RFB. Juan, el de Los Cuartelillos, cuando era chico campaba por ese ‘territorio comanche’ de las vías del tren y el Matadero, siendo un poco el juguete de los clientes que acudían a aquella originaria taberna, en la desaparecida calle Moguer.
Allí se prensaban las sardinas embarricás en los largueros de las puertas y se servía vino, básicamente vino de su propia cosecha, y las tapas que preparaba su madre. Recuerda de entonces como cliente a Santiago, el padre de Pepe Prieto, o a la familia Barreno. Jugaba con Isabel, la hija de una de las vecinas, Monte. Las casas no se cerraban, quedaban encajadas con unas cuerdas que desde fuera podían soltarse para entrar.
Trabajo y perseverancia, esa fue la herencia vital como enseñanza que le dieron sus padres. Cada uno con su rol. Aunque de cara al público la imagen la ofrecía su padre, José María, Juan nos revela que el verdadero motor era su madre, Salomé.
Salomé no podía haber nacido en otro sitio que en Bonares, recibiendo el nombre tan identificativo de su madre -abuela de nuestro Juan- y dándoselo a su hija -hermana de Juan-, y luego a su nieta -sobrina del protagonista de este artículo-.
La vida de la familia Pérez Díaz, antes de nacer la cabeza visible del Cuartelillos de Roque Barcia, Juan, giraba allí en Bonares en torno al campo del padre y a los trabajos diversos que realizaba la matriarca, para completar el sustento. Pero cultivar y hacer vino era un terreno dominado por José María Pérez, para quién este no podía ser más que blanco -lo que defendía con determinación, según apunta Juan-, propio del reino de la Zalema.
En una de esas crisis cíclicas tuvieron que emigrar a la capital y, como otros bonariegos, ayudarse del titular de la Taberna del Cateto y entrar en este sector adquiriendo la tasca de Cuartelillos, en la antigua calle Moguer del Matadero. El suegro de Eduardo Hernández Garrocho fue el que se la traspasó. Juan solo tenía diecisiete meses, con lo que prácticamente se iniciaba su crianza, pero a la vera de las marismas huelvanas.
El vino de aquellos Cuartelillos era, por supuesto, de Bonares. El vino y el celestial vinagre de tal resultante que Salomé utilizaba para aquellas papas aliñás únicas, formando parte de una pizarra reducida pero sublime, dada la mano de la cocinera.
Juan nos cuenta que sus mejores tapas, las más célebres, provienen de haber conseguido acercarse a la virtud gastronómica de Salomé. Recuerda que para él el mayor reconocimiento recibido en su bar fue aquella vez en la que un matrimonio le dijo, sobre los caracoles, que «son los caracoles más parecidos a los que hacía tu madre que hemos probado nunca«.
Allí, en aquella pequeña taberna comenzó su master en psicología de barra. Luego el tiempo lo doctoró e hizo que se transformase en una figura insustituible, formando parte de forma destacada y por méritos propios del mejor paisaje humano de Huelva.
Aunque estudió Magisterio, su camino era otro y alcanzó el punto de sus -las de su madre, insiste- celebres papas aliñás, ensaladilla, carne mechada, caracoles o habas enzapatás. Le resultó esquivo -lo reconoce- conseguir el nivel de la tapa de merluza con ali-oli que también coronaba Salomé. Lo intentó y terminó abandonando porque no consiguió que le saliese como a ella.
Precisamente la realización de sus estudios universitarios ocasionó la revolución en el bar, transformándolo en la auténtica referencia que ha llegado a ser. Pasó de una digna taberna cuya clientela eran mayoritariamente de mediana edad, como mínimo, a un bar popular que han frecuentado masivamente ‘jóvenes’ de todas las edades.
La clave no fue aplicar ningún tipo de conocimiento aprendido, sino -afirma Juan- atraer a los compañeros estudiantes que gradualmente fueron adquiriendo un hábito, el de quedar en Los Cuartelillos, algo que acabó convirtiéndose en una religión.
Y eso forma parte de las habilidades de Juan, las relaciones sociales. Pero, no hay que engañarse, estas capacidades para las relaciones sociales solo funcionan a cierto plazo cuando lo que hay detrás es una buena condición humana.
El uso del muro del Barrio Obrero tiene su origen precisamente en aquellos estudiantes que Juan comenzó a llevar al bar de su padre. Colores vivos en las vestimentas, gafas de monturas más amplias que las de hoy, vaqueros y pantalones de cierta campana, cabelleras y barbas pobladas empezaron a dominar ese territorio cuya estética anterior era bastante más grisácea.
Al llegar al bar los jóvenes se encontraban veladores en la calle, las cuatro o cinco mesas de madera colocadas en la puerta de Los Cuartelillos, ocupadas por los referidos clientes mayores. Comenzaron a utilizar por eso el murete de la acera de enfrente y este acabó convirtiéndose en un variopinto y multitudinario foro, prolongación del establecimiento. Pasaba el tiempo y se alargaba el tramo de muro utilizado, y tanta afluencia terminó creando problemas. En 2009 tuvo que reconducirse la situación, volviendo el espacio de uso en la calle a los límites originales.
Si Philip Kotler hubiera conocido a Juan y su historia como hostelero el estadounidense seguiría siendo la principal referencia mundial del marketing moderno, pero sabría mucho más. El éxito de un bar, con los cimientos de ese trabajo y perseverancia marca de la familia Pérez Díaz, se alcanza según nuestro protagonista con una adecuada combinación de calidad en lo que se sirve, buen precio y proximidad personal.
Pero, como el mismo afirma con rotundidad, el éxito de Cuartelillos no es solo atribuible a si mismo. Deja claro que sin la ayuda de sus hermanas, Salomé y Manolita, y sus sobrinos, Juanjo, Gonzalo y Alberto, no hubiera alcanzado esas míticas cotas de bien hacer y popularidad.
No creo que haya nadie en Huelva que conozca tanta gente como Juan, y que sea conocido por tanta gente como Juan, el de Cuartelillos. El rato que estuvimos charlando, en el barrio, fue una continua serie de interrupciones de vecinos que se paraban a saludarlo, y una larga lista de buenos días a viva voz de los que transitaban con algo de más prisa.
Huelva le apasiona. Nos dice que sobre todo por su gente, tan especial, tan cercana. Admite que la ciudad ha perdido mucho en el camino, en lo arquitectónico, en lo urbano, pero defiende que hay que conservar lo que queda como signo identitario. En la charla sobre sentir Huelva nos recuerda una sensación que experimentaba aproximándose por la carretera a San Juan del Puerto desde Sevilla. Sensación paradójica, el olor de la Celulosas de entonces. Llegar a ese punto y oler mal y en paralelo sentirse bien porque ya estaba uno en casa. Algo parecido, como apunta, a los olores en las mareas bajas cuando uno está cerca de la ría. Identifican donde estás, en el lugar que amas… en Huelva.
Este barrio, gran y pequeño barrio formado por el Polvorín, Tartessos, Obrero y Matadero, que tanto le gusta. Nos dice que es como un pueblo dentro de la ciudad. Recordamos a gente entrañable del mismo, como Emilio Felices, el vendedor de prensa y revistas -fallecido hace años- cuyo kiosko estaba arriba de la calle Roque Barcia.
Resalta lo significativo que era que Emilio extendiera todo su género a lo largo de la acera del Barrio Obrero. Y nunca nadie se llevó ni una sola revista o artículo. Si alguien hubiese cogido algo era imposible, por falta de visión al estar dentro del Kiosko, por la extensión del ‘escaparate’ y por imposibilidad física de salir detrás de él, que el kiosquero pudiera haberlo recuperado.
Emilio era de los que siempre tenía una sonrisa y, al igual que Juan, podía haberle dado una clase a Kotler. Ibas a comprar un periódico y te llevabas a casa una enciclopedia, una colección de DVD’s de música o de muñecas de porcelana, casi sin darte cuenta.
Precisamente le comento a Juan que si tuvierámos que calificarlo a él mismo de forma sintética nos atreveríamos a asignarle el título de ‘provocador de sonrisas‘. Siempre tratando de agradar con la palabra y el gesto, en cualquier situación. Ese es el valor de la cercanía de Juan, un verdadero imán para tantísima gente plasmado en una marca eterna: Cuartelillos.
También recordamos en la conversación a La Macaca -así mismo fallecida hace tiempo ya-, kiosquera igualmente, y auténtico icono del barrio. Cuando le pregunté a Juan por los horarios me decía que los suyos eran agotadores, de catorce horas diarias. Pues bien, admite nuestro amigo que lo de La Macaca iba todavía más allá. Siempre estaba allí, perenne al lado de las Teresianas, en la entrada este del Reina Victoria. Con gran carácter pero buena persona también, conocía y se relacionaba absolutamente con todo el barrio.
Además, algo que desconocíamos lo desvela Juan. La Macaca fue determinante para que haya podido existir Los Cuartelillos en la calle Roque Barcia. Nos cuenta que cuando su padre adquirió el local, a principios de los setenta, para poder montar el negocio se precisaba la conformidad de los vecinos del bloque. En este vivía la Macaca.
Otro de los miembros de esa comunidad era teniente alcalde del ayuntamiento. A él y a su señora no les agradaba que fuera a ponerse en el local lo que entendían como una ‘tabernucha’. En la reunión de vecinos Macaca puso los puntos sobre las íes y los convenció a todos. De ese modo se terminó aprobando la ubicación definitiva de Cuartelillos.
Le pregunto, como ‘provocador de sonrisas’, por alguna que sea especial en la gran familia de Los Cuartelillos. Me dice que hay muchas pero se queda con una en particular. Lo miro y coincido con el antes de que pronuncie su nombre: Laura Sánchez. La conoce desde niña y le fascina su sencillez, que siga en la misma relación con la gente de siempre.
Otra sonrisa de ese porte es la de Rocío, de quién no recuerda el apellido. Y así mismo la de Ana Pájaro. Gente buena y buena gente cuyos semblantes son espejos del alma. Cita también como residente en el reino de la sonrisa a Rocío Márquez, extraordinaria cantante pero más extraordinaria persona aún.
Por los Cuartelillos han pasado muchas otras caras conocidas, nos cuenta. Bebe, Javier Krahe -junto a Manolo Valle-, Estrella Morente, su amigo Arcangel, entre otros muchos, y todos los deportistas de relieve onubenses. El magnetismo de Juan y su templo de la cerveza, las tapas y la amistad. Parece una cita inexcusable para todo aquel que quiera vivir esta ciudad de verdad, desde su gente, a pie de calle.
Preguntado por una buena noticia que recordase nos dice que disfrutó mucho del reconocimiento que recibió al ganar, por aclamación popular, el certamen de ‘Maestro de la Barra‘ de Cruzcampo, por estas fechas en 2015. Se juzgaban diversas variables y el trato con la clientela fue algo determinante.
Clientes fieles los tiene, por cierto, con más de cuarenta años de encuentros. Entre ellos destaca, por ejemplo, a Antonio Tomé, auténtico amigo. Juan es un libro abierto y precisamente nos avanza que está escribiendo la Historia de los Cuartelillos. Una obra en la que van a participar varios artistas muy conocidos. También tiene entre manos Juan una exposición de fotografías del antiguo Cuartelillos, el de la calle Moguer.
Más allá de estos proyectos concretos nuestro protagonista hoy en día tiene ilusiones. Seguir dedicándose a lo que hace desde que se jubiló, recientemente. Acude prácticamente a todos los eventos culturales y actos reivindicativos -por Huelva- que tienen lugar en nuestra capital. Es fácil encontrárselo. Además los promueve y difunde desde sus perfiles de redes sociales, en los que cuenta con multitud de seguidores.
Han sido muchas emociones, muchas experiencias, muchas convivencias las que han brotado de Los Cuartelillos. Aquel niño que se crio al borde del Matadero y aquellos pequeños ojos que veían a las carretillas cargadas de mineral transitar por los depósitos de la Compañía, fueron creciendo y han tenido la fortuna ganada a pulso de sentir el cariño de tantísima gente. Y aunque su alma, Juan, disfruta hoy de esa merecida jubilación, la magia del mítico bar -no está detrás de la barra, pero está- se mantiene y mantendrá intacta en la presencia y los corazones de miles de onubenses.
9 comentarios en «Juan, el de Los Cuartelillos, el regalo de la sonrisa cercana y la palabra amable»
Soy alemán y viví y trabajé en varios partes del mundo y ahora soy vecino directo de Juan y puedo confirmar lo dicho sobre él, es un hombre muy simpático y yo me siento honrado de haber conocido a él.
Como Juan necesita este mundo muchas personas que hacen del diario una forma agradable y sincera de convivencia
Eres auténtico una buena persona se te echa muchisiiiimo de menos nadie podrá superarte, es una pena no poder tomar un cafelito por las mañanas ya ???
Eres auténtico una buena persona se te echa muchisiiiimo de menos nadie podrá superarte, es una pena no poder tomar un cafelito por las mañanas ya ???
Mi Juan ??
Un tio fenomenal,tube el gusto de conocer a sus padres los cuales eran el mejor espejo en que mirarse nuestro amigo Juan.
Yo soy de la época de los tercios en el muro, papas aliñas, alioli y por supuesto los mejores caracoles que se puedan comer en Huelva.
Muro que ha criado a varias generaciones.
Los Cuartelillos punto de encuentro de muchos al que yo sigo visitando con regularidad.
Soy un cliente poco asiduo de juan por mi situación geográfica en la ciudad.pero cada vez que puedo voy porque me encanta..y recuerdo mucho los claveles que les entregaba a las mujeres los martes y su ensaladilla.
Un abrazo
Desde Carcabuey y con un profundo amor damos fe, tu querido Acisclo y yo, de la gran persona que eres. Eres un regalo en nuestras vidas a pesar de la distancia.Te queremos.
Un ángel. Mucha salud y bendiciones para usted, maestro Juan! Gracias!