RFB. La dimensión personal y profesional de Juan José Domínguez es difícil de expresar, por miedo uno a quedarse corto. Fernando Vergel, el actual decano de los abogados de Huelva, comentaba emocionado ante los medios que era imposible definir a un ser como Juan José Domínguez, dada su excepcionalidad.
Desde el miércoles por la tarde la sociedad onubense se ha puesto de acuerdo. Y lo ha hecho en la tristeza y desamparo que supone el que no podamos disfrutar más de la inigualable conversación con Juan José. Amable como pocos, con un irresistible sentido de un humor elegante e inagotable, cuesta trabajo imaginar a alguien que pueda parecerse a él.
Su condición personal, la bondad y el desinterés, combinaba con una competencia profesional admirable. Agilidad mental, capacidad de improvisación, memoria privilegiada, carisma, son virtudes de Juan José que lo hacían casi imbatible en los juzgados. Pero esta superioridad iba acompañada, como es propio de los verdaderos genios, de una generosidad y humanidad no menor a ese extraordinario nivel como abogado.
Juan José ha sido un hombre que ha ejercido su libertad de forma extrema con la única limitación de no dañar a los demás. Por ejemplo, su negativa a dejar de fumar -como un carretero- es probable que haya marcado su destino. Pero así entendió esa libertad como base de su felicidad y así lo ha llevado hasta el final de su etapa terrenal. Un hígado a prueba de bombas, por otra parte, consiguió que nunca perdiera la compostura aún habiendo pasado infinidad de largas veladas de conversación acompañado de buen whisky.
Nos contaba un amigo común que estuvo de pasante con él en los años sesenta que nunca dejaba de sorprender. En una ocasión se iniciaba la vista principal de un juicio y Juan José se percató de que en la carpeta llevaba un expediente equivocado, correspondiente a otro caso que el que se juzgaba. Ya estaba iniciada la vista y disimuladamente le dijo al pasante que volviese al despacho a buscar el expediente correcto. La genialidad de Juan José, que estuvo veinte minutos hablando en el juicio sin acordarse del contenido del caso, consiguió que el pasante fuese a la oficina, encontrase el expediente y volviese al juzgado a entregárselo, sin que nadie se percatase. Y ganó el juicio.
En aquella época tenía su despacho encima mismo de la vieja Secretaría de su amado Recreativo, en la calle Méndez Núñez. Allí contaba con una escalera de madera portátil que utilizaba para bajarse a la Secretaría del club por el patio interior cuando llegaba algún cliente ‘especial’ y prefería dejárselo ‘en suerte’ a alguno de sus pasantes. Esa genialidad, única, iba acompañada, como decimos, de una humanidad y desinterés personal sin límites.
Juan José fue pasante de otro reconocido profesional, Antonio Segovia. A su vez ayudó a formarse, a lo largo de tantos años de ejercicio, a más de una treintena de abogados onubenses, que formaron parte de su pasantía. Más allá de su actividad profesional, Domínguez fue impulsor y defensor de populares instituciones de Huelva. Co-fundador de la Hermandad de los Estudiantes y directivo del Recreativo, entre otras facetas. Asumió también compromisos políticos cuando el desempeño de la política era otra cosa, siempre en posiciones centristas.
Recuerdo en una ocasión un juicio en lo social en la que defendía a un trabajador. No era especialista en laboral, pero aceptó el caso -sin cobrar, por supuesto- por ser amigo también del empleado. Yo estaba de representante de la empresa y el juicio -por las circunstancias- era muy claramente favorable para la misma. Particularmente me encontraba en el dilema de apreciar al trabajador y aunque no llevara razón sentirme identificado, y lamentar de antemano lo que iba a suceder, que perdiera el juicio.
Antes de la vista, a las puertas del juzgado coloquialmente hablando con Juan José le dije que lo sentía, pero que era imposible que pudiese ganar el juicio. Y estaba convencido, creo que como todos los que allí estábamos. Juan José me sonrió como de costumbre y me dijo ‘ya veras’. Una vez dentro, y a medida que se desarrollaba la vista tengo que reconocer que no daba crédito a la manera de llevar la sesión por su parte. El abogado de la empresa tampoco, sorprendido por la claridad y efectividad de la parte contraria. Con una pequeña chuleta en la mano, consiguió de forma inverosímil darle la vuelta a algo que parecía irremediablemente perdido para su posición.
El carácter ameno, generoso y equilibrado de nuestro amigo -el amigo de tantos- ha conseguido siempre emitir vibraciones de seguridad, de confianza, de serenidad. La paz, la tranquilidad reinaba en su aura, incluso junto a su mujer, Salud, que era como su Yin siendo él el Yang. Y decimos esto por que su amada compañera era el reverso de la moneda en términos de discreción. El lo llevaba bien, consciente además del cariño que la gente de Huelva profesaba a Salud, otra onubense cuyo molde es imposible de repetir.
Juan José de niño y joven vivía con sus padres en el Paseo de la Independencia. Era hijo único, y con su humor característico describía el hecho de que su madre, dominada por el instinto protector, cada vez que salía se asomaba a la puerta para verlo, incluso habiendo cumplido la veintena. Salud vivía un poco más arriba, en la calle San José.
El padre de Juan José era un empleado, con lo que la vocación profesional de nuestro protagonista puede entenderse de generación espontánea. Curiosamente quién si era abogado era el padre de Salud, el que sería su futuro suegro.
El nivel alcanzado como abogado por Juan José Domínguez no tiene parangón. Como ejemplo del respeto que se le profesaba en la profesión apuntamos otra anécdota. A principios de este siglo se inauguraba en Córdoba una nueva sede del Colegio de Abogados. Allí estaban los decanos de todas las provincias andaluzas, los abogados de Córdoba y otros notables profesionales de Andalucía. Cual sería la admiración hacia Juan José que cuando entró en las dependencias se hizo el silencio y todos los presentes comenzaron a aplaudir.
Ha recibido multitud de reconocimientos de otros colegios e instituciones externas a nuestra provincia. Afortunadamente con su calle rotulada en vida y con el cariño de sus amigos y conocidos deja la esfera terrenal sabiéndose admirado y querido.
Hemos tenido suerte en Huelva al poder disfrutar de Juan José Domínguez. Su huella imborrable queda entre nosotros y también la pena de su ausencia. Alguien verdaderamente ilustre que se ha criado y ha pisado las calles de nuestra ciudad y por el que tenemos que sentirnos sin duda orgullosos.
Habría triunfado profesionalmente en donde hubiese querido. Su inteligencia si se hubiese acompañado de ambiciones materiales lo hubiera situado en la cúspide de la abogacía en cualquier lugar. Pero el prefirió vivir su felicidad en Huelva, para nuestra fortuna. Descansa en Paz y hasta siempre, Juan José.