Emilio Romero. En cuanto a su paso por las minas, José María Romero Silva, un minero de bien, me contó que sus trabajos los empezó en Mina la Joya, propiedad de Vázquez López en aquella época. Cargaba el mineral en camiones que lo llevaban hasta Valdelamusa. Desde allí se transportaban hasta Huelva por la línea Zafra-Huelva. Fueron unos seis meses los que trabajó en esta Empresa. El trabajo era durísimo, y el salario era de 9 pesetas diarias.
De este trabajo en la Joya pasó a la Mina de San Telmo. En principio de peón en la construcción de los lavaderos y posteriormente en la descarga de los vagones de mineral en los muelles de Carga y descarga en Valdelamusa. Ya con un salario de 12,60 pesetas al día, y seis días de trabajo a la semana. Ah… ¡y con sólo siete días de vacaciones!
Estuvo en San Telmo Ibérica Minera hasta que con el tiempo pasó a la Sociedad Francesa de Piritas de Hueva (SFPH) en Mina Lomero-Poyatos. Allí estuvo haciendo los trabajos de zafrero. Consistía en cargar los vagones de mineral y trasportarlo hasta la boca de la mina para subirlos al exterior. Fue un trabajo muy duro. Los vagones eran empujados por el hombre, ya que en aquellos tiempos no había maquinaria en el interior de la mina para su transporte. Este trabajo lo hacían totalmente descalzos ,pues el calzado que tenían era unas alpargatas que sólo le duraban un día si el trabajo lo hacía con las alpargatas puestas. El salario seguía siendo el de 12,60 pts. al día, aunque ya con sólo siete horas de trabajo y con 10 días de vacaciones al año.
Enfermedad grave
Allá por el año 1949 acababa de cumplir los 18 años. En esa época «trabajaba con la Empresa San Telmo Ibérica Minera, en el Departamento de carga y descarga que llegaban de la Mina de San Telmo, por el ferrocarril minero y que después de descargar el mineral de unos vagones teníamos que volverlos a cargar en vagones del entonces ferrocarril de la línea Zafra Huelva». Llegó al trabajo con fiebre y doliéndole la cabeza. Terminó su jornada como pudo y cuando llegó a casa lo que hizo fue lavarse en una panera y acostarse.
Sobre las 10 de la noche sus padres, cuando vieron que la fiebre seguía, llamaron al médico, que se llamaba Manuel Segovia. «Después de reconocerme -cuenta José María-, les dijo a mis padres que me tenían que llevar a Huelva inmediatamente. Mis padres como todos los mineros en aquella época carecían de medios para trasladarme, y así se lo dijeron al médico. En ese mismo momento Segovia se trasladó a casa del director de la Empresa, que era el Francés don Félix Vignon y le pidió que ordenara el trasladó a Huelva en un coche de la Empresa ya que la situación era de mucha gravedad. Regresó a mi casa el Médico, les dio a mis padres veinticinco pesetas y estuvo esperando que el coche llegara«.
Del traslado desde Valdelamusa hasta Huelva no recuerda nada. Lo ingresaron en el Hospital Provincial, que era lo que hoy es Campus de la Merced de la Universidad de Huelva. Llegó muy grave, le diagnosticaron meningitis, y gracias a que ese año llegó la penicilina a España, a los 15 días le dieron de alta. Me decía que no le quedaron secuelas de ninguna clase y todo gracias a ese magnífico científico, llamado Alexander Fleming. En un momento prodigioso descubrió la Penicilina, y son muchos los millones de personas que han salvado sus vidas gracias a este descubrimiento.
Representante sindical
Recién entrado en esta última empresa le ocurrió lo que nunca había pasado por su mente. Sin saberlo ni esperarlo un grupo de compañeros le propusieron como candidato para las elecciones sindicales que en fecha próxima se iban a celebrar. El se opuso totalmente a que fuera candidato, pues no se consideraba un representante sindical siendo casi analfabeto. No obstante, no pudo olvidar las palabras que Agustín Rico y Manuel «El Cunero» le dijeron para convencerle: «Tú serás analfabeto, pero eres el único que tienes dos ‘cojones’ para defendernos».
Esto le hizo aceptar la propuesta, se celebraron las elecciones y salió elegido enlace sindical con la totalidad de los votos de los mineros de allí. Ese fue su principio en la vida sindical, que tenía que realizar fuera del horario de trabajo. «Cuando necesitaba desplazame por motivos sindicales, tenía que traer un justificante del Organismo en el que había estado, y si mi trabajo era de noche, cuando venía de hacer mis gestiones sindicales, por la noche tenía que acudir a mi trabajo habitual«.
Reconocía que esta etapa fue muy dura. Primero por la situación política que en aquella época vivía el país y segundo que para la empresa, por el hecho de ser extranjera, todas las autoridades estaban a sus servicio. «El trabajo en la mina era de los más duros y peligrosos de aquella época. Los vagones tenían que ser cargados con un rodo y una espuerta. El transporte desde el tajo hasta la boca del pozo principal había que hacerlo empujando los vagones. La empresa no les daba ni calzado ni ropa de trabajo, e incluso a los zafreros ni les daban casco para la cabeza. El carburo para alumbrarse los tenían que comprar cada uno de ellos y cuando salían de la mina al final de la jornada no tenían ni agua para lavarse«.
Me contó que sus reuniones con el director y con los ingenieros eran «para haberlas televisado«. Le propuso el conseguir que les dieran calzado para no trabajar descalzos, y como no cedían a dichas peticiones, no tuvo más remedio que marchar a Huelva y poner el problema en conocimiento del delegado provincial de Trabajo y del delegado Provincial de Sindicatos, advirtiéndole por su parte a las Autoridades Provinciales que si ese problema no se corregía estaban dispuestos a no hacer ese trabajo.
Se acordaba perfectamente de las palabras que le dijo el delegado Provincial de Sindicatos, «José María eso no lo hagas nunca, porque saldrás perdiendo tu«. A lo que le contestó que perdiera o ganara, lo que no se podía consentir es que en una mina los trabajadores tuvieran que trabajar descalzos porque con lo que se ganaba no había ni para alpargatas.
Le pidieron que se tranquilizara, que ellos hablarían con la empresa. Los delegados le trataron perfectamente. Me decía que lo invitaron a comer en casa de Los Gordos, y ya en la comida, que fue muy larga, reconocieron que eso no tenía más remedio que arreglarse.
Efectivamente se reunieron con la empresa y a los ocho días lo llamaron para decirle que la empresa había hecho un pedido de botas y ropa para el trabajo y que en un periodo de 15 días estaría todo solucionado. De esta manera empezó su vida sindical en esa empresa, y la lucha que había tenido con la Dirección de la Empresa había dado su fruto.
Mujeres de la mina
Comentaba en una de sus historias que «viendo la foto que ese gran admirador de las minas que es Emilio Romero había mandado por Facebook, y donde aparece una mujer remendando los pantalones de su marido o de su hijo, me vino a la memoria las veces que vi a mi madre haciendo esa labor a la luz de un foco de carburo y donde en muchísimas ocasiones este trabajo lo hacía mientras nosotros teníamos que estar acostados«.
«Es verdad que el trabajo de minero era bastante duro pero el trabajo de la mujer yo lo califico de durísimo. Las viviendas carecían de cuartos de aseo y de agua. Era la mujer con su trabajo la que tenía que suplir con su esfuerzo esta carencia. Tenía que hacer los lavados en una panera, la comida si tenía algo para hacerla, la tenía que hacer con una candela de jaras y por supuesto remendar la ropa de toda la familia y que en muchas ocasiones hacían un remiendo encima de otro«.
Eso era lo que su madre hizo durante muchísimos años y, como nos cuenta José María, lo que más la hizo llorar fueron las veces que su padre tuvo que ir a la mina sin nada para comer. Nunca iba a olvidar a esos padres que tuvo y que se quedaron tantas veces sin comer por dejar lo que había para sus hijos.
Al hilo de la mina, una mañana, la charla con su amigo Manolito Vélez le recordaba vivencias que pasaron hace más de 75 años. Manolito Vélez fue un minero que sufrió las consecuencias graves que la mina tiene. No tenía los 40 años cuando sufrió un accidente de trabajo gravísimo, por el que durante más de 20 días estuvo entre la vida y la muerte. «Puedo decir que es la persona más valiente que yo haya conocido. Ahora con más de 87 años y con pasos de no más de 20 centímetros y con dos muletas, recorre Valdelamusa y va dos veces todos los días al casino a tomar café. Mentalmente no es igual que nosotros, pero la memoria que posee es muy superior a lo normal. De niño vivíamos en el mismo barrio, y siempre estaba en su casa, con su hermano o con él«.
Los nidos
Esa mañana le decía riendo, ¿a que no te acuerdas lo que pasó un día en el terreno donde hoy está el Cementerio? Lo pensó un rato y se acordó de lo que pasó. Es probable que el que lo lea no le encuentre interés de ninguna clase. Pero para el que lo vivió el recordarlo le da alegría. Tendría 8 años y el 10 y como no teníamos nada que comer, muchos días lo dedicábamos a buscar nidos para comernos los huevos».
Venían de buscar nidos de las encinas de Bartolazo y no habían encontrado ninguno. «¿Como podía haber nidos, si todos los días estábamos ahí?«. Fue entonces cuando decidieron buscar por el monte nidos de Cotolias. Estando buscando nidos miró para su amigo Manolito y se lo encontró pegando saltos de alegría. Pensó que se había encontrado un nido de pájaros chicos. Y cuando se acercó vio que lo que se había encontrado era un nido de perdiz con doce huevos. Cogieron los huevos y se fueron rápidamente para casa, que se encontraba a más de tres kilómetros. «Esa mañana recordándomelo le decía, compadre ¿te acuerdas lo rica que estaba la tortilla que hicimos con los huevos de perdiz?«. Estos recuerdos para el eran importantísimos, porque se reía y porque se hacían sentir lo que vale una amistad de más de 80 años.