RFB. Desde la antigua carretera N-435 a su paso por Trigueros viniendo de Huelva coges por la carretera de Gibraleón y te sales a la derecha justo antes del ‘puente‘ que hay en esa circunvalación. Lo haces de tal modo que te diriges al noroeste. Un camino de tierra compacta, con menos baches de lo que me esperaba -nos aventuramos con un coche de perfil muy bajo-, te deja al cabo de unos cuatro kilómetros en un lugar que, si es posible, recomendaría visitar. Un espacio y una forma de hacer que inspiran muchos calificativos positivos, y que quizá empezaría por el de respeto. Respeto a la naturaleza, respeto a la tradición, respeto al toro. Una virtud esta, el respeto, que emana del alma mater de la Finca Los Millares, Manuel Ángel Millares.
En ese camino saliendo de Trigueros fuimos dejando atrás explotaciones agrícolas convencionales, parcelas con frutales y huertas de distintos tamaños. Unos pequeños carteles te guían para no despistarte en las bifurcaciones y llegamos a una entrada que da, casi directamente, al complejo edificado de Los Millares. El horizonte a partir de este momento ya se define por la libertad de lo extensivo.
La amabilidad de Manuel Ángel Millares y sus hijas, Maite y Elena, forma parte también de este paisaje idílico que nos encontramos. Tuvimos la oportunidad de compartir una jornada en la finca con el presidente de la Diputación Provincial de Huelva, David Toscano, y las diputadas provinciales de los ramos afectos a la actividad Ana Delgado -Turismo-, Gracia Baquero -Cultura-, y Patricia Millán -Ganadería-. Iban acompañados de la directora de la Agencia Destino Huelva, Marian Gómez Palacios, por el jefe de Gabinete, Rafael Pérez Unquiles y la jefa de Comunicación de la Diputación, Esther Flores.
La propiedad, en un evento organizado por el periodista taurino Paco Guerrero, había invitado a una jornada de puertas abiertas para poder conocer de primera mano, viendo, escuchando y casi tocando -a los toros-, como experiencia singular para entender todas las posibilidades de esta realidad identitaria en la que la provincia de Huelva y en particular Trigueros tiene mucho que decir y que mostrar. Como medio de comunicación compartieron nuestro interés compañeros de Teleonuba. Al final de la jornada se incorporó David Hidalgo, de la firma onubense Thursa, dedicada a la organización de visitas y excursiones turísticas. Llevan años colaborando con la Finca de los Millares, formando parte de un programa exitoso para los turistas extranjeros.
Llegas a Los Millares y es, salvando las distancias, como si lo hicieras a una reserva natural aislada. Cientos de hectáreas que te sumergen en el habitat del toro, en la Dehesa, donde otros animales conviven en armonía y se cumplen unas reglas en las que el hombre interviene solo para sumar, para ayudar sin incomodar a esa especie aquí reinante que suele estar, fuera de este maravilloso reducto -grande en tamaño, no obstante- sometido a controversia. Acercarse a esta forma de vida, de ellos, los toros, y de los hombres y mujeres que viven en su entorno podría quizá, si no cambiar, hacer apreciar de otra manera la cuestión en aquellos que defienden posturas antitaurinas radicales.
Antes de internarnos en la Dehesa, un paseo por los jardines que rodean los edificios principales de la finca es la antesala de una jornada de disfrute y tranquilidad que podría homologarse a un lote de sesiones de yoga sucesivas. Silencio y verde, mucho verde. Detalles escultóricos y elementos con sabor añejo en amplias terrazas con distintos niveles que nos aproximan a la personalidad de Millares. En esos primeros momentos estuvo, así mismo, el alcalde de Trigueros, Vidal Blanco, que a su pesar tuvo que marcharse antes de la visita que haríamos al interior.
En ese ratito del jardín le hacemos algunas preguntas a Manuel Ángel. Por ellas conocimos que grandes figuras han pasado por la finca a tentar vacas e, incluso, prácticamente a vivir para crecer como personas y como toreros. Entre otros José Tomás y Morante de la Puebla, este último residiendo cinco años. Millares, al preguntarle por el estado de la fiesta, por sus fortalezas y debilidades, no se queja. Nadie mejor que él, con su experiencia como ganadero, e incluso como empresario de plazas taurinas, para tener una visión ajustada. Le notamos ocupado pero confiado. Es evidente que circunstancias como la de la reciente supresión del Premio Nacional de Tauromaquia le enojan.
Pero, como decimos, confía o, al menos, es la sensación que percibimos. Hay que rejuvenecer a la afición, y hay señales positivas. Aunque parezca una paradoja, según nos comenta, el sector se ha complicado por la profusión de plazas menores. Está contento por la savia nueva taurina que hay en Trigueros y que empuja fuerte.
Montados en un remolque tirado por un tractor conducido hábilmente por Manuel Boquiqui, responsable de faenas de campo, cogemos camino de la naturaleza. La dehesa está espectacular. El tiempo y las lluvias de la pasada Semana Santa dibujan un cuadro que no podía ser mejor pintado. Color intenso en las encinas y en el manto de flores y yerbas que cubre completamente la tierra. Una estampa de revista que hemos tenido la suerte de disfrutar. Elena Millares nos reconoce que a medida que avancemos en la estación el espacio se irá degradando en esa vistosidad, pero a nosotros en particular -profanos, desde luego- las encinas nos han dado una imagen de salud impresionante.
Cochinos retozan en una vistosa charca, y se acercan a nuestro paso. Unas ciento cincuenta cabezas las que tiene la finca, que irán a parar a Consorcio de Jabugo. Aún cubiertos de barro, el aspecto de los ibéricos es inmejorable. Se encuentran felices. Luego les llegará el San Martín, pero por ahora mejor no pueden estar. Junto a ellos hay algunas espátulas. Tras un trayecto de natural traqueteo vemos a la derecha a un grupo de toros muy jóvenes, añojos. Antes también pasamos por un cercado en el que había cabestros.
Avanzamos absortos por un paisaje tan bello, limpio y natural. Y de pronto, casi sin percibirlo, salimos del camino, adentramos campo a través encima del inmenso manto de flores que cubre el suelo. A unas decenas de metros en el horizonte se aprecia ganado y el tractorista les llama de modo que como treinta o cuarenta vacas y sus recentales se vienen corriendo justo hacia nosotros. La imagen es espectacular. Entendemos que la llamada de Boquiqui les hizo reaccionar por si se les traía comida. Los inexpertos que estábamos en el remolque, aunque este es muy alto, pudimos pensar que se nos echaban encima. Pasado ese pequeño susto estuvimos un rato recreándonos con las vacas y los terneros, muchos de los cuales se ocupaban de mamar.
Quedaba la hora de la verdad, acercarnos a los utreros, cuatreños y cinqueños, los toros toros. Paco ayuda abriendo y cerrando tras si distintas cercas. Las cabezas que vemos próximas a partir de ahora ya tienen una seriedad en el rostro y una rotundidad en los pitones que te centran, que te concentran en lo que estas viendo y su significado. Tres acreditados hierros gestiona la ganadería, Manuel Ángel Millares, Torremilla y Los Millares.
Preguntamos muchas cosas, la ignorancia es lo que tiene. Por ejemplo, nos enteramos que los grupos de toros se conforman a los dos años o así. Y a partir de ese momento se encuentran separados estos grupos por cercados que evitan el que se peleen. En la finca tienen nada menos que dieciséis kilómetros de cercas. En el caso de que miembros de distintos grupos se encontrasen nos comenta Manuel Ángel que se enfrentarían a muerte. La selección y conformación de los lotes tiene más criterios analíticos que intuitivos. Nos sorprende Millares cuando revela que desde hace veinticinco años utiliza una aplicación que le permite decidir al respecto basándose en multitud de datos históricos.
Impresionados por el rato echado en este campo maravilloso volvemos a la zona principal de la finca. Allí pasamos a un salón con una gran chimenea cuyas paredes están adornadas de numerosos carteles taurinos y fotografías de toros de la ganadería lidiados en las plazas más importantes. Madrid, Sevilla, Pamplona, Zaragoza, Valencia, Málaga,… han vivido faenas a ejemplares de los tres encastes que cuida con mimo la familia Millares, Jandilla, Carlos Núñez y Atanasio. Como es lógico, los tres le gustan a Manuel Ángel. Pero quizá -puede que nos equivoquemos- le notamos un poco más de brillo en los ojos al hablar de la bravura de los Atanasio. Con estos el nivel de exigencia al torero se eleva, de modo que a un buen aficionado naturalmente le atrae.
Por que de afición se trata. Si no sería imposible entender la persistencia en una actividad con un elevado nivel de riesgo y una rentabilidad moderada. Maite Millares nos venía a decir que este tipo de negocios, sustentados en la referida afición, existen si forman parte de una ‘cartera’ en la que otras actividades compensen esa combinación diabólica de alto riesgo/baja rentabilidad como la que tiene la ganadería taurina.
Ella, morantista hasta la médula ama, al igual que Elena y como su padre, la pureza de lo que hacen, el modo de culto de una ‘religión‘ que a veces es desconocida incluso por muchos de los que aparentemente forman parte del propio mundo taurino. El respeto al que hacíamos referencia arriba y la veracidad, la autenticidad de algo que nunca puede dejarte indiferente, se aprecia en la mirada, tanto del padre como de las hijas, cuando hablas de lo que hacen, de lo que sienten en esta esfera singular que les marca la vida.
Porque Manuel Ángel y sus hijas llevan el testigo de la afición de su abuelo y bisabuelo triguereño, respectivamente. Él fue quien inoculó en el ganadero ese placentero virus de la pasión taurina, que llevará para siempre y que para nosotros tiene el fecundo efecto colateral de posibilitar que el toro siga viviendo. Que una parte de nuestra identidad, por tanto, perdure. Un orgullo, también, para Trigueros y para Huelva.