CFC. Una mujer onubense de 35 años, que no desea desvelar su identidad, es una entre tantas que han visto afectada su salud mental con trastornos alimentarios. Pero su caso, que también tiene paralelismos, es el de una victoria, la conseguida en una dura batalla primero contra la anorexia y luego contra la bulimia. Nos relata en estas líneas su intensa y dura experiencia.
“La pandemia cambió la vida de todos. Ha provocado el fallecimiento de muchísimas personas, y de forma drástica el modo en el que concebíamos la vida, el día a día. Precisamente por lo anterior, también creo que nos ha hecho aprender mucho de nosotros mismos en poco tiempo, valorar cosas que antes pasaban desapercibidas, sacar fuerzas y coraje en momentos en los que todo se veía oscuro.
Para mí ha sido reveladora, y, por decirlo de algún modo, gracias a la pandemia, a los meses de cuarentena, me di cuenta de lo que era capaz de lograr. Sacó la peor y la mejor parte de mi.”
Son palabras de Marina -nombre ficticio-, que ha padecido durante más de la mitad de lo que lleva de vida de TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria). Tuvo dos ‘fases’, la primera con anorexia y posteriormente bulimia.
Según la Fundación ABB, Un 11% de los adolescentes españoles está realizando conductas de riesgo susceptibles de acabar cumpliendo criterios para el diagnóstico de un trastorno de la conducta alimentaria. A nivel mundial el número de casos de TCA se ha duplicado en los últimos 18 años: La prevalencia se ha duplicado y ha pasado de 3,4% de la población a 7,8% entre 2000 y 2018.
Con motivo del Día Mundial de la lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) que se ha celebrado esta semana, concretamente el martes, 30 de noviembre, hemos querido hacerle algunas preguntas a Marina sobre su historia, a las que ha respondido con gran sinceridad y fuerza. Nos referimos a ella en este artículo utilizando un nombre ficticio.
Para los que no estén familiarizados con este tipo de trastornos, hablamos de verdadera gravedad. Una prueba de ello es que, por ejemplo, la anorexia es la enfermedad mental con mayor tasa de mortalidad. La bulimia es otra de las patologías más destacadas de esta naturaleza.
Pero dejando a un lado los datos científicos, clínicos y estadísticos, uno de los motivos por los que éstas enfermedades son verdaderamente duras es porque “para superarlas tienes que luchar contra ti mismo, contra el ‘monstruo’ que convive contigo, dentro de tu mente y no te deja vivir en paz ni un solo segundo en las 24 horas que tiene el día” según palabras de Marina.
-¿Cómo describirías lo que se siente al padecer este tipo de enfermedad?
-Desde la piel de alguien que ha sufrido de TCA durante 24 años, puedo asegurar que es una verdadera tortura. Para quien lo padece, porque cada segundo del día está esa voz que te hace sentir mal, ya sea culpa por comer, desprecio o asco cuando te ves en el espejo, inferioridad por compararte con otras chicas, inseguridad cuando te miran por si te están viendo igual de mal de lo que tú te ves, etc., y para todas las personas cercanas, porque nadie sabe cómo ayudar realmente en este tipo de situaciones, por mucho que lo intenten. Es muy difícil, porque no importa lo que te digan, tu ves lo que ves. Es un desgaste emocional, psíquico y físico constante.
-¿Has sentido que tu gente te entendía?
-He sentido el apoyo de los que me quieren, pero es cierto que notas su frustración al no entender por qué te pasa esto. Por mucho que quieran ayudarte no saben cómo. Algunas personas me alejaron de su vida en cuanto supieron de mi enfermedad; otras, desde el desconocimiento, juzgaban la situación como ‘una llamada de atención’; pero hay quienes no han dejado de creer en mi y, aunque no supieran cómo ayudarme, siempre han estado ahí preocupándose por mi estado y escuchándome cuando lo necesitaba.
-Recuerdo una de las situaciones en las que pude explicar lo que sentía con una especie de ejemplo ficticio. Hace tiempo, cuando ya era consciente de mi problema y llevaba varios años luchando para curarme, estaba en el coche con mi padre. Él conducía y yo iba en el asiento del copiloto.
-No recuerdo cómo salió el tema, pero sí una pregunta que me hizo: “Pero tú ya eres consciente de que lo que ves en el espejo está mal, ¿no? Que no es real.” Porque no terminaba de comprender cómo seguía dándome miedo coger peso, o seguir con tristeza y dolor en muchas ocasiones, si yo ya sabía que mis ojos no me estaban mostrando la realidad.
-Mi respuesta fue: “Papá, imagina que tú tienes un trastorno que te hace ver opacos los cristales del coche, negros. Y yo, estando en el asiento del copiloto te digo que sigas conduciendo sin miedo porque el cristal es transparente y puedo ver lo que hay detrás.
-Quizá te fíes de mi, de que lo que te estoy diciendo es la verdad y sepas que lo que tu ves no es real, pero ¿crees que podrías conducir sin miedo? ¿no crees que tendrías momentos de agobio, dudas, o ganas de llorar? Porque aunque seas consciente del problema, el cristal lo sigues viendo negro y tú eres el que lleva el volante”.
-¿Cuándo comenzó a cambiar tu conducta alimentaria por esta enfermedad?
-A los 13 años tuve anorexia, toda mi vida cambió. Empecé a no rendir en clase, casi me dormía, sin energías para nada. No salía a penas con mis amigos y cuando lo hacía, si cenaban, yo solamente miraba. De hecho no llegué a tener relaciones de amistad duraderas porque me distanciaba, me aislaba. Arreglarme era todo un fatídico ritual, me probaba la ropa y cambiaba mil veces, hasta que cansada de verme igual de mal con todo, desistía entre llantos y me quedaba en casa. A los 17 desembocó en bulimia nerviosa, y esto fue mi perdición. Me encantaba, y me encanta comer; al menos sufría por no hacerlo antes, pero ahora se había abierto la puerta a comer lo que quisiera con ‘solución’ para no sentir culpa.
-Durante todos esos años fui a varios psicólogos, pero no funcionaba porque yo no creía que tuviera un problema. Estaba mal, pero pensaba que cuando llegara a mi meta, respecto al aspecto que quería conseguir, estaría todo controlado. El problema es que esa meta nunca llegaba. Daba igual lo que hiciera o lo delgada que estuviera, siempre veía lo contrario.
-Hasta que llegó un momento en que ya no solo fue una cuestión de conseguir una meta física, sino una forma de descargar mi ansiedad y todos los problemas.
-A los 19 años reaccioné y me reconocí a mí misma que tenía un problema. Me di cuenta de que no me dejaba ser feliz, feliz de verdad. Estaba presente en mi mente cada segundo de cada día, no era libre. Todos los aspectos de mi vida estaban condicionados por esto, por este ‘monstruo’. Mis pensamientos, mis relaciones, mis acciones, mi percepción en cualquier tipo de situación… todo estaba marcado y regido por él.
-Dicen que el primer paso para curarse es reconocer el problema. ¿Qué pasó a partir de ahí?
-Desde entonces fui mejorando, luché contra mi ‘monstruo’. Para mí, no recaer a diario ya suponía un avance, ya que cada comida del día superada era una batalla más ganada. Y así fue en progresión, aunque con recaídas en momentos de mayor estrés o problemas externos.
-Me autoanalicé, busqué numerosas herramientas para poder hacerlo sola, estudiando cada paso que daba, a ensayo-error. Me di cuenta de las situaciones que detonaban la recaída, y busqué la forma de gestionarlas de otro modo. Intentar verlas desde otra perspectiva, y al mismo tiempo hacer algo que distrajera mi mente en el momento más crítico, como salir a dar un paseo, quedar a hablar con alguien, ir al gimnasio…
-Pero llegó el covid y la mayoría de esas herramientas no eran posibles con el confinamiento. Llegué a tocar fondo. Desesperada por la recaída continua, sintiendo que tantos años de lucha y esfuerzo se estaban yendo al traste, que estaba dando ‘pasos atrás’, y sintiéndome atrapada, me di cuenta de que no había forma de huir de la situación. Ahí fue cuando supe que esa sería la mayor prueba, ahí estaba la batalla más dura, tenía que enfrentarme al ‘monstruo’ sin poder callarlo con otras distracciones.
-Me armé de valor, y de toda la impotencia y la rabia que sentía por la situación, salió la fuerza suficiente para lograr de una vez por todas lo que se convirtió en mi principal meta: curarme.
-Enfoqué todas mis energía en ello, y fue un esfuerzo titánico cada día, en cada comida, en cada problema, cada situación de ansiedad o estrés. A veces llegaba a darme ‘el atracón’, pero en esos momentos luchaba por no vomitar. Lloraba a mares. Mantenía toda esa comida en mí como ‘escarmiento’ con el pensamiento de que el torturado ahora iba a ser ‘el monstruo’ y yo la que ganara el pulso. Acepté el dolor porque sabía que era temporal, y me repetía a mí misma constantemente ‘merecerá la pena’. Fue una lucha cuerpo a cuerpo, y gané la guerra. Mereció la pena.
-¿Qué le dirías a las personas que padecen lo mismo que has padecido tú?
-Les diría que no se rindan, que no se rindan nunca. Que aunque a veces parezca que no hay luz al final del túnel, la hay.
-Según mi experiencia, esto es algo que no deja de estar ahí, pero se transforma y ya no te hace sufrir ni te limita. El deseo obsesivo de perder peso o verte de una determinada manera se convierte en ganas de cuidarte de forma saludable; y el concepto que tienes sobre ti misma pega un vuelco monumental al comenzar a quererte y valorarte, a ser capaz de ver tus dones y virtudes, porque terminas aceptando con cariño las partes que no te gustan de ti. Entiendes que todos somos distintos, y aunque parezca un ‘topicazo’, es verdad que eso es lo que nos hace especiales y únicos.
-Personalmente, me ha servido mucho hacer meditación. Y otro truco que utilicé para motivarme cuando decidí no recaer fue preparar una cartulina sin fechas, solamente con 7 columnas (por los días de la semana) y todas las filas que cupiesen. Cada día que conseguía no vomitar apuntaba un tic verde. La norma era que si fallaba tendría que tirar la cartulina y comenzar de nuevo. Quizá esto parezca una tontería, pero llevar semanas con tics verdes y verlos todos juntos, hace que, si llegas a un momento extremo de crisis o ‘debilidad’ te preguntes ¿Y voy a tirar por la borda todo este esfuerzo?
-Aunque caigas, levántate otra vez. El esfuerzo, el agotamiento, el desgaste, el dolor y el sufrimiento que sientes en el proceso de lucha contra este monstruo habrá merecido la pena cuando lo destruyas. No mereces que te robe la vida; una vida que puedes vivir amándote a ti misma y siendo feliz, en vez de perderla despreciándote injustamente.
-Es real eso de que en los momentos más duros es cuando demostramos de qué pasta estamos hechos. Al menos es lo que yo he experimentado, y está claro que no rendirse es una cuestión de decisión. Uno puede decidir tirar la toalla y acabar hundiéndose, o puede elegir seguir luchando por encima de cualquier obstáculo.
-¿Tendrías algún consejo para el resto de la sociedad?
-Mas que consejo es petición. No juzguen… Quizá a algunos les parezca gracioso criticar ‘de broma’ el aspecto de otros, pero paren a pensar un segundo antes de hacerlo, porque las consecuencias les aseguro que pueden llegar a ser terribles.
-No solo el aspecto, tampoco juzguen la situación de nadie. Si no lo entienden o no lo comparten, no lo cubran con juicios desde el desconocimiento. No sabemos lo que está sintiendo la otra persona, y podemos llegar a hacer un daño muy difícil de reparar.
-Supongo que esto se resume en tener empatía. Y no solamente respecto a este tema, sino para cualquier situación que implique a otras personas a parte de a uno mismo. Esta cualidad afectiva, que en mi opinión es básica e imprescindible, es algo que, según percibo, brilla por su ausencia cada vez más.
-Intentemos ponernos en el lugar del otro, aunque no podamos hacerlo literalmente. Solo con intentarlo estoy segura de que el mundo podría cambiar mucho.
-Todo sobre lo que nos quejamos hoy en día respecto a las relaciones entre las personas y cómo nos tratamos unos a otros sería completamente diferente si primaran la empatía y el hacer desde el amor.