J.A. de Mora. La historia en general es fascinante, y la de Huelva también. Y tenemos opción de trasladarnos al pasado en los libros pero el destino ha permitido que en ocasiones podamos conseguir la magia de tocar ese pasado, de hacerlo tangible. Es el caso del pino centenario de Mazagón, que tiene la friolera de cuatro siglos -le faltan solo unas décadas para cumplirlos-. Acercarnos a él es traspasar la barrera del tiempo. Retroceder en el mismo porque cada una de sus vetas, de sus anillos, es testigo vivo del acontecer de ese lugar donde hunde sus raíces, en la costa de Huelva.
Cuando ese pino se plantó, probablemente en las reforestaciones que se iniciaron en 1730 -se pueden considerar unos veinte años de intervalo para el cálculo de su edad concreta- reinaba en España Felipe V el animoso. La costa onubense de entonces experimentó una importante transformación paisajística. Pasó de algunos pinos piñoneros autóctonos pero sobre todo enebros, sabinas y matorral mediterráneo, a prácticamente todo el litoral con pinos piñoneros. El pino centenario de Mazagón marca la zona, con una inmensa amplitud de copa. Y unos caprichosos brazos que se extienden de forma retorcida muchos metros en todas direcciones.
Ese pino estaba ya allí, y fue testigo por tanto, cuando el 1755 nuestro territorio padeció el impresionante terremoto, y posterior maremoto, de Lisboa. El agua casi llegaría a su base por la altura de las olas del tsunami. El joven árbol entontes sufriría la tensión del suelo y las vibraciones de la tierra en un suceso histórico y muy duro para la población.
Superó este terrible incidente y seguía allí cuando se produjo la revolución francesa en 1789 y habían transcurrido ya en España tres reinados desde que fue plantado-Felipe V, Fernando VI y Carlos III-, estando sentado en el trono por entonces Carlos IV, el cazador.
Quién sabe si este monarca vino por la zona de Doñana a cazar y pudo quizá estar en la proximidades de nuestro pino.
Otros pinos a su alrededor habían nacido, vivido y fallecido, pero nuestro protagonista seguía para adelante. Quizá pudo avistar, en 1805, en la lejanía desde la altura de su médano, y antes de hundirse, a alguno de los tres buques, el francés Berwick o los españoles Monarca o Rayo que el temporal dejó a la deriva tras la batalla de Trafalgar y que hoy yacen en el fondo de la costa onubense.
Luego a su vez sería visto, probablemente, por soldados franceses que ocuparon la provincia de Huelva en el contexto de la Guerra de la Independencia, en 1808. La zona, por su posición estratégica, no sería ajena a observadores del ejército invasor.
Nuestro pino conoció el nacimiento jurídico de esta provincia, en 1833, estando a punto de situarse en el término municipal de la hipotética capital cuando Moguer tuvo serias opciones a ostentar esa categoría. También vivió a pocos kilómetros el drama con final feliz que en 1851 se produjo al estar dictaminado por parte del gobierno español el derribo del Convento de la Rábida. Afortunadamente el gobernador Mariano Alonso no ejecutó la orden, algo por lo que la España, las naciones iberoamericanas y Huelva en particular deberían estar eternamente agradecidos.
Ese pino estaba allí, ya con más de un siglo de antigüedad, cuando el ingeniero francés Ernesto Deligny, en 1853, llegó a Huelva e inició con sus estudios y proyectos la explotación moderna de las minas de la provincia, revolucionándola. Seguía allí cuando dos décadas después, en 1873, se produjo la inflexión definitiva al adquirir las Minas de Riotinto un consorcio internacional encabezado por británicos.
En esa idílica zona que hoy ocupa el Parador Nacional de Turismo, nuestro pino seguía con vida en 1901, cuando se construyó el Faro del Picacho, a su vista en Mazagón. Mucho antes, desde 1844, ya las luces del Canal del Padre Santo podrían ser así mismo observadas por la noche por cualquiera que se subiese a sus ramas o incluso se situase a su pie mirando a poniente.
No sabemos que habría a su alrededor, puede que otros pinos menores o matorral. Quizá pudiese divisarse el pino en la distancia por los barcos que arribaban a Huelva en el mismo punto que lo hacen hoy. A poca distancia de aquel lugar.
Y el pino centenario seguía allí en 1906 cuando el Puerto asentó la Casa del Vigía. Es posible que sus ocupantes en ratos libres paseando pudieran acercarse al paraje del pino. Ya tendría siglo y medio y sería apreciado seguro como singular.
A muy pocos metros del pino, solo unos cientos, en la playa de la Fontanilla en 1923 se ubicó el poblado de pescadores que fundó Joaquín El Lepero. Hay quien lo considera el origen de emplazamiento urbano. El pino centenario de Mazagón tenía a la vista probablemente el citado poblado, y para aquellos pescadores sería también una referencia del entorno.
Aquello fue creciendo, y el pino también, que se ponía en nada menos que trescientos años de fotosíntesis. No sabemos si el arquitecto que estudió el terreno para construir en 1968 el Parador de Nacional de Mazagón lo tuvo en consideración para elegir exactamente ese lugar, pero el árbol estaba allí, vivo con tantísimos años a sus espaldas. Todo lo acontecido en este siglo XX anterior, como muy cerca la implantación del Centro Aeroespacial del Arenosillo, en 1966, tuvo al pino centenario como paciente observador.
En 2017 fue de nuevo testigo de un triste suceso, en esta caso el terrible incendio que asoló la zona y del que milagrosamente salió ileso.
Hoy en día un lugar muy especial, de paz, que evoca toda esa increíble por extensa vivencia del pino centenario. Larga vida!!
