El poblado del Abalario, un recuerdo del pasado

José Antonio Mayo Abargues. El Poblado del Abalario, un recuerdo del pasado. La gran repoblación forestal de Doñana, que tuvo su inicio en los años cuarenta, y que supuso un cambio sustancial en el paisaje y ecosistema de estas tierras, trajo consigo la construcción de varios poblados con el fin de alojar a las familias cerca de los terrenos de plantación.

En el paraje del Abalario, en el cruce donde confluyen los caminos que llevan al Loro; Los Cabezudos; El Acebuche, y Ribetehilos, se construyó en 1941, uno de los poblados más importantes de esta repoblación. Hasta entonces la única construcción que existía en la zona era una casa-cuartel de Caballería, pues aquella era una situación estratégica desde donde los carabineros allí destinados controlaban el tráfico de contrabando que entraba por los médanos de la playa del Asperillo.


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Estos carabineros vivían en unas condiciones precarias porque no les llegaba el sueldo. Tenían que recurrir a la caza, a la pesca y a la producción del huerto propio, entre otras formas de subsistencia, de pronto se vieron rodeados de numerosos vecinos que vinieron a dar vida a aquel lugar inhóspito.

Pozo de agua del Abalario, único testimonio de lo que un día fue un importante asentamiento de población. Al lado de este pozo se encontraba la casa-cuartel de Caballería/José Antonio Mayo.


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Los nuevos pobladores comenzaron levantando sus viviendas al estilo de las centenarias chozas de Doñana. Tenían una estructura de pino y la cubierta inclinada a dos aguas, recubierta con junco y barrón. Más adelante aquel asentamiento fue evolucionando y se comenzaron a construir las definitivas casas de obra, hasta conformar un núcleo de población que llegó a tener más de 100 habitantes estables en 1950. El Abalario fue el primer poblado construido por el Patrimonio Forestal del Estado, organismo estatal encargado de la repoblación.

Al principio la vida de estas personas en el poblado del Abalario no fue muy diferente a la de los carabineros. Tenían que valerse de los mismos medios para subsistir, aunque nunca les faltó un guiso de conejo en el fogón de las chozas. No tardaron en tener sus corrales de gallinas y alguna que otra piara de cabras que les proporcionaba, además de la leche, la carne. Y una vez a la semana, cuando el tiempo era bueno y lo permitía, un “costero” iba a Almonte en un carro tirado por mulos para traer los artículos más necesarios que le encargaban los vecinos, como arroz, azúcar y café.

Con los años la repoblación fue avanzando y requería ya menos mano de obra, mermando considerablemente el número de habitantes. Este no llegaba a alcanzar el medio centenar en 1965. En los años posteriores el poblado entró en decadencia, siendo habitado por algunas familias como segunda vivienda, y en la segunda mitad de los años 70 fue abandonado totalmente.

Hoy, de este poblado solo quedan retazos de su historia y un pozo de agua como único testimonio. Muy distante de lo que un día fue un importante asentamiento de población. Sus habitantes trabajaron en condiciones muy duras, en una época de posguerra difícil y complicada.

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