RFB. El veterano arquitecto no prestaba mucha atención a los discursos que sonaban en el emblemático claustro. Le habían indicado que ‘sería conveniente’ que estuviese en la Sesión Académica que se celebraba este Doce de Octubre de 1961, día de la Hispanidad, en el Patio Mudéjar del antiguo Convento de La Rábida. Allí se encontraba, y a Luís Martínez Feduchi le hubiera agradado escuchar palabras conmemorativas sobre la histórica fecha pero esas proclamas de retórica imperialista propias del régimen franquista le resultaban algo insoportable.
Ensimismado en sus pensamientos, Feduchi se evadía de la larga lista de discursos que iba a cerrar el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella. En aquel protocolo se contemplaban las intervenciones de algunos de los quince embajadores de países iberoamericanos que estaban presentes en el cenobio rabideño. Todo muy tedioso, uniforme y previsible.
Entre las autoridades asistentes, militares -capitán general de la Región-, eclesiásticas -el obispo Cantero Cuadrado- y civiles, se encontraba la persona que le había recomendado asistir a la conmemoración «por si el ministro quisiera preguntar algo». Se trataba de Blas Piñar, notario de profesión pero político que ocupaba en ese momento el cargo de director general del Instituto de Cultura Hispánica.
Feduch¡ no se sentía muy contento por el resultado final de la Columna cuya reforma acababa de culminar. Era una rehabilitación integral de la erigida con motivo del IV Centenario de Descubrimiento de América. Sin embargo, sentía una satisfacción interna por atesorar un secreto, para él muy valioso, que la multitud allí presente desconocía y cuyo sentido se proyectaba al futuro, a la espera de que generaciones venideras pudiesen descubrirlo y ponerlo en valor.
Recordaba aquella primera vez, en 1948, que visitó ese Monumento a los Descubridores -primitivo monumento a Colón de Huelva-.
Las quejas de la comunidad franciscana en relación a su deterioro resultaban más que justificadas. Estaba muy agrietado y resquebrajado y en el suelo yacían varios pilares de cornisas y salientes del pedestal. Con anterioridad, a mediados de la década de los veinte, se habían eliminado algunos componentes y se realizaron algunas obras de mantenimiento, pero era claramente insuficiente.
Todo se debía al origen de la construcción. Menos tiempo y dinero del previsto ocasionó, muy propio de nuestra cultura -pensaba-, una cierta improvisación en 1892 que a corto plazo fue muy efectiva pero que al poco comenzó a mostrar señales adversas. Ya a principios del siglo XX había elementos que se habían deteriorado por su débil factura, en algunos casos de escayola.
Su primera intervención personal en la columna fue en 1948. Estaba encaminada a tener el monumento ‘presentable’ para la visita que Franco iba a hacer el doce de octubre de ese año a Huelva. En realidad y ante la escasez de recursos, también dejó muchos aspectos por afrontar. Lo que hizo entonces fue un lavado de cara a expensas de acometer después una reforma en integridad.
A principios de la década de los cincuenta Feduchi ya tenía el proyecto pero no pudo iniciar las obras hasta el final de la misma. Mantuvo del conjunto original solo las escalinatas y sus balaustradas. Había determinado que aquel antiguo mármol de la cantera de Fuenteheridos y la estructura estaban tan deteriorados que solo cabía rehacerlo todo con los medios disponibles y un nuevo planteamiento. Así dio lugar a la segunda versión de la columna. Tendría la misma base hexagonal pero a partir de ahí y hacía arriba con una nueva definición.
Mientras, como decíamos, sonaban en el patio mudéjar rabideño loas al destino universal de nuestra raza, a las glorias y a las huellas fecundas más diversas, Luís Martínez Feduchi sonreía recordando lo que le había sucedido hacía tan solo unos meses. Se sorprendía porque nunca habría imaginado que algo, llamémosle, ‘paranormal’, pudiera influir en su conducta. Una situación y vibraciones muy distantes de la parafernalia que dominaba en ese momento el pequeño claustro conventual.
Su memoria le trasladaba a aquel día en el que, una vez andamiada la columna, subió un poco ansioso por ver de cerca los detalles de artística obra del IV Centenario. A la casetilla en tiempos se podía acceder por una escalera de caracol, pero se encontraba derruida resultado del paso de los años, casi setenta. Se situó en la plataforma de ese nivel y observó el hueco interior. Luego miró hacia arriba y apreció las tres cabezas que coronaban la altura inmediatamente posterior, en la franja de relieves escultóricos.
Siguió subiendo por la estructura de madera y llegó al nivel de estas tres cabezas de indígenas femeninas, en la parte superior de la citada franja. Cuando estaba a la vista directa de una de ellas, a unos treinta centímetros de sus ojos, sintió como un escalofrío recorría su cuerpo. De las tres era la que avistaba la bocana que antaño daba salida al mar, desde la confluencia de los ríos Odiel y Tinto.
Allí, a unos veinte metros de altura, con la brisa del Estero Domingo Rubio refrescando su semblante, la cara de esa indígena le estaba transmitiendo sensaciones especiales. Era como si un alma con origen en el otro lado del océano se albergase en su interior.
Por su mente pasaron imágenes de la efeméride colombina. Recordaba las clases de historia del instituto que tanto le fascinaban y el relato de la epopeya que le había atrapado en aquella época juvenil. Sentía trasladarse en el tiempo a esas orillas americanas a las que arribaron los aventajados y temerarios marinos españoles. Los que habían partido precisamente de este lugar al que miraba la cabeza que tenía delante. Seducido por sus formas, la soberbia escultura le estaba inspirando dignidad, fortaleza y generosidad, pero sobre todo paz.
El era creyente, aunque no practicante en línea de la época, y no obstante su mente racional no conjugaba mucho con admitir fenómenos sobrenaturales.
Decidió bajar del andamio y dejar el resto de la revisión para otro momento. Ya era suficiente por aquel día. No le dió más tarde muchas vueltas al asunto. Pero si tenía claro que esa cabeza de indígena y sus otras dos compañeras una vez desmontada la columna no tendrían el destino de la desaparición.
Al capataz, que era de confianza, le ordenó a la mañana siguiente que se asegurase, tras el desmonte, de apartar discretamente de los restos del antiguo monumento las tres cabezas escultóricas.
Debía enterrarlas en el entorno, debajo de la base restaurada.
A Feduchi le hubiese gustado mantener esas esculturas en la nueva definición, modificando el proyecto, pero no era viable. El diseño de la nueva columna tenía que ser más austero. Solo podían destacar los bajorrelieves que había realizado el escultor Ángel Ferrant al que él, precisamente, había propuesto aun teniendo un perfil discutible desde la perspectiva del régimen franquista. El artista había desempeñado cargos en el gobierno republicano durante la guerra civil.
Tras la singular experiencia existía un cierto sentimiento de culpa en el arquitecto. La profunda reforma de la columna en realidad era una sustitución. Y algo que tenía muy claro desde el principio ahora se le cuestionaba al haber visto de cerca las caras de las impactantes esculturas de las cabezas de las indígenas.
Ese sentimiento de culpa se vio compensado por la ‘clemencia’ que concedió a las esculturas escondiéndolas en la base del monumento. Liberaba Luís su conciencia al no destruir unas obras de arte que conectaban, enterradas al lado, a su columna con la original del IV Centenario.
Además al preservarlas permitía que en un futuro nuevas generaciones les diesen un destino digno. Lo hubiera deseado pero él en ese momento no estaba en condiciones de posibilitarlo.
Los pensamientos en los que estaba absorto se desvanecieron en Feduchi cuando sonaron los estruendosos aplausos dedicados al discurso que acababa de terminar el ministro, cerrando el acto. Cuando salieron del convento miró hacia la columna y volvió a sonreír. Allí, sin que nadie lo supiese, estaban sus admiradas indígenas, preservadas para siempre.
1 comentario en «El Secreto de las Cabezas de La Rábida»
Muy interesante y misterioso…