RFB. Así apreciamos a la cruz de hierro forjado que domina el porche y balcón del Santuario de La Cinta, la antaño Cruz que estaba en la Placeta de Huelva. Impresionante porque sigue dominando el espacio allí en todo lo alto, en uno de los lugares más emblemáticos de esta ciudad milenaria. Esa localización tan especial tiene un paralelismo, aún en la distancia temporal y física, con la que ocupaba originariamente en La Placeta.
Emotiva porque precisamente esas ubicaciones han causado que haya sido testigo privilegiada de tanta vida, de tantas experiencias individuales y colectivas, del devenir de miles de almas que han habitado Huelva desde como mínimo mediados del siglo XVII.
Y misteriosa por no estar definida expresamente el sentido de su erección y ubicación original, por precisamente esa condición de testigo silenciosa de los aconteceres en el centro de ese nodo vital y vitalista del corazón de la ciudad. A su vera se ubicó durante muchísimos años un Mesón denominado Mesón de la Cruz.
Las escrituras notariales antiguas y las actas capitulares son las que suelen dar más pistas sobre la trama histórica urbana. Hay una del 13 de enero de 1665 que hace referencia a una ‘casa de morada en la Placeta de la Cruz’. En torno a esas fechas hay ya otros nombres que se manejan para ese enclave, como Plazuela o Placeta de los Mercaderes o Plazuela del Rastro.
La Placeta era y es un punto neurálgico en Huelva. Cruce de caminos de toda la vida. Entre las hoy calles Plus Ultra, José Nogales, Bocas, Jesús Nazareno y Gravina. Antaño conectaba Bocas con Sagasta, Marina (Calzada) y la calle de los Herreros. La calle Sagasta, que conducía desde la Parroquia de la Concepción a la calle Marina se llamaba precisa y originariamente calle de la Placeta.
En la calle de los Herreros -actual José Nogales- vivieron los maestros de la forja del hierro. Y muy presumiblemente allí se forjara nuestra preciosa Cruz de la Placeta. Esa que actualmente vigila el horizonte marismeño del Odiel a poniente y la entrada del Santuario Cintero a levante.
La Plazuela del Rastro debía su denominación, tal como la paralela de Mercaderes, a su condición de punto de venta y encuentro comercial. Era un mercadillo improvisado de una jornada a otra. Antes de que se erigiese la Plaza de Abastos del Carmen la Placeta definía el lugar en el que los mercaderes ofrecían su género, particularmente alimentario. En su pedestal se apoyaban mercaderías y se configuraba como un centro radial de una miscelánea de puestos de venta.
En torno a este centro de actividad comercial fueron consolidándose negocios estables que dieron lugar a que esa zona fuese la comercial por excelencia durante siglos. La Cruz estaba al lado de las paradas de las diligencias que nos comunicaban con Sevilla, punto de salida y llegada de tantos viajes e historias.
Y la Cruz de la Placeta de Huelva, hasta que fue reubicada a finales del siglo XIX, siempre tuvo su protagonismo en aquel espacio. Se conjugaba lo pagano en términos de localizador comercial con su naturaleza religiosa y objeto de devoción. Resulta apasionante imaginar el paso del tiempo, de las gentes, de la vida y el trasiego cotidiano a su lado. Primero en La Placeta -casi tres siglos- y luego en La Cinta -unos ciento cincuenta años-.
Si nos acercamos a la explanada del Santuario de la Cinta, que hoy preside, y la observamos de cerca casi podemos escuchar el bullicio de aquel tiempo en La Placeta. También imaginar el color de las estampas humanas fijadas en la memoria de ese mágico y artístico hierro forjado. Tras cientos de años, aún pervive para recordarnos a los que nos precedieron en esta bendita tierra.
Cruz de la Placeta de Huelva.