age que he visto. Cuando leí Digan adiós a la muchacha, me maravilló porque yo no sabía que se podía escribir así. Lo leí con 18 años, más o menos a la par que un libro de Wendy Cope, que era muy irónica, muy directa y dulce. Fueron dos libros que me influenciaron mucho en términos de estilo. Me encanta Digan adiós a la muchacha, como todos los demás, también Autorregalo, que me gusta especialmente; pero la obsesión de que se me acaba la juventud venía de antes. Y eso del amor obsesivo viene mucho de Idea Vilariño y Annie Ernaux. Leí Pura Pasión cuando lo estaba escribiendo, y me gustaba mucho cómo expresaba esta idea de volverte loca porque alguien se va de tu vida.

También bebo muchísimo de la música pop, en el sentido de las letras directas y el tema de hablar del amor y dar una vuelta y otra vuelta a lo mismo. De toda la vida he escuchado a Taylor Swift, a la Oreja de Van Gogh y todos esos himnos pop que hablan de que alguien se marcha. Eso no solo se ha quedado durante toda mi adolescencia y en mi proceso de hacerme adulta, sino que me acompañó mucho mientras yo escribía este libro.

Una cosa que me llama la atención del libro es la falta de puntuación y  de mayúsculas. Es una práctica que no es nueva en literatura pero me interesa saber si la has utilizado de forma intuitiva y luego ya has reflexionado en torno a eso. ¿Cómo fue?

—Es un poco lo que tú dices. Sí que me salía de manera intuitiva al principio, pero estuve reflexionando por qué estaba haciendo eso. Y a mí sí que me gusta que los poemas tengan un ritmo atropellado, como que no hay descanso al recitarlos. Eso con los signos de puntuación, pienso yo, se pierde. También con el tema de las minúsculas me interesaba plasmar cómo escriben los adolescentes, me gustaba que tuviese esa estética tontorrona, que es como se expresan un poco ellos. Tenía la idea de llevar al extremo la plasmación de la adolescencia incluso formalmente.

Hay muchas autoras que estáis escribiendo sobre la adolescencia como Paula Melchor, Paula Escrig…. No sé si el paraíso perdido, que para los poetas solía ser la infancia, se está convirtiendo en la adolescencia. ¿A qué crees que se debe esa melancolía o que se escriba tanto pensando en aquella etapa?

—Sí que es verdad eso de que ahora hay mucha gente hablando de la adolescencia. Pienso también en Hasta que nos duelan las costillas de Javi Navarro, donde básicamente habla de: “se me acaba la adolescencia, se acaba, se acaba”… Yo no sé, en términos generacionales, por qué pasa eso, yo sé que yo crecí en la infancia con todas estas películas adolescentes de que la vida es perfecta a los 16 años, tipo 16 deseos y todas estas películas y series de Disney Channel. Entonces, desde antes de ser adolescente, yo ya tenía idealizado ese periodo de tener 16 años, estar en el instituto, tener un grupo de amigos, empezar a estar con gente, y este primer amor, que siempre era protagonista de estas películas. Antes de ser adolescente me parecía increíble, y mientras lo era, era muy consciente de que me iba a acordar mucho de toda esta época de mi vida, aunque luego no fuese perfecta.

¿Qué importancia ha tenido el diálogo con los poetas de tu generación de cara a encontrar un estilo o profundizar en lecturas?, ¿o ha sido un proceso solitario y las conversaciones han venido después?

—Hablando del contacto con otros poetas de mi generación, sí que es verdad que Paula Melchor es muy amiga mía y tiene un papel muy importante en el desarrollo de este libro; porque fue la primera persona a la que yo le enseñé un poema con vistas a corregirlo. Es una persona en cuyo criterio yo confío y que admiro en todos los sentidos, entonces yo me sentía muy cómoda enseñándole mis poemas y pidiéndole que me diera sugerencias. Estas conversaciones son claves en este libro.

Y ya con vistas a otra gente que escriba poesía un poco más parecida a la mía, sí que es verdad que, aunque he tenido contacto después de publicado el libro, yo creo que Twitter es una cosa que a mí me ha ayudado mucho a la hora de conocer qué se está haciendo ahora mismo y conocer de la boca de estos poetas nuevas reflexiones sobre poesía, literatura y vida. A mí me parece interesante y chulo que hoy día podamos hacer esto.

¿Qué importancia le concedes a la ficción en tu poesía? Aparentemente es muy descarnada y tiene un evidente aliento autobiográfico…

—Mi poesía es muy autobiográfica porque yo escribo por interés y por necesidad de entender mi propia vida, entonces incluyo muchos recuerdos, los nombres de mis amigos…, pero una vez que me siento a escribir, la ficción se mete de lleno en mi escritura, y me planteo cosas que no pienso, cosas que no me planteo en la vida real; porque sí que me parece mucho más divertido jugar con la verdad y moldearla para que sea de interés. Yo creo que cuando escribo estoy intentando hacer de mi vida algo interesante, literario y cinematográfico incluso; algo que merezca la pena ser contado. Y para hacer eso hay que meter mucha ficción. Aunque parto de la idea y del sentimiento autobiográficos, cuando me siento a escribir ya me voy por los cerros de Úbeda y voy a sitios que no son reflexiones reales de mi “yo persona”, sino de mi “yo escritora”. Es un poco complicado de explicar, pero es como ficcionalizar mi vida.

¿Qué te parece esta denominación de poesía cursi en la que se ha incluido tu poesía junto a la de otras autoras?, ¿te sientes identificada?

—A mí me encanta toda la poesía cursi y lo cursi en la vida en general. A mí me parece una palabra muy divertida porque tiene también ese toque peyorativo; se habla de evitar la cursilería, cuando a mí lo cursi me parece que significa revolcarte sin vergüenza en lo sentimental, en las cosas típicamente bonitas y ñoñas. Yo creo que cuando se tratan bien y con cariño los sentimientos más típicamente de niñas histéricas, es cuando salen las cosas más bonitas.

Y dentro de tu obra, ¿cómo planteas esta estética de lo cursi?, ¿como una óptica desde la que revivir la adolescencia de la manera más fiel posible o lo ves como una constante a lo largo de tu obra? ¿Lo último que estás escribiendo va en esta línea?

—Yo creo que soy una persona como cursi y sentimentaloide de normal. Aunque sí es cierto que, en Después del pop, hay un tono naif en algunos puntos que yo buscaba para retratar la adolescencia; pero no me voy a poder deshacer de ello del todo: me gustan los amores pequeños, las tartas y ese tipo de imaginario, entonces sería muy difícil para mí escribir otro tipo de cosa; creo que tengo la mirada contaminada por esos años de la adolescencia para siempre. No creo que me deshaga de ese tono, al menos de momento: por lo menos, un poemario dentro de mí queda en esa línea.

En la presentación de Saltés decías que estabas en contra de esa idea de que el talento literario esté reservado para unos pocos y que tú creías que cualquiera podía escribir.

—Sí, me parece muy triste que se diga que para escribir poesía hay que tener un talento con el que se nace. Me parece que dificulta las posibilidades de que exista mucha más poesía interesante si lo limitamos a personas que desarrollan un interés muy temprano y a eso lo llamamos talento. Yo creo que cualquiera que lea mucha poesía y entre en ese nervio acabará entrando en el lenguaje poético, y él mismo acabará produciendo poemas, y poemas increíbles.  Entonces yo creo que simplemente hay que animar a la gente a que lea y escriba sin miedos –porque uno cuando empieza a escribir lo hace con muchísimo miedo– y tratar esto como un deporte; la poesía es igual, es entrenamiento e interés. Principalmente a mí me gusta pensar que para escribir un buen poema hay que mirar el mundo con cariño. Y eso es algo que puede hacer cualquiera que se lo proponga.

Al hilo de esta democratización de la escritura poética, quería hablar también de la democratización de la lectura. Una cosa que me parece muy interesante de esta línea de poesía cursi es que es una poesía clara, que todo el mundo entiende. ¿Qué importancia le das al lector?

—Totalmente de acuerdo. Se ha creído que la poesía, más que la novela o el teatro, es solo para unos pocos. Se nos enseña de una manera muy extraña en los colegios porque se plantea como un mensaje encriptado que tenemos que descifrar en lugar de un juego con el lenguaje. Yo escribo con imágenes que evoquen la vida de todo el mundo, pero también creo que otro tipo de corriente puede llegar a cualquier lector si lo planteamos como un juego. Si lo vemos como un mensaje encriptado que solo unos pocos eruditos van a poder descifrar, es triste. Las corrientes de poesía joven hacen eso, ¿no? Ven que se puede hacer tantas cosas con la poesía que no hay que reducirlo todo a la poesía que veíamos en el colegio… Que es una poesía perfecta, pero que se enseña de manera extraña, como con miedo de decir algo distinto a lo que el autor pensaba.

Por último, Elisa, te quería preguntar dónde van a poder escucharte próximamente tus lectores o interesados en tu poesía. ¿Hay algún evento pronto en Huelva o alrededores?

—Pues sí, creo que la Feria del Libro de Huelva es en octubre este año, y tengo pensado ir. Y nada, a mí me gustaría seguir haciendo presentaciones, ya sea en mi pueblo o en Sevilla, pero eso es más un deseo; como planes de futuro, estaré muy probablemente en la feria del libro de aquí.

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