Carmen García. Llegabas a Huelva desde Sevilla por la antigua carretera de Alcalá de Guadaíra a Huelva, luego Nacional 431. Cruzabas una larga entrada con algunos cambios de rasante. Ya cerquita de lo que podíamos entender como el centro te encontrabas a la izquierda con un espacio como de cuento. Unas coquetas casitas con pequeños jardines delimitados por unas llamativas balaustradas amarillas.
Era, es, el Barrio Reina Victoria, ese encanto de ‘Barrio Obrero’ de toda la vida de Huelva. Construido por la Río Tinto Company para sus empleados en la capital onubense, fundamentalmente de almacenes, talleres y ferrocarril, constituye un hito arquitectónico y cultural, en la medida de lo representativo en relación a una época.
No tiene parangón. No hay ningún conjunto de viviendas de esa naturaleza en España. Su armonía estética -amenazada en su momento-, y valor arquitectónico y etnológico, justificó que en 1977 se incoara expediente por la Dirección General de Patrimonio Artístico y Cultural del Estado para su declaración de Conjunto Histórico Artístico. El hecho no es baladí, máxime cuando se produce en unos años en los que la sensibilidad patrimonial era bastante escasa.
Luego fue confirmada la iniciativa -que partió en su momento, acertadamente, del Colegio de Arquitectos de Huelva- con la declaración de Bien de Interés Cultural por parte de la Junta de Andalucía, en 2002. Esta protección, en teoría, ‘salvaba’ al singular conjunto de 88 edificaciones de su posible destrucción. Algo no descartable, ni muchos menos, en esta nuestra Huelva, como todos sabemos.
El barrio fue denominado así en honor a la consorte de Alfonso XIII. Y con el paso del tiempo adquiriría ‘otra lealtad monárquica’. Nos referimos a la Reina Victoria, pero a la Reina del Polvorín, a la Virgen de la Victoria. Su emblemático paso por las pequeñas y floridas calles del barrio constituyen siempre uno de los escenarios más atractivos de la Semana Mayor onubense.
Aunque la primera fase de las edificaciones concluyó en 1919 y la segunda culminó en 1929, lo cierto es que la idea de construir un barrio de viviendas por parte de la RTCL ya se había suscitado en 1900. En su momento la ‘compañía’ pretendía hacerlo en la zona del Velódromo, donde existían terrenos de su propiedad. El Ayuntamiento lo evitó tratando de que esta fuese destinada a parques y jardines. Al poco la firma británica optó por el suelo de la Finca San Cristóbal que ‘curiosamente’ era propiedad de Guillermo Sundheim y su socio Doesch.
Lo cierto es que con toda esa interesante historia centenaria del Barrio Obrero, incluidas sus controversias y misterios, lo que es indiscutible es su belleza y originalidad, auténtico orgullo de Huelva.
Barrio Obrero, encanto en Huelva.