RFB. Antes de esta charla no conocíamos, más allá de un breve encuentro, a Alejandro Andray López, Capitán Marítimo de Huelva. Y al comenzar la entrevista hubo un detalle que empezó a dibujar su perfil, confirmado a lo largo de la hora y media larga que con tanta rapidez transcurrió. Hablábamos de la figura del compensador de agujas en los barcos. Y la forma en la que Alejandro describía esa función, el respeto que expresaba por esos profesionales, y como lo hacía, manifestando con entusiasta admiración la combinación de ciencia y arte que supone tal desempeño, ya nos indicaba con claridad que estábamos ante un marino con todas sus letras.
Porque se puede ser Capitán de la Marina Mercante, como lo es él pero, como en botica, hay de todo en este gremio. Y Alejandro Andray responde a ese tipo que se conecta con la visión más, llamémosle, romántica de la antiquísima labor del marino. Aunque él forme parte de una generación ya muy tecnológica, le brillaban los ojos cuando nos confirmaba, sonriendo con satisfacción, que en los barcos aún tienen que llevar sextante y, por supuesto, la bitácora con su compás. De modo que, como nos decía, «se puede parar el mundo» -en términos de comunicaciones- que el marino en el barco puede saber donde está y a donde ir sin necesidad de las innumerables ayudas a la navegación que hoy forman parte de lo común.
Alejandro Andray es de pocos silencios, por decirlo de alguna manera, y lo hace con un tono didáctico extraordinario. Te cuenta historias que fácilmente enganchan y expresa lo que quiere explicar con continuos ejemplos que ayudan a entender sin problemas lo que sugiere. A ello se une una simpatía incuestionable. Nos reímos mucho durante la entrevista, él mismo, el que esto suscribe y la fotógrafa.
Una gran sencillez la de Alejandro que va aparejada precisamente a su cualificación técnica y capacidad profesional propia, por otra parte, de su trascendental ocupación. Muestra, además, un indicador muy propio de buena gente, que es resaltar la buena condición de todos aquellos con los que se relaciona. La sensación que nos produce es de alguien muy lejano a algunos burócratas donde la tristeza, apatía y desgana resultan el pan nuestro de cada día. El blanco sobre el negro. Está claro que el rigor y la honradez profesional de un funcionario no tiene que estar reñido con la amabilidad, la humanidad, la alegría y la generosidad en el quehacer.
En el rato que estuvimos Alejandro Andray nos habló maravillas de su equipo humano en la Capitanía Marítima, de la Guardia Civil de Huelva-comandancia y la del mar-, de su responsable de Salvamento Marítimo, del director del Puerto, de los prácticos de la corporación onubense y de sus antecesores en la Capitanía Marítima, entre otros. Y, más allá de que por nuestro propio conocimiento podamos coincidir, su crédito personal y apasionadas descripciones dan por seguro el acierto en esas valoraciones.
Suele pasar que cuando alguien encuentra su sitio en la vida el comienzo del relato se conecta con la idea de la casualidad. Pero como las casualidades no existen, a medida que íbamos desgranando en la conversación el devenir de Alejandro Andray para llegar al punto en el que está, comprendíamos la lógica de todo.
Nació en Sevilla, de donde era su madre, pero su acento delata una combinación de experiencias vitales en un ámbito geográfico mucho mayor. Diríamos, por sus gestos, extraversión y jovialidad, que es un andaluz pata negra con acento de fuera. Con nueve años se va con sus padres a Madrid y allí vive la adolescencia y el desarrollo personal hasta que comienza sus estudios universitarios. No tenía antecedentes marinos en la familia, aunque su padre era un enamorado del mar.
La simpática anécdota en la que Alejandro se recrea es que siendo del interior su padre, y por tanto su origen personal, tenía este la singularidad de haber nacido en la bella localidad abulense de Barco de Ávila. Lo del ‘barco’ tuvo que marcar, sin duda, la perspectiva de su fascinación por el horizonte marino y, más allá, el exitoso camino profesional que cogería posteriormente su propio hijo. Nos dice, y nos reímos, que «si tienes orígenes en el Barco de Ávila lógicamente acabas de Capitán Marítimo«.
Alejandro inicialmente había pensado en estudiar Ingeniero Naval, pero en las charlas del instituto para orientación profesional cuando le hablaron de la marina civil y empezó a escuchar sobre Oceanografía, Navegación, Meteorología, Teoría del Buque o Cartografía, quedó seducido. “Me parecían unas asignaturas tan interesantes que decidí estudiar la carrera -señala-. Eso suponía desde Madrid ir a estudiar a Cádiz, un poco aventura con aquellos 18 años”.
En Cádiz cursó los estudios, incluso se matriculó en cursos de doctorado, y adquirió quizá de forma inesperada un amplio conocimiento en materia de legislación marítima internacional. Estuvo como docente colaborador en la Facultad de Náuticas y su tutor académico, Francisco Montero, facilitó que estuviese dos años trabajando para la Organización Marítima Internacional de Londres. Compartió con Montero varios proyectos, en Panamá, en Honduras. Llegó, paradojas del destino, a preparar cursos para formar inspectores sin tener pensamiento sobre lo que sería su ejercicio profesional posterior.
Nos cuenta que «un día de aquellos conocí a un inspector de Cádiz y me dijo ‘oye, ¿tu por qué no te presentas a una convocatoria de plazas de inspector de Capitanía Marítima?’. Yo le dije que como me iba a presentar si no tenía tiempo y tal. Insistió y me dijo ‘espera que te paso el temario’. Y lo hizo, un temario de esos inmensos. Entonces me dije, ostras tres cuartas partes de esto yo lo tengo trabajado… y me presenté a las plazas por no escucharle más. Y nunca podré agradecérselo suficiente porque saqué la plaza y ese fue el camino definitivo que me traería aquí al cabo del tiempo«.
«Mi primer destino -añade- fue una experiencia muy bonita, en la Capitanía Marítima de Los Cristianos, al sur de Tenerife. Pero ‘la cabra tira al monte’, y yo quería acercarme a Sevilla, donde estaba ubicada toda mi familia, con mis padres ya jubilados. Y surgió la oportunidad de venirme a Huelva. Vine un poco reticente, porque yo quería, por este orden, Sevilla, Cádiz o Málaga, pero recalé en Huelva. Y ahora entiendo que nunca podía haber sido más feliz que recalando en Huelva. Soy un absoluto enamorado de Huelva. Incluso cuando voy por ahí miento, y digo que soy de Huelva… me gusta tanto«.
Destaca Andray que no somos conscientes de nuestras fortalezas, de nuestra importancia. «En el ámbito marítimo puedo decir, por la carga de trabajo, por la importancia que tiene en la logística nacional, que Huelva está en el top 3. Estamos en el top 3 marítimo de España. Ahora mismo Huelva es el 5º puerto de España en tráfico, pero además hay que analizar qué tráfico tenemos.
Más allá del gran volumen hay que tener en cuenta que nuestras mercancías son básicas para la logística nacional. Tenemos aquí barcos quimiqueros, barcos gaseros que están en el top de la tecnología mundial, y a eso le sumas que tenemos la segunda flota pesquera de España, después de Vigo. Es un binomio muy potente, y dentro de las Capitanías Marítimas tenemos peso, estamos ahí arriba«.
La Provincia Marítima de Huelva, nos aclara su capitán, no coincide con la política. En nuestro caso va de Ayamonte hasta el faro de Matalascañas. Luego está la de Sevilla, desde este hasta el faro de Chipiona, y luego las de Cádiz y Algeciras. Cuatro provincias marítimas en el golfo de Cádiz.
Volviendo a su historia personal, el primer destino de embarque de Alejandro fue en el petrolero ‘Juana Tapias‘, de la Naviera Fernández Tapias. Un buque de 275 metros de eslora. “Fue mi primer embarque, lo hice en Santa Cruz de Tenerife… llegabas y el armador te tenía un taxi preparado que te llevaba a puerto. Allí me metieron en una ‘faluchita’, como le dicen, y de noche me llevaron a donde estaba fondeado, todo oscuro y una escala enorme… me preguntaba ¿Dónde me he metido yo? Fue muy buena experiencia.
En ese tipo de barcos se pasan campañas muy largas, apenas sin tocar tierra. Era un buque tramp, un ‘buque vagabundo’, que para un alumno es casi mejor. En ese buque íbamos a Guinea, a coger allí crudo. También íbamos al mar del norte, a Noruega, a Alejandría, a Crimea, todo muy interesante. Eres joven, empiezas a ver mundo. En el Golfo de Venecia descargábamos mucho, en Trieste. En Algeciras también, y todo con un control de medidas medioambientales muy estrictas».
Luego estuvo en portacontenedores, y ahí se aburría. Esas rutas si eran regulares. Eran campañas más cortas y se tocaban muchos puertos. “Tú no tenías esas navegaciones de una semana o más. En aquellas el capitán nos llamaba a los cuatro alumnos a tomar la meridiana y luego un vermouth. Ahora en los barcos no se puede beber, ni en el tiempo libre de los marinos«. Cree que esta medida quizá es excesiva.
Si está de acuerdo con que haya controles para que en la jornada de trabajo el desempeño sea seguro, pero en el tiempo libre debería haber más flexibilidad. «Al fin y al cabo el barco para el marino es como una casa, y en tu tiempo libre en casa también tienes que ponerte las zapatillas y tirarte en el sofá… si te vas a pasar noventa, cien días… Creo que pagan justos por pecadores, y hay otras fórmulas, como hacerse un test antes de entrar en la guardia«.
A nuestra pregunta por sus experiencias en algún temporal admite que si pilló alguno gordo. Y el relato que nos cuenta realmente nos impresiona. “Si, cogí temporales -responde-. Pues mira, yo siempre he sido un tipo confiado de mis mayores. Y cuando estaba de oficial y tal, pues yo miraba mucho al capitán. Yo siempre había escuchado, aunque soy de la materia, lo que es capear el temporal. Literalmente es poner la zona de la amura del barco a las olas.
Pues bien, en una situación que vivimos, el temporal nos daba tan fuerte que fue la primera vez que yo viví otra maniobra que fue correr el temporal. La mar está tan dura que no la abordas de proa –amura-, si no que pones la parte opuesta que es la aleta. Entonces ya la ola provoca que el barco se comporte peor, tú estás peor a bordo, porque además pierdes maniobrabilidad porque la ola va contigo y le quita fuerza al timón, pero al menos no te golpea. Vas como surfeando la ola.
Lo que nos sucedió esa vez es que nos cogió un temporal al salir del Estrecho. Bajábamos para Agadir, el tiempo empeorando cada vez más y se soltó un puntal –una pequeña grúa- a proa. No se podía salir a cubierta porque la barrían las olas. Estaban estancas las puertas porque el agua corría por la cubierta. Teníamos ocho bodegas, todas bien fijadas y tapadas. Entonces ese puntalito empezó a golpear.
Ese barco, algo extraño, tenía la habilitación a proa –lo normal es a popa-, y el puntal terminó soltándose y golpeó de modo que terminó atravesando lo que era la cámara de oficiales, el comedor. En una situación normal ese boquete no habría supuesto nada, pero es que las olas nos barrían, pasaban por encima de la cubierta. Y a lo mejor el francobordo de ese barco eran casi diez metros. Las olas era inmensas. Y el agua entraba en la cámara de oficiales, esta estaba comunicada a través del pasillo con la lavandería, y esta con la primera bodega.
Cuando se produjo la rotura no nos dio tiempo a cerrar el acceso a esta bodega y se terminó inundando. Ya la segunda bodega si conseguimos cerrar las compuertas. Pero con la primera inundada el barco aún cabeceaba más, con un peso enorme en la proa. Ahí tengo que decir que si tuve bastante miedo. Y fui a hablar con el capitán, que se llamaba Carmelo, un canario, y me dijo ¿tienes miedo? ¿lo estás pasando mal? Y le dije que mira Carmelo, si. Entonces el me dijo ‘yo he estado en peores, y este barco aguanta’, y a mí aquello realmente me tranquilizó mucho.
Yo veía al capitán aguantando el tipo, transmitiendo calma, y yo pensaba que en las clases de natación debía haberme esforzado un poco más –nos reímos-. Entonces dejamos de capear el temporal y pasamos a correrlo, para dar la popa a las olas. El barco está más protegido, aunque la gente de dentro está más vapuleada. Cambiamos rumbo para Canarias y pudimos reparar».
Antes de llegar a Huelva nunca imaginó que terminaría aquí. Es verdad que de niño había venido a las playas de Huelva y a su familia le encantaban. “Mi padre, abulense, decía que eran las mejores playas del mundo. El, siendo del interior, era un enamorado del mar e íbamos a playas del Levante, del Cantábrico y tal, pero siempre quería venir a Huelva. Siempre buscaba una casita cerca del barrio de los pescadores de La Antilla. Hizo amistades con los pescadores e incluso se enrolaba con ellos. Y mi padre era informático en la rama de matemáticas, trabajando en oficinas toda la vida«.
Más allá de esta experiencia familiar, Alejandro no conocía nada de Huelva. Le ‘reclutó’ el que entonces era capitán marítimo Luis Dacal. «Una persona -destaca- a la que yo debo mucho y me quito el sombrero ante él. Es una persona extraordinaria. Y Carlos Gago, el siguiente, también. De vez en cuando quedamos y fíjate que hay un salto generacional importante. El tercero fue Ángel Fernández, que fue ‘reclutado’ también por Luis Dacal, como yo. Luis es una persona muy inteligente, y el estaba aquí sin gente, sin coordinadores.
Yo estaba en Tenerife, y Ángel en Las Palmas. Entonces él se movió para traernos. Y un día me llamó, y entonces me empezó a vender las bondades de Huelva. A mí la verdad es que no me atraía nada, pero bueno, me dije ‘al final me acerco a casa y ya de allí ya buscaré…’. Tardé solo un año en darme cuenta de que este era mi sitio«.
Alejandro Andray se deshace en elogios con Huelva. El espacio físico, su cultura y, sobre todo, su gente. A ello se une lo interesante que le resulta profesionalmente, considerando que como provincia marítima pocos sitios hay en España. De hecho, siendo coordinador, le ofrecieron capitanías importantes en otros lugares del país, y lo rechazó. Lo tiene claro, Huelva es su sitio.
Lleva 18 años aquí, cuatro de capitán, y tiene cristalino que se jubilará en esta tierra. Aunque queda mucho, se ve retirado disfrutando del paraíso que es la ría del Piedras. Le parece, y ha viajado por el mundo, que no hay un lugar que le guste más que aquel paraje. Le encanta que se haya preservado así, «que palpite ahí esa naturaleza«.
En el transcurso de la charla nos cuenta muchísimas cosas de su para nosotros trascendental labor. Tantas que era para hacer una interesante ‘por entregas’. Escuchamos fascinados sobre maniobras en los grandes buques, abanderamientos, normas internacionales, cálculos para los atraques, o sus puntos de vista sobre acontecimientos de tanto calado como la rotura y hundimiento del Prestige. Un hecho este que determinó una nueva era en las capitanías marítimas españolas, dotándolas de más relevancia y recursos. Él, junto a sus colegas, de alguna forma es heredero profesional de aquel cambio.
Sobre Alejandro Andray recae mucha responsabilidad. El advierte que no podría ser eficaz sin la importante contribución de sus dos coordinadores y el resto de los inspectores. La seguridad en nuestra costa, sustentada en el control de la flota, la prevención de la contaminación y el uso adecuado de la lámina de agua, con la influencia que ello tiene en la sociedad, son competencias del departamento que dirige. El huye de protagonismos personales, pero si quiere que sea conocida la labor de la Capitanía y divulgados los aspectos que inciden en la actividad marítima, tan esencial en nuestra provincia, tan importante para su gente.
Es un convencido del concepto de cooperación, y desde su posición promueve todas las dinámicas posibles en este sentido. Cree que en Huelva hay una excelente disposición institucional al respecto.
La actuación de su equipo, aun suponiendo un control con rigor, es de gestión amable. Es el estilo que ha marcado -esto lo decimos nosotros- donde, por ejemplo, con los pesqueros de la zona hay un trato casi de ‘hermano mayor’. Comenta en este sentido que en muchas ocasiones las inspecciones son más auditorías que otra cosa. Se les ayuda a los pescadores a detectar deficiencias y se les da un breve plazo para subsanarlas, más que sancionarlos automáticamente.
Señala que a la Capitanía de Huelva, por el volumen de intervenciones -2.500 escalas al año, además de las inspecciones de buques con base en Huelva-, necesitaría dos inspectores más. Pero no se queja, últimamente han podido incorporarse administrativas muy cualificadas que han aliviado notablemente la carga de trabajo.
Alejandro Andray no se queda en su despacho a esperar a ver lo que pasa. Es tan activo que ha creado incluso lo que vendría a ser una ‘jurisprudencia’ en materia de uso de lámina de agua. La regulación de las motos acuáticas que sacó el año pasado supone un paradigma a nivel nacional. «La idea -explica- es que el uso de la moto tiene que dar un margen físico significativo con el bañista, o el de la piragua o tal, porque no es un uso compatible«.
Ya hizo lo propio en cuanto a regulación de espacios en la ría del Piedras y ahora tiene entre manos una específica para la ría de Punta Umbría.
Nos reímos -una vez más- cuando nos cuenta que «en Madrid en principio me aguantan… cualquier día me echan. En las reuniones de capitanes marítimos me dejan para el último, para cuando la gente ya esté cansada y se quiera ir a comer, ‘así le despachamos rápido‘».
Volviendo a lo serio Alejandro Andray destaca que en Huelva han conseguido unos planes de emergencia contra la contaminación que son la envidia del resto de los puertos. Ahora quiere seguir en esa línea pero para los planes de emergencia química o de seguridad, donde hay que progresar. Considera que esto es trabajo de algunos años pero «ahora mismo tenemos una gran oportunidad porque las relaciones con el Puerto y el resto de interlocutores son excelentes».
Finalizamos una entrevista que podría haber continuado sine die, al menos por nosotros. Las vibraciones recibidas y las sensaciones que nos ha transmitido nos generan confianza como miembros de la sociedad onubense. Estamos en buenas manos en la provincia marítima de Huelva.
Alejandro Andray, Capitán Marítimo de Huelva. Puerto de Huelva, Provincia Marítima de Huelva.