RFB. El tiempo pasa muy rápido, demasiado. Nacemos, vivimos y pasamos a otro escenario, siempre desconocido visto desde aquí. A nuestro juicio ese escenario que surge al cruzar el umbral, no obstante, existe. De modo que en este no cabe la oscuridad ni el vacío.
Y en el trayecto terrenal a nuestro lado caminan personas que forman parte de nosotros mismos. En mayor o menor medida configuran lo que somos, nuestros sentimientos, nuestros recuerdos. Sin ellos no seríamos. Al final todo converge en el amor, que es lo que le da sentido a la vida.
Hace casi una semana los muchos ciudadanos de Huelva que lo conocían sintieron el pesar de una noticia muy dolorosa, el fallecimiento de Ángel Lema Álvarez. Desde entonces han sido innumerables esas muestras de pesar que se han producido, individuales y de tantos colectivos que tuvieron la suerte de relacionarse con el onubense.
Esa suerte compartida y extendida la tuvo así mismo Ángel. Su ocupación profesional en el ámbito de la Cultura y Fiestas Mayores del Ayuntamiento fue una suerte para él porque es un territorio de emociones, de esencia, de risas, de color.
Pero fue una suerte que el no dejó pasar anodinamente. Era su opción. La oportunidad que le dio la vida en este sentido la aprovechó para ofrecer lo mejor de si mismo y hacerlo de tal forma que generó felicidad, mucha felicidad.
Parece como si su aprecio personal a las tradiciones de Huelva le había conducido al sitio donde el hubiese elegido estar. La casualidad nunca existe y para él, y para nosotros, el universo, Dios o como queramos llamarle lo situó en el lugar preciso para que fuese una fuente de amor en esa mágica parcela donde le tocó desarrollar su labor.
Y ese amor, concepto muy grande, el más grande, lo expresaba simplemente con el gesto, con la sonrisa, con su amabilidad. Y también con el humor fino de una persona inteligente que con mucha facilidad te hacía reír.
Una trayectoria vital que produce admiración y una dignidad extrema en la experiencia de su enfermedad.
Para los que pensamos que hay vida después, Ángel vive. Pero, para todos -incluso los agnósticos-, la realidad constatable es que Ángel vive porque su huella ha sido profunda. Nos deja a su familia, Lola, Ángel y Cristina, sus hijos, y Triana, su nieta. Ellos testigos más próximos de su condición y abanderados de sus valores que transmitirán a perpetuidad.
Pero, además, Ángel Lema nos ha dejado, nos ha regalado generosamente paz y felicidad. En cada dosis de cada uno de los que hemos tenido la suerte de compartir con él alguna vivencia. Y la tenemos, la atesoramos. Unos más y otros mucho más, pero todos conformados personalmente también con el obsequio de Ángel. Una suerte que hemos vivido, y que vivimos.
El próximo miércoles se celebra una misa en su nombre, en la Iglesia Catedral de la Merced, a las 19:00 horas.
