HBN. Hasta que llegó a Madrid en el inicio de los años 70, justamente hasta el momento en que decidió elegir el incierto camino de la creación y marchar desde Huelva a la capital para cursar sus estudios de Bellas Artes, la vida de Antonio Belmonte no se presentaba muy prometedora si tenemos presente que nació en la Huelva de los años 50, sin muchas posibilidades para encauzar debidamente las inquietudes de un muchacho que, desde que era un niño, demostraba unas facultades innatas para el dibujo y un natural sentido del color que poco, o nada, tenía que ver con el entorno en que creció hasta que consiguió la beca de estudios que le pondría alas a su aspiración de dedicar su vida a la práctica del arte.
Como la inmensa mayoría de aquellos aspirantes a la gloria que en el tránsito de los años 60 a los 70 desfilaron por las escuelas de Bellas Artes, Belmonte recibió las enseñanzas académicas propias de su disciplina, pero también estuvo atento a los cambios que se estaban produciendo en el arte español, mucho más receptivo a las corrientes artísticas y sociales, que se iban imponiendo en otras latitudes, y los contrastes naturales entre tradición y modernidad que se producían en las aulas, y que determinaron que algunos de sus compañeros de curso abandonaran las enseñanzas académicas para aventurarse en la selva inextricable de las galerías de arte, que ya eran una pieza más del tejido cultural de nuestro país.
Pese a todos los cantos de sirena y a todos los ismos que han ido dejando su huella en el mundo del arte, Belmonte ha seguido siendo fiel a sus aspiraciones y a una forma muy particular de mirar el mundo alrededor, e interpretarlo con unos registros plásticos tan personales como atemporales, en clave romántica. Así es como frente al expresionismo feroz o el impresionismo abstracto de otros compañeros de generación, Belmonte ha podido construir un relato muy personal sin bandazos y ni cambios de registro, consciente en todo momento de los márgenes naturales de su proyecto para, partiendo de un realismo tan aventurado como académico, desembocar medio siglo después en este fulgor evanescente que se ha apoderado de su pintura en los últimos años en contraste con esa suerte de realismo mágico que le da carácter a su producción en tres dimensiones, una inesperada pasión escultórica que le está dando a sus años de plena madurez otra dimensión.
Entre estos dos extremos de su vida profesional, hay todo un espectro de registros formales que parecen estar acompasados a lo que ha sido el devenir de sus inquietudes desde los fragmentos de interior, y los entornos urbanos que reflejan la cruda realidad de una sociedad deshumanizada, de su primera época, pasando por los paisajes poblados de ruinas y restos arqueológicos de tiempos pasados, hasta llegar a sus últimas pinturas, tan románticas, atmosféricas y evanescentes que conforman una abstracción insólita, y ofrecen una nueva forma de mirar en el panorama artístico español del nuevo siglo.
Camino de perfección es la primera exposición retrospectiva de Antonio Belmonte (Huelva, 1952), y recoge cinco décadas de creación que desvelan un proceso de trabajo tenaz y concienzudo, con una gran variedad de formatos y soportes -pintura, dibujo, escultura, y obra seriada- que trascienden sus intenciones y son un verdadero catálogo de ensoñaciones convertidas en realidades, un laborioso y metafísico camino de perfección artística y personal.
Horario de Visitas: 10,30 – 13,30 h. y 17,30 – 20,30 h.