Baltasar, la eterna tienda de la magia en Huelva

Oliva, en la Tienda de Baltasar. Foto facilitada por Diego Lopa.

RFB. Un amigo hace unos años en un artículo describió la tienda de Baltasar de Huelva como el escenario de ‘un cuento de Dickens pasado por la turmi de los hermanos Ozores y Tarantino‘. Y no se si el titular que encabeza estas líneas es exagerado pero desde luego encaminarse a comprar algo en Baltasar era para los pequeños un deseo cumplido que iba acompañado de la mayor fascinación.

La tienda fue muy característica en Huelva, durante más de ocho décadas.

Cerró muy poco antes de cambiar el milenio, en 1997, al jubilarse la tía Oliva -jubilación tardía, con 74 años-, y nos dejó en la memoria su eterna presencia, cuyos últimos testigos -generaciones hoy de cuarenta años para arriba- siempre la recordarán como un espacio único, y mágico.


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Por que cruzar ese umbral de la redondeada esquina de Miguel Redondo con Pérez Carasa hacia su tenue interior, como niños o adolescentes, nos hacía sentir que entrábamos en el lugar donde estaba todo lo que queríamos. Era un como un gigantesco baúl con tantas cosas para jugar, para divertirse, que resultaría imposible aburrirse al abrirlo.

Artículos de broma, bazar infantil, decoración navideña y para fiestas e incluso desavío al modo ‘chinos’ de hoy en día -como nos comentaba Diego Lopa rememorando el establecimiento en una reciente conversación, cuando nos facilitó la fotografía destacada del artículo-, la tienda de Baltasar era ‘especial’. Un enclave auténticamente especializado donde había muchos artículos que solo podías encontrar allí en Huelva. Quizá la mayoría.


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Artículos de broma como los que que se podían encontrar en Baltasar.

Te trasladaba en el tiempo, por su añejo espacio, pero la sensación era de atemporalidad. El ritmo pausado, su ‘cochura’ lenta a la hora de entregar lo que pedías, de los que fueron atendiendo en sus distintas etapas en el mostrador contribuía a ello. Esa atemporalidad nos hacía imaginar que estuvo siempre allí y que lo estaría para siempre. Apegada a nuestros hábitos más recreativos, era una referencia insustituible.

La visita a Baltasar y el correspondiente aprovisionamiento suponía una pequeña tortura para nuestros mayores. Tanto en casa -padres o abuelos- como en el cole -profesores-. Bombitas de peste, ciquitraques, petardos, polvos pica-pica, replicas de ratones, cucarachas o arañas. Las cosas más desagradables para un adulto pero divertidas para los jovencitos delataban que estos se habían pasado por Baltasar, lo que suponía para ellos un verdadero tostón, multiplicando las opciones de ‘trasteo’ de los niños.

Baltasar González Rodríguez nació en Villablanca, alrededor de 1886. Llegó a Huelva con 13 años, en el umbral del siglo. Su tío Manuel Rodríguez Martín, que vivía en la capital y era soltero, se lo había traído del pueblo a su casa, en la calle Duque de la Victoria 5. Tenían como vecino a otro villablanquero, Manuel Gómez Vila, y su familia.

Baltasar González Rodríguez, ya octogenario.

A los cuatro años Manuel Rodríguez se casa con una palmerina, Manuela Iglesias. También se viene a vivir con ellos el padre de este, y abuelo materno de Baltasar, Custodio Rodríguez Palma, que suponemos acababa de enviudar en la localidad andevaleña. Ese entorno familiar fue en el que Baltasar creció en su temprana juventud, trabajando de dependiente en el comercio, antes de montar su propio negocio.

En 1911, ya con 25 años, Baltasar continúa viviendo en ese mismo domicilio de la calle Duque de la Victoria nº 5. El abuelo había fallecido y sus tíos ya tenían descendencia -2 hijos-, a la que se ha sumado en la residencia familiar Virginia, la hermana de su tía política.

Poco después, en 1913, ayudado por su tío abre nuestra mítica tienda de la esquina de Miguel Redondo, con la entonces calle General Azcárraga. En 1917 se casa con Concepción Suero Benítez, una joven onubense de 19 años. No tarda mucho en quedarse embarazada y tener su primer hijo, Lorenzo. Luego vendrían Oliva, Baltasar, Manolo y Concha. En 1920, aún con solo su primogénito, viven en la calle General Bernal -La Fuente- nº23, donde fijan definitivamente su residencia.

Y la figura de Baltasar tras su mostrador fue consolidándose, con el paso de los años, como imprescindible en el corazón de la ciudad. La tienda de Baltasar de Huelva abría con carácter permanente, como un Carrefour Express de la época, y circula una anécdota al respecto. Parece que un día Baltasar rompió esa perpetua disponibilidad, cerrando y poniendo un cartel en el que avisaba que se ausentaba para algo en concreto. Los amigos de lo ajeno debieron estar esperando muchos años, pues ese fue su momento y, lamentablemente, entraron en la tienda a robar.

Traspasar el umbral de la inmutable tienda era trasladarte en el tiempo, y en el espacio.

En 1929 este popular personaje fue concejal en el Ayuntamiento de Huelva. Suponemos que para el desempeño de esta labor sería ocasionalmente sustituido en la tienda por su mujer. De hecho, cuando falleció nuestro protagonista, el 14 de febrero de 1971, es ella, Concha, la que ocupa el mostrador del emblemático establecimiento. Estaría allí hasta 1982, cuando el testigo lo coge la ‘tía Oliva’, hija de Baltasar. Como indicábamos, la pequeña almoneda de los artículos de broma en Huelva cerró sus puertas en 1997. Ochenta y cuatro años, nada menos, con ese singular umbral abierto, creando sonrisas en tantísimas generaciones de esta capital y provincia.

La tienda de Baltasar de Huelva, un lugar inolvidable para miles de onubenses. Un mítico espacio de magia e ilusión que siempre permanecerá entre sus recuerdos como un lugar asociado a la felicidad.

8 comentarios en «Baltasar, la eterna tienda de la magia en Huelva»

  1. Q pena q Ya no existe esa tienda a mi me gustaba gastarles bromas a mi hermana y a mis padres q en paz descansen yo era una bromista empedernida y ahora se las gasto a mis hijas metiendo los regalos en cajas una dentro de otras como si fueran las muñecas Rusas ??

  2. Lo que más recuerdo de tan entrañable tienda, eran las figuritas de nacimiento en cajitas de cartón con serrín dentro como protección, y las perfectas mierdas de pega que lucía en el escaparate.

  3. Y creo recordar que organizaban pequeños viajes en camionetas que publicitaban en la puerta, corregirme si me equivoco, preciosa época, recuerdo que mi padre me compro unos petardos que explotaban al tirarlos al suelo y en vez de tirarlo al suelo se lo tiré a mi padre en la camisa, y los petardos que se metian en los cigarros que más de uno le explotó a mi padre al encender un cigarro…

  4. Yo vivía muy cerca de la tienda, en la calle Miguel Redondo, y la Navidad era más bonita y divertida con Baltasar. Las idas y venidas por artículos navideños que necesitaba mamá cuando montaba el Belén, las bromas a papá, a los primos y hermanos con las bombitas de peste (puagg), la caca o una cuqui de pegas entre las patatas fritas. Que recuerdos tan lindos tengo de mi niñez y Don Baltasar está en ellos como un buen Rey Mago.

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