Ayuntamiento de Huelva, fiesta de la Cinta
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Pepa Gey, Ayamonte, sus galeones, y tantas cosas en la memoria

RFB. El recorrido de Memorias de los Pueblos de Huelva nos sitúa en esta ocasión en una de las principales referencias provinciales, Ayamonte. Y hablar de Ayamonte es hablar de la cultura transfronteriza y comercial pero, sobre todo, de la pesca, de las conservas, de la mar. Buscamos una abuela en esta preciosa localidad y encontramos a Pepa Gey, nada menos. Decimos esto porque la energía, clarividencia y rapidez mental de esta señora de noventa años empequeñecería seguro a la de la mayoría de aquellos que tienen la mitad de la edad cronológica que marca su dni.

Autosuficiente y autónoma, vive sola aunque supervisada por sus hijos (una reside y trabaja en Ayamonte, otra en Huelva y un tercero en Lepe). Habita un piso con maravillosas vistas al Río Guadiana, esa esencia natural e identitaria de la ciudad y razón de ser de su propio origen. Y allí nos atiende amablemente. Pepa casi no sabe lo que son las arrugas, lo que nos sorprende un poco al conocerla. No esperábamos que nueve décadas de lo que viene a ser una vida normal, con sus alegrías, tristezas, dificultades y satisfacciones, muestren una piel en el rostro tan poco castigada.

Esta ayamontina nació en Isla Cristina, como aclara, y llegó a la Puerta de España con ocho años. Sus progenitores, isleños ambos, formaban parte del mundo de la pesca. Orgullosa nos dice que su padre era patrón de pesca y mandó el galeón «España«, de los Botello. La embarcación que gobernaba el padre de Pepa era una destacada de esa mítica flota en la que estuvieron el «Catalina«, el «Ayamonte«, el «Punta Bandera» o el «Aliado«, entre otras.

«Era el tiempo entonces de los galeones -recuerda con cierta nostalgia-. Por ellos viví en Canela muchos años. Me encantaba, fueron los mejores años de mi vida«. Vivián en un poblamiento pequeño, en torno a esa actividad pesquera. «Estábamos todos muy unidos -prosigue-, era todo muy familiar. Venía mucha gente de Lepe, de Cartaya, a los galeones, y entonces todos vivían en Canela. Porque los galeones tenían unos patios con casas… unas casas, ‘ná’, ‘pa’ tres o cuatro meses«. Según nos cuenta, en los barcos de ‘acostaos’ se desplazaban los hombres de las tripulaciones desde Canela hasta el puerto de Ayamonte y viceversa. Estas embarcaciones más pequeñas iban luego al lado de los galeones a faenar la sardina y el boquerón.



José Gey Fernández era su padre, el patrón. Se emociona un poco, porque habla de su padre como un gran padre, «un hombre maravilloso. Y mi madre también -deja claro-. Éramos cinco hermanos y vivimos mucho tiempo en Canela.. Allí me eché novio y todo» -sonríe-. Con diecinueve años se vino de nuevo a Ayamonte y se casó con ese novio, que era ayamontino. El profundo acento ayamontino de Pepa delata esa realidad de toda una vida aquí, con marido y todos los hijos, nietos y biznietos de esta localidad. Una localidad que para ella ha cambiado mucho.

Nos cuenta como pasaban de Canela a Ayamonte. No había puente ni conexión terrestre, separaba la isla «un río y teníamos que pasar en una barquita. Ese caño separaba Canela del muro, como le decíamos. Nos montábamos en la barquita, con un señor que remaba, y llevábamos para el muro ‘alpargatas’, porque con zapatos no podíamos ir, porque si no se los cargaba el muro. Y nada más que teníamos un par, no es como hoy. Entonces llevábamos los zapatos en una bolsa, y cuando bajábamos dejábamos las alpargatas en una casillita que tenía el señor  y ya nos poníamos los zapatos para llegar a Ayamonte, claro«.

Pepa gesticula mucho con las manos, algo quizá singular para su edad. Nos parece que el concepto ‘ancianidad’ no va mucho con esta señora. Y sus respuestas denotan arte, gracia innata enriquecida con los años. Ello nos da la oportunidad de reírnos en muchos momentos de la entrevista. De Ayamonte le gusta todo. Vivió mucho tiempo en La Laguna. Su marido era electricista, y gozaba de reputación profesional y trabajo. No les fue mal.

Hablamos de fiestas, y Pepa nos confiesa que «yo he sido de poco salir, la verdad… pero cuando salía, salía».  Se divertía mucho en las fiestas de las Angustias. Es muy conocida en Ayamonte y quizá la afirmación anterior, esa de salir poco, pero cuando salía salía, tiene la clave. Porque Pepa es todo lo contrario a una mujer anodina o introvertida. No creemos que si va en un tren deje de entablar conversación con el pasajero de al lado. Ella nos parece que va por derecho, y no son los silencios los que reinan en su relación con los demás, ni mucho menos.

Tuvo rotura de cadera y anda con un carrito por la calle, pero la pisa a gusto. Y a gusto se encuentra precisamente con la gente en la calle, que con facilidad la reconoce y muestra continuamente su asombro por esa ‘juventud’ en los gestos, comunicación y comportamiento. Por otra parte, le encantan las labores, «para mí el punto de cruz ha sido una ilusión grandísima«. Se siente de lujo sentadita ahí en la mesa camilla con su estufa y su punto de cruz.

Pero esa actividad tradicional del punto de cruz no encasilla a nuestra protagonista en una cultura del pasado. No, ella ocupa tiempo en navegar en internet con su teléfono móvil, en particular en la red social Youtube. Le gusta ver audiovisuales de naturaleza y animales.

Le preguntamos por nombres de amigas de la niñez, adolescencia y juventud. Nos dice que se acuerda de todas. Le pedimos nombres concretos y cita a Sanblás, Felisa, Manoli, Encarna, María, Agustina, estas de Isla Cristina. De Canela recuerda a Dionisia, Paulina, Bellita, Agustina, … «muchas, muchas. Ya digo, éramos.. venían cartayeras, leperas, gente de Isla Cristina, y nos juntábamos todas. Allí llegaba el galeón para mudar la red, había que remendarla. La echaban en tierra y metían la otra. Y eso era una juerga. Porque los hombres ‘jalando’ ya la red para el barco se ponían a cantar, y nosotras, todas, nos juntábamos con ellos y cantábamos también. Ya te digo que los mejores años de mi vida los pasé yo en Canela«.

En Canela, nos cuenta Pepa, «todos los sábados había baile, allí en Casa de Belmonte, un bar que había alli. Iban dos señores tocando instrumentos, uno un acordeón y otro una guitarra, y a bailar pasodobles que te crió. Muy bonito«.

Nos dice que, a pesar de estar en la frontera, a Portugal a ido poco. Tiene una vecina portuguesa, Lourdes, y le cuesta trabajo entenderla. Le ‘traduce’, su asistenta social, Presi. Se encuentra bien, comenta que «gracias a Dios, excepto eso… la cadera que me caí, que me la partí, y después la vejiga, que me la tuvieron que operar«. Los médicos cuando la ven se sorprenden de su extraordinario estado y la rapidez con la que se recuperó de la operación. «Voy a la plaza -prosigue- y que diga ella, toda la gente que me conoce me dice que no tengo la edad que tengo… que si la tengo, caramba». No se ha cuidado especialmente, «yo he comido de todo y de deporte no he hecho nada -aclara-, nada más que andar, ir a los mandados y ya está«.

A partir de fallecer su marido, hace doce años, ha viajado mucho. Antes con él era más difícil, «mi marido era electricista y siempre estaba ocupado«. Su hija Deli le recuerda «y tu también trabajabas, Mamá«. «Ah, si… cuando mis hijos se hicieron mayores yo me decía ‘tengo que hacer algo’, y cogí una tiendecita ahí, en la calle Felipe Hidalgo«. La tienda, de ‘ultramarinos’ o ‘desavío’, «una tienda de esas de comestibles, de barrio«. Allí se nota que disfrutó mucho de la relación con la gente. «Todavía me ven por la calle y bueno… Ave María» -cuenta satisfecha-.

«Después tenía yo un corito allí en la tienda -prosigue-, tenía un corito -de cantar- de cinco mujeres de setenta años para arriba. Magdalena… Magdalena Gutiérrez, Isabel Ojeda, Concha García,… todas eran mayores. Nos juntábamos en la tienda y Magdalena me la cerraba y nos poníamos a cantar». Pepa estuvo con la tienda quizá más de quince años, porque se jubiló allí. Conoce a muchísima gente en Ayamonte, pero «no, como esta hija mía -se refiere a Pepa-, que conoce a todo el mundo».

En el audiovisual que montamos con la entrevista el alcalde de Ayamonte, Alberto Fernández, tiene la amabilidad de introducirlo, con una breve semblanza de la protagonista, a la que aprecia y considera representativa por lo muy conocida que es en la localidad fronteriza.

Pepa nos cuenta una anécdota propia de su talante. «Había un barquito  que se dedica a viajar por el río, y a lo mejor va de aquí a Sanlúcar y vuelve, y va por ahí. Un día vi al dueño en la Plaza, que estaba hablando, y le pregunté donde iba y si yo podía ir. Y me dijo que si… pagando, me dijo. Digo, cuanto vale… no se lo que me dijo, pero le dije, mira, apúntame. Y apúntame a una amiga mía, a mi cuñada Dominga, y a una vecina, a Lourdes. Mi cuñada no vino, pero vino Lourdes. Y… la que lie en el barco, bailando, cantado. Muchas veces ella me lo recuerda, esta señora, Lourdes. Bueno, pues ese barco, en el que yo fui tres o cuatro veces, luego cuando pasaba, cada vez que pasaba -señala a la ventana- se paraba ahí en medio del río, y se ponían a gritar ¡Peeepaa!, ¡amiga Pepa, la de los geranios.. que se asome!, y yo abría la terraza y me ponía a bailar… y ‘to’ la gente tocándome las palmas«.

Nuestra protagonista baja a la calle y no para la gente de hablar con ella, de reírse, realmente de celebrar la vida, que es lo que hace Pepa a cada momento. Declara que ha sido y es feliz. Genio y figura.

 

Fotos: capturas audiovisual Edith-HBN.

Pepa Gey, Ayamonte.

Memorias Pueblos de Huelva. Diputación Provincial Huelva.

 

 

 

 


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