José Antonio Rodríguez, dando sin que la mano izquierda sepa de su derecha

José Antonio Rodríguez Morales. / Foto: Edith-HBN.

RFB. Los premios Buena Gente de Huelva producen mucha satisfacción. La primera a nosotros porque nos permiten acercarnos a estas personas singulares, que están varios peldaños por encima de lo corriente en esa forma de entender el sentido de la vida. Y aprender, y emocionarnos. Lo normal es que pensemos que ‘a ver si se nos pega algo’.

Así ha sido con José Antonio Rodríguez Morales, un onubense que ha dejado y deja huella por su generosidad, en sentido amplio, tanto en pequeños detalles como en grandes cosas. Ese fructífero recorrido que le lleva a ser señalado como Buena Gente de Huelva -está nominado- empieza en las Tres Ventanas. Castizo enclave de nuestra ciudad, antaño en sus aledaños, que nos parece, como observadores, un lugar especial para criarse. Mucho campo como entorno en aquellos tiempos de este inquieto, aventurero y ávido de aprender que era José Antonio niño.

Su familia tenía un establecimiento que ofrecía un poco de todo. Primero se llamó Casa de Rosario y luego Bar Antoñito. Estaba, como decimos, en las Tres Ventanas, en ese pequeño conjunto de casas bajas frente al Asilo. Alrededor tierras de labor y cabezos. Un espacio que ahora, enfundados en una ciudad con una urbanización desmedida, solo podemos entender como idílico.

Decimos que era un poco de todo porque era una mezcla de bar, tienda de ultramarinos, bazar a la antigua usanza y panadería. Nos cuenta de ello José Antonio Rodríguez en la Ermita de la Cinta, sentados en el banco exterior del patio de entrada. Sentimos un momento de privilegio porque él nunca busca protagonismo. Se nos viene a la cabeza a medida de que hablamos esa alección evangélica de “más cuanto tu des, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha«, con la que nos parece que nuestro amigo se identifica por lo hechos, no por alardear de ello.



El padre de José Antonio, Antonio, era cocinero de barcos, primero en pesqueros y luego en mercantes. Recuerda el nombre de uno en el que estuvo embarcado bastantes años, el ‘Amparo’. El tiempo que no pudo estar con él por sus ausencias fue compensado con creces con las presencias, porque la admiración y el orgullo por su padre como hijo es algo que cuando José Antonio lo expresa le lleva sin remedio a la emoción, a las lágrimas casi contenidas. Su percepción de que es el hombre más afortunado del mundo empieza por ahí, por su origen, por sus padres, por sus abuelos, por sus hermanos.

La madre de José Antonio Rodríguez, Rosario, se encargaba del establecimiento. Trabajo duro el suyo del que el nominado a los premios Buena Gente sacó una primera enseñanza vinculada a la dedicación, al esfuerzo generoso. Allí creció desarrollando sus innatas habilidades sociales. La relación con la clientela fue intensa. ‘El niño’ caía bien y encontraba siempre espacios de complicidad. Los propietarios que se paraban en el establecimiento le permitían ante su insistencia darse una vuelta en sus caballos por aquel mágico y enorme espacio rural, a tan escasa distancia del núcleo urbano.

Siempre activo, un niño con carisma, con imaginación y una inmensa curiosidad. Marcas de serie que con las vivencias fueron configurando una persona educada en valores que hoy produce admiración entre todos aquellos que lo conocen. Su padre tenía escasa formación, pero era modélico. Lo era en su sentido de la honradez y la rectitud. Una persona seria en cuanto formal. Eso lo ‘mamó’ José Antonio, también de sus abuelos.

Recuerda como algo imborrable de la memoria aquella primera, y última por su efecto, llamada de atención de su padre. «Enfrente de donde vivía estaba un cabezo con una parcela donde había un mayuelo.  Estaba ya madurita la fruta y tres o cuatro amigos nos saltamos y cogimos uno o dos para comérnoslos. Mi padre se enteró… madre mía. Yo tenía muchos pajaritos encerrados para cazar con la red, con mi abuelo, y mi padre como castigo me echó a volar todos los pájaros, los jarilleros, me rompió las jaulas. ¿Qué tú has cogido esa fruta? me decía… lo tengo grabado aquí. Peor que un crimen. Me dio un disgusto… madre mía».

Escuchas este relato y te maravillas. Miras sus ojos mientras revive aquella historia y lo que ves son precisamente los ojos de un niño fascinante que cuenta lo que pasó, con toda la energía del mundo. Nos lleva en el tiempo muchas décadas atrás. No sientes que estás ante un señor mayor, si no más bien, como decimos, ante un niño travieso de las Tres Ventanas, ahora, en este momento real.

La honradez del padre era más patente aún por el hecho que que su trabajo le ofrecía oportunidades -gestionaba el costo como cocinero de barcos- para distanciarse de ese correcto proceder. «Mi abuelo José -comenta- también era un fenómeno, y me enseñó muchas cosas. El me lo contaba todo«. Se refiere al materno, con el que tuvo una especial relación. Cordobés, arribó a nuestra ciudad, al mundo de la Pescadería. Recuerda su nieto que vendía gambas enfrente del mítico Teatro Mora, al lado de una señora que hacía lo propio con hielo. Llegó a Huelva buscándose la vida, aunque era ‘un niño bien’ de Córdoba.

La familia paternal de José Antonio era más modesta socialmente. Los «Cañita«. «Mi padre nació en Moguer. Era hijo de marineros, de los que pescaban con pateras. Mi abuela paterna era la ama de llaves de don Carlos Díaz, que fundó el Politécnico Madre de Dios. Vivía en una gran casa con jardín interior en la calle Puerto, lindando con el paseo de Santa Fe. Su hijo fue presidente de la Diputación, y sus hijas se metieron todas a monjas. El donó el Santo Entierro y los terrenos donde se construyó la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús«.

Su otra abuela, Ramona, era ciega, y tuvo la desgracia de que por un accidente uno de sus hijos -tío de José Antonio Rodríguez- también quedó ciego. Ella fue de las primeras que trabajó al abrigo de la Once.

José Antonio ayudaba a su madre cuando venía del colegio. Primero estuvo en el San Enrique, frente a la Jangarilla, en la plaza de la Soledad. Recuerda lo que eran las tabernas onubenses de entonces. “Vino y, para acompañarlo, aceitunas, avellanas como mucho, y además no había mesas. Eran unos bancos con muchos agujeros para poner los vasos. Y las botellas que rellenaban de vino la cogían los de las tabernas de ‘Agua de Carabaña’. Eran las de un agua medicinal que servía de purgante”.

En Casa de Rosario -nos cuenta y aumenta la sonrisa que nos ha colocado en la cara desde que empezamos a hablar- «los viejecitos venían al establecimiento a la hora que yo estaba, que había llegado del colegio por la tarde, porque solía invitarlos a escondidas«.

Luego le llevaron sus padres al colegio San Ramón, que estaba en la calle 18 de julio –Berdigón- , y de ahí pasó al Politécnico Madre de Dios, donde hizo Maestría Industrial. “Termino maestría y de allí salíamos todos colocados. Y entonces un tal Gregorio, que era coronel del ejército, me recomendó para la Central Térmica de la Punta del Sebo, que la iban a inaugurar por aquellas fechas. El niño va para allá, decía mi padre. Y yo digo… uf… no me gustó a mi aquello mucho. Y no sé como entonces me llaman de Sevilla, de Comercial Hostelera Andaluza.

¿Esto para qué es? Pregunté. Me dijeron que para máquinas de café allí en el taller, instalaciones de bares, frigoríficos y tal. Entonces dije… yo me voy a Sevilla. Unas muy buenas condiciones. Me empezaron a llamar ‘el niño’ y a los dos meses me nombraron jefe de taller. Total, que me cogieron una manía… el niño, el niño, llega aquí y… pero recuerdo que al poco tiempo ya eran todos íntimos amigos míos. Supe ganarme su confianza y aprecio.

A mí me dieron un coche -continúa- y ellos iban en motocarro. Y yo cuando no tenía que coger el coche les decía ‘llévate mi coche hoy’… pero me salía, no era una cuestión premeditada. Se trabajaba hasta los sábados por la mañana. Nos reuníamos allí en un bar en el que ponían una tapa de tortilla muy rica, y casi siempre pagaba yo«.

Profesionalmente crecía y demostraba sus capacidades y actitudes. Empezó a cambiar muchos sistemas. Pero él quería volverse a Huelva, lo que hizo apoyado por la empresa, que le concedió representación comercial y también la parte técnica en nuestra provincia. Luego llegaron los italianos con la Cimbali. La distribución de esta máquina, que era la mejor, se inicia desde Madrid. Y en Huelva y provincia coge la representación José Antonio. Y consigue en poco tiempo meterla en prácticamente todos los bares y cafeterías de Huelva y provincia. Luego empieza a comercializar un peso de balanza, de una empresa alemana llamada Bizerba.

Ese niño inquieto de antaño se había convertido en un activo emprendedor. Termina integrando horizontalmente el negocio. Al final cubría íntegramente el servicio, de modo que montaba por completo los bares y cafeterías. «En Huelva hay un montón de instalaciones mías«. Luego también amplió a supermercados. Más tarde Valdespino de Jerez, cogió la distribución de sus bebidas en Huelva. “La verdad es que Huelva me ayudó tela”, afirma agradecido. Dado su éxito le hizo una oferta muy importante Terry. Y se fue con ellos. Ante los espectaculares resultados en Huelva esta firma le dijo que llevase Sevilla, y él respondió que no se movía de Huelva.

El orgullo del hijo por su padre tuvo feliz resonancia al producirse un no menor orgullo del padre por su hijo José Antonio. «A mi padre de vez en cuando me lo llevaba a alguna gestión con responsables de clientes, y el disfrutaba hablando de su hijo«.  Y a su abuelo materno le daba a veces talones para que los cobrase en los bancos. Y él iba orgulloso y luego se tomaba unos vinitos en los Tres Reyes. «Con mi madre salí menos. Pero yo aprendí mucho de ella la actitud de trabajar«.

En esa época José Antonio Rodríguez montó establecimientos tan conocidos como la cafetería Montana o el Pelayo. La venta Álvarez, El Perejil, La Fortuna y tantos otros. El 90% de los bares y cafeterías que había en Huelva. Pero le debían mucho dinero. Terminó desanimándose porque no había correspondencia con frecuencia entre como se portaba con los clientes y la respuesta de estos en términos de pago.

José Antonio se reconoce como buen comercial, pero débil administrador. Hizo muchas cosas. Como curiosidad, fue el que trajo las máquinas recreativas de Petaco a Huelva, y las de música de los bares.

En un momento dado, por las razones anteriores, deja el sector de servicios a la hostelería y se tira por los seguros, donde alcanza de nuevo éxito. En paralelo diversifica y se abre camino también en la construcción, fundando Suroeste. Realiza obras para la Administración, en Huelva y la provincia. Construye colegios, avenidas, institutos.

Más tarde inicia un proyecto en el que puso mucha ilusión y en el que plasmó esos valores mamados en la familia en la que nació. La Tahona de Huelva ha sido un referente en su sector, donde la calidad y el buen servicio eran máximas para las que José Antonio no dejaba un resquicio. «Mi mujer los primeros años me acompañó allí«. Nos cuenta esto y nuevamente le brillan los ojos. «Rosario, la mejor del mundo, se fue hace ocho años«. Un pilar clave en su vida, que considera ha sido la mejor madre que ha podido tener para sus cinco hijos -cuatro mujeres y un varón-. Se emociona de nuevo y con la mirada expresa que sin ella, sin su apoyo, sin su estar, nada podría haber conseguido.

Para la Tahona buscó a los mejores profesionales, hizo siempre uso de las mejores materias primas. Y el cierre, a tenor de lo que nos va contando, se hacía inevitable por una razón de honestidad, esa que siempre ha mantenido en su vida. El brutal aumento en los costes de energía y también de algunas materias primas para sobrevivir en el negocio habría requerido cambiar las reglas y ofrecer menor calidad. A eso, por principios, no estaba dispuesto José Antonio. En el barrio y en Huelva en general la pregunta es ¿y ahora que hacemos con los roscones?

El personal de la Tahona llevaba un porcentaje de los beneficios, «y el que no lo llevaba, yo al final de año le daba una gratificación» -recuerda José Antonio-.

Han sido muchas entidades benéficas a las que ha ayudado económicamente y con costos, con comida. Siempre ha buscado el anonimato de estas acciones pero, a su pesar, a veces lo han descubierto. Desde el propio inicio de La Tahona suministró de forma gratuita el pan cada mañana a colectivos de esta naturaleza. Por ejemplo a Arrabales, pero a otras entidades también.

Una cosa que ha hecho mucho José Antonio es pedir favores para los demás. Ahí ha sido incansable, utilizando todos los medios a su alcance para ayudar. Y casi siempre lo ha conseguido.

Esa consideración de sentirse el hombre más rico del mundo «aunque no tenga un duro«, se sustenta en todo el retorno que ha sentido al dar tanto pero, sobre todo, al ver crecer a la familia que creó con Rosario en los pilares de esos valores recibidos de sus mayores. El germen de aquel padre de limitada formación ha florecido con los hijos de José Antonio. Las chicas todas con sus carreras universitarias y el chico, José Antonio, que no quiso estudiar después del Bachillerato, habiéndose convertido en un gran profesional empezando desde abajo, atesorado de conocimientos adquiridos a base de trabajo y dedicación.

El orgullo por sus hijos y por sus nietos de José Antonio Rodríguez no es para menos. Sonia y Sara son ambas profesoras titulares de universidad, habiendo alcanzado, por tanto, el grado académico máximo, doctoras. Una en Derecho Mercantil y otra en Psicología. Lali es una de las concejalas del recién equipo de gobierno municipal de la ciudad de Huelva. Lleva Movilidad y Seguridad Ciudadana. Lo de la política en general, y como gran cumplidor, no es que le guste mucho a nuestro protagonista, pero lo lleva bien, inevitablemente. Lali tiene la licenciatura en Relaciones Laborales y otros estudios y cuenta con una capacidad extraordinaria para estudiar de forma rápida y eficaz. «Dibujando no te digo nada» -apostilla José Antonio-. La cuarta de las hijas, Verónica de la Cinta, estudió Forestales y goza de la misma brillantez que sus hermanas y hermano.

«Tengo un nieto -añade- que es un genio, con veintitantos años, y otra nieta con plaza de traumatóloga en el hospital. Estudiando medicina cuatro». Once nietos en total de los que está orgullosísimo de todos y cada uno de ellos, extendiendo a esa segunda generación de descendencia este esencial sentimiento tan grande que tiene en relación a sus cinco hijos.

Pero todos esos meritorios logros académicos y profesionales no relegan a un segundo plano lo fundamental. Sin conocer a esta descendencia nos atrevemos a considerar que han heredado esos valores de su padre y abuelo José Antonio. Mucho tendríamos que equivocarnos si esta familia no estuviera nutrida de grandes buenas personas, desde los mayores a los más jóvenes. Los genes, la educación y el ejemplo de José Antonio Rodríguez están ahí. Enhorabuena.

 

 

Reportaje gráfico: Edith-HBN.

José Antonio Rodríguez, nominado Premios Buena Gente de Huelva. Fundación Cajasol y Huelva Buenas Noticias.

 


Puerto de Huelva

4 comentarios en «José Antonio Rodríguez, dando sin que la mano izquierda sepa de su derecha»

  1. Una persona extraordinaria. Un amigo, un caballero, un hombre siempre riéndose y compartiendo con sus amigos sus vivencias. Hace años que no lo veo pero ha dejado una huella imborrable en mi círculo de personas excepcionales. Sin duda alguna

  2. Hablar de José Antonio son palabras mayores. Lo conozco muy bien hace más de 40 años. Amigo de sus amigos, disfruta haciendo favores, desinteresado y honesto. Después de leer su biografía es evidente que nadie le ha regalado nada y no cabe duda de que se ha ganado por méritos propios el sitio que le corresponde.
    Con un estilo propio difícil de igualar (yo diría que imposible), ya que tiene una personalidad de las que se quedan grabadas en el corazón. Es un privilegio contar con su amistad.
    Un fuerte abrazo.

  3. Persona única, él junto a su mujer han sido y son referentes para mí de generosidad, principios y amor. Tengo la suerte de ser su sobrina y se merece ésta mención y muchas más. Han dejado un gran legado en sus hijos, mis primos, una de las cosas más preciadas que tengo. Me siento muy afortunada de tenerlos en mi vida

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