J.A.de M. Pasaba por allí, por un grupo de estos de RRSS, y me encontré con la grata sorpresa de una imagen que ya solo queda en la retentiva del recuerdo -aunque tenga poco más de dos décadas-, guardada humildemente por alguna esquina de la memoria. Observarla, natural, me hizo sacarla de uno los cajones neuronales y permitirme por unos segundos revivir tanta luz, tanto colorido, tanto bienestar emocional, tanta vida. En realidad esa vista ya giraba en torno a la decadencia, pero la contemplación de esas casas me trasladaba a décadas anteriores, cuando formaban digna parte del entramado urbano.
La pugna -legítima, comprensible y compartida porque hay que avanzar- que se enfrenta a la idea de que todo tiempo pasado fue mejor, a veces desvirtúa la razón de tantas cosas que se han perdido que, efectivamente, respondían a una realidad quizá más amable, más sencilla, más previsible y, por qué no, más bella.
La imagen que me ha dado pie al comentario, y otras dos que publicamos, la subió Francisco Mojarro Cano, con la entradilla «Casa que había frente al Colegio Francés, y que actualmente es la rotonda de ‘El Tío del Móvil’ o sea de Juan Ramón Jiménez, arriba de la Clínica Los Naranjos». Realmente son varias casas que estaban en esa acera al final de la calle San Andrés, entre ellas la del Bar Quijote Chico (bar cunina, como le decía el profesor Pepe Jiménez para provocar la risa de los chavales). La foto, de principios de los 2000, ya es notaria de la profunda transformación de ese entrañable enclave.
Esa transformación giraba en torno a la demolición del cabezo que estaba detrás, para nosotros -los niños y adolescentes de los setenta- sencillamente ‘La Joya’, como núcleo de un desarrollo que ensancharía la hoy avenida Fray Junípero Serra y, sobre todo, construiría por doquier en un espacio que no hace mucho, algo más de cuarenta años, era prácticamente campo.
Y en ese campo había, precisamente, un ‘campo de futbol’ donde se dirimían rivalidades al salir del colegio. Allí, entre montículos y vegetación rebelde donde se movía como pez en el agua una ‘fauna semiurbana’, corrimos y jugamos pensando que el tiempo estaba parado y que siempre todo sería igual, con esa seguridad, con esa garantía de que las cosas estaban en su sitio.
El centro del círculo, cuyo radio cruzaba por los edificios y patios del Colegio Francés y llegaba al Instituto La Rábida e incluso más arriba, al Femenino, estaba, quizá, en la tienda de Juanita. En esa esquina que se aprecia en la foto. Un desavío juvenil donde había casi de todo. Por delante de esa tienda pasaban las niñas y niños del Montessori y Santo Ángel y, sobre todo, los grupos de alumnos y alumnas de enseñanzas medias. Un alegre trasiego juvenil que infundía al entorno las mayores vibraciones de ilusión y esperanza.
Antes de este escenario, cuando no existía aún la calle Junípero Serra, cruzar desde allí -desde esa esquina de la casa que albergaría la tienda de Juanita- hasta la zona del camino a las Tres Ventanas de Huelva era una aventura apasionante.
Parecía que no estabas en una ciudad. La cuestión es ¿porqué no se pensó en utilizar todo ese espacio -cabezos de Roma, Joya y aledaños- para hacer un gran parque al estilo Moret? Ello no afectaba a la acertada planificación de Alejandro Herrero que derivaría en la actual Avenida de Andalucía. Qué pena y qué poca visión, o qué perspectiva más cortoplacista de aquellos que teóricamente tenían poder entonces para modelar una ciudad más bonita y amable.
Este lamento sirve de poco. Quizá una utilidad pudiera tener y es, efectivamente, pensar en la evolución de la ciudad conservando aquello que propicie el bienestar de sus habitantes y responda a signos de identidad con sustancia, con autenticidad. Sobre todo… los cabezos.
Calle San Andrés, Tres Ventanas Huelva, La Joya, Villa Conchita.