La madre de José María

Emilio Romero. Nos contaba José María Romero Silva, el minero de bien, un recuerdo que siempre le producía gran emoción. «Nunca pasa un día de San José -decía- que deje de recordar aquel día, aunque ya hayan pasado más de 70 años. Era un 19 de marzo de 1945, todavía no había cumplido los 14 años. «Mi padre ese día lo tenía de descanso en la Mina, pero ese día lo dedicaba a trabajar en la Finca de Evaristo Carbajo, en la zona de La Veta. Mi trabajo era el de Pastor de Ovejas.

Tenía mi madre aquel día una comida especial, gracias a mi tía Amparo. Y como quería que estuviéramos todos juntos, me preguntó si yo podía acudir a la hora del almuerzo donde estaba mi padre trabajando, porque no tenía aquella noche comida para poderla llevar nosotros. Le dije que sí. Y a la hora de la comida de ese 19 de marzo me fui acercando donde estaba mi padre sembrando eucalipto, esperando que llegará mi madre con la comida. (Siempre me pasa lo mismo y hoy también. he tenido que estar un rato sin escribir, porque los recuerdos son muy fuertes).


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Efectivamente sobre la una de la tarde vimos llegar a mi madre con una cesta en las manos y acompañada de mis hermanos. Nos besamos con mJouchísimo cariño e igualmente a mi padre y rápidamente es mi madre la que nos dice, ‘venga a comer que la comida se enfría’. Hasta ese día no había conocido lo que mis ojos estaban viendo, mi madre había puesto un plato grandioso que llenó de garbanzos, patatas, tocino y morcilla. Me acuerdo perfectamente de que le pregunté si aquello era para nosotros. La contestación de mi madre fue, ‘todo eso es para nosotros porque el Señor nos lo ha mandado en el día de tu santo, San José’.

Comimos como nunca lo habíamos hecho, jugué con mucha alegría con mis hermanos, hasta que se marcharon para casa. Y hoy, después de haber pasado 72 años, mantengo en mis recuerdos lo que mi padre me dijo cuando mi madre se fue. ‘José no te creas lo que dice tu Madre de que la comida la ha mandado el Señor, ha sido tu tía Amparo que está en Cortegana la que se lo ha mandado con Rosario la Planchadora. Pero tú no le digas nada, porque a ella le gusta mucho las cosas de la Iglesia y disfruta mucho con esas cosas. Estos recuerdos que me vienen todos los 19 de marzo suponen la felicitación más grande que recibo, y que seguro que lo voy a seguir recordando«.


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«Mi madre… cuantas veces le tuve que mentir a mi madre. Estos han sido los recuerdos que hoy he tenido antes de dejar la cama. Mi madre, la que nunca tuvo nada y lo poco que tenía lo daba. Hoy en mis recuerdos se ha venido a la cabeza el día que le robaron una gallina a nuestra vecina Dolores. Aquella noche cuando regresé del trabajo en el campo me contaba lo que le habían hecho a la vecina, y que después de contármelo me dijo, ‘¿José no habrás sido tú?’ Claro que le dije que no, pero efectivamente había sido yo.

Lo hice porque las circunstancias en las que vivíamos me obligaban hacerlo. Como tuve que hacer cuando el hambre me obligó a quitarle las patatas a un guardia civil que las terminaba de sembrar. Cuando de noche llegué a casa con las patatas, tuve que decirle a mi madre que me las habían regalado los carreros de Santa Barbara, que venían a Valdelamusa a por el abono.

Cuantas veces se quedó sin comer mi madre para que sus hijos pudieran hacerlo. Cuanto la hice sufrir. Hoy recuerdo cuando mis hermanos me decían, ‘Chacho, desde que coges el canasto cuando vas a por higos a Cortegana, mamá no deja de llorar hasta que vuelves’. Es verdad que la hice sufrir más de la cuenta. Sufrió cuando siendo un niño me tuve que ir a guardar cabras, Sufrió mucho cuando siendo un niño hacia mis viajes a Cortegana o Almonaster a por Higos o Castañas y el sufrimiento la llevo al punto de perder la cabeza aquella vez en la que yo solo tenía 14 años y me llevaron esposado a la Cárcel de Cortegana.

Mi madre, la que sufrió mucho cuando yo era un niño. Y siguió sufriendo cuando ya fui un hombre y comenzaba mi vida sindical y empezaba a ver las veces que la Guardia Civil preguntaba por mí. Si,  vine a este mundo a darle sufrimiento a lo mejor que he tenido, que ha sido mi madre. Porque además de lo expuesto, para que negarlo, también me han gustado las Fiestas y con las Fiestas el aguardiente y todo lo que la Fiesta tiene.

Mamá, como tu no me puedes oír, hablo y escribo estos recuerdos para mí y para muchos que viven y conocieron lo que digo, y dejar claro que fui un niño malo, no un niño travieso como siempre decías cuando los vecinos te decían que malo es tú José y tu siempre respondías, ‘malo no es, es un poco travieso‘. Que buena fue mi madre, cuantos recuerdos guardó de ella.

Mi madre, tu madre y muchas madres más, esto que estás viendo en la fotografía, es lo que tenían que hacer siempre que tenían que lavar la ropa del minero y de la familia en general, pues en sus casas carecían de este servicio. Se hacía aún más duro cuando llegaba el verano, y en los servicios públicos solo te daban un cántaro por casa. Fue muy duro el trabajo del minero, pues todos los trabajos de la mina en aquel tiempo había que hacerlos con mucho esfuerzo, peligro y derramando sudor.

Pero si duro era el trabajo del minero, quizás (y sin quizás) más duro era el trabajo de la mineras en sus casas, porque además de no tener nada, tenían que hacer la poca comida que de que dispusieran, en una candela de jaras, o de carbonilla si tenía el valor de ir a la llegada de los trenes de la Línea de Zafra-Huelva, en busca de tal carbonilla.

El agua que gastaba en comidas y limpieza de la casa lo tenían que transportar en cántaros y cubos de los grifos públicos. Y algunos estaban a más de 200 metros de tu casa. Y como he dicho al principio, los lavados semanales los tenían que hacer en el Barranco de Valdehornos, que se encuentra a más de 5 kilómetros de Valdelamusa. Hoy cuando veo esa unión de las mujeres, para defender los derechos que les corresponden, la alegría que siento es infinita porque sé que, sí esa lucha continúa, seguro que serán ellas las vencedoras».

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