El río Guadalquivir en kayak

Desembarco en Doñana para comer en la playa.

Texto y mapa: Antonio Delgado Pinto, autor de REMANDO EN ROJO. /Fotos: Pedro Delgado, Fermín Delgado, Luis Hidalgo y Antonio Delgado. El capítulo de hoy de LOS RÍOS DE HUELVA EN KAYAK lo dedicaremos al Guadalquivir. Nombrar este río es pensar instintivamente en Sevilla o en Córdoba, pero también tenemos que tener en cuenta que sus últimos kilómetros de recorrido bañan nuestra provincia, costeando el Parque Nacional de Doñana. Esta soleada mañana de primavera remaremos en la desembocadura del Guadalquivir, lugar donde confluyen las provincias de Cádiz y Huelva, y para ello vamos a iniciar y a terminar nuestra travesía en Sanlúcar de Barrameda.

Betis lo llamaron los romanos y posteriormente los árabes le dieron el nombre de Wadi al Kevir, el río grande, no en vano su longitud rebasa los 650 kilómetros desde su nacimiento en la sierra de Cazorla.


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Hemos transportado los kayaks hasta la arena, al lugar desde donde es más fácil salir a mar abierto. Los marineros del lugar nos han hablado esta mañana de los bajos y las rompientes y nos han indicado el lugar por el que salir sin chocar en los bajos de arena para llegar al casco varado del Weisshorn, el famoso barco del arroz, visible desde donde estamos desayunando antes de meternos en faena. Hoy me acompañan mis dos hermanos y nuestros amigos kayakistas Luis Hidalgo y José Antonio Valdayo.

El casco del Barco del Arroz está en la actualidad dividido en dos mitades.

Sacamos los remos y los pertrechos de los maleteros de los coches y nos acercamos hasta la playa donde hemos dejado los Konero al llegar esta mañana. Embarcamos e iniciamos la ruta remando hacia el sureste, casi en paralelo a la costa gaditana. Al frente un poco a nuestra izquierda, el faro de Chipiona se recorta a lo lejos en la bruma mañanera que aún asoma por levante. Poco a poco nos vamos separando de la playa y saliendo a mar abierto. Hemos calculado unos tres o cuatro kilómetros hasta donde el Weisshorn, partido en dos mitades, se pudre en medio del mar (1). El oleaje aquí es inexistente, el mar sube y baja como si fuese una atracción de feria. Ahí delante tenemos lo que queda del barco del arroz. La marea está en su nivel más bajo y eso hace que no haya aquí mucha profundidad. La popa y la proa, separadas un centenar de metros una de otra, están varadas en el fondo. Las dos partes de acero oxidado son enormes. No podemos acercarnos mucho si no queremos correr el riesgo de que los movimientos del agua nos estrellen contra los hierros retorcidos que surgen a veces del fondo. Damos varias vueltas a los dos trozos del barco, hacemos fotos, comentamos los detalles que vamos descubriendo: el gran hueco que se ve cerca de la proa, las entrañas metálicas que aparecen donde el casco está dividido, las gaviotas descansando en los elementos de cubierta, … El barco es un gigante de acero muerto en estos bajíos de arena.


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Nos alejamos del Weisshorn rumbo a Doñana.

Nos vamos, hemos dejado a nuestra espalda el Weisshorn y bogamos ahora hacia Doñana. La orilla a la que nos acercamos ahora está desierta. Remamos y avanzamos rápidamente empujados por la marea. El oleaje del último trecho provoca una arribada violenta sobre la arena. Nuestros kayaks se han quedado en seco y aprovechamos para arrastrarlos hasta más allá del rompeolas. Subimos al primer cordón de dunas y contemplamos la grandeza de Doñana desde esta playa desierta.

En el horizonte se divisa el Faro de Chipiona.

Volvemos junto a los kayaks y sacamos alguna fruta de las bodegas, que nos comemos sentados en la arena (2), de espaldas a los cordones dunares y los pinos, con la vista en el horizonte, donde el Weisshorn no es ahora más que un par de puntos en el horizonte. Hablamos de la historia de este mercante cargado de arroz y naufragado en febrero de 1994.

La mañana ha pasado su ecuador cuando decidimos visitar los búnkeres de Malandar, frente a Sanlúcar. No es demasiado cómodo rebasar el rompeolas con los kayaks cuando el oleaje está revuelto. Por fin lo conseguimos y nos alejamos un centenar de metros de la playa para escapar del influjo de las olas.

Desembarco en Doñana para comer en la playa.

Paleamos en paralelo al Coto de Doñana. Detrás de los primeros cordones dunares, en algún sitio del extenso pinar, se levanta la torre de San Jacinto, la almenara más oriental de las doce con que contó en nuestra Costa de la Luz el sistema de defensa ideado durante el reinado de Felipe II en pleno siglo XVI.

Atracando para visitar los búnkeres de la desembocadura.

Somos testigos privilegiados de cómo las aguas del Atlántico se van mezclando con las del Guadalquivir al doblar la punta de Malandar. El océano se hace río o, mejor dicho, el río se hace océano. Ahí está el primer búnker en la misma línea de bajamar (3). Nos acercamos y desembarcamos con la anuencia del oleaje que aquí es más amable con nuestras embarcaciones. Tres de los nueve búnkeres que se levantaron en nuestra provincia están aquí. Los seis restantes están en Mazagón, abandonados y llenos de basura. Ocho lados tiene este extraño prisma formado por un hexágono y un cuadrado adosado a la cara contraria al agua. Hacemos fotos de este edificio de hormigón que se conserva muy bien a pesar de sus ochenta años de antigüedad. Efectivamente, por increíble que pueda parecer, su construcción fue tan sólida que están en un estado similar al de la época de su construcción, entre los años 1942 y 1943.

Los búnkeres de Malandar se conservan en un excelente estado.

Subimos a los Konero y volvemos a remar hacia el siguiente búnker que está, al igual que este, en la misma línea del rompeolas. Lo vemos a lo lejos, calculamos entre cuatrocientos y quinientos metros para llegar a él. A nuestra derecha, en la otra banda, se extienden las edificaciones de Sanlúcar de Barrameda. Bogamos y nos aproximamos al segundo búnker (4). A pesar de nuestra neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, las costas andaluzas se llenaron de búnkeres de los que subsisten un gran número de ellos. Esta vez no bajamos, hago fotos desde el kayak y seguimos la navegación. El tercer y último búnker está algo más retirado de la orilla, tanto que no es visible desde el río. Probablemente en el momento de su construcción estuvo también en la playa, ahora ha quedado tierra adentro, junto a la vereda de Sanlúcar, camino que viene desde más allá de la desembocadura del Guadiamar.

El búnker más oriental es el único que está fuera de la línea de bajamar.

Bogamos a unos veinte metros de la playa hasta llegar a la zona donde atraca el barco que hace el recorrido entre las dos orillas. Desembarcamos, dejamos los Konero en seco y nos adentramos andando en el pinar de Doñana hacia la vereda de Sanlúcar, procurando orientarnos. El tercer búnker está a unos cuatrocientos metros tierra adentro. De pronto, tras una masa vegetal, aparece junto a una valla de madera. Nos detenemos a admirar este gigante de hormigón semienterrado en la arena y a hacer alguna foto (5). El aporte de sedimentos del río y la acción de las mareas y el oleaje han ido ampliando aquí el dominio de la playa y ahora el búnker queda muy alejado de la línea de agua.

El cuartel de Malandar antiguo es el que está más cerca del Guadalquivir.

El mapa que llevamos nos dice que, si tomamos el camino que sale a nuestra izquierda, llegaremos a los cuarteles de carabineros. No necesitamos discutir, a los cinco nos apetece ir a echar un vistazo. Nos ponemos en camino y en diez minutos coronamos un promontorio en el que subsisten las ruinas del más antiguo. Más abajo, a un centenar de metros, vemos el otro cuartel, más moderno y en mucho mejor estado (6). Estos edificios, junto a los cuarteles de Zalabar, el Inglesillo, el cuartel viejo de Matalascañas, el nuevo y el de Mata del Difunto, conformaban la línea de vigilancia edificada entre los años finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX.

El cuartel moderno de carabineros, abandonado hace unos años, está a un centenar de metros del viejo.

Cuando llegamos al sitio donde dejamos los kayaks, comprobamos que se ha levantado algo de viento desde el oeste. Desde aquí con unos prismáticos veríamos mejor el baluarte de San Salvador, en la otra orilla, entre los búnkeres de Bonanza y Bajo de Guía, todo ello en la margen izquierda del Guadalquivir, la que corresponde a la provincia de Cádiz y que dejamos para otra ocasión. Decidimos volver a la orilla sanluqueña y comer allí, una vez hayamos cargado los kayaks.

El viento y la marea confluyen aquí y parecen pelearse por alcanzar la hegemonía. Las olas que se levantan rompen contra la superficie líquida con estrépito. Este es el lugar al que llegan las aguas del Guadalquivir tras sus 657 kilómetros de recorrido, pero no es donde terminan su viaje; nuevas corrientes y aguajes las llevarán hasta otras costas tal vez remotas, contribuyendo a perpetuar ese extraordinario ciclo del agua, sin el cual nada de lo que somos existiría.

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