Ayuntamiento de Huelva, fiesta de la Cinta
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Juan José Blanco: «yo creo que la mar hace buenas personas»

Juan José Blanco Barbado. / Foto: Edith-HBN.

RFB. Divertido, honesto, cariñoso, Juan José Blanco Barbado es de esos a los que absolutamente todos los amigos quieren de verdad. Un onubense entrañable más allá de la labor solidaria y el eficaz desempeño profesional que ha desarrollado en esta tierra -la suya- tantísimos años. Siendo muy conocido, nombrarlo en una reunión en la que él no esté presente siempre genera sonrisas, beneplácitos y alabanzas.

Habla rápido y con mucha franqueza y naturalidad. Y resulta inevitable reír a carcajadas en muchos momentos del encuentro, porque tiene un notable humor, inteligente, que va acompañado de una gran frescura y sinceridad.

Recordamos al principio de esta entrevista otra -televisiva- que compartimos, hace unos veinte años en la original Teleonuba, con un tinte intimista en un programa que se llamaba ‘Protagonistas’. Mucho ha llovido y mucha huella siguió dejando Juanjo desde entonces. Acababa de ser nombrado presidente de la Cruz Roja en Huelva.

Hoy, dos décadas más tarde, ese protagonismo singular deviene de que ha sido nominado para el premio Buena Gente de Huelva, en su V Edición. No está bien que lo digamos nosotros, que somos partícipes de la iniciativa junto a la Fundación Cajasol, pero sin ninguna duda un señalamiento en tales términos no puede ser mejor. Ser calificado por los demás como buena gente nos parece el sumun en el reconocimiento para una persona.



Concha, que pasaba por ahí, nos acompañó al principio de la entrevista. /Foto: Edith-HBN.

Está siendo votado por la ciudadanía, como los otros trece nominados, a través de la página al efecto. Y Juan José Blanco tiene un perfil que cuadra a la perfección con el propósito de destacar modelos de personas. Esa nominación, como el mismo ha reconocido, ya es un premio, y es incuestionable que se lo merece.

Así lo corrobora Concha, compañera de la Cruz Roja muchos años que casualmente se encuentra con nosotros en el Paseo de la Ría, al lado del Muelle de Riotinto. Nos reímos los tres, el ratito previo a la entrevista, con las ocurrencias de Juanjo.

Metidos en faena, Blanco nos dice que «me he encontrado mucha gente mejor que yo… de aquí a Manila. Por ejemplo Loli Aizpurúa, que precisamente lo recibió… con más de ochenta años y sigue al servicio de los demás, yendo a las casas de las personas a ayudar«.

Considera que «la única manera de llenar tu vida, auténticamente, es tratando de ser buena gente. Si no es así algo siempre te recomerá la conciencia, algo te hará que te reproches«.

Juan José Blanco es onubense nacido en Madrid. Su padre, Juan, militar, estaba destinado en 1955 en la Escuela de Suboficiales de Villaverde. A los cinco años consigue destino en Huelva. Juan Blanco buscaba cercanía a Badajoz, su lugar de origen. Se hizo amigo al principio del padre de Perico Rodri, Adolfo Rodríguez Alfaro, por paisanaje, dado que también era de Badajoz. La madre de Juanjo, Matilde, era así mismo extremeña, de Cáceres. Ambos construyeron definitivamente su familia en Huelva, de donde ya no se movieron.

«Mi padre -nos cuenta- fue un gran hombre. He escrito una biografía de él, para mi familia. Para mis hermanas -Matilde y Belén-, para mis sobrinos. Para que no se pierda la memoria. Mi padre era una persona que se hizo a sí mismo. Venía de la nada, de un pueblo, de la pobreza, venía de cuidar cabras. Fue un ejemplo de superación, porque fue progresando a base de esfuerzo para llegar a ser oficial. Yo le debo todo a él. Y a mi madre, que se quitaba las cosas de ella para dárnoslas a nosotros. Se esforzaron para darnos la mejor educación. Fueron los faros de nuestra vida«.

Educación

Esta educación, además de en su hogar, empezó para Juanjo en el Colegio de los Maristas de Huelva, allá por el año 61 o 62. Primero en la calle San Andrés, colindante del Francés, y luego en el entonces nuevo colegio de Cantero Cuadrado. En la calle San Andrés recuerda que se entraba por atrás (el alumnado), por la hoy calle Plácido Bañuelos. La puerta principal, de la zona noble, era por San Andrés, para la Dirección.

Cambió a Cantero Cuadrado cuando tenía unos 12 años. Su padre falleció estando en sexto de bachiller, julio del 72. Se fue a un colegio de huérfanos de oficiales del ejército a Madrid. Allí hizo el COU. Volvió a rematar un par de asignaturas al Instituto La Rábida. Una de ellas era la física, que superó con la popular Montemayor Izquierdo. Y luego se fue a estudiar la carrera de Náutica a Cádiz.

«La verdad es que yo quería ser médico -advierte-. Y tenía los papeles preparados para matricularme en la Complutense. Debía elegir una carrera que el Patronato de Huérfanos me subvencionase. Había un listado que contemplaba Medicina en Madrid, pero luego tenía también Náutica en Cádiz. Entonces consideraba la lejanía de Madrid y lo que me tiraba Huelva. En ese interín un amigo, José Manuel Ferrer, se encuentra conmigo y me dice Juanjo, mira el coche que me ha comprado mi padre, un flamante 127, que me voy a estudiar a Cádiz, me voy a estudiar Ingeniero Técnico Naval.

Digo, ¿como, a donde, a Cádiz?… espera un momentito. Entonces me dije, me voy, me voy a hacer Náutica. A mí la Náutica siempre me atrajo, aunque la familia fuera de tierra adentro. Mi padre si, me traía aquí al Muelle de Levante a ver las descargas de los mercantes y el ambiente náutico-pesquero.

Me decanté por Náutica -prosigue-. No por que disfrutáramos del coche, que también -nos reímos-. Conocí una ciudad magnífica, Cádiz, e hice la carrera más bonita del mundo. Ahora quizá esta profesión sea más dura, porque las estancias en puerto son más cortas, los barcos son más automatizados, la navegación es toda electrónica. Ha perdido el romanticismo. Hice la carrera y estuve navegando diez años.

Náutica , vida intensa en la mar

Juan José Blanco navegó en varios tipos de barco. Su primera nave fue un «barco nuevo de trinque». Salía de Astilleros del Cadagua, de Bilbao. Nuevo, recién botado. Era un barco frigorífico, podía llevar carga refrigerada e incluso congelada. El buque se llamaba ‘Faro Cádiz’. «El primer viaje inaugural de mi vida, que hice en este barco, fue Bilbao-Helsinki. Un viaje alucinante pasando por unos sitios espectaculares. Además pude poner en práctica los conocimientos estudiados. El primer oficial, que era alicantino, me enseñó mucho. Yo llevaba mis escuadras, mis cartabones, mis cartas náuticas… y me dijo ‘mira, Juanjo, olvídate de todo lo que te han enseñado en la Escuela y tu pégate a mi falda. Aprendí entonces a navegar con las tablas americanas… No me acuerdo del nombre, si de su cara. El capitán de aquella tripulación era Pedro García, que luego estuvo aquí navegando con los Sierra».

El ‘Corta Atalaya’, uno de los barcos en los que navegó Blanco.

Allí en Helsinki cargaron cerdos congelados en medios canales. Los llevaron luego a Santander. «Allí me compré una guitarra y una armónica. E iniciamos un nuevo viaje que fue en el que yo mejor me lo pasé. De Santander fuimos a San Juan de Terranova. Ese destino era una parada técnica. Y después nos bajamos a la Isla de San Pierre y Miquelon. Nos abarloamos a un barco polaco que llevaba pota congelada, similar carga que teníamos nosotros que embarcar con destino a Italia. Pero en ese momento nos cogió una huelga de portuarios y estuvimos un mes, un periodo que me sirvió de verdadero relax. Nuestra experiencia fue singular. Nos sacaron incluso en la televisión local. A la vuelta ya me desembarqué en Cádiz, porque me lo estaba pasando bien pero no me estaba resultando práctico para mi objetivo personal de días efectivos de navegación«.

Entonces se pasó a Transmediterránea. Para la travesía del Estrecho de Gibraltar, Algeciras-Tánger y viceversa. Aquí si hacía días de navegación, por la continuidad en el trayecto. El objetivo era terminar rápido y meterse en el curso de piloto. «Me hice dos ambientes, un ambiente en Algeciras y otro en Tánger. Los alumnos de esos barcos teníamos pandillas en Tánger y en Algeciras. Nos dieron mucho juego en los barcos, nos encomendaban muchas cosas. Al final terminé haciendo las maniobras con esos ferrys. Recuerdo que el capitán se ponía en el alerón y tu te ponías en el telégrafo, que tenía dos mandos de máquina. Y decía el capitán… avante poco a poco de estribor, atrás poco a poco de babor, y así aprendíamos la maniobra. Pero tuve un capitán que ‘hablaba para el cuello de la camisa’, movía los labios un poco y ya está. Y yo como no lo escuchaba me fijé en lo que sabía y al final sacaba el barco solo porque no me enteraba de nada -nos reímos por enésima vez- y él venía y me decía ‘menos mal que no te has equivocado’. Aquí tuve que aprender o aprender».

Asevera que en el mundo de la náutica se ha encontrado a mucha buena gente. «Yo creo que la mar hace buenas personas. La ausencia familiar provoca aun más una necesidad de cariño y de querer. Entonces te haces amigos del alma, en dos días, en las tripulaciones. La familia tuya es la tripulación. También he conocido, natural, gente ‘regulera’. La mar te enriquece como persona y te hace ser lo que al final eres«.

Petroleros y Guerra de Irán-Irak

Su último barco fue un petrolero, el Corta Atalaya o el Cerro Colorado, uno de los dos, no recuerda bien. Venían a descargar a la monoboya de Huelva desde el Golfo Pérsico. Antes, también en petroleros, tuvo la singular experiencia de vivir de cerca la Guerra de Iran e Irak. Estuvo en un petrolero que se llamaba ‘Gibraltar‘, cargando crudo en Shat el Arab, que era zona de confrontación. Era una isla que estaba en la desembocadura de los ríos Tigris y Eúfrates. Y esa isla era iraní. De modo que se producían raíds aéreos de los iraquíes sobre la isla.

Teníamos que estar con muchas precauciones -nos cuenta-. En el atraque había dos ametralladoras antiaéreas. Una noche el práctico de tierra nos había dicho, a los que estábamos de guardia en cubierta, que si escuchábamos disparos lo avisáramos inmediatamente. Yo estaba entre la sala de control y cubierta y de pronto observo y escucho a la ametralladora ta-ta-ta-ta-ta-ta, y los proyectiles yiu, yiu,yiu… y digo voy a llamar al práctico, y salgo corriendo… y el práctico ya estaba allí, en calzoncillos, gritando ‘parar la carga, parar la carga’. Un chispita en el crudo y se puede producir una antorcha. Y un marinero gallego llorando en cubierta… no pasa nada, no pasa nada le decíamos –lo cuenta Juan José de forma super expresiva-. Era un raid aéreo interceptado que al final no tuvo éxito, afortunadamente. Pero a todo esto iba… que pasé miedo -reconoce sonriendo-.

No era para menos, por aquella época el petrolero español ‘Barcelona‘, allí en el Golfo Pérsico, había sido abatido con un misil exocet. Era una zona de evidente riesgo.

También pilló Juan José Blanco temporales duros. En el primer barco que comentábamos antes en la travesía de Santander a Terranova cogieron por el norte -navegación ortodrómica- y tuvieron que padecer olas de cuatro o cinco metros. Otra experiencia, la vivió embarcado en el mayor buque hecho en España hasta entonces, el ‘Tarragona’, de 340 metros de eslora.

«No pasaba por el Canal de Suez entonces y teníamos que bajar por el Cabo de Buena Esperanza. Entre Madagascar y Mozambique cogimos una buena buena de esas de invierno en el sur. Aquello fue tremendo, nos cogió de lleno en la baja presión y veníamos cargados. La cubierta no se veía, era espuma. Ahí aguantando a media máquina, despacito, que la mar no nos diera mucho. Se producían flexiones en el casco y la pregunta era ¿aguantará o no aguantará? Cuando terminó el temporal la cubierta estaba arrasada. Los rompeolas arrugados, como si fueran de papel albal. Y bueno, ahí lo piensas, que puede pasar algo«.

Su mujer y Huelva

Un momento clave en su vida fue poco antes de iniciar su servicio militar. Estaba desembarcado a la espera de que llegara enero e incorporarse a la Escuela Naval de Marín para hacer el IMERENA -servicio militar para estudiantes de Náutica-. «Ibas a un curso de cinco meses en la Escuela Naval, con una tralla gorda gorda, y salías de Alférez de Fragata y te ibas a un destino«.

En el interín de estar desembarcado y incorporarse a la Escuela se fue a Punta Umbría y estuvo con su amigo Carlos Caballero, que es médico y estaba pasando allí consultas por las tardes. Estuvo pasando unos días con él en septiembre, haciéndole compañía porque estaba allí solo. Entonces una vecina suya bajaba a tomar café con él. «Y esa vecina suya que bajaba a tomar café con él era mi mujer, aunque no lo sabía todavía, ni yo, ni él tampoco. Ahí nos conocimos«.

Y ya después, días después estando en Huelva, donde estaba el Pelayo se encontró de nuevo con Carmen Arroyo de frente y… hasta ahora. De aquello hace cuarenta años. Empezó a salir con ella el 1 de diciembre y el día ocho le pedía matrimonio. «Si no le pido matrimonio ahora se acabó -pensó-, porque yo me voy«.

Una vez finalizada la instrucción en Marín, consiguió elegir destino en Cádiz, cerca de Huelva, porque fue número uno de su promoción de alféreces de fragata. Juan José Blanco tras el servicio militar continuó embarcado, se casó y Carmen fue con él en algunos viajes. Aquellos que consideraba que no eran peligrosos.

En 1989 desembarca. En 1990 se encuentra con un antiguo amigo, radiotelegrafista, que había estado embarcado con él en el ferry de Tarifa, Vicente Riesco Mayo. «Fue una sorpresa encontrármelo en Huelva, las cosas del destino«. Hasta donde sabía Juan José, Vicente era de Toledo, vivía en Madrid y trabajaba en Transmediterránea.

«¿Qué haces por aquí?» Le dijo que hacía poco que le habían nombrado gerente de la Sociedad Estatal de Estiba y Desestiba de Huelva y que, por cierto, necesitaba un marino para las operaciones, preguntándole si estaba disponible.

Juan José, encantado, disimuló un poco, pero al día siguiente cerraron los términos del contrato. Entró a trabajar el 1 de abril de 1990, y ya felizmente se quedó en Huelva de jefe de operaciones de la entidad. La marina española estaba ya muy mal de condiciones laborales y estaba pensando en irse a navegar al extranjero -Dinamarca, Suecia- cuando surgió esta gran oportunidad que le permitía vivir en tierra con su mujer.

Como el Puerto tenía el 51% de la Sociedad de Estiba, y entonces Juan Arroyo tenía una vacante y le propuso cubrirla. Y así entró definitivamente en el Puerto, donde estuvo 28 años hasta que se jubiló. «Lo que es la vida… la suerte que tenemos la buena gente«. Y nos reímos, claro.

Gente buena

Le preguntamos a Juan José Blanco por gente buena especial que recuerde que haya pasado por su vida. Dice que mucha gente. «Muchas buenas gentes… 68 años de conocer gente. Mis amigos… son humanos pero yo los quiero mucho. Tengo amigos que los quiero mucho pero reconozco que a veces es ‘pamatarlos’, y no voy a decir nombres» -nos reímos a carcajadas-.

En serio, se le vienen a la cabeza dos personas, ajenas a su familia, que le dejaron huella. En tiempos más remotos el hermano Joaquín, de los Maristas, que le daba en segundo de bachiller. «Era muy recto pero muy bueno, y me enseñaba muy bien. Nos quería. Ese hombre, que además era un ecologista de la época -todos esos árboles que están plantados en el colegio nuevo los plantó él, y le ayudamos nosotros los alumnos-, a mi me marcó. Además nos enseñó unas cosas que nadie enseñaba, las raíces griegas, las etimologías de las palabras, eso me ayudó mucho».

Otra fue Dona, una americana que estaba dando la vuelta al mundo en bicicleta. «La encontramos en Cádiz. Un amigo mío que era muy ligón… total que nos la trajimos para casa -vivíamos en un piso allí- y la acogimos. Se vino con nosotros y ella hablaba inglés y nos entendíamos con nuestro chapurreo.

Dona tenía una enfermedad, que era la degeneración de la mácula. Su futuro por ello era quedarse ciega en un corto o medio plazo. Claro, eso a mí me impactó mucho. Porque esta chica tenía unas ganas de vivir, unas ganas de agradar, y al final nos hicimos super amigos. Cocinábamos juntos y ella ponía el dinero por delante porque nosotros como estudiantes estábamos regular.

Recuerdo que una vez le metí en un sobre un billete de quinientas pesetas y se lo dije, que no iba ella a costear la casa. Este billete, cuando ella se fue, que se despidió de nosotros, me lo encontré en mi mesa con una frase que decía «tienes fuego de corazón«. Sentí que manifestaba su agradecimiento por la acogida y el trato. Fue una mujer que me dejó mucha huella como buena persona«.

Juan José Blanco es, como suele ser común en los buenas gentes, así mismo agradecido. Nos reímos de nuevo a carcajadas cuando nos comenta el ‘problema’ que se le ha suscitado con la nominación. Algo parecido nos contó Juanky, el de Ramblado, cuando fue nominado el año pasado. La cuestión es que desde que la gente lo señala por la calle como nominado a Buena Gente de Huelva, su mujer no le deja pasar ni una. A nada que tenga un desliz le viene a decir… ‘pues menudo buena gente estás tu hecho‘.

Una trayectoria ejemplar, personal y profesional, avala a Juanjo Blanco. Muchos amigos, como decíamos, que le quieren y tantísimos conocidos que lo consideran como alguien que transmite buenas vibraciones. Una suerte para esta tierra y su gente, contar y disfrutar con él.

 

 

Reportaje gráfico: Edith-HBN.

Premios Buena Gente de Huelva, V Edición, Juan José Blanco.

 


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